Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

THE SHAKEDOWN (1929, William Wyler) El testaferro

THE SHAKEDOWN (1929, William Wyler) El testaferro

Cualquier espectador que se acerque con inocencia al visionado de THE SHAKEDOWN (El testaferro, 1929) se puede llevar una impresión que no concuerda con el estereotipo que albergamos sobre la figura de su realizador; William Wyler. Por muy contrapuesta que se la visión que se pueda tener del artífice de la maravillosa THE BEST YEARS OF OUR LIVES (Los mejores años de nuestra vida, 1946), lo cierto es que resulta difícil asumir como en los primeros compases de su obra, podía darse cita un título tan vitalista como el que brinda esta singular tragicomedia, que parece establecerse como auténtico puente entre la previa THE KID (El chico, 1921. Charles Chaplin) y la posterior CHAMP (El campeón, 1939. King Vidor). Y cabe decir que no resulta menguada su comparación con ambas. Puede que resulte algo inferior a la excelente obra de Chaplin, pero desde luego nada tiene que envidiar al referente vidoriano, formando un inusual triángulo temático, y mostrando la incardinación de diversos elementos temáticos –el relato “con niño”, la crónica social de un contexto de penuria, elementos de melodrama y otros de comedia-, a los que acompaña una realización llena de agilidad. A todo ello habría que acompañar unas precisiones. Durante muchos años se consideró la película como perdida, hasta que en 1999 se exhibió una copia restaurada de la misma. Del mismo modo, me gustaría consignar que la que he podido contemplar sobrelleva todos sus rótulos y subtítulos en italiano, se encuentra dividida en cuatro actos –intuyo que la película original no se establecía en dichos episodios, una costumbre muy habitual en el cine de dicho país-, y la misma se encuentra sonorizada, incorporando no solo una adecuada banda sonora, sino sobre todo punteando algunos de los elementos de la acción, como el sonar de los puñetazos de las peleas. A este respecto, el elemento más sorprendente de dicha sonorización, proviene de un elemento de comedia. Me refiero al silbido de la marcha fúnebre por parte del muchacho protagonista, cuando han dejado noqueado al entrenador del boxeador con quien se verá ligado de forma inesperada.

THE SHAKEDOWN narra en realidad la toma de conciencia de un joven boxeador –Dave Roberts (un excelente James Murray ¿Cuánto perdió el cine de los años treinta con su triste y prematuro fallecimiento?)-, perteneciente a un gang dedicado a realizar estafas en los combates de boxeo que organizan, logrando con ello cuantiosas ganancias en sus apuestas. En dicho contexto, Roberts aparece como víctima propiciatoria, utilizando su señuelo para engañar a incautos en dichos combates, donde finalmente se postulará como perdedor de todos ellos. Este será enviado hasta la localidad de Boonton, lugar centralizado en la búsqueda del petróleo, preparando allí un nuevo combate amañado, y provocando entre la vecindad el señuelo de su capacidad boxeística, mientras se encuentra trabajando en una de sus torres petrolíferas. En ese nuevo contexto, Dave entablará relación con una joven camarera –Marjorie (Barbara Kent), recién salida de otro drama de la época, el maravilloso LONESOME (Soledad, 1928. Paul Fejos)-, a la que cortejará desde el primer contacto. Pero dicha actitud le llevará a conocer a un muchacho –Clem (Jack Hanlom)-. Se trata de un pequeño vagabundo al que perseguirá cuando está robando una tarta, y al que a través de una situación extrema, acogerá en su modesta casa. Será el inicio de una relación de algo más que amistad, al que se unirá el progresivo acercamiento de ambos en torno a Marjorie, comprobando Dave de manera inesperada la posibilidad de vivir una vida plena, alejada por completo de todos aquellos trapicheos que hasta ahora han rodeado su existencia.

Ese proceso, está narrado con convicción y contundencia por un sorprendente William Wyler. Lo alcanza con frescura desde sus instantes iniciales, con la agilidad con la que muestra la presentación de su personaje protagonista. Ese Dave Roberts al que Murray presta su vigor, masculinidad y también su vulnerabilidad como ser humano. Esos primeros mientras marcan el tono que mantendrá todo el metraje –que apenas sobrepasa los setenta minutos de duración-, una vez el protagonista se traslada por orden de sus superiores de gang hasta el emporio petrolífero. Wyler nos mostrará con dinamismo al boxeador trabajando dentro de una torre de prospección, a través de una planificación de ascendencias soviéticas, que se integra a la perfección en un conjunto destacado en su modernidad. Ese mismo dinamismo ya lo hemos comprobado en la secuencia del primer combate de boxeo, narrada con una desarmante veracidad. Pero en un conjunto tan sorprendente, en el que encontramos un aspecto descriptivo de esa Gran Depresión que se encuentra  apunto de adueñarse de la vida americana, transmitido con tanta sinceridad y capacidad de observación, muy pronto emergerá la aparición del pequeño Clem, que ejercerá como inesperado detonante para ese cambio existencial vivido por el hasta entonces poco recomendable joven. Lo hará dentro de una secuencia en donde la pillería del chaval –roba una tarta del establecimiento en el que Marjorie es camarera-, dará pié a una deslumbrante secuencia en la que se combinarán los tintes de slapstick –los esfuerzos del muchacho por mantener erguido el pastel durante la carrera en la que es perseguido por Roberts-, con el rotundo dramatismo con que culmina la misma, al quedar Clem a punto de ser atropellado por un tren, de la cual es rescatada por este –un instante de asombrosa efectividad-.

A partir de ese encuentro, se producirá el acercamiento entre este chaval hambriento y despierto, ante un ser que poco a poco verá reflejada en este la conciencia de su hasta entonces poco recomendable comportamiento. La sinceridad y la progresiva admiración que Clem mantendrá en Dave, poco a poco irá prendiendo en este. Lo importante en la película, es que este proceso está mostrado combinando con acierto la presencia de elementos ligados a la comedia –el juego de expresiones caricaturescas que enfrentan al pequeño con el ayuda de cámara del boxeador –encarnado por Wheeler Oakman-, con otros en los que destaca el aspecto naturalista –las secuencias desarrolladas en los exteriores de la vivienda de Dave, donde este se entrena ante la mirada curiosa del público; los detalles que hablan de la existencia de esa miseria en la sociedad USA; la reprimenda que un ciudadano lanza a Dave, quejándose de que el pequeño se haya peleado-, y, por supuesto, aquellos aspectos en donde la apuesta sentimental adquiere una rara intensidad –las secuencias en donde Murray demuestra su capacidad para el drama abrazándose al muchacho, antes de renunciar a su pasado y después de reconocer lo que ha sido hasta entonces-. Pero incluso admitiendo dichos aspectos, se presentan en la película elementos que aún hoy día describen una notable capacidad de sorpresa. Lo hará esa sobreimpresión de las cifras del 1 al 10, trasladando el deseo que Dave ha marcado en el muchacho para que sea reflexivo antes de pelearse con otros niños. En la primera provocación, Clem contará las diez cifras –que se impresionarán correlativamente-, en la segunda estas ya aparecerán de dos en dos, dentro de un imaginativo apunte de comedia. Pero junto a ello, la película contará con un admirable episodio final, en el que el protagonista se enfrentará a su eterno contrincante en un combate que debería perder por orden de sus superiores, y que desea ganar sabiendo que lo tiene todo en contra. Será un episodio magnífico, en el que lo dramático y lo cómico –la manera con la que el muchacho domina el sonido de la campana en los momentos más necesarios- de da de la mano con armonía, dentro de un montaje magnífico, que sin duda debería ser insertado en cualquier antología de aquellos títulos destacables centrados en la materia boxeística. Así pues, con esa fuerza y dinamismo culmina un título ligero pero valioso, que no solo sirve para completar un perfil poco habitual en el cine de William Wyler, sino sobre todo apreciar un título de interés, enclavado en las postrimerías de un periodo silente, que ya casi daba la mano al sonoro.

Calificación: 3

1 comentario

Alfredo Alonso -

William Wyler fue un director con una obra de gran interés que se ve frecuentemente perjudicado por una visión excesivamente autoral del arte cinematográfico en detrimento del análisis basado en la valoración objetiva de los elementos que componen cada obra individualmente considerada.

Obras como The westerner, La carta, Los mejores años..., la a mi juicio infravalorada Friendly Persuasion o el sobresaliente melodrama La heredera, obligan a considerar a William Wyler como uno de los mejores directores de la historia al margen de resentimientos dogmáticos metacinematográficos.