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CINEMA DE PERRA GORDA

TILL WE MEET AGAIN (1944, Frank Borzage)

TILL WE MEET AGAIN (1944, Frank Borzage)

Aunque durante la década de los cuarenta, Frank Borzage alternó películas más o menos alimenticias –en las que siempre puso a punto su profesionalidad como cineasta, capaz de llevar a un terreno de dignidad productos al servicio de estrellas tan insufribles como Deanna Durbin-, lo cierto es que en dicho periodo se encuentran productos valiosos que nos revelan que sus inquietudes temáticas siempre estuvieron presentes en su obra. Esa cualificación que le hizo merecedor del reconocimiento como uno de los grandes románticos de Hollywood, alentando en sus historias un hálito de espiritualidad que elevaba la esencia del sentimiento amoroso por encima de cualquier otra consideración, y por lo general insertando el mismo en contextos que ponían a prueba de manera traumática el mismo, se encontró además en dicha década con títulos que trataban como elemento de directa contraposición con el disfrute del sentimiento por excelencia, las atrocidades del nazismo. Podríamos hablar en esta década del excelente THE MORTAL STORM (1940), que en los últimos años ha logrado un merecido –aunque aún no extendido- reconocimiento como una de las propuestas más logradas y personales del cine antinazi. Menos reconocida –en la medida que apenas ha sido contemplada-, se encuentra otra propuesta realizada cuatro años después, que demuestra que Borzage seguía fiel a su temario habitual, a una visión del mundo basada en una extraña y al mismo tiempo reconocible espiritualidad, a la cual sirvió con todas sus fuerza también en títulos que inicialmente podían parecer tan lejanos al mismo como el insólito STRANGE CARGO (1940) –rodado también para la Metro Goldwyn Mayer inmediatamente antes que el citado THE MORTAL STORM, y que no dudaría en destacar como una de las películas más insólitas surgidas en Hollywood a inicios de la década de los cuarenta.

Sin embargo, más cercana a sus constantes –y quizá con un resultado aún más brillante- se encuentra TILL WE MEET AGAIN (1944), que Borzage firmó para la Paramount Pictures en 1944, y en la que sus primeros pasajes podrían hacernos indicar que nos encontramos ante uno más de los exponentes del “cine de curas y monjas”. Un género por lo demás largo tiempo menospreciado, que alberga en su haber logros tan enorme calado como el díptico firmado por Leo McCarey –GOING MY WAY (Siguiendo mi camino, 1944) y THE BELLS OF ST. MARY’S (Las campanas de Santa María, 1945)-, THE SONG OF BERNADETTE (La canción de Bernadette, 1943. Henry King) o THE KEYS OF THE KINGDOM  (Las llaves del reino, 1944. John M. Stahl). Películas todas ellas magníficas, destacables por sus soltura y desparpajo narrativo –las de McCarey-, o por contener en ellas unos nada velados discursos sobre la intolerancia o el fariseísmo que se escondían –y siguen escondiéndose- tomando como excusa la ortodoxia de la religión –en este caso la católica-. Borzage no sigue ese camino y, por el contrario se inserta por derroteros quizá más complejos, tomando como propio el diseño de producción que le brindaba la Paramount Pictures –como posteriormente comprobaremos-. Un contexto que servirá como anillo al dedo a las intenciones del realizador, quien –se nota- asumió con entusiasmo. Las circunstancias, por otra parte, favorecieron la inclusión como protagonista femenina, a una actriz casi desconocida –Barbara Britton-, sustituyendo a la prevista y excelente Maureen O’Hara, y sin duda ganando su resultado con la desarmante naturalidad e intensidad que la inexperta intérprete imprimió a su personaje. Este y otros elementos de la gestación del film, se detallan en el extraordinario volumen que, con motivo de la retrospectiva que el Festival de San Sebastián dedicó a Borzage en 2001, escribió el especialista Hervé Dumont.

No hace falta contemplar sus primeros instantes, para darse cuenta que TILL WE… es una obra donde se concentra la esencia del arte borzaguiano. Un movimiento ascendente de grúa nos describe inicialmente un marco casi paradisíaco; el interior de un convento francés en donde se encuentran acogidos un buen número de muchachas. Las palomas ondean aquel lugar que casi parece detenido en el tiempo, como símbolo de un mundo que parece incorruptible, pero del que muy pronto nos daremos cuenta se encuentra aislado del otro real, terrible y opresivo, que significa la invasión nazi en aquel país. Borzage lo muestra a la perfección situando el discurrir de unas tropas en el exterior del muro del convento. Un recinto que será visitado casi como puro formulismo por el mayor Krupp (Konstantin Shayne). Este siempre encontrará al acercarse a la madre superiora (Mona Freeman), la misma cantinela en torno a su imposibilidad de acceder al recinto sin orden del obispo, así como las advertencias de este a que no refugien a opositores a los invasores alemanes.

Muy pronto la película cobrará un giro de ciento ochenta grados, cuando de manera casi sobrenatural –y en ello Borzage mostrará su clara intención a la hora de planificar la secuencia-, aparezca de un hueco del convento la figura de John (Ray Milland), un americano perteneciente a la resistencia que ha llegado al recinto religioso en busca de ayuda para proseguir con su tarea de llegar hasta Inglaterra y, con ello, transmitir una información secreta de enorme interés. Será el primer encuentro –incómodo- que tendrá nuestra protagonista, la hermana Clotilde (Bárbara Britton), con un hombre ajeno a su mundo cerrado e idealizado de siempre. La novicia será mostrada entre sombras, azorada ante la presencia de un hombre que aparece casi entre la oscuridad, y con cuya presencia vivirá circunstancias incómodas al ser interrogada por Krupp, en la que su imposibilidad de mentir provocará las sospechas de este. Y es que en realidad la magnífica obra del gran director de 7th  HEAVEN (El séptimo cielo, 1927), más allá de ese componente religioso o de su total adscripción a la temática esencial de su cine; el poder transformador del amor, incluso cuando este se plantea por encima de la propia vida, adquiere en este relato la mirada sobre una joven que de repente se verá despojada de un mundo, inserta casi como relámpago en un contexto hostil, en el que además podrá apercibirse de otra forma de amor, la que le manifiesta John, al que ha puesto en peligro de manera involuntaria, y para el que se prestará en sustituir a la mujer que había de pasarse por su esposa, que ha sido detenida. Será para Clotilde –transmutada en la documentación falsa como Louise Dupree-, la vivencia de lo que para cualquier humano sería un contexto habitual, pero que ante ella se ofrecerá como si fuera un pajarillo indefenso que ha salido de su hábitat –y en ello será impecable la metáfora que se ofrece cuando el norteamericano devuelve uno de dichos pájaros a su nido en un árbol-. La aventura que voluntariamente, y a modo de redención personal, asume la novicia, supondrá para ella la vivencia de otro mundo. Violento –la contemplación, protegida por John, de un tremendo bombardeo a objetivos nazis-, pero también en el que descubrirá la posibilidad de amar algo mucho más material que esa capacidad de entrega hacia Dios que había constituido toda su vida hasta entonces. En realidad, es probable que nos encontremos ante uno de los títulos más amargos de toda la filmografía de Borzage, en la medida que se plantea la historia de un sentimiento imposible; el de John y Clotilde, dado el hecho de que este se encuentra casado y tiene un hijo en Estados Unidos. Por ello, pese al progresivo acercamiento que vivirán ambos –y que tendrá un momento de especial intensidad cuando este despierte después de empezar a sanar su heridas, y donde los nocturnos den paso a un amanecer bullicioso-, la realidad es que ese amor que los dos sienten, saben que no va a poder tener la continuidad deseada, y que en el fondo no es más que fruto de unas circunstancias límite.

Resulta de especial atractivo contemplar la aventura extrema vivida por la pareja protagonista, por unos páramos y bosques que recorren siempre en la oscuridad de la noche –para poder zafarse de los nazis-, logrando para ello la extraordinaria colaboración del veterano director de fotografía Theodor Sparkuhl –destacable en sus colaboraciones con Murnau-, iluminando las tinieblas de unos bosques que muy bien podrían pertenecer al Mitchell Leisen de GOLDEN EARRINGS (Con las rayas en la mano, 1947) o el Fritz Lang de MINISTRY OF FEAR (El ministerio del miedo, 1944), ambas protagonizadas por el mismo Ray Milland, siempre dentro de la Paramount.

Dentro de una película tan densa, son muchos los detalles a destacar. Una de las grandes facultades de su realizador era la de introducir instantes revestidos de intensidad, que sin embargo no servían más que para sublimar o hacer respirar el crescendo emocional con que estaba impregnado su cine. Es algo que podemos contemplar en el hermoso y doloroso episodio en el que la madre superiora es abatida por los nazis –memorable ese tímido gesto de dignidad de Krupp-, culminado con un movimiento ascendente de grúa que parece elevar el alma de la religiosa, en ese ya señalado episodio del pájaro que es devuelto al nido, en la protección que John brinda a Clothilde en el fragor del bombardeo, en la protección que –en justa oposición-, la novicia proporciona al resistente, simulándole acercar su cabeza al pecho de este –que se encuentra ensangrentado- para que los nazis que tripulan el autobús en que se encuentran viajando no se percaten de la herida. Hay dignidad suprema en el gesto de la joven monja, destinado a sacrificarse en la defensa de ese hombre al que ama, y quizá ofreciendo ese gesto como una auténtica inmolación, en la medida que nunca podría alcanzar con él una relación plena, y tampoco su retorno al convento satisfaría sus inquietudes como ese ser humano que en esta peligrosa aventura la ha descubierto la realidad de la existencia. Es por ello que la conclusión del film y su inesperada muerte, no supondrá para ella más que un postrer instante de felicidad, que es realzado por Borzage con su inigualable sentido del lirismo fílmico. Ello no me impide subrayar la principal cualidad de una propuesta, que reside en la radicalidad –insólita en su realizador- de mostrar un personaje femenino que, en un momento determinado de su juventud, descubre que su existencia en este mundo ha elegido caminos equivocados, y desafiar su destino se le antoja poco menos que imposible. Insólito planteamiento para una obra que bebe de las mejores cualidades de unos de los grandes románticos del cine, transmutado en esta ocasión más que en su vertiente antinazi, en un relato cargado de soterrada amargura. Una obra magnífica, a redescubrir con urgencia.

Calificación: 3’5

1 comentario

Feaito -

Concuerdo plenamente: "Una obra magnífica a redescubrir con urgencia". Una verdadera obra maestra que personalmente descubrí el fin de semana pasado, gracias a una copia obtenida de una vieja grabación de un vídeo, de calidad apenas aceptable y sin subtítulos. Merece una edición en DVD como corresponde. De lo mejor que he visto de Frank Borzage.