DESIRE (1936, Frank Borzage) Deseo
Es bastante probable que -sobre todo entre aquel reducido sector de público que considera el cine algo más que una simple distracción, e intenta valorar cada título contemplado en función de una supuesta “autoría”-, en ocasiones Se trata de un rasgo que vendría a la perfección a la hora de intentar penetrar en DESIRE (Deseo, 1936. Frank Borzage) y que, a la larga, pienso que ha terminado perjudicando el puro y simple disfrute de esta brillante, sensual, sentimental –pero jamás memorable- película rodada para la Paramount por Frank Borzage, debido a la elección de Ernst Lubitsch en calidad de productor. Esa confluencia de dos primeras figuras del cine norteamericano, siempre ha pendido como una auténtica “espada de Damocles”, en la medida de dejar constancia de la fuerte impronta de Lubitsch en sus fotogramas, que en los últimos años ha tenido su contestación al rehabilitarse la figura de un Frank Borzage durante bastantes años postergada. Para aquellos que oscilaran en dicha inclinación, quizá no tuvieran en cuenta el en su momento enorme prestigio con que gozaba en aquel periodo Borzage. Prestigio este sobrellevado desde las postrimerías del cine silente, y que le había granjeado la justa admiración por su maestría visual, aplicada siempre al servicio de historias definidas por su intensidad romántica. Se trataba, que duda cabe, de un rasgo que sin duda fue el que debió guiar al propio productor a la hora de elegirle como director del film.
Así pues, DESIRE constituye un ejemplo de esa simbiosis entre productor y director –mucho más perceptible de lo habitualmente reconocido dentro del cine norteamericano del periodo clásico-, en la que de forma insólita, la condición de productor la ejerció un realizador de merecido prestigio e indudable personalidad. Y cierto es que la impronta de Lubitsch se reconoce en una sofisticada comedia que fue gestada por el alemán en todos sus pormenores. Desde sus elementos de producción –decorados, fotografía, reparto…-, hasta detectar en la misma esa querencia por los equívocos y sobreentendidos, las elipsis, las puertas que se cierran, las alusiones sexuales –en esta ocasión incluso brindando una hilarante nuance homosexual entre el vendedor de joyas y el psiquiatra al que visita inducido por el equívoco-, se dan de la mano en esta divertida propuesta, que se inicia de forma quizá casual, con la imagen de una serie de azoteas de París. Y digo lo de quizá casual, porque parece que la misma quiera preludiar la fusión de los mundos representados por Borzage – realizador y Lubitsch – productor. Si recordamos la misma, veremos que tras los títulos de crédito –en los que se contempla el manejo de joyas por parte de unas manos femeninas-, contemplamos una azotea de vivienda humilde –que parece extraída de SEVENTH HEAVEN (El séptimo cielo, 1927. Frank Borzage)-, mientras que muy pronto se contrapondrá a un lujoso desfile de fachadas, más propias del mundo lubitschiano.
En este sentido, se han dejado entrever numerosas disgresiones ante la procedencia de uno u otro cineasta en el conjunto del film, llegando algunos a señalar de forma temeraria que fue el alemán quien rodó la mayor parte de las secuencias, y pocas Borzage. No parece que ello entre en el terreno de lo razonable –testimonios de peso desestiman tal aseveración-, y si que parece más creíble la teoría de que Borzage se dejó guiar a la hora de concebir la película por el mundo habitual en el entonces productor, consciente que las características del producto hacían más viable dicha opción aunque, y ello creo que es innegable, en el último tercio de su metraje, dejase la impronta de su personalísima vena romántica, logrando en ese sentido proporcionar un relativo giro al conjunto del metraje.
Nos encontramos en París. Una sofisticada mujer –Madeleine (Marlene Dietrich)- logra engatusar al dueño de una prestigiosa joyería y robar un collar de perlas valorado en más de dos millones de francos. Por su parte, Tom Bradley (Gary Cooper) es un ingeniero norteamericano que ha logrado unas vacaciones de dos semanas, aprovechando para viajar a España. Hasta allí viajará también Madeleine en su huída, uniéndose a Bradley, a quien llegará a robar su coche antes de llegar a la ciudad de San Sebastián –y sufrir un aparatoso accidente tras una persecución-, llevándose de forma inadvertida las perlas que Madeleine le ha introducido en su chaqueta para esquivar la aduana. Una vez en la capital española, en donde se reencontrará con Carlos (John Halliday) –su compañero de robos-, se producirá una equívoca situación en la que Bradley se reencontrará con la protagonista, con la que paulatinamente se verá entrelazado. Los tres finalmente se marcharán a una residencia rural, donde paulatinamente los dos jóvenes se verán ligados progresivamente por su amor, algo que se verá más claramente cuando Carlos se marche a Madrid para intentar vender el collar, y Madeleine y Tom se queden solos en su pequeño paraíso. Sospechando la relación entre ambos, y al ver que sus telegramas no son contestados, Carlos regresará días después, comprobando que sus sospechas son ciertas, e intentando que su antigua compinche abandone al norteamericano para proseguir su andadura delictiva de altos vuelos con él –y también con la madura Olga-. Sin embargo, nada podrá con la fuerza del amor que une a los dos jóvenes, y que llevará a esta a sincerarse con él, y contra la cual no podrá ningún otro impedimento.
Que duda cabe que estos últimos detalles, concuerdan a la perfección con la máxima del cine de Borzage “el amor por encima de todas las cosas”, y que supone el auténtico hilo vector que ha recorrido la filmografía de uno de los realizadores más sensibles y profundos que legó el cine norteamericano en la primera mitad del siglo XX. Esa huella es perceptible en todo el proceso de enamoramiento que se intensifica en el último tercio de una película que, por otra parte, logra armonizar esta ligazón romántica con el enfoque lubitschiano del conjunto del film –que volverá a tener su presencia en los últimos instantes del mismo-. Nada de malo hay en ello, y quizá este ejemplo sirva para intentar en ocasiones desterrar ese excesivo concepto de la “autoría”, tan recurrente entre los que en las últimas décadas, han venido siguiendo y estudiando la evolución de la cinematografía mundial. Lo cierto es que en esta ocasión, podríamos encontrar una relativa estilización en las secuencias de DESIRE, quizá más centradas en la interrelación de los personajes, y dejando en ciertos momentos de lado esa disposición visual característica de Lubitsch. Es más, puede que a partir de esta experiencia inicial, Borzage se postulara a la practica de la comedia sentimental, que prolongó con la estupenda e inmediatamente posterior HISTORY IS MADE AT NIGHT (Cena de medianoche, 1937), en la que mostró una inclinación sentimental el mundo de la comedia, cercana a la que practicaban en aquellos años Leo McCarey o Mitchell Leisen. Ello no quiere, por supuesto, hacer negar la impronta de su personalidad, pero lo cierto es que aún contando con la variabilidad hacia uno u otro influjo, la película se degusta con placer, en ocasiones –las secuencias en automóvil con la pareja protagonista- presenta algunos ecos de la muy cercana IT HAPPENED ONE NIGHT (Sucedió una noche, 1935. Frank Capra), en otros, del mundo de Laurel & Hardy –las divertidas situaciones que se plantean al personaje de Cooper en la carretera-, y en todo momento muestra el esplendor del look de la Paramount. Un estudio que, una vez más, decidió utilizar parajes españoles –lo haría en títulos como ARISE, MY LOVE (Arise, mi amor, 1940. Mitchell Leisen), o la combativa BLOCKADE (1937, William Dieterle)-. En cualquier caso, cierto es señalar que ese desarrollo argumental en España procede con bases muy correctas –campesinos que hablan nuestro idioma, elección de exteriores rodados en nuestro país-. Pero ello no evita un considerable anacronismo; en un momento determinado se muestra un rotativo de cabecera española, incluyendo las noticias –a toda página- del robo en París en inglés. Un detalle divertido aunque de escasa relevancia, en una comedia romántica que conviene degustar sin anteojeras, para disfrutarla en su evanescente eficacia.
Calificación: 3
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Feaito -