PHONE CALL FROM A STRANGER (1952, Jean Negulesco) Llama un desconocido
Los inicios de la década de los cincuenta fueron, sin duda, un buen periodo cinematográfico en la filmografía de Jean Negulesco. Pero lo fueron hasta la llegada de sus comedias para la Fox, que en su inesperado éxito explorando el cinemascope y el convencionalismo de sus propuestas, puede decirse que arruinaron una trayectoria hasta entonces bastante valiosa –y quizá por ello injustamente olvidada, puesto que está poblada de títulos de gran valía-. Sin embargo, resulta hasta cierto punto sorprendente, encontrarse en aquellos años –o quizá no tanto, en la medida que cualquier hombre de cine ha de asumir la irregularidad de sus películas, máxime cuando se encontraba como asalariado de estudio-, con un título tan decepcionante dentro de lo que por aquel entonces venía ofreciendo Negulesco. Me estoy refiriendo a PHONE CALL FROM A STRANGER (Llama un desconocido, 1952), que parte de una premisa interesante, pero poco a poco va diluyendo su previsible interés, no solo por una ausencia casi total de atractivo cinematográfico sino, fundamentalmente, debido a una premisa dramática llena de convencionalismos, excesivamente dada al diálogo en detrimento de la función narrativa y, finalmente, inclinada a un conservadurismo basado en las bondades de la institución matrimonial.
Estamos en una noche lluviosa. David Trask (Gary Merrill) es un acomodado abogado que decide abandonar a su esposa al detectar en ella una ocasional infidelidad. El abandono se extiende a sus dos hijas. Ocupa una plaza de avión con nombre falso, y en el vuelo se topará con tres personas que marcarán el devenir de su vida. Una de ellas –temerosa compañera de viaje-, será la joven Bianca (Shelley Winters). Quizá para exorcizar el miedo que siente en su primer vuelo –además azotado por una interminable tormenta-, le contará a David las circunstancias que han motivado su viaje –igualmente ha dejado a su esposo, dominado por una madre posesiva y añorante de su pasado como artista-. En el trayecto el protagonista se encontrará además con el dr. Robert Fortness (Michael Rennie), un hombre torturado por el recuerdo de un accidente de coche que provocó tres víctimas y que le sobrevino por su adicción a la bebida, y con Eddie Hoke (Keenan Wynn), un vendedor caracterizado por su personalidad extrovertida, inoportuna, y siempre dada a las bromas sin gracia. Debido a las inclemencias del tiempo, el avión deberá realizar un aterrizaje de emergencia, lo que motivará que los tripulantes señalados –Eddie los denominará “los cuatro mosqueteros”-, se encuentren en plena tertulia, intercambiándose sus datos en previsión de un futuro encuentro. En dicho preámbulo, el dr. Fortness comentará a Trask las dramáticas circunstancias de su pasado, llevandole a contratar verbalmente a este como su abogado, ya que desea entregarse a la justicia y revelar las verdaderas circunstancias del accidente que marcó un trauma en su vida –en su momento, indicó que él no era el conductor del vehículo-.
La tormenta amaina y el vuelo retoma su rumbo, pero la presencia de hielos y nubes, motivarán un repentino y desgraciado accidente, del que solo sobrevivirán tres de sus tripulantes. Uno de ellos será David, quien tras su pronta recuperación decidirá ponerse en contacto con las familias de los que fueron sus inesperados compañeros, pretendiendo con ello transmitir a sus respectivas familias la realidad de lo que pensaron y sintieron en sus últimas horas las personas que irremisiblemente han perdido. Este recorrido le llevará hasta diversas situaciones, que finalmente le llevarán a reflexionar y retroceder en su intención de abandonar el entorno familiar.
Resulta fácil deducir que PHONE CALL… parte de la premisa de una base dramática inicialmente atractiva. Sin resultar novedosa, nadie puede negar lo prometedor de esa revisión vital de tres personas desaparecidas ante su vida habitual, que además servirán para plasmar la mirada de ese personaje que ejercerá como hilo conductor en la andadura de los desaparecidos, y cuyas conclusiones le servirán para reflexionar en el camino emprendido. Sin embargo, y contra lo que podría ser habitual, parece que más que asistir a una película dominada por la pericia, precisión e incluso la elegancia con la que Negulesco se desenvolvía aún en aquellos años, nos encontramos con un producto caracterizado por su pobreza visual y el predominio de unos diálogos –dominados además por su rasgo moralista en ocasiones bastante molesto-, que llegan a ahogar su progresión. Toda su primera media hora queda dominada por dicho estatismo, y es algo que lastra poderosamente el conjunto de su metraje. Un compendio que adquiere una cierta fuerza con el primero de los flash-back que se suceden en el relato, mostrando el dramático pasado del dr. Fortness. Sin embargo, y estimo que de forma deliberada, las circunstancias del fatal accidente se describen de manera casi elíptica, hincándose el verdadero motor del relato con la visita de Trask a las familias de los tres fallecidos. A partir de ahí nos encontraremos con la viuda de Fortness, amargada y separada de su hijo, ante la suegra y el viudo de Bianca, que abrirán los ojos ante la verdadera personalidad de la desaparecida, o ante la escondida valía que para su inválida viuda, sobrellevaba la personalidad del impertinente y pesado esposo vendedor.
La relatividad de una convivencia difícil, la fuerza de la comprensión y el conocimiento o la extrema sutileza de una relación en la que el amor ha dejado paso a un sentimiento basado en la confianza, son elementos puestos en solfa en una película en la que, personalmente, considero que domina la personalidad de Nunnally Johnson –uno de sus guionistas y persona de extrema representatividad en la 20th Centuty Fox-, antes que la de su realizador. Y es que además recuerdo algunos títulos firmados en calidad de director por Johnson, en los que predomina ese aire plomizo que se extiende en el título que nos ocupa. Una mirada basada en elementos violentados dentro de la cotidianeidad del American Way of Life, a partir de donde se pretendía un análisis dentro de esa aparente felicidad basada en el progreso norteamericano, posterior al fin de la II Guerra Mundial. Nada de ello sería malo en sí mismo, pero lo cierto es que la forma de plasmarlo en la pantalla, en este caso carece de garra, de fuerza y de dinamismo. A lo estereotípico de su primera historia –la madre y el hijo enfrentados, que se unirán de nuevo al conocer el auténtico pensamiento del doctor torturado-, se sucede la incorporación del único apunte cinematográficamente atrevido, que finalmente deviene en ridículo. Me estoy refiriendo a los dos flash-back –iniciados con la imagen en negativo-, que muestran dos puntos de vista sobre la andadura de Bianca –ambos son falsos, y podrían haber sido insertados a partir de la aplicación de esta misma técnica por parte de Alfred Hitchcock en STAGE FRIGHT (Pánico en la escena, 1950)-. Finalmente, solo en la última de estas visitas es cuando el dominio de las claves del melodrama por parte de Negulesco llega a hacerse visible. Me estoy refiriendo al relato de la viuda de Hoke –encarnado por una estupenda y controlada Bette Davis-, que nos lleva hasta la huída de esta de su esposo y en compañía de su amante, a lo repentino del accidente que le llevará a su invalidez, su asumida soledad y al retorno de ese esposo que hasta entonces despreciaba. Un pequeño fragmento narrado con sobriedad y sentido del ritmo, que lamentablemente dará paso a los compases finales del film, dominados por el retorno del protagonista a su entorno familiar. Un apunte final de conformismo y reencuentro con la “felicidad” conyugal, que en última instancia describe bien a las claras las auténticas intenciones de este melodrama gris y desaprovechado, en el que a la pobreza de su discurso, cabe unir la insatisfacción de su alcance estrictamente cinematográfico. Una pena, viniendo de la mano de quien viene, acostumbrado en aquellos años a resultados mucho más solventes.
Calificación: 1’5
4 comentarios
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