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CINEMA DE PERRA GORDA

PAULA (1952, Rudolph Maté) El secreto de Paula

PAULA (1952, Rudolph Maté) El secreto de Paula

Después de ir comprobando la estimable medianía del nivel que desprenden los títulos que he podido contemplar hasta la fecha de la filmografía de Rudolph Maté, al final voy a llegar a la conclusión de afirmar que el género en donde su obra conoció sus mejores resultados no fue en el policíaco –el más reconocido-, ni el western, sino el melodrama. No hace muchos meses disfrutaba de la sensibilidad que demostraba en MIRACLE IN THE RAIN (Milagro bajo la lluvia, 1956), en donde lograba dotar de una considerable delicadeza un argumento que se prestaba al más temible de los excesos. Pues bien, cuatro años antes ya había demostrado su destreza en dicho género –en cuya vertiente implicó todos aquellos títulos que pudo, aunque sus estructuras estuvieran insertas en otros como el ya citado western o el cine de aventuras-, brindando una magnífica aportación con PAULA (El secreto de Paula, 1952), que no dudo en considerar la obra más lograda de cuantas he podido visionar de su obra –que no son pocas-. Sin ser mencionada ni siquiera en el discreto recorrido que sobre la obra de su realizador brindan Tavernier y Coursodon en “50 años de cine norteamericano”, y partícipe de una valoración mitigada –y, sobre todo, escasas puntuaciones, lo que denota que es un título apenas visto- en el IMDB, PAULA se erige como un modélico melodrama, que podría asumir ciertas influencias del previo JOHNNY BELINDA (Belinda, 1949. Jean Negulesco), mientras que por otro lado prefigura propuestas más valoradas dentro del género, que podrían ejemplificar exponentes como BIGGER THAN LIFE (Más poderoso que la vida, 1956. Nicholas Ray), mientras que su textura se escora entre el respeto a la iconografía del género, y las tendencias realistas mostrarían la obra como directora de Ida Lupino. Lo cierto y verdad es que este cúmulo de referencias pueden describir la extraña sensación que desde sus primeros compases esgrime esta producción de serie B de la Columbia, que no oculta su voluntad de sortear lugares comunes dentro del género, insertando en su desarrollo dramático un aspecto sobrio y realista, al tiempo que no dejando de lado un elemento crítico en torno al American Way of Life que representa el matrimonio protagonista, al tiempo que su cuestionamiento se hace extensivo en torno a esa misma sociedad, que no duda en poner en tela de juicio a través de sus personajes, todo aquello que en el fondo desean en sí mismos.

Ya lo señalaba; PAULA se inicia describiendo con una considerable sobriedad el aborto que sufrirá Paula Rogers (Loretta Young), esposa del profesor universitario John Rogers (Kent Smith). Ambos forman un matrimonio medio acomodado, sobrellevando la esposa esa dramática circunstancia por segunda y al parecer definitiva vez… los análisis médicos le confirmarán que no podrá ser madre. Pese a la delicadeza que le brindará el amigo de la pareja, el dr. Clifford Frazer (Alexander Knox) y el esmero de John, Paula sufrirá en su interior un trauma que intentará disimular ante su esposo, que poco tiempo después recibe la noticia de que va a ser propuesto para ser decano en su Universidad. Aunque se vaya recuperando de forma paulatina, la imposibilidad de ser madre atormentará a la protagonista –de destacar es el instante en que sostiene a un pequeño en una de sus visitas al hospital, teniendo que dejar al poco al niño a una enfermera-, aunque no exteriorice a su esposo ese tormento interior, máxime cuando este se está preparando para consolidar la propuesta académica que ha recibido. Será precisamente en una recepción nocturna en donde su esposo resulta el anfitrión, cuando Paula atropelle accidentalmente a un niño –David Larson (Tommy Retting)-, en medio de una pequeña carretera nocturna, siendo recogido el pequeño por parte de un viejo camionero –Bascom (Will Wright)- que muestra su rechazo hacia la protagonista del hecho. A partir de ese momento, esta intentará a cercarse a su indeseada víctima –que descubriremos se trababa de un fugado de un orfanato-, que ha sido operado y ha perdido el habla y la capacidad de gestualización. Para ello se ofrecerá como ayudante en el hospital en que se encuentra este internado, dirigido por el dr. Frazer. Poco a poco este acercamiento se producirá, mientras el galeno percibirá de manera cada vez más concluyente que ella fue la causante del accidente, mientras la policía también efectúa sus pesquisas. Paula se brindará para ayudar a recuperarse el pequeño, integrándolo en su casa y ofreciéndose para darles las difíciles clases de readaptación, aun sin contar en un principio con ciertas reticencias por parte de John. Su esposa no atreverá a contarle las terribles circunstancias vividas, al intentar que ello no perjudique el acceso de este al decanato, aunque poco a poco vaya contemplando como con su perseverancia la recuperación del pequeño David vaya siendo realidad. Entre el pequeño y Paula nacerá un sentimiento más profundo, que incluso se extenderá en el esposo de esta, aunque las circunstancias del accidente pesen en el devenir de la relación existente, hasta llegar en un momento dado a poner en peligro no solo el afecto existente entre el niño y nuestra protagonista, que estará a punto de llegar a vivir la dureza de las consecuencias de su –involuntaria- imprudencia.

Aunque entre los créditos de la película figure el reputado James Poe en calidad de coguionista, no cabe duda que la visión sucinta del argumento de PAULA se prestaba para el mayor de los excesos. Sin embargo, se produce una especial comunión en la matización y la hondura de su base argumental, y el tratamiento cinematográfico que Maté logra traducir en imágenes. Y ello –obvio es señalarlo-, es lo que se erige como la base fundamental para lograr un magnífico resultado. Como antes señalábamos, desde el primer momento se atisba la voluntad de describir un drama forjado con las costuras de la sobriedad, dejando de lado cualquier tendencia a los crescendos propios del género, y por el contrario inclinándose a una mirada realista y creíble, que sabe penetrar en la entraña de sus principales personajes. Que duda cabe que uno de sus elementos vectores lo ofrece la espléndida composición de una Loretta Young, en el que quizá sea uno de sus mejores roles en la pantalla –de destacar es el derrumbe absoluto mostrado en los primeros momentos del film, la angustia contenida ante su esposo, o incluso la ambivalencia que utilizará en un momento dado, cuando el muchacho exprese su rechazo hacia ella cuando descubra que fue quien causó su accidente, forzando su conversión en una supuesta mujer malvada, para lograr con ello el revulsivo que logre devolver a David sus facultades perdidas en el mismo-, y a ella le ayuda de manera extraordinaria la frescura e intensidad mostrada por uno de los mejores niños prodigio de aquella década, el Tommy Retting que protagonizara casi de inmediato THE 5,000 FINGERS OF DR. T (Los 5.000 dedos del doctor T, 1953, Roy Rowland) –es inolvidable el primer encuentro de este, con la cabeza vendada, con Paula, en el ascensor del hospital-. Pero junto a ellos, la mirada de la experiencia, de la comprensión y sabiduría incluso, la mostrará el veterano Alexander Knox, con una magnífica composición que transmite al espectador ser conocedor de las claves del drama vivido por Paula y el pequeño David.

 

Con la ayuda de la espléndida terna de intérpretes –Kent Smith se limita a efectuar su típica composición de americano medio-, PAULA no desaprovecha la ocasión para perfilar roles secundarios como el viejo conductor de clara adscripción misógina, y en cuya personalidad se atisban elementos contradictorios como su voluntad de socorrer al accidentado, sin evitar llegado el momento alardear de su acción ante la prensa. El film de Maté logra transmitir también la sensación opresiva mostrada por esa comunidad universitaria cerrada, en la que su personal esconde bajo amables maneras un sentido del arribismo muy acusado. Ese malestar es el que impedirá a la protagonista sincerarse ante John y contarle la terrible circunstancia vivida, teniendo una secuencia ejemplar en ese travelling que la mostrará discurriendo por la fiesta tras el accidente, fingiendo sonrisas ante una colectividad que no deja de simular felicitaciones ante el próximo cargo que va a asumir su marido. Esa capacidad subversiva, que se extenderá incluso a describir la falsa inocencia del mundo infantil –la agresión que sufrirá David cuando se junte con otros niños de su edad, al comprobar estos su incapacidad para hablar; la propia actitud de venganza manifestada por este cuando por el broche que portará Paula la identifique como la causante del accidente que sufrió-, quedará inmersa con un casi total grado de acierto en el motivo central del film; la búsqueda de ese amor maternal que nuestra protagonista ha visto cercenada de forma traumática, y que inesperadamente, y a partir igualmente de otra situación traumática, se exteriorizará en un muchacho al que ha accidentado. El realizador húngaro sabrá plasmar cinematográficamente el contexto de dicho accidente, discurriendo el coche de Paula de noche por una pequeña carretera poblada de camiones. A partir del reencuentro con el niño, con la ayuda de un acertado montaje, el fondo sonoro del gran George Duning, y una planificación especialmente meditada transmitirá a través de cada secuencia y la modulación de sus planos la conversión de la ayuda a David, en el nacimiento del amor hacia este. Lo hará siempre con cotidianeidad, con voz callada, como en ese instante del baño que John practicará –casi a regañadientes- al pequeño, y en donde comenzará a simpatizar con él, o en las clases en las que este comenzará a emitir sonidos, bajo la atenta mirada de Frazer. La acertada utilización de la elipsis –para la cual se utilizarán los símbolos que indicarán los progresos del muchacho-, y el propio tono intimista del relato, lograrán modular un relato que por un momento podría acusar la ingerencia de la investigación policial –una de las elipsis evitará mostrarnos la conversación de Frazier y el inspector encargado del caso-, pero lo cierto es que PAULA parece lograr en todo instante el punto justo de equilibrio y coherencia en su trazado. Cierto es que en sus minutos finales la inesperada reaparición nocturna del viejo que rescatara al muchacho al hogar de los Rogers –por más que esté magníficamente mostrado ocultando inicialmente en sombras el rostro de Paula-, resulta un poco chirriante. Sin embargo, ello no impide reconocer que su inclusión brinda la debida lógica a la conclusión del film. Bastante antes del mismo hemos vivido una secuencia memorable cuando, tras la agresión vivida por David y el rescate que le proporciona Paula, ambos degusten sendos helados. El pequeño querrá intercambiar el suyo por el que toma la protagonista, exteriorizando su primera señal de afecto sincero al ponerle el brazo encima del hombro de esta. Sin embargo, es en ese final –resuelto además con una enorme sobriedad-, donde la emoción estallará. Será tras la discusión mantenida por parte de Paula con el viejo Bascom, dispuesto a llevarse al pequeño y denunciarla a la policía. Este contemplará la violenta situación, recibiendo inesperadamente un golpe por parte del camionero antes de darse a la fuga. Delante del inspector de policía, Frazier preguntará a David que diga si fue Paula la autora del accidente, y comprobar la actitud del muchacho. Este, en un momento conmovedor hasta la lágrima, exclamará “Ella… es mi amiga”, “mi madre”. Un catarsis que relatada puede parecer arquetípica, pero que en la pantalla se revela quizá como la mejor secuencia jamás rodada por Rudolph Maté en toda su carrera –dotada además de una enorme simplicidad-, digna de figurar en cualquier antología del drama cinematográfico en la década de los cincuenta. PAULA ejemplifica a la perfección la existencia de centenares de títulos dotados de enormes cualidades, y a los que el mero hecho de haber sido contemplados durante décadas, ha impedido recibir la estima que merecen.

 

 

Calificación: 3’5

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