THE FAR HORIZONS (1956, Rudolph Maté) Horizontes azules
Cuando uno observa una mirada desapasionada en la producción que firmó como director durante la década de los cincuenta el reputado operador de fotografía de Rudolph Maté, cabe concluir que sus apuestas en diferentes géneros -en especial las vinculadas al western y al cine de aventuras- se encontraron por lo general matizadas por una mirada extrañamente desapasionada y, en última instancia ligadas a una querencia por el melodrama. Es cierto que en este periodo realiza dos melodramas que se encuentran entre lo más logrado de su andadura como director -PAULA (El secreto de Paula, 1952) y la posterior MIRACLE IN THE RAIN (1956)-, y en los que su mirada en torno al género se encontraba revestida de una insólita sobriedad. Junto a ellas, se encuentran exponentes de géneros antes señalados que, de manera sorprendente, quedan inmersos total o parcialmente bajo el inflijo del mèlo. Hablamos de títulos más que estimables como THE MISSISSIPI GAMBLER (El caballero del Mississippi, 1953) o la posterior THE RAWHIDE YEARS (Aquellos duros años, 1956).
Pues bien, fruto de esta última corriente se encuentra THE FAR HORIZONS (Horizontes azules, 1956) que no dudo en insertar entre las realizaciones más logradas y, al mismo tiempo, más insólitas, de la singladura de Maté como realizador. Lo es, fundamentalmente, por la presencia de una mixtura que combina western y relato de aventuras, utilizando para ello una libre adaptación de unos acontecimientos históricos en el guion elaborado por Winston Miller y Edmund H. North, a partir de la novela de Della Gould Emmons. Es decir, que se vehicula del mismo modo por una propuesta de aventura colonial, basándose en la escasamente relatada en la pantalla, andadura de Lewis y Clark. Dos exploradores enviados por el presidente Thomas Jefferson, al objeto de investigar las inmensas tierras compradas por el dirigente estadounidense en Lousiana, e incluso a partir de dicha exploración, intentar atisbar la prolongación de tierras sin propietario, que tuvieran -como se intuía- su finalización en la costa del Pacífico.
La película muy pronto dejará claros dos de sus rasgos más relevantes y definitorios. Desde sus propios títulos de crédito, podremos disfrutar de ese vibrante cromatismo marca de Paramount de aquellos años 50, a partir de la extraordinaria fotografía en color de Daniel L. Fapp, con la decisiva aportación del gran técnico de color del estudio, el imprescindible Richard Mueller, y utilizando para ello el formato de VistaVision. Al mismo tiempo, desde sus primeros minutos, que servirán para presentar a la pareja de protagonistas masculinos y, sobre todo, la rivalidad amorosa que se establecerá entre ellos en torno a la acaudalada Julia Hanckok (Barbara Hale), inicialmente objeto amoroso del capitán Lewis (Fred MacMurray) y, muy pronto, ligada e incluso prometida, a su estrecho amigo, el teniente William Clark (Charlton Heston), observaremos una considerable singularidad. Esta se centrará en una deliberada huida de altibajos emocionales, yendo por el contrario hacia una estructura de episodios en los que, en líneas generales, se apostará como era habitual por su director, por una deliberada desdramatización en torno a sus incidencias.
A partir de este doble punto de partida, THE FAR HORIZONS despliega su siempre interesante recorrido argumental, por un lado, proporcionando una por momentos placentera expresión visual de aquellos exteriores naturales, que la cámara de Maté refleja con entusiasmo, utilizando una planificación que potencia su presencia, pero en ningún momento cayendo en debilidades esteticistas. Y en dicho recorrido físico y emocional, se irá desplegando la evolución de sus principales personajes masculinos, rivales en el amor, asumiendo ciertos recelos personales, inicialmente por parte de Clark -el incidente que le impedirá asumir su ascenso como capitán-, y que pronto irán mutando en la personalidad de ambos. Y en ello tendrá capital importancia la inesperada presencia de la joven Sacajawea (una excelente Donna Reed, que acierta a diluir el inicial miscasting de su rol de nativa, a base de entrega en su performance), el gran personaje de la película. Una esclava india que muy pronto se ligará a la expedición recién llegada, con el deseo de ayudarlos y regresar con ellos a la tribu de la que es originaria, para muy pronto quedar ligada hacia Clark. Esta circunstancia propiciará que por un lado este último, que aprecia a la muchacha, inicialmente se muestre receloso con ella, pero poco sucumba a su entrega, especialmente cuando ella lo cuida de manera estrecha al sufrir unas profundas fiebres. Al mismo tiempo, este creciente acercamiento ira provocando en Lewis un creciente recelo hacia su compañero, con el recuerdo siempre latente de haber sido quien le quitara a la que deseaba hacer su prometida.
En esa dualidad del conflicto interior desplegado con ese inusual triángulo amoroso, junto a la aventura exterior contemplada, lo cierto es que en no pocas ocasiones se ha comparado el film de Maté con el no muy lejano en el tiempo THE BIG SKY (Río de sangre, 1952). Y no es de extrañar que, en dicha semejanza, la película quede en desventaja con la obra de Hawks que no dudo en considerar -es una opinión poco compartida- como la cumbre de la obra hawksiana, y la cima del western de aventuras jamás llevado a la pantalla-. Olvidando dicha comparación, no cabe duda que con esta película asistimos a un relato dominado por su serenidad, la belleza de sus imágenes, la deliberada huida de altibajos dramáticos -incluso algunas peleas descritas resultan poco convincentes-. En su oposición nos encontramos ante un relato contemplativo, que no deja de brindar destellos visuales de gran fuerza -el episodio del ascenso del barco para sortear la pendiente de la catarata-, pero que se irá inclinando hacia el universo de las relaciones personales. Es algo que se materializará en torno a la creciente enajenación de Lewis con su tripulación, debido por supuesto al recelo mostrado hacia su compañero y hasta entonces amigo.
Será en esa deriva donde, por lo general, se encuentren buena parte de los mejores instantes de la película, centrados en la creciente relación existente entre el personaje encarnado por Heston y la joven india. Será un ámbito que registrará episodios tan excelentes como el inesperado vestido que impondrá a la muchacha después de que esta haya saltado al río para recuperar el instrumental del oficial. O la muy erótica y sensible secuencia en la que esta se una a él cuando se muestra delirando por las fiebres. O, finalmente, el momento en que este último no puede reprimir su amor hacia ella, al verla desfallecer en su carrera para no perderle de vista en la orilla del río.
Ese desprecio por la narrativa convencional tendrá quizá su exponente más destacado en el momento en que Lewis se reconcilie con su hastiada tripulación, fundirá casi de inmediato, y de manera inesperada, con la llegada de todos ellos al Pacífico -hay quien argumentó que esa inesperada decisión cinematográfica obedeció a limitaciones de presupuesto-. En todo caso esa inflexión anti dramática nos predispondrá a unos instantes finales que destacarán por una intensidad emocional hasta ese momento ausentes en la película. Me estoy refiriendo a la secuencia desarrollada en la Casa Blanca, donde Sacajawea, dispuesta a compartir su vida con Clark, mantenga un encuentro confesional con Julia, donde se revele que ambas mantienen su amor con este, y la nativa asuma con dolor que nunca podrá ser feliz en un contexto de progreso donde jamás podría integrarse. Se trata de esa secuencia extraordinaria, donde la cadencia en la movilidad de la cámara, la intensidad de las dos actrices, la utilización de luces y sombras, e incluso el aprovechamiento del lujoso entorno de producción, alcanzará un admirable grado de intensidad, que tendrá su justa conclusión con el pasaje posterior, en donde Julia lee a Clark la carta redactada por su amada, mientras la cámara se superpone al rostro de esta, aliándose en un carruaje de aquel contexto, mientras su rostro entre lágrimas se superpone al relato en off de sus líneas- Todo ello, en unos instantes finales conmovedores, que subliman por completo esta película quizá imperfecta aunque, no cabe duda, repleta de cualidades y sugerencias.
Calificación: 3
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