OUTLAND (Peter Hyams, 1981) Atmósfera cero
Que, al inicio de la década de los ochenta, la ciencia-ficción cinematográfica se encontraba a la expectativa, creo que es algo que se encuentra fuera de toda duda. Habían pasado pocos años desde el estreno casi simultáneo -y el éxito comercial- de dos vías alternativas a la hora de abordarlo, desde una perspectiva mainstream. Hablamos por un lado de STARS WARS (La guerra de las galaxias, 1977. George Lucas) y, por otro, de CLOSE ENCOUNTERS OF THE THIRD KIND (Encuentros en la tercera fase, 1977. Steven Spielberg). Ni que decir tiene que propuestas tan apasionantes -y libres- como la previa PHASE IV (Sucesos en la IV fase, 1974. Saul Bass) ni contaban. Pero el acceso a los ochenta fue precedido de la llegada de SUPERMAN (Supermán, 1978. Richard Donner) en una apuesta por el space opera, antes que por una mirada, de entrada más adulta, al género -siempre planteada como punto de partida, no en la valía de sus resultados-.
Es en este contexto donde cabe destacar el interés de Peter Hyams por insertar su nombre en esta segunda vertiente. Será algo que intentará por vez primera con CAPRICORN ONE (Capricornio Uno, 1977) ficción que apostaba por una fraudulenta llegada del hombre a Marte, y de la que tengo un recuerdo tan lejano -de niño- como moroso, ya que la recuerdo como una película profundamente aburrida. Cuatro años después reincidiría con un proyecto más interesante, OUTLAND (Atmósfera cero, 1981) que protagoniza estas líneas, y que en su momento despertó cierta atención. Quizá ello sería el abrazo del oso para Hyams, ya que tres años después se atrevió con asumir la continuación de unos de los tótems intocables del cine moderno, y de la mano del propio Arthur C. Clarke, dar vida a 2010: THE YEAR WE MAKE CONTACT (2010: Odisea dos, 1984). La película fue vapuleada desde su abierta carencia de atractivo, lo que de entrada cerró la puerta a la posibilidad de Hyams de definirse como un realizador personal en el género, cuando desde el primer momento lo que se dirimía en él era una actualización de artesanos del pasado como Joseph Pevney o Byron Haskin. Curiosamente, cuando de manera más asumida adquiría dicha condición, es cuando afloraban sus cualidades más destacables como narrador, como demostraría en la que quizá fuera su realización más solvente; el remake de la -con todo- superior THE NARROW MARGIN (1952, Richard Fleischer), que propuso con la atractiva NARROW MARGIN (Testigo accidental, 1990).
En un futuro indeterminado, un grupo de trabajadores terrestres se encuentran trabajando en lo que supone una mina encuadrada en una alejada luna de Júpiter. Hasta allí se ha incorporado como comisario William T. O’Niel (Sean Connery), asumiendo en su vida personal un conflicto con su esposa Carol (Kika Markham), que no se aclimata a una existencia alejada de la tierra. Junto a esa crisis de pareja, el comisario se irá enfrentando a una extraña sucesión de muertes, en apariencia inconexas entre sí, protagonizadas por trabajadores de la mina que trabajan al mando de empresas que no se visualizan, y que, en dicho emplazamiento, se encuentran comandados por el oscuro Sheppard (Peter Boyle). Las investigaciones de O’Niel, ayudado por la inicialmente reticente doctora Marian Lazarus (Frances Sternhagen), comprobará que la realidad de las muertes se centra en una droga que amparan los propios mandos de la mina -canalizados por Sheppard-, para con ello aumentar de manera salvaje la productividad de los operarios, aún a costa de con ello ir minando la psicología de estos.
Contra todo pronóstico -sobre todo despreciando la tentadora, y nunca detallada, proposición de Sheppard, el atormentado comisario proseguirá en su sendero de descubrir y llegar hasta el final en su investigación, mientras su esposa se dispone a huir en una nave de aquel contexto para ella irrespirable. Todo irá configurando una sombría telaraña en torno al protagonista, que en sus pesquisas le va a permitir descubrir que un comando ha sido destinado por la propia empresa para liquidarlo, pero no por ello menguará su interés en culminar sus pesquisas, aunque observe que en su entorno se encuentra absolutamente solo y sin ayuda posible.
Con el paso de los años, si por algo se recuerda OUTLAND, es por proponer una singular variación del conocido western de Fred Zinnemann HIGH NOON (1952, Solo ante el peligro). Ese argumento de un héroe solitario espoleado y amenazado por la colectividad que le rodea, en esta ocasión se traslada a un contexto espacial que, paradójicamente, es abandonando en un muy segundo término, más allá de aprovechar el uso del formato panorámico. Todo ello caracteriza un relato mayoritariamente desarrollado en oscuros interiores, que de manera paulatina se va introduciendo en el sendero de la abstracción. A partir de estas premisas, en realidad la entraña del film de Hyams se estrella entre sí a partir de diversas coordinadas que, si bien por un lado aciertan al otorgarle un cierto grado de interés, por otro impide que su alcance sobrepase la barrera de lo interesante, por más que algunas de sus secuencias alcancen un cierto grado de intensidad.
Y es que en el devenir de OUTLAND se entremezcla una cierta tendencia a la morosidad narrativa, por otro lado, habitual en su director. Por otro se agradece que no incurra más de lo necesario en la iconografía del género en que se enclava -lo que en ocasiones permite preguntarse porque se eligió a la hora de insertar su base argumental- y en ciertos momentos se aprecie con mayor facilidad de la deseable, esa estética eighties que tan mal ha envejecido con el paso del tiempo. También resulta resulta hasta cierto punto decepcionante la resolución de ese enfrentamiento casi existencial del protagonista, tras superar y vencer un acoso de enormes proporciones. Sin embargo, donde la película logra sus mayores cualidades, reside en primer lugar en una vigorosa, claustrofóbica y sombría atmósfera. También, en la fría y aséptica descripción de los desvaríos de diversos operarios, que iniciarán una inquietante deriva violenta. En cualquier caso, lo más perdurable de esta curiosa producción, reside en aquellas secuencias donde Hyams logra con algo más que eficacia, establecer las relaciones de sus principales personajes, Será algo en lo que ayudará poderosamente su cast, en especial un espléndido Sean Connery, en una de sus interpretaciones más intensas. Así pues, ya en la primera secuencia mostrada entre el comisario Sheppard -magnífico Peter Boyle- percibiremos una casi irracional oposición entre ambos. Lo mostrarán las secuencias de contacto de O’Niel y su esposa -esta siempre desde un monitor- en especial aquellas en que la segunda le muestre su tremenda imposibilidad de mantener su vida en aquella estación espacial. Y esa conexión de caracteres tendrá una especialmente afortunada plasmación en la relación establecida entre el protagonista y esa médica hastiada y abandonada por todos. En el fondo, será la confluencia de dos seres solitarios, que en un momento de sus vidas se ayudarán para emerger de un contexto de soledad compartida, brindado esa veterana doctora un pasado que desconocemos, para al menos permitir a su inesperado amigo retornar a su estabilidad familiar.
Calificación: 2’5
2 comentarios
Juan Carlos -
Sevisan. -