MIRACLE IN THE RAIN (1956, Rudolph Maté) [Milagro en la lluvia]
Reconocido director de fotografía, el húngaro Rudolph Maté desarrolló una cómoda andadura dentro del cine norteamericano a partir de la segunda mitad de la década de los cuarenta. Cerca de una treintena de títulos forjaron una filmografía en la que predominaron títulos más o menos apreciables, aunque entre lo que he tenido oportunidad de contemplar hasta la fecha, con la excepción del policíaco D. O. A. (Con las horas contadas, 1950) –quizá debido a las posibilidades que le brindaba su guión-, siempre he detectado una extraña frontera en sus títulos. En ellos predomina la corrección, pero del mismo modo se ha ausentado la garra, el riesgo, la ausencia en definitiva de ese plus que separa el oficio de la auténtica inspiración, que en la filmografía de Maté se da cita en secuencias concretas, pero se ausenta en el conjunto de sus obras. Es por ello que no puedo ocultar la sorpresa que me ha producido el visionado de MIRACLE IN THE RAIN (1956), en donde se percibe una sensibilidad infrecuente en su cine. Cierto es que una mirada atenta al mismo, revela la querencia del realizador por inclinar todas sus propuestas de género –western, aventuras, policíaco- al marco del melodrama. Sin embargo, estoy convencido que en ninguna ocasión como esta, esa preferencia oculta del realizador se plasmó con un resultado tan notable, tan a flor de piel, y al mismo tiempo tan contenido y pudoroso. Sin haber visto buena parte de sus títulos, no creo aventurar mucho al señalarlo probablemente como el título más logrado de su filmografía.
MIRACLE… nos cuenta la crónica de una cotidianeidad. La que protagoniza la joven y sensible Ruth Wood (una maravillosa Jane Wyman), empleada de un negocio de calzado, que vive una existencia gris y frustrante en compañía de su madre, una mujer amargada desde que bastantes años atrás fuera abandonada por su marido, de quien no ha tenido noticias. La acción de la película se sitúa en Nueva York, marco donde nuestra protagonista sobrelleva una cotidianeidad marcada además por una timidez envuelta en nobleza. Esa grisura existencial se interrumpirá de la noche a la mañana, cuando en una jornada de lluvia conozca al soldado Art Hugenon (Van Johnson). Lo que iba a suponer un contacto efímero, será el punto de partida para que Ruth encuentre una nueva ilusión en su vida. En muy pocos días prenderá el amor entre ambos, aprovechando un permiso del voluntario en la ciudad de la gran manzana. Ambos vivirán un inesperado y sincero romance, siendo acompañados en ocasiones por la amiga más estrecha de Ruth –Grace (la estupenda Eileen Heckart)-. La fuerza y sinceridad de la relación quedará bruscamente interrumpida al retornar de forma inesperada Art a la contienda, aunque antes de partir establezca un compromiso con la mujer de la que se ha enamorado. La muchacha vivirá emocionada el tiempo en que su prometido se encuentra ausente, escribiéndole todos los días aunque no vea respondidas sus misivas, hasta que un día le notifiquen la muerte en combate del hombre que había encendido una luz en su vida. Será el detonante para que se imbuya de un absoluto pesimismo y desapego hacia todo cuanto le rodea, exteriorizando el dolor que ha supuesto para ella la desaparición de la persona a quien amaba, y que le había permitido emerger de una vida poco estimulante, y no encontrando más estímulo más que en su inesperada visita a la Catedral de San Patricio.
Lo primero que llama la atención en la película es ese logrado tono de comedia urbana y, de manera muy especial, el protagonismo que adquiere la ciudad de Nueva York, que llega a incorporarse como un personaje más del relato. Retomando de alguna manera las características que planteaba el lejano y atractivo film de Vincente Minnelli THE CLOCK (1945), la película casi permite que “respiremos” la cotidianeidad de la gran urbe, insertando en ella el encuentro de la pareja protagonista. Ayudado de la hermosa sintonía sonora de Frank Waxman, y sobre todo de la cadencia que de forma inesperada brinda Maté en su puesta en escena, la relación de los dos inesperados amantes aparece sincera y creíble en la rapidez con que esta se consolida. De alguna manera, parece que esas secuencias de exteriores prefiguren aquellas que apenas cuatro años después caracterizarían las de la inolvidable BREAKFAST AT TIFFANY’S (Desayuno con diamantes, 1961. Blake Edwards), sorprendiendo al espectador en la modernidad con la que un realizador caracterizado por el tratamiento de géneros más o menos tradicionales, incorpora a la hora de configurar un melodrama de innegable eficacia en su trazado. Dentro de un terreno que podría haber tratado en su momento Frank Borzage, o que en sus momentos más emotivos recuerda el memorable THE CROWD (… Y el mundo marcha, 1928) de King Vidor, la apuesta por un drama contenido e intimista, estoy convencido que ya se encontraba presente en la base argumental y el guión ofrecido por Ben Hetch. Sin embargo, es de justicia reconocer la calidez y sensibilidad que su realizador supo aplicar en todo su metraje. La capacidad para describir el hogar triste y desencantado en el que Ruth convive con su madre, una mujer amargada que mantiene en el recuerdo el abandono que vivió de su esposo, teniendo su única compañía en esa vieja vecina, entregada y al mismo tiempo gritona, que solo estará presente para agudizar ese desencanto en la lejanía de los hombres que sobrelleva su prematuramente envejecida progenitora.
La película destaca precisamente en eso, en la precisión de la definición de sus personajes -todos ellos espléndidamente encarnados-, incorporando apuntes de comedia que se insertan sin estridencias –la amante que mantiene el jefe de Ruth, cuyo cambio de actitud será consecuencia del sufrimiento que padecerá esta al comunicársele la muerte de Art- pero ante todo, brindando una delicadeza inusitada en momentos como la despedida de los dos amantes, cuando este le entrega ese anillo de compromiso que perteneció a su madre. Junto a esta historia de amor tardío, MIRACLE IN THE RAIN introduce con enorme sensibilidad la historia paralela del padre de Ruth, que se ligará mediante el sonido de la melodía que este compuso antes de abandonar su hogar, en un momento de grave crisis personal. Será uno de los mayores aciertos de la película, incardinando la aventura de este veterano pianista que conoce a su hija, pero en el fondo no se atreve a acercarse a ella ni volver a ver a su mujer. En realidad, el film de Maté podría articularse como una modernización de esos argumentos que dieron esplendor al género a finales del periodo silente o en la década de los años treinta. Esa capacidad para retomar un estilo de probada eficacia en el pasado, sabiendo actualizarla en las postrimerías de una renovación cinematográfica, debería quedar en el haber de un cineasta por lo general humilde y eficaz, aunque en esta ocasión verdaderamente inspirado. Esa inspiración que le brindarán momentos tan emocionantes como las lágrimas de Ruth que caerán encima del escrito en que comunican la muerte de su amado. Todo en la película resulta tan emocionante, tan sincero, tan medido, que puede asumirse sin demasiado pudor la peligrosa tendencia a la cursilería que propiciará ese inesperado y sobrenatural reencuentro vivido por la pareja, sublimado en sus instantes finales por la presencia física de ese colgante, que ratificará a Grace la autenticidad de dicho encuentro. Será una leve concesión a una imaginería religiosa, que quizá impida considerar la película de Maté con mayor alcance del que su conjunto prefigura, pero que no empaña el logro de esta historia que sus pasajes finales integran de nuevo en la cotidianeidad de la gran urbe neoyorkina, y que debería ocupar, siquiera sea en voz baja, un cierto reconocimiento como singularidad en el melodrama de su tiempo.
Calificación: 3
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JORGE T. -