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CINEMA DE PERRA GORDA

RESTLESS (2011, Gus Van Sant) Restless

RESTLESS (2011, Gus Van Sant) Restless

Es común entre el conjunto de amantes del cine y el colectivo de comentaristas y críticos, encontrar cada año títulos que son recibidos con unánime alborozo, otros que se sobrevaloran, no pocos se rechazan y, parte de ellos suscitan la controversia. Será sumamente curioso establecer un estudio sobre las oscilaciones que se establecen con el paso del tiempo en la valoración de determinados títulos, incluso entre el mismo aficionado o comentarista. Viene esta digresión a colación tras contemplar –y en buena medida disfrutar-, de RESTLESS (2011), una producción de Gus Van Sant, que en líneas generales recibió un sonoro varapalo –sobre todo entre la discutible crítica norteamericana-, pero que se ha extendido en su tímida recepción nuestro país. Las calificaciones de cursi, relamida, de propuesta teen, se han extendido casi al dictado, como si no hubiera margen para la disensión de una formulación que parecía inapelable. En mi caso, al haberla contemplado con la suficiente inocencia de no haber leído ninguna de estas valoraciones, me ha permitido a posteriori, sorprenderme de dicha negativa valoración. Y no me llevo esta impresión por el hecho del rechazo en sí mismo, sino ante todo por que considero que más allá de parecerme un film sensible, provisto de una extraña y enfermiza delicadeza, ante todo responde punto por punto al mundo visual y temático de su realizador. Es decir, que resulta extraño que cualquiera que se entusiasmara con GERRY (2002) o ELEPHANT (2003), por citar dos arriesgadas propuestas de Van Sant que lograron un consenso en su valoración, se pueda sentir defraudado al vivir la singular historia argumentada por Jason Lew, ya que su plasmación a la pantalla lleva desde el primer momento el sello y el marchamo del cine más personal de Van Sant. Mucho más que, por ejemplo, el por otro lado espléndido MILK (Mi nombre de Harvey Milk, 2008), que se centraba en el seguimiento de una historia que le podía afectar personalmente, pero que respondía a unos cánones de narrativa más tradicional. Por el contrario, en RESTLESS nos encontramos de nuevo con ese mundo por momentos irreal, en otros mágico, que ya se podía percibir en títulos hoy día considerados clásicos, como MY OWN PRIVATE IDAHO (Mi Idaho privado, 1991), adentrándose en el tratamiento de personajes jóvenes, definidos por unos rasgos y personalidades singulares e incluso extrañas, pero expresados ante la pantalla con una delicadeza y sensibilidad no solo remarcable, sino ante todo personalísima.

A grandes rasgos, la película relata –o más bien evoca- el singular romance que se establece entre Enoch (el joven Henry Hooper, hijo del desaparecido Dennos Hooper, un auténtico prodigio de naturalidad y mundo interior ante la pantalla), un muchacho introvertido y taciturno, totalmente dominado por el trauma del accidente que acabó con la vida de su padres y a él lo mantuvo en coma durante un tiempo –en el que manifestó estar muerto durante unos minutos-. Enoch exteriorizará esa obsesión asistiendo a funerales de manera ritual sin conocer a los fallecidos ni sus familias, ataviado de negro, y siempre con la mirada limpia de quien cree encontrarse muy cerca de ese “otro lado”. Un lado, el de la muerte, del que en un momento dado señalará no hay nada, pero que contradice con la constante comunicación y presencia que mantiene con el afable fantasma de un soldado kamikaze japonés, en realidad el único ser con el que exteriorizará su personalidad. En uno de dichos funerales, Enoch conocerá a Annabel (magnífica Mia Wasikowska, estableciendo una admirable química con el joven Hopper), quien detectará el hecho de que este no forma parte del mismo –ser el único asistente que viste de negro lo delatará-. Será el inicio de una historia sensible, del contacto entre dos seres desamparados, ya que Annabel muy pronto descubrirá la circunstancia de ser víctima de la fase terminal de un cáncer, con una esperanza de vida de tres meses, que acometerá con una convencida entereza.

Dicho punto de partida, nos adentrará en una insólita, ligera y al mismo tiempo sensible historia de amor, que de alguna manera podría definir esta película, como una curiosa y entrañable combinación entre HAROLD AND MAUDE (Harold y Maude, 1971. Hal Ashby), SWEET NOVEMBER (Dulce noviembre, 1968. Robert Ellis Miller) y su remake de 2001, firmado por Pat O’Connor o el díptico de Richard Linklater BEFORE SUNRISE (Antes de amanecer, 1995) / BEFORE SUNSET (Antes del atardecer, 2004). Partiendo con ventaja de al menos tres de los títulos citados, Van Sant despliega ese mundo propio basado en imágenes ligeras, casi evanescentes, de relatos a los que despoja de dramatismo pese a la dureza que existe en lo que narra –el ejemplo más pertinente de su obra en esa faceta, se establecería en la descripción de la matanza que centraba la mencionada ELEPHANT-. El realizador cuida de manera admirable el aspecto plástico y naturalista de sus imágenes, acentuando el lado poético de las secuencias desarrolladas en entornos naturales, y por el contrario describiendo sin incidir en exceso, el aspecto alienante de las descripciones urbanas. Sin embargo, y como sucediera en tantas otras ocasiones en su cine, ese contraste adquiere en RESTLESS una coherencia notable, ante todo basada en la huída de ese dramatismo que podría establecer la dureza del tema elegido, y que se soslaya en sus instantes más proclives a ello –es admirable como con apenas tres planos y el uso de la elipsis, el espectador advierte la noticia desconocida hasta entonces, de la enfermedad terminal de Annabel; del mismo modo, su muerte quedará descrita una vez más en el over narratuvo, describiendo ese funeral anticonvencional –que sus asistentes no dejarán de ver con recelo-, que había deseado junto a Enoch. Un muchacho que en ese momento demostrará la importancia que para él ha dejado ese breve pero profundo romance, exteriorizado en su forma de vestir –utilizará un traje sobrio pero abandonando el negro, y que además le hará parecer un ser más maduro- culminando la película con ese intento de pronunciar unas palabras, que cerrará con una sincera sonrisa de complicidad.

Sin embargo, lo más hermoso de RESTLESS reside en la capacidad de Gus Van Sant para centrar el relato en la intensidad con la que dirige a sus jóvenes intérpretes, de los que extrae matices de una sinceridad y naturalidad admirable. Una vez más, apostará por seres bellos –sobre todo el muchacho-, seres adolescentes a los que aplicará esa mirada de regusto gay que embellece a esos jóvenes y desconocidos intérpretes, de cuya escuela han surgido no pocos jóvenes valores. Esa presentación de Enoch atractiva y extrañamente vestido negro utilizando botas altas, la entrega con la que filma sus primeros planos, delatan esa capacidad para entregarse al rostro masculino, en una vertiente en la que podría considerarse como un auténtico sucesor de directores como Nicholas Ray o Joshua Logan. Y del primero de los citados podría también atender esa mirada compasiva y cómplice ante dos jóvenes que de manera casual encontrarán un fragmento de sus vidas –el final para Annabel-, para establecer una relación tan inusual como apasionante, tan anticonvencional como sincera, en la que incluso el espectador y la propia joven, a punto de encontrarse con naturalidad ante el hecho físico de la mortalidad, encontrará la inesperada ayuda de Hiroshi (Ryo Kase), ese entrañable y cotidiano fantasma kamikaze japonés, que bien podría suponerle la señal de que se encuentra solo ante el fin de la primera parada.

Revestido de sensibilidad, obviando por fortuna numerosos clichés que, sorprendentemente, buena parte de la crítica le ha objetado, RESTLESS es un título que a mi juicio mantiene el buen nivel de la filmografía de Gus Van Sant, resulta fiel a su modo de trasladar el hecho cinematográfico, deviene más personal que algunos de sus títulos más exitosos, y se basa en pequeñas miradas, en gestos imperceptibles, en una narrativa centrada en planos fijos, en secuencias que captan el sentimiento interno que reflejan sus personajes. Cierto es que esa sensibilidad, ese grado de acierto, no se encuentra presente de manera homogénea en todo su metraje. Hay algunos momentos en los que se percibe la sensación de que la inspiración deja paso a un atisbo de convencionalismo. Por fortuna, esa impresión tiene una presencia lo suficientemente menguada para apreciar esta película sencilla, intimista, vitalista y triste al mismo tiempo, que pese a haber sido recibida con hostilidad y tener una carrera casi invisible, estoy seguro crecerá en su aprecio según transcurra el paso del tiempo.

Calificación: 3

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