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CINEMA DE PERRA GORDA

THE LIMEY (1999, Steven Soderbergh) El halcón inglés

THE LIMEY (1999, Steven Soderbergh) El halcón inglés

Rodada entre la –para mi- discreta y hipervalorada OUT OF SIGHT (Un romance muy peligroso, 1998) y la simpática al tiempo que televisiva ERIN BROCKOVICH (2000), parecía que THE LIMEY (El halcón inglés, 1999) se proponía como una apuesta de su realizador, Steven Soderbergh más cercana a un tipo de cine policíaco, intimista, alejado a primera instancia de esas supuestas “audacias”, que a tantos comentaristas y aficionados han encandilado durante casi dos décadas. Sería, a este respecto, bastante interesante, intentar analizar las causas de cómo un realizador de caudal tan limitado, ha logrado ofrecer “gato por liebre” en una andadura repleta de títulos insustanciales, bañados por una falsa patina de pretendida audacia. Es por ello, ahora que parece que su retirada de la dirección parece un hecho consumado –algo que todavía está por ver-, el visionado de esta narración policiaca basada en un guión de Lem Dobbs, podría aparecer como una de esas extrañas ocasiones, en las que Soderbegh deja de lado dicha innata inclinación, para habernos ofrecido una de esas pequeñas perlas neo noir que en los últimos años se han destacado dentro de la producción cinematográfica –exponentes tan notables como TWILIGHT (Al caer el sol, 1998. Robert Benton), L. A. CONFIDENTIAL (1997. Curtis Hanson) o el más cercano BEFORE THE DEVIL KNOWS YOU’RE DEAD (Antes que el diablo sepa que has muerto, 2007. Sidney Lumet)-.

Y lo cierto es que de entrada se tenían todos los ingredientes para que asi fuera. La presencia de un intérprete con un background como es el veterano Terence Stamp –de quien con bastante acierto se insertan imágenes de la película POOR COW (1967, Ken Loack, invocando la supuesta juventud del personaje. La presencia igualmente de la magnifica y nunca suficientemente valorada Lesley Ann Warren, o el contraste que su argumento establece entre un determinado tipo de ética añorante del pasado, y el lujo que se manifiesta del Los Ángeles de la ambientación temporal del film. Todo ello, se pone al servicio de la historia de la presunta venganza de Wilson (Stamp), un delincuente inglés que ha sido puesto en libertad, tras cumplir condena por el atraco en el que fue encausado –al parecer, su historial delictivo es casi una forma de vida-. Este se traslada hasta la citada Los Ángeles, para averiguar las causas por las que falleció su joven hija, que intuye sobrepasaron la versión oficial de la muerte en un accidente de tráfico, rematado además por un espectacular incendio. Sin embargo, en la mente de enigmático personaje se percibe la casi certeza de que algo extraño pasó con esa joven con la que, en realidad, poco confraternizó, puesto que sus recuerdos se remontan a los años más tempranos de su relación con la entonces niña.

En realidad, no se trata de algo que no hayamos visto en la pantalla en numerosas ocasiones, si bien es cierto que por debajo del andamiaje que propone Soderbergh, se esconde lo que bien podría haber sido la plasmación crepuscular de una relación perdida entre padre – hija, o bien la casi imposibilidad del reencuentro de un asidero existencial para un hombre que ya ha agotado la posibilidad de encarar su vida dentro de los márgenes de una determinada estabilidad emocional. Lo cierto y verdad, es que en THE LIMEY hay una constante lucha entre esa sensibilidad y aire crepuscular que “respira” en ocasiones entre sus fotogramas –sobre todo entre determinadas secuencias desarrolladas entre Terence Stamp y Lesley Ann Warren-, y la aplicación de esas licencias visuales que personalmente siempre han encubierto la relativa –y en ocasiones clamorosa- vaciedad del cine de su realizador. Se trata de una apuesta en este caso por intentar conciliar al hombre de acción que es el protagonista, con sus propios pensamientos e impulsos. Con sus recuerdos, sus impresiones, intentando oscilar saltos en el tiempo, aplicando esos juegos fotográficos que se harán marca de fábrica con posterioridad, ejerciendo él mismo en otras de sus obras como operador bajo el seudónimo de Peter Andrews. En realidad, contemplando THE LIMEY, tengo la impresión de que su propio director es la víctima y el verdugo de una película pequeña, de ajustada duración, que podría haber resultado un título evocador y entrañable, pero que poco a poco queda herida por su propia carencia de verdadera fuerza dramática y, de manera muy especial, la falta de contención por parte de su propio artífice, a la hora de recaer en una serie de tics que han ido adueñándose de buena parte de su obra. Una obra en la cual, pese a todo, podemos incluir esta película entre sus exponentes discretos pero no desdeñables. La capacidad descriptiva que demuestra a la hora de mostrar una fauna humana por lo general digna de poco aprecio –cuando no del más profundo rechazo-, la presencia de una serie de seres dominados por los más bajos instintos –sobre todo aquellos que rodean al despreciable Terry Valentine (Peter Fonda)-, algunos buenos episodios definidos por la violencia –como el asedio a la mansión del mencionado Valentine; el detalle que comprueba este de ver desaparecida la foto de la joven muerta que tenía enmarcado en la misma, tras la celebración de su fiesta-. Son todos ellos, elementos que redimen una película que decepciona en función de las expectativas generadas, que se integra en realidad en el conjunto de una filmografía a mi juicio decepcionante y de falso oropel –aunque ocasionalmente poblada con algún título atractivo-, pero que de todos modos se eleva ligeramente de otros caracterizados por su vacuidad y que nunca dejaré de reconocer como sonoras mediocridades. Tal es el caso de la galardonada TRAFFIC (2000), uno de los bluffs cinematográficos más sonados de su artífice… tan aclamado en el momento de su estreno, como justamente olvidado con posterioridad. En fin, Behind the Soderbegh.

Calificación: 2

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