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CINEMA DE PERRA GORDA

BEHIND THE CANDELABRA (2013, Steven Soderbergh)

BEHIND THE CANDELABRA (2013, Steven Soderbergh)

Intentando justificar mi desmarque de la ola de entusiasmo que ha provocado allá por donde se ha exhibido, me gustaría proponer una simple aseveración, que creo podría clarificar considerablemente la recepción de BEHIND THE CANDELABRA (2013), la supuesta última obra cinematográfica firmada por Steven Soderbegh. Simplemente me atrevo a preguntar ¿habría vivido su resultado la misma aclamación si en lugar de ser sus protagonistas Michael Douglas y Matt Damon, se hubieran elegido intérpretes de mucha menor enjundia? Dejo en el aire esta circunstancia, que considero nada baladí, puesto que sinceramente creo que la presencia de estas dos estrellas de Hollywood, embarcadas en una historia de trasfondo abiertamente gay, y el propio y pacato hecho de contar con el rechazo de los grandes estudios para llevar adelante el proyecto, son las circunstancias que, finalmente, han otorgado ese plus de legitimidad, a una película –da igual que haya estado rodada finalmente para un canal televisivo, se podría proyectar perfectamente en pantalla grande sin demérito alguno-, que en realidad no ofrece más que una suma de cotilleos, entre la relación que el extravagante pianista Liberace –más conocido por su apego kitsch y su considerable pluma que por su talento como tal músico-, mantuvo con Scott Thorson. Un joven este de considerable belleza, con el que se encaprichó tras un inesperado encuentro en su camerino allá por 1977, prolongándose por seis años hasta que la ruptura entre ambos se materializó, debido a los recelos que entre el veterano cantante provocaba la actitud de Thorson, introducido en el mundo de las drogas y estupefacientes, y por parte del joven, celoso de convertirse en un ser absolutamente pasivo, que contemplaba sin poder remediarlo como su amado no dejaba de embarcarse en otras aventuras con jóvenes, haciendo gala de un insaciable apetito sexual.

¿Hay para más en el film de Soderbergh? Con sinceridad, creo que no. En realidad, BEHIND THE CANDELABRA se ofrece como una lujosa, entretenida, revista de cotilleos gay, evocándonos la figura de un ser tan estridente como olvidada. A través de los recuerdos que proporcionó el libro escrito por el propio Thorson años después, asistimos a la exhuberancia del personaje creado e interpretado en todo momento por ese Liberace –al que recuerdo aún en su juventud interpretando un delirante vendedor de ataúdes en la sensacional THE LOVED ONE (Los seres queridos, 1965. Tony Richardson)-, todo desmesura, capaz a través de su innegable carisma, de atraer la atención y el deseo de jóvenes efebos, con los que mantuvo constantes conquistas amorosas, aunque en su exterior, y contra la fácil exteriorización de su amaneramiento, siempre viviera constantemente armarizado, incluso aplicando querellas contra aquellas publicaciones que se atrevían a cuestionar su sexualidad. Querellas que ganó en todo momento, como un punto de ironía y rebeldía ante una sociedad que se reía y al mismo tiempo disfrutaba de un artista que hizo del exceso y lo chirriante su máxima señal distintiva.

Sin embargo, el film de Soderbergh se ciñe a un relato convencional –para lo bueno y para lo malo-, relatándonos la progresivamente tormentosa relación de dependencia existente entre Thorson, joven de gran atractivo, y un Liberace que no se resignará a envejecer exteriormente, embarcándose en una cirugía plástica que solo contribuyó a acentuar  su chirriante imagen artística. Siguiendo el sendero de títulos recientes como MY WEEK WITH MARILYN (Mi semana con Marilyn, 2011. Simon Curtis) o ALFRED HITCHCOCK OF THE MAKING OF “PSYCHO” (Hitchcock, 2012. Sacha Gervasi), en realidad BEHIND THE CANDELABRA aparece como una lujosa descripción del oropel del mundo de las variedades, de Hollywood incluso, en ese espacio de tiempo que va de la segunda mitad de la década de los setenta, hasta el inicio de los ochenta, en donde el fantasma del sida se convertirá en una auténtica plaga dentro del mundo del espectáculo de aquel momento. Dentro de dichos márgenes, Soderbergh ofrecerá su máxima apuesta en la magnífica performance de un Michael Douglas en estado de gracia, encarnando a Liberace con toda su gama de matices, hasta el punto de parecer en algún momento que nos encontramos ante el auténtico pianista. Su manera de lucir todo tipo de joyas, ostentosos abrigos y capas, sus sonrisas, sus comentarios irónicos, son elementos que permiten sobradamente consolidar un retrato admirable, del que se presuponen caerá una auténtica catarata de galardones, en esta ocasión merecidos. En su oposición, Matt Damon ofrece un trabajo esforzado, en el que no se encuentran ausentes mohines y gestos arquetípicamente gays, pero también hay lugar para el matiz y los instantes dominados por la hondura, sobre todo al comprobar lo pasivo de su rol en la relación existente con el pianista, o su progresivo descenso a la dependencia de las drogas –mediante la adicción que le va insuflando el doctor que encarna un irreconocible Rob Lowe-.

En realidad, Soderbergh en esta ocasión se somete a un juego muy simple de puesta en escena, basado en el plano contraplano, centrado en el juego de sus intérpretes, insertando en ocasiones recorridos acompañados por músicas de la época, que sirven para complementar e ironizar ante las situaciones vividas. Sin embargo, por fortuna, el realizador renuncia por completo a sus pueriles audacias visuales y, por el contrario, no profundiza en demasía en las posibilidades psicológicas que le permitía la relación establecida entre Liberace y Thorson. Alejándose por completo de cualquier inclinación a retomar modelos barajados por cineastas tan dispares como Joseph Losey, Luchino Visconti o el más cercano Neil LaBute, BEHIND THE CANDELABRA deja de lado cualquier indagación a la hora de cuestionar una relación destructiva, o incluso el hecho de representar ambos protagonistas seres representantes de distintos estratos sociales. Ni siquiera asistimos a esa simbiosis entre la creación, el sufrimiento y la condición gay que suturaba en la magnífica GODS AND MONSTERS (Dioses y monstruos, 1998. Bill Condon), o la reflexión sobre la dependencia en el mundo del espectáculo que destilaba la excelente y olvidada THE DRESSER (La sombra del actor, 1983. Peter Yates). Nada de ello es puesto sobre el tapete, centrándose por el contrario el relato a una serie de anécdotas y situaciones protagonizadas por la pareja, que por momentos nos recuerdan los devaneos protagonizados por Richard Burton y Rex Harrison en STAIRCASE (La escalera, 1969. Stanley Donen) –por supuesto, con ventaja para esta última-.

Cierto es que la película tiene uno de sus fuertes en la recreación de unos tiempos caracterizados por la combinación entre la desmesura y la represión que supuso el descubrimiento de aquel terrible mal en pleno periodo reaganiano, pero todo ello no es más que un telón de fondo para el retrato de una relación de la que se ha procurado que sea real a través de la irrealidad de su manifestación, pero que, de manera paradójica, se ha olvidado hincarle los dientes en sus aspectos y matices psicológicos. Es algo que puede ejemplificar a la perfección su fragmento final –la mejor secuencia del film-, que nos permitirá asistir al último encuentro entre un Liberace ya consumido por el sida, ante un conmovido Thorson, escuchando de sus labios que fue el gran amor de su vida, y obsequiándole con un último anillo –una de las costumbres que albergaba para tener contentas a sus conquistas-. Sin embargo, tras un fragmento tan sincero, y describiendo una ilusión de este, el funeral se convertirá, inesperadamente, en una hipotética actuación del pianista, elevado a los cielos en una demostración de mal gusto, innecesaria inclinación por parte de Soderbegh al terreno del biopic. Grandeza y miseria de una película que en USA ha sido exhibida por la televisión, pero que formó parte de la selección oficial del último Festival de Cannes. Y lo cierto es que, no nos engañemos, no había para tanto, más allá del morbo de ver el trasero de un Matt Damon cuarentón, encarnando a un chaval de poco más de veinte años.

Calificación: 2’5

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