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CINEMA DE PERRA GORDA

THE GIRLFRIEND EXPERIENCE (2009, Steven Soderbergh) The Girlfriend Experience

THE GIRLFRIEND EXPERIENCE (2009, Steven Soderbergh) The Girlfriend Experience

Rodada tras su díptico sobre la figura del Che Guevara, y la curiosa aunque fallida THE INFORMANT! (¡El soplón!, 2009), THE GIRLFRIEND EXPERIENCE (2009) nos devuelve al Steven Soderbergh más experimental, atrevido, abstracto, tedioso, vacuo –táchese lo que no proceda-. Lo cierto y verdad es que la propuesta minimalista que nos brinda esta crónica de unos pocos días en la vida de Chelsea (Sasha Grey), como sofisticada y deseada prostituta de lujo en Manhattan, que al mismo tiempo comparte una relación sentimental abierta con el joven y atractivo monitor de gimnasia Chris (Chris Santos), nos adentra de manera muy cercana a las obsesiones más certeras de su realizador. Es más, me atrevería a señalar que esta es una de las obras suyas más personales o, lo que sería más correcto señalar, las que mejor definen el alcance de la verdadera dotación del cineasta. Para unos un Artista con mayúsculas, para otros un vendedor de humo, lo cierto es que mi opinión sobre su obra se acerca más a la segunda de las vertientes citadas, sin que ello me evite reconocer su inquietud visual, aunque ello vaya en muchas más ocasiones de las deseadas, acompañado por una serie de tics que, en realidad, esconden la ausencia de densidad de una parte creciente de su cine. Es así como su en ocasiones demostrada valentía a la hora de dar vida proyectos de nula repercusión comercial –lo que no debería llevar aparejado de manera necesaria que dichas propuestas posean un nivel perdurable-, con otros más descaradamente ligados a la taquilla, en los que la presencia de las más relumbrantes estrellas, demuestran el afecto que se tiene sobre la figura de este realizador, a mi juicio, sobrevalorado en líneas generales, por más que en su filmografía se encuentren algunos títulos reseñables.

Hecho este preámbulo, THE GIRLFRIEND EXPERIENCE responde de manera abierta a ese Soderbergh “experimental” –y lo pongo deliberadamente entre comillas-, proponiéndonos una crónica en la que se detectan en todo momento modas, latiguillos y elementos que en los tiempos actuales son considerados “de vanguardia”. Partiendo de la ausencia de una base argumental digamos convencional, la película no dudará en alternar situaciones entremezclando su ubicación el tiempo, entrecortando dichas pequeñas subtramas, recurriendo a un tono confesional, partiendo de una planificación en la que predomina el plano fijo compuesto por lo general atendiendo a un preciosismo que en ocasiones funciona, y en otras se antoja esteticista en grado sumo. Cualquier detractor del film podría señalar que todas estas lindezas visuales, son una cortina de humo destinada a simular la banalidad de lo expuesto y, en su defecto, los posibles admiradores incondicionales del mismo –aunque hay que reconocer que la película no tuvo una acogida demasiado positiva-, argumentar que nos encontramos ante un auténtico visionario. Personalmente, creo que detrás de esas elecciones formales en ocasiones tan innecesarias, Soderbergh logra introducir –hasta un límite medio de validez-, una mirada tan gélida como desesperanzada sobre una sociedad como la norteamericana, que en los momentos en los que se desarrolla la película, se dispone a dar el salto para adentrarse en una asegurada elección de Barack Obama como presidente. Y es a partir de las conversaciones que se escuchan en tantos y tantos episódicos roles del film –todos ellos encarnados por intérpretes anónimos-, donde podemos descubrir el impacto, el rechazo o el escepticismo que puede provenir de la llegada de una figura, sobre todo entre los acaudalados clientes de Chelsea, a quien la actriz de cine porno Sasha Grey ofrece un retrato dotado de una sobriedad casi bressoniana. Y es entre el sendero de cineastas como el propio Bresson o Antonioni, donde hay que buscar ciertas referencias a la hora de encontrar el cierto grado de hondura que presenta esta, en última instancia, inofensiva y caprichosa crónica, que no duda en alternar los tiempos de su enunciado, forzando la supuesta profundidad de lo que realmente no es más que una pequeña visión de un mundo en el que al parecer los sentimientos apenas cuentan –detengámonos en la mirada que se ofrece de la relación de Carla y Chris, desprovista del menor sentimiento, por más que entre ellos existan momentos en los que el sexo adquiera protagonismo-. El realizador, una vez más atendiendo a las labores de operador de fotografía bajo el seudónimo de Peter Andrews, se inclina por alambicar la composición de sus planos, buscando una iluminación que tienda a oscurecer la faz y, quizá con ello, los verdaderos sentimientos de la fauna humana que pulula por su escueto metraje de poco más de setenta minutos de duración.

Con sinceridad. Me sería muy fácil rechazar THE GIRLFRIEND EXPERIENCE. Podría destrozar en apenas pocas líneas sus trucos –y quien haya tenido la paciencia de leer lo hasta ahora señalado se habrá dado cuenta de ello-. Sin embargo, hay algo casi indefinible que no deja de provocarme un cierto grado de fascinación en la película, impidiéndome ese rechazo, aunque ello no sirva más que para considerar su conjunto como una propuesta cuanto menos atractiva dentro de su reconocido minimalismo. Y ese segundo término que se brinda tras su nadería expositiva. La visión acre de la condición humana que dejan entrever los clientes de Carla, el materialismo que desprende Chris, la frialdad de la protagonista, el egoísmo que podría ejercer como nexo de unión a la mayor parte de los seres que en un momento u otro hacen acto de presencia en los elaborados y en ocasiones demasiado preciosistas encuadres de la función. Tan arriesgada como en ocasiones pedante. Tan superficial como, por su rendijas, honda en una mirada que proyecta destellos en algunos instantes revestidos de una lucidez casi aterradora, lo cierto es que no nos encontramos ni con un film desechable ni con esa pretendida obra profunda y renovadora que aparenta ser. Logra, eso si, un determinado grado medio, tan desdramatizado como la propia e inesperada conclusión de su ajustadísimo metraje.

Calificación: 2’5

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