EL SEXO DE LOS ÁNGELES (2012, Xavier Villaverde) El sexo de los ángeles
EL SEXO DE LOS ÁNGELES (2012, Xavier Villaverde) se podría resumir en muy pocas palabras, señalando que se trata de una película esencialmente fallida, hasta el extremo de resultar por momentos irritante. No es la primera vez que se plantea en el cine la historia de un triangulo amoroso –uno de los más conocidos es el para mi muy sobrevalorado JULES ET JIM (Jules y Jim, 1961. François Truffaut)-, e incluso insertando en ella el componente homosexual, el cine español ya lo propuso en 1999 con SEGUNDA PIEL (Gerardo Vera). Ello de entrada no debería suponer un elemento para ir en detrimento de la apuesta de Villaverde. Son tantas y tantas las historias que se han ido reiterando ante la gran pantalla, que en realidad un espectador más o veterano puede llegar a rastrear influencias insospechadas. Pero eso ya es otro cantar… Lo que propone la película en realidad es la ruptura de una joven pareja convencional, formada por Carla (Astrid Bergés-Frisbey) y Bruno (el debutante Llorenç González). Ambos son jóvenes de mentalidad liberada, llevan una vida de pareja e incluso sexual intensa, ella procede de una familia acomodada aunque en realidad provista de prejuicios, y en teoría nada hay que pueda perturbar esa seguridad en su unión como tales. Sin embargo, en ellas se interpondrá la figura del enigmático Rai (Álvaro Cervantes) un joven que ejerce profesionalmente de monitor de kárate, aunque también se prodigue ejerciendo bailes dance con grupos en plenos espacios públicos -será precisamente dicha circunstancia la que dará inicio al film y propiciará el encuentro de este con Bruno. Un inoportuno accidente de este último, los acercará hasta forjar en apenas pocas horas una extraña amistad… que derivará muy pronto en una irresistible atracción sexual de Bruno con Rai –ya acostumbrado a conquistas masculinas-, utilizando su innegable magnetismo y siempre siendo respetuoso con quien tiene enfrente. Una circunstancia casual –y nada creíble-, permitirá a Carla contemplar a los dos haciendo el amor en las duchas del gimnasio, rechazando de plano al que hasta entonces era su novio… quien sin embargo le confesará que la sigue queriendo.
Lo que sigue nos contará el proceso por el cual ambos se separarán, y por los que la propia Carla caerá también en las redes de Rai. Demasiado para una película que parece realizada por un simple aficionado, que no sabe llegar a ningún término en las sugerencias planteadas, y de la que quizá solo cabría salvar la visión urbana de Barcelona que se ofrece. Por lo demás, el planteamiento dramático de lo que finalmente derivará en un triángulo basado en el disfrute de los tres protagonistas sin inhibición alguna –la secuencia del baile final con los tres desnudos mientras se suceden los títulos de crédito es risible-, carece de la más mínima densidad. La dirección de actores es realmente lamentable, con especial mención de la horrible Astrid Bergés-Frisbey –hacía mucho tiempo que no encontraba una actriz tan negada para la pantalla-, a la que quizá el tener que pronunciar en castellano de su catalán original le haya supuesto un lastre suplementario. Pero es que además los roles secundarios de los componentes de la redacción de la revista en la que ella trabaja, son dignos de la peor comedia revisteril, mientras que al debutante Llorenç Gonzalez le faltan no pocas tablas para ser creíble como intérprete, por más que su presencia cinematográfica resulte aceptable.
Así pues, dentro de un relato en el que las convenciones se aúnan la ausencia del más mínimo atisbo de densidad –apenas funciona el retrato de la amiga íntima de Carla-, lo cierto es que solo hay un motivo verdadero que logra elevar, siquiera mínimamente, el casi nulo interés de esta olvidable película. Me refiero, por supuesto, a la presencia y la performance del joven Álvaro Cervantes, quien ya en su debut en EL JUEGO DEL AHORCADO (2008, Manuel Gómez Pereira), demostró ser a mi juicio el mejor actor joven con que cuenta nuestro cine, siempre detrás del imprescindible Juan José Ballesta. Su siempre inquietante mirada, su voz rugosa –que contrasta con la clamorosa carencia de dicción del resto de intérpretes-, la gestualidad y el lenguaje corporal que utiliza, su capacidad para llenar la pantalla con su sola presencia en el plano, ofreciendo autenticidad a un personaje al que dota de los matices de los que los demás carecen, son para mi el único aliciente valioso para mantener en la retina este EL SEXO DE LOS ÁNGELES, que de antemano invalida por mi parte cualquier interés en contemplar cualquiera otro de los cuatro largometrajes precedentes de su realizador, siendo de lamentar además que un planteamiento tan interesante, haya sido tratado con tanta vulgaridad ante la pantalla.
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