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CINEMA DE PERRA GORDA

ESTATE VIOLENTA (1959, Valerio Zurlini)

ESTATE VIOLENTA (1959, Valerio Zurlini)

Tras una nada desdeñable andadura como firmante de cortometrajes documentales, el italiano Valerio Zurlini inicia su no muy extensa trayectoria en el terreno del largometraje, con la casi ignota LE RAGAZZE DI SAN FREUDIANO (1955). Dos años después, consolidará su estatus al firmar la atractiva ESTATE VIOLENTA (1959), como previo paso a su periodo dorado dentro del contexto de una cinematografía como la italiana que –al igual que la de otros países europeos, abanderando sus diferentes corrientes-, vivió uno de los periodos más vibrantes de su historia. En este aspecto concreto, lo cierto es que nos encontramos con una obra hija de su tiempo –dicha esta apreciación en el mejor sentido del término-, ubicada en su apreciación visual y temática entre el Rossellini que instaurara sus célebres tiempos muertos en VIAGGIO IN ITALIA (Te querré siempre, 1954), o el ya consolidado mundo de Michelangelo Antonioni. En dicho contexto podemos incluir esta coproducción franco italiana, desarrollada en el distrito de Riccione, adscrito a Rimini y otras localidades aledañas, en el verano de 1943, periodo en el que se produjo el puntual derrocamiento del Duce, que poco después fue repuesto en el mando del régimen fascista italiano.

Curiosamente, la acción de ESTATE VIOLENTA orilla de entrada dicho contexto, para centrarse en la apariencia tranquila de las costas en las que los bañistas aparentan una tranquilidad estival. Será algo que pronto nos centrará al contexto del grupo de jóvenes que capitanean Rosanna (Jacqueline Sassard) y el educado y tímido Carlo (Jean-Louis Trintignant). Junto a ellos se arremolina un grupo de muchachos totalmente ajenos a la trágica situación que les rodea –aunque el cadáver que se trae del mar en los títulos de crédito, o el paso de un avión casi a ras de tierra por la playa sean señales patentes de ese peligro latente que esos chavales se obstinan o quizá son incapaces de asumir. Sin embargo, nuestros protagonistas apenas son –o no quieren ser conscientes- de ese entorno bélico y de tensión política que les rodea, actuando como auténticos diletanttis, en medio de constantes baños en la playa y citas nocturnas.La vivencia de esa peligrosa situación con el avión que casi rodeará la superficie de la playa, pondrá en contacto a Carlo con Roberta (excelente Elenora Rossi Drago) una mujer de treinta años de edad, viuda de un reputado militar del que le quedó una pequeña hija, a la que Carlo ha ayudado en aquellos instantes en plena playa. Será el indicio de una relación en la que esta se mostrará reacia a la hora de exteriorizar el atractivo que le ofrece el joven. Sin duda se encuentra con un muchacho caracterizado por una sensibilidad especial, cálido y educado, aunque ni la ascendencia de su padre –un militar fascista- ni el pasado su madre –una mujer que lo abandonó teniendo él cuatro años y marchando hasta Argentina-, sean su mejor aval. Por otra parte, pese a ser un muchacho caracterizado por una personalidad asentada, este no esconde la debilidad de su carácter al utilizar las facilidades que le proporciona la influencia militar de su padre, para librarse a la hora de alistarse en la contienda. Esa dependencia de su familia es algo que también coarta a Roberta, viviendo con una madre castrante y dominante, que no entiende que pese a su viudedad, esta merece una segunda oportunidad en la vida máxime cuando –según esta confesará en un momento angustioso ante su progenitora-, no fue feliz en su relación con su desaparecido esposo.

Con este telón de fondo en el que la incidencia de la rebelión contra Mussolini tendrá un estallido claro a través de las noticias que motivarán el asalto de la casa fascista de la localidad, en realidad Zurlini acierta ya en esta obra a mostrar ese mundo sombrío y decadente en una Italia de provincias. Un mundo en el que parece que nada va a suceder, que todo está condenado de antemano al aburrimiento y al tedio, y en el que sus moradores no tienen apenas resquicios para poder emerger del mismo. Será esa la lucha que intentarán poner en práctica Roberta y Carlo, luchando en muchas ocasiones contra los propios prejuicios que se han marcado ellos mismos a través de sus propios familiares o amigos, o incluso los celos soterrados que sobre la atracción que este siente, manifiesta Rosanna. Todo ello se desarrollará en secuencias que destacarán por su cadencia y su capacidad de observación. Bien sea en la incómoda situación a la que esta somete a Roberta a la hora de sentarla, o en la casa de Carlo, donde se desarrolla un improvisado baile que culminará en el estallido emocional de dos seres que se sienten solos y ahogados, y que se han encontrado casi como una auténtica tabla de salvación en sus sentimientos, aunque el entorno en el que intenten exteriorizar ese deseo que sobresale en su piel, se vea ahogado por todos los condicionantes que les rodean. Zurlini se muestra preciso y sensible al mostrar secuencias como ese viaje de la pareja por una vieja localidad, dominada por la vaciedad y la rutina -la galería de seres secundarios se caracteriza por lo áspero y escasamente atractivo de sus perfiles-. Todo en ESTATE VIOLENTA parece erigirse dentro del paradigma de una opresión de los sentimientos puros que intentan desarrollar sus dos principales personajes. Sobre ellos pesarán los condicionamientos familiares –tras la rebelión antifascista, a Carlo se le intervendrá su casa-, los amigos que comparten ambos y, finalmente, la presencia de ese contexto bélico que siempre había evitado nuestro joven protagonista, pero a la que se encaminará con resignación cuando en la playa unos militares le incauten su documentación caducada, enviándolo hasta Bolonia para renovarla, y probablemente con ello con probabilidad siendo remitido al frente. Este viajará con Rosanna en un tren atestado de público, donde se planteará la posibilidad de que quede en condición de desertor en un apartamento que enamorada posee en un lugar recóndito y lejos del acoso militar.

Sin embargo, un repentino y cruel ataque aéreo mostrará la verdadera faz de la situación que en realidad rodea a esta pareja de amantes y la sociedad que comparten. La tragedia de ese bombardeo no solo separará por unos interminables instantes a nuestros seres, sino que ejercerá como catarsis mostrando la realidad de un sentimiento que aparecerá ya como imposible en su prolongación. Pese a los deseos y las lágrimas de Roberta, esta comprenderá que la decisión de Carlo de quedarse en tierra es casi una toma de postura moral ante la tragedia que ha vivido y que contempla como superviviente. Quizá la misma no sirva para que modifique la debilidad de su carácter y siga siendo un desertor. O en su defecto, puede que ello le motive para implicarse en la lucha activa, rompiendo con la pasividad que hasta entonces ha manifestado. La ambivalencia que Zurlini aplica sobre la actitud de Trintignant resulta ejemplar en este sentido, dejando en el aire el discurrir último de una pareja a la que las opresivas circunstancias que han vivido impiden el desarrollo de su amor, de las que no tendremos pistas sobre su futuro, pero sí al menos de que este jamás volverá a unirse de nuevo.

Calificación: 3

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