CRONACA FAMILIARE (1962, Valerio Zurlini) Crónica familiar
Los primeros años sesenta, fueron un marco de extremada riqueza en el cine mundial y, por ende, el europeo. Entre ellos, el italiano desplegó grandes obras, de entre las cuales destacó en 1962 CRONACA FAMILIARE (Crónica familiar), con la que el realizador Valerio Zurlini alcanzó el León de Oro del Festival de Venecia de aquel año –compartido con IVANOVO DETSTVO (La infancia de Iván, 1962) de Andrei Tarkovski-. Sin embargo, el paso de los años ha sido injusto con el reconocimiento de esta película y en la aportación de su realizador dentro del cine italiano. Es probable que en ello influyera poderosamente su errática andadura posterior, o el simple hecho de que su filmografía no haya conocido la difusión que quizá sí han logrado otros cineastas, algunos de ellos de inferior importancia o valía. La mala suerte que ha gozado el recuerdo posterior de la obra de Zurlini, no debería impedirnos valorar el atractivo que la misma presenta, siquiera de manera intermitente –a este respecto, me gustaría proponer una analogía sobre la evolución de la obra del cineasta que comentamos y la de Visconti; se observarían sorprendentes analogías-. Dentro de esa necesaria vindicación, resulta obvio que evocar CRONACA FAMILIARE supone hablar de uno de los grandes títulos del cine italiano de la primera mitad de los sesenta. Retrato sobrio, contenido, doloroso y con sabor a muerte y finitud, sus breves títulos de crédito ya hablan de la importancia y el respeto con el que se asume la condición de adaptación de la obra de Vasco Pratolini, también partícipe del guión –en los finales, Zurlini revela su profunda humildad al insertar como coautores de la obra a todos los componentes de su equipo técnico y artístico, sin señalar su función concreta-. Con concisión, la película se inserta en el año 1945, en una lúgubre sala donde se encuentra trabajando Enrico (un excepcional Marcello Mastroianni), un simple periodista que recibirá una llamada telefónica que sabe inevitable, pero que no por ello asumirá con profundo dolor; la que le comunica la muerte de su hermano pequeño Lorenzo (un no menos magnífico Jacques Perrin). El impacto de la noticia hará evocar en Enrico una serie de recuerdos irremediables, que se plasmarán como un estallido a través de la ventana que servirá la mirada sobre un cuadro. Ya en sus primeros minutos, CRONACA… brinda la honestidad de su trazado, la sensibilidad manifiesta en todos y cada uno de sus planos, de los pequeños gestos, en la combinación de planos de larga ejecución con otros que se disparan casi como fogonazos de la memoria. Serán los que sirvan para que, unido a la voz en off de Enrico, se nos cuente el pasado que facilitó la ausencia de sentimiento entre los dos hermanos, debido a que el nacimiento de Lorenzo provocó la muerte de su madre. Esa traumática circunstancia, unida al hecho de que el más pequeño fuera criado por un aristócrata y, por ello, separado de su ámbito familiar, facilite la distancia, la ausencia de sentimiento, que se interrumpirá casi de manera casual, cuando por vez primera el joven Lorenzo se reencuentre con su hermano mayor en una sala de billar. Dos meses después, ese frío contacto empezará a hacerse habitual, pese al recelo mostrado en todo momento por Enrico, quien no deja de sentir en carne propia los elementos que convirtieron a su hermano en un ser alejado de su personalidad.
Es en esos momentos cuando comenzamos a descubrir la quebradiza personalidad del joven Lorenzo, a quien el proteccionismo sobrepuesto por parte del acaudalado Salucchi (Salvo Randone), quien llegada la juventud de este se mostrará en las puertas de la ruina, sin haber logrado convertir al muchacho en un hombre de provecho. La fragilidad física y emocional de Lorenzo no podrá ser mitigada por su hermano, con quien pese a todo irá ligándose, aunque por otro lado intente vivir una existencia por su lado, llegándose a casar y ser padre de una niña –a los que nunca veremos en la pantalla-. Enrico será el cronista de este intento casi infructuoso de ese hermano que no ha estado preparado para la vida, al que el entorno de una Italia que está viviendo el fascismo y las privaciones supondrá un caldo de cultivo muy especial para la destrucción, dentro de un relato en el que jamás atisbaremos instantes de guerra ni destrucción. Por el contrario, una vez Lorenzo caiga enfermo, esa miseria se mostrará con toda su poética crudeza en la imposibilidad de Enrico de complacer a su hermano a la hora de adquirir un frasco de mermelada de naranja.
La grandeza de CRONACA FAMILIARE proviene de contar con originalidad, pasión, dolor y sensibilidad, una historia que por su tratamiento parece diferente a todas. La historia de un reencuentro imposible, de una reconciliación con un pasado destruido, mostrada en las imágenes de una Italia predominantemente rural, dominada por los colores lívidos brindados por la excepcional fotografía de Giuseppe Rotunno, en unas imágenes caracterizadas por la soledad, por la miseria incluso, con interiores mugrientos y fúnebres, y exteriores dominados por una extraña patina. Una sociedad al mismo tiempo extraña y familiar, es retratada con grandeza en esta obra sensible y pudorosa, que llega a conmover hasta la entraña, pero que en ningún momento apuesta por el sendero de la sensiblería. Hay una poesía peculiar y dolorosa en esas secuencias casi estremecedoras de la visita de los dos hermanos al hospicio en donde se encuentra recluida la abuela de ambos –maravillosa la veterana Sylvie-, en la sensación de devastación que produce el plano en donde estos se despiden de esta muerta –uniendo a ello el comentario en off de Enrico- y, sobre todo, se encuentra presente en el tramo final de la película, que nos cuenta con un sentimiento impropio de encontrar en la pantalla, la progresiva degradación física y el terror que se va apoderando de un Lorenzo invadido por una extraña enfermedad incurable. Son secuencias que van apoderándose de los sentimientos del espectador, en las que Enrico llegará a sentir ese amor que siempre había quedado velado en los sentimientos por su hermano, con momentos tan desgarradores como el diálogo que el joven enfermo pronuncia al decirle si quitará las moscas que se posen sobre su cadáver o, más adelante, implore ante su hermano –del que intuimos su escepticismo existencial- preguntas sobre la existencia de Dios y la posibilidad de una vida más allá de la muerte. Hay que tener una sensibilidad cinematográfica muy acusada para plasmar en la pantalla secuencias de este calibre, en las que el grado de sinceridad y desgarro se produzca de forma paralela con rasgos muy contenidos en su plasmación visual –en lo que tendrá una considerable importancia la fuerza y disonancia de la música de Goffredo Lombardo-. Todo ello, hasta llegar a las secuencias últimas en la clínica, donde Enrico ha logrado trasladar a su hermano para que pase sus últimos días, la rápida descripción de una recuperación inesperada y postrera, y el deseo del joven Lorenzo de regresar a Florencia para poder reencontrarse con su esposa y su hija. En la puerta de la clínica, antes de introducirse en la ambulancia, este vivirá el verdor del exterior y se despedirá de su hermano, quien en un gesto instintivo se separará de las manos de Lorenzo que lo agarra desesperado, intuyendo instintivamente que será la última en la que lo pueda contemplar. Las palabras finales de Enrico, invocando una oración religiosa, no supondrán más que un deseo desesperado, antes que una convicción, en la supervivencia de ese ser desvalido con el que no tuvo más relación que en sus últimos años de vida. Conmovedora conclusión de una de las obras cumbres de uno de los periodos más hermosos y florecientes del cine italiano, que en aquellos tiempos se situaba en la cima de calidad de toda Europa.
Calificación: 4
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