LE RAGAZZE DE SAN FREDIANO (1955, Valerio Zurlini)
Poco reconocida aunque su progresiva difusión está contribuyendo a cambiar el estado de las cosas, LE RAGAZZE DE SAN FREDIANO (1955) supone quizá uno de los más relevantes debuts registrados en el seno del cine italiano. Tras una ya experta andadura en el ámbito del corto documental, Valerio Zurlini muestra sus cartas de naturaleza en esta magnífica película que define bien a las claras la naturaleza de su cine, al tiempo que ofrece una mirada diferente al pesimismo que invadirá el conjunto de su no muy dilatada obra posterior. Y es que nos encontramos en el ámbito de la tragicomedia, inserta además en un periodo del cine italiano en abierta ebullición, y erigiéndose como un insólito puente entre las crónicas de carácter neorrealista, la aparición de la comedia satírica, la herencia del denominado “neorrealismo rosa” y los destellos de esas introspecciones psicológicas que, junto con el propio Zurlini, pondrían en práctica, cineastas como Antonioni y tantos otros. Esta singularidad, valdría por si sola para otorgar suficiente atractivo a esta espléndida propuesta, que toma como base una de las más reconocidas novelas del escritor Vasco Pratolini –al que Zurlini adaptaría de nuevo con la magnífica CRONACA FAMILIARE (Crónica familiar, 1962), que junto al título que comentamos estimo se erigen en el vértice más elevado de su obra-. Sin embargo, la grandeza de LE RAGAZZE DE SAN FREDIANO proviene de la pasmosa, espontánea y al mismo tiempo medida incardinación de todos estos elementos, en una propuesta que se inicia y finaliza con tintes en apariencia intrascendentes, pero que se extiende en su casi apasionante metraje, en una crónica incisiva y en no pocos momentos dolorosa, en torno a la personalidad destructiva del joven Andrea Seresi (un extraordinario Antonio Cifariello, en el mejor rol de su carrera). Es este un atractivo joven trabajador de un garaje de motos situado junto a su casa, en un barrio popular de Florencia, apodado “Bob” en el entorno en el que es conocido. Es este un apodo –tal y como nos señalará el rótulo inicial, mientras vemos al protagonista discurrir sobre una moto- con que se suele denominar a los muchachos de buena presencia y clase obrera que se dedican a seducir a muchachas, tomando como referencia la idolatría existente en torno a la figura cinematográfica de Robert Taylor.
Así pues, pronto veremos las “hazañas” de Bob en torno a cuatro jóvenes, a las que recaba para sus conquistas, utilizando para ello toda clase de engaños, tretas y artimañas, en una especie de juego a la ruleta rusa, sin que en ello haya ningún plan premeditado. Ni siquiera habrá una intención de hacer daño a ninguna de ellas. Por el contrario, nos encontramos con un amoral inconsciente, incapaz de reconocer su propia mediocridad detrás de su bonito rostro, aunque junto a su apariencia lleve aparejado los rasgos de la vulgaridad –no solo en su vestimenta de mecánico, sino incluso cuando es mostrado acudiendo a la playa con una de sus chicas aparecerá grotesco-. Lo cierto es que en ningún momento podemos considerar a Bob un rebelde de entre la clase obrera en la que está inmerso, por más que en algún momento podamos atisbar ciertas semejanzas entre el protagonista del film de Zurlini, y el Arthur Seaton encarnado por el inolvidable Albert Finney en otro espectacular debut, esta vez en el cine británico; SATURDAY NIGHT AND SUNDAY MORNING (Sábado noche, domingo, mañana, 1960. Karel Reisz), en aquella ocasión tomando como base la novela de Allan Sillitoe.
Por el contrario, el grueso del metraje de esta magnífica película, se centra en el seguimiento de las correrías de este galán de baja estofa, llevando enredadas a cuatro muchachas con las que cortejará de manera paralela y desordenada. Una de ellas será Mafalda (Giovanna Ralli), la más lúcida de todas ellas, conocedora de los manejos de Bob entre las mujeres, pero incapaz de renunciar a él cuando, en el único instante de sinceridad de todo el relato, se confesará impotente a la hora de abandonar dicha dinámica. Será este un momento magnífico, en el que desde el reproche de esta, mostrando a Bob en penumbra, aparecerá iluminado en su rostro cuando aparezca un instante de lucidez. Y es que junto a Mafalda, que en último término tendrá la suficiente fortaleza para abandonarlo definitivamente y seguir una prometedora carrera como corista, Bob tendrá relaciones paralelas con Tosca (Rosana Podestá), hija de un histriónico actor de provincial, Gina (Marcella Mariani), una maestra que incluso tiene novio, al cual conoce el protagonista, incitándole dicha circunstancia a seguir el juego galanteador. Y completando el cuarteto, se encuentra siempre sumisa pero al mismo tiempo persistente en sus intentos y triquiñuelas, su vecina Silvana (Giulia Rubini), perteneciente a una familia que se encuentra enfrentada a la de Bob.
Sin embargo, en un contexto donde el joven teje sus redes sin objetivo claro ni planificación alguna, un elemento romperá ese rol de macho dominante entre las mujeres. El encuentro en un accidente de tráfico con una modista de altos vuelos –Bice (Corinne Calvet)-. Será la que devolverá a Bob todo aquello que él ha proporcionado a las jóvenes que le rodean. Si a ellas las ha hecho esperar, él será ahora el que espere, incluso hasta llegarse a dormir en la antesala a una cita, en donde ha estrenado un lujoso traje que esta le ha regalado, mirándose entusiasmado los calcetines que lleva –por lo general se le verá con andrajosas zapatillas y sin utilizarlos, reclamándolos cuando finalice una noche con ella. El conquistador se convertirá en un gigoló de baja estofa. Casi podríamos señalar que en él se da cita un aprendiz del personaje que protagonizaría “La primavera romana de la Sra. Stone” de Tenesse Williams, llevada al cine por José Quintero en 1962, protagonizando dicho rol un jovencisimo Warren Beatty. Será el momento en el que el espectador perciba la hondura psicológica que presenta el film de Zurlini. Una película que destacará por una primera mitad en la que predominarán los lugares sombríos y caracterizados por la ausencia de vida. Uniendo sus esfuerzos con la espléndida fotografía de Gianni Di Venanzo, caracterizada por sus contrastes de sombras y predominio de grises, destacará en esa primera mitad los exteriores urbanos vacío, el discurrir de las gentes casi como autómatas, esa visita a la playa con Tosca, en la que se mostrará inicialmente a los dos amantes en off, destacando la soledad de la playa.
Poco a poco, la pantalla se irá poblando de personajes. Algunos grotescos, como el padre de Tosca, ese actor que no dudará en regañar a su hija cuando la ve regresar mojada, antes de salir a escena con su histrionismo desaforado. Será el momento en que la coralidad de la película se haga realidad, ayudada por el excelente juego de cámara del realizador, que no duda en utilizar planos secuencia y movimientos que acentúen ese alcance coral, y que tendrá quizá su más alto grado de esplendor formal, en las secuencias en las que las dos familias enfrentadas se unan por vez primera ante la desaparición de Silvana, invocando el deseo de casarse con Bob. Una auténtica encerrona, que este anteriormente ha soslayado con éxito –magnífico el detalle de serrar la cadena que sujeta al perro del ataque a las gallinas vecinas, impagable metáfora de la propia configuración del relato-. Será el inicio de la catarsis a la que se verá sometido un protagonista hasta ese momento dominante con sus mujeres. Todas ellas le irán fallando. Sus artimañas se irán poniendo al descubierto, hasta no quedarle otra opción que la de acudir a la llamada de la única mujer que lo tiene como un mero y bonito juguete; Bice.
Y será el momento en el que LE RAGAZZE DI SAN FREDIANO podría concluir como una tragedia pero, por el contrario, lo hace reduciendo a la normalidad de un pobre pelele al Bob protagonista, a quien su hermano mayor llevará a empellones fuera de su inminente viaje con la mujer de mundo. Lo cotidiano vence sobre lo trágico, en una película que adquiere un extraño grado de apasionamiento. De manera creciente el espectador queda imbricado en las aventuras de un personaje que en realidad utiliza unas tácticas de pobre trazado, a unas muchachas del mismo modo carentes de la suficiente agudeza, a la hora de zafarse de una cara bonita capaz de mentir, de gesticular y de cualquier argucia, para encubrir no solo la amoralidad de su comportamiento sino, sobre todo, la ausencia del más mínimo grado de personalidad. Crónica asimismo de una sociedad que se daba de bruces entre sus elementos tradiciones y la llegada del progreso, precedente de un tipo de comedia que tuvo en esta película su primer precedente ilustre, lo cierto es que hora es que LE RAGAZZE DI SAN FREDIANO ocupe el lugar que merece dentro del cine italiano de su época, a la que contribuyó no solo por permitir una exitosa entrada en el largometraje de su realizador sino, sobre todo, por erigirse casi como un título puente de diversas corrientes del cine de su país.
Calificación: 4