I DREAM TOO MUCH (1935, John Cromwell) Canción de amor / Romance musical
Si no fuera por reconocer que ya en 1935, John Cromwell había dado sobradas muestras de su talento como realizador, un servidor podría mostrarse con múltiples reservas a la hora de decidirme por el visionado de I DREAM TOO MUCH (Canción de amor, 1935) -que ha conocido su edición digital con el título de ROMANCE MUSICAL-. Ahí es nada, contemplar el título que supuso el debut de la cantante Lily Pons en el medio cinematográfico, faceta esta a la que brindó apenas tres títulos –entre ellos, HITTING A NEW HIGH (La diosa de la selva, 1936), comedia musical firmada un par de años después por Raoul Walsh para la Paramount-. De antemano, confieso que asumía la misma con un mero interés arqueológico, pero ya dese los primeros compases de la película, la destreza mostrada con unos planos generales de grúa, describiendo el entorno en donde vive la protagonista del relato –en pleno sur de Francia-, revelan la agilidad narrativa de Cromwell. La acción nos muestra las clases de canto que de manera casi obsesiva proporciona el Tío Tito (Paul Porcasi) a su sobrina Anette Monard (Lily Pons). Esta, una joven agradable, por el contrario, desea descansar de las mismas e irse a disfrutar del carnaval que se desarrolla en el centro de la población. La insistencia de esta provoca el enojo de su mentor, quien se harta de los lamentos y le dice que a la mañana siguiente la llevará a un convento. Anette se escapará por la ventana, tropezando con un joven y despistado americano –Johnny Street (un casi debutante Henry Fonda)-, joven compositor de música, empeñado en la composición de una ópera que esa misma noche se casará con Anette tras haber pasado una noche divirtiéndose juntos en el carnaval. Al despertar, este comprobará con horror las consecuencias de su matrimonio, pero su ya esposa le convence de las ventajas del nuevo matrimonio, revelando desde el primer momento su entrega hacia el hombre con quien se ha casado casi de manera repentina.
Ambos viajarán hasta París, donde Johnny tenía su apartamento, iniciando una vida caracterizada por la austeridad, pero sobrellevando dichas privaciones con la alegría propia de dos jóvenes despreocupados. El esposo trabajará en Paris como guía, comprobando como su esposa se desenvuelve bien cantando, hasta que en una rocambolesca situación esta sea descubierta por un empresario musical –Paul Darcy (Osgood Perkins)-, convirtiendo tras un aprendizaje a Anette en una estrella. Lo que supone para la joven de reconocimiento y adornará de comodidad al nuevo matrimonio, pronto se convertirá en frustración para Johnny, quien ve que la gloria queda para su esposa, mientras él queda relegado en su condición de compositor, hasta el punto de que se separará de ella. Por su parte Anette protagonizará una agotadora gira, hasta que en uno de sus recitales se desmaye, decidiendo abandonar su profesión. Ello provocará un inesperado reencuentro con su esposo, viviendo ambos una serie de rocambolescas aventuras, encaminadas a la recuperación de la relación de amor entre ambos. Dudando entre proseguir con su carrera bajo el amparo de Darcy, o seguir a un esposo que se muestra más orgulloso que comprensivo, una original idea permitirá a la cantante poder alcanzar una situación que pueda compatibilizar su vocación y el amor que siente por Johnny.
A fuer de ser sinceros, hay que reconocer que I DREAM TOO MUCH se erige, en última instancia, como una agradable combinación de drama, musical y comedia, logrando insertar de manera acertada el motivo central que guía esta producción de Pandro S. Berman; suponer un vehículo de lanzamiento estelar de la Pons. Cierto es que en sus primeras intervenciones, uno siente el temor de asistir a un molesto recital canoro de la soprano, pero justo es reconocer que a los pocos minutos –a partir del encuentro de la protagonista con el que muy pronto se convertirá en esposo-, su metraje alternara la combinación de comedia, gotas de drama, e intervenciones canoras de esta, que en algunas ocasiones –los cantos en el tiovivo provocando el entusiasmo idiota los transeúntes- devienen un tanto chirriantes, mientras que en otros –la interpretación de la actriz de una ópera de carácter oriental, dentro de su propia sensación de parecer estar filmados “en vivo”-, resultan bastante pertinentes. Cromwell incluso se burla de la baja estatura de la actriz –que es ridiculizada cuando su ya esposo la aprecia por vez primera durante la mañana, subrayando su baja estatura-, demostrando una pericia a la hora de planificar las secuencias e introducir los elementos de comedia –centrados en buena medida en los personajes de Roger Briggs (Eric Blore), dueño de una atracción que tiene como estrella a una avispada foca, y el empresario Darcy-. Es más, por momentos, y atendiendo a la química que se establece entre la Pons y un joven pero ya brillante y fresco Henry Fonda, parece que asistamos a una reedición del timming establecido por los famosos cómicos Laurel & Hardy. Esa capacidad para insertar secuencias y elementos cómicos son, en última instancia, los que convierten esta pequeña película en un agradable divertimento que, ere líneas, propone una variación del argumento que ya entonces se había llevado a la pantalla por Geoge Cukor –WHAT PRICE HOLLYWOOD? (Hollywood al desnudo, 1933)-, trasplantando su referencia cinematográfica por la musical.
En aquellos mismos años, la RKO y el productor Pandro S. Berman fueron los descubridores de la célebre pareja formada por Fred Astaire y Ginger Rogers, que permitió una sucesión de musicales que combinaban, como en este caso, la comedia. Sin embargo, en líneas generales, creo que la aportación de Cromwell aventaja a la mayor parte de los sobrevalorados títulos de dicha pareja de baile, en la medida que no se registran bruscas interrupciones entre las intervenciones de su protagonista y la alternancia de situaciones cómicas y aquellas más ligadas al melodrama. A partir de dichas premisas, hay que resaltar la agilidad que el realizador logra imprimir a un relato que en manos de otro menos avezado, sin duda no habría alcanzado esa sensación de relativo placer que proporciona su degustación. Cierto es que su número musical final –que de alguna manera será el homenaje de Anette a su esposo- se caracteriza por un cierto regusto kitsch hoy día trasnochado, pero no es menos cierto que su conclusión esconde una nada velada mordiente, mostrando a un Johnny envanecido por su éxito, y a la cantante, en apariencia sumisa ante su marido, pero en el último plano asumiendo su condición de madre.
Calificación: 2’5
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