CALLING DR. DEATH (1943, Reginald Le Borg)
La serie Inner Sanctum sigue suponiendo uno de los ciclos menos conocidos del cine fantástico y de misterio surgidos en el seno de la Universal de la década de los cuarenta. Sumaron un total de seis títulos, formando un ciclo menos numeroso –y, mucho me temo- valioso, que el que ofreció la serie dedicada al personaje de Sherlock Holmes, protagonizados por Basil Rathbone y Nigel Bruce, y en su mayor parte dirigidos por el siempre interesante Roy William Neill. En todo caso, pese a esa previsible menguada valía –que los emparentaba con la decadente utilización de los mitos del terror, que de manera aleatoria, escasamente respetuosa e incluso combinada, iba prodigando un estudio que unos años antes había logrado la cima del género-, justo es recordar este pequeño conjunto de exponentes escorados al misterio, del que recuerdo vagamente haber contemplado hace una década THE FROZEN GHOST (1945, Harold Young). Pese a lo lejano de aquel visionado, si se me antoja que aquel y el título que comentamos –que supuso la puesta de largo de dicha franquicia-, comparten como principal cualidad la modestia de su planteamiento, su mezcla entre el suspense y el fanstastique, y su formato de clara serie B, en el que algunos no han dejado de ver un precedente de la célebre The Twilight Zone. Lo cierto y verdad es que a tenor de los dos títulos de dicha franquicia que he logrado contemplar, el interés de Inner Sanctum es –a diferencia de los de la serie Sherlock Holmes- poco más que arqueológico. Pero bien es cierto señalar que su resultado, con todo lo discreto que pueda ser, tampoco se diferencia en mucho, y en algún caso supera el nivel de algunas de las propuestas que dicho estudio planteaba de forma paralela en aquellos años, proponiendo cada vez más indignantes cocktails de monstruos, que terminaron por convertirse en aborrecibles parodias –protagonizadas por los olvidables Abbott y Costello-, suponiendo la lamentable conclusión a una utilización abusiva y poco inteligente de una mitologías, que no conocieron su renacer hasta la renovación que les proporcionó Hammer Films en Inglaterra.
Al contrario que la cierta mitología que aún resta de dicha producción, lo cierto es que los títulos que forman el ciclo Inner Sanctum jamás han logrado el menor reconocimiento en ninguna antología del género. Y pese a su limitado interés, tampoco sería justo que ello sucediera, al marcar un sendero que si bien no fue utilizado en la medida de sus posibilidades, al menos nos dejan indicios de un modo de hacer cine caracterizado en la fuerza de su atmósfera, que fue la base de las mejores propuestas del género en aquellos años –buena parte de ellas fuera del ámbito de la Universal, aunque alguna otra inserta en los parámetros de la producción de dicho estudio años después, como ejemplifica la extraordinaria THE LOST MOMENT (Viviendo el pasado, 1947. Martin Gabel). En este caso, y al igual que el resto de títulos de este ciclo, lo más valioso de CALLING DR. DEATH (1943, Reginald Le Borg) está presente en esa secuencia de apertura, en la que se muestra el rostro del actor David Hoffman, se encuentra introducido en una bola de cristal, simulando ser una mente sin cuerpo, pronunciando las palabras de presentación de ese mundo que sugiere su comienzo, y que en poco tiene que ver con el pobre resultado que ofrece cada uno de sus títulos. Supone, no cabe duda, un comienzo casi fascinante, que junto a ciertos elementos que se despliegan en el escaso metraje de poco más de una hora, convierten al menos su visionado en una experiencia no del todo despreciable. Ese veterano artesano del cine de misterio, el horror y lo bizarro que fue Reginald Le Borg –que pese a no lograr exponentes de especial interés, bien merecería de una revisión relajada de su obra-, logra ofrecer algunos detalles a la historia que protagoniza el prestigioso neurólogo Mark Steele (Lon Chaney Jr.). Los primeros instantes del argumento nos lo muestra cerrando unas sesiones de hipnotismo, con las que está intentando recuperar a una paciente que se mantiene sin habla tras el trauma –es lo que ha averiguado con dichas regresiones- sufrido con un desengaño amoroso. En realidad, Steel es un hombre traumatizado interiormente por el desapego y el desprecio que le brinda su esposa Maria (Ramsay Ames), de la que conoce incluso le es infiel. La tortura interior de nuestro protagonista estará explicitada ante todo por la voz en off que este nos depara –mucho más que en la pobreza interpretativa de Lon Chaney Jr.-, comprobando incluso que dicha infidelidad se manifiesta con el joven y atildado Bob Duval (David Bruce) Sin embargo, su personalidad pusilánime, en contraste con la fuerza con la que desempeña su profesión, nada podrá para oponerse a la insufrible situación a la que lo somete su esposa –es especialmente significativa a este respecto, la secuencia en la que este cena solo en su acomodada casa-, uniendo a ello la secreta admiración que mantiene con su ayudante y mujer de confianza, la enfermera Stella (Patricia Morrison). Dentro de este marco opresivo para el especialista médico, se producirá el asesinato de su esposa en un fin de semana del que no alberga recuerdo alguno en su memoria. Las constantes indagaciones del inspector Gregg (J. Carrol Naish) pondrán a Steele en la picota, pese a que localice en apariencia como autor del crimen a Duval, quien llegará a ser juzgado y condenado a muerte. El calvario interior del protagonista no conocerá límites, puesto que interiormente –e incluso algunas pruebas que solo él descubre; el botón de su chaqueta que encuentra en el lugar del crimen- lo califica como el autor del mismo. Ni siquiera la ayuda que le prestará Stella, con la que se ha descubierto en sus sentimientos más íntimos, y bajo la cual se grabará una autohipnosis, servirá para consolarle en sus convicciones, máxime cuando la fecha para la ejecución de Duval se acerca de manera inmisericorde, tanto como el cerco que sobre él estrecha Gregg.
En realidad, cualquier espectador más o menos avezado, podrá descubrir –sobre todo en el tercio final del film- quien ha sido el auténtico autor del crimen. No será en el seguimiento de su ortodoxo argumento donde se pueden apreciar las –menguadas- cualidades de este pequeño CALLING DR. DEATH. Una vez más, estos se encuentran en esa atmósfera que Le Borg despliega con suma eficacia, en algunas secuencias dominadas por las sobreimpresiones, que marcan la acentuada tortura interior del protagonista, o en ciertos resabios expresionistas manifestadas en la visualización de algunos testimonios –esos edificios que se inclinan ante uno de los relatos-. Si más no, y aún sabiendo a poco, lo cierto es que son elementos tan insuficientes por un lado como atractivos por otro, para impedir condenar al olvido más absoluto este título que abrió una serie de cinco exponentes posteriores, y que sin caracterizarse por su intrínseca valía, sí deberían ocupar siquiera una mera reseña dentro de la producción del género, en un estudio que sentó cátedra con su potenciación del mismo en la década de los treinta, al tiempo que propiciando su decadencia en la primera mitad del decenio posterior.
Calificación: 1’5
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