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CINEMA DE PERRA GORDA

LIVING IN A BIG WAY (1947, Gregory La Cava) [Vivir a lo grande]

LIVING IN A BIG WAY (1947, Gregory La Cava) [Vivir a lo grande]

Tras cinco años de inactividad, provocadas al parecer por su adicción al alcoholismo, y aunque con posterioridad parece que colaboró –sin acreditar-, en la filmación de ONE TOUCH OF VENUS (Venus era mujer, 1948. William A. Seiter), lo cierto es que puede considerarse que LIVING IN A BIG WAY  (1947) –VIVIR A LO GRANDE en pases televisivos y su edición digital-, como el prematuro testamento cinematográfico de un cineasta valioso y desconcertante, que tan solo se prolongó en su existencia hasta 1952 –falleciendo a los 59 años de edad-. Mal recibida en su momento y partiendo de la base de encontrarnos ante un film quizá imperfecto –en ella se percibe la ingerencia de la Metro Goldwyn Mayer a la hora de confeccionar un producto destinado al lucimiento de Gene Kelly en su faceta musical-, lo cierto es que una mirada revestida de la mínima atención, nos revela el encuentro con una apuesta en la que La Cava –quizá consciente de que su continuidad laboral era ya algo impensable- trasladó en esta historia escrita por él mismo, una especie de quintaesencia de lo que había ofrecido el ideario temático y narrativo de su cine. No es la primera vez que me he manifestado en el hecho de valorar en ocasiones con más ímpetu, títulos quizá irregulares y carentes de la necesaria pureza, que otros quizá más pulidos y correctos, pero que en su discurrir no aportaran ese necesario grado de implicación o entrega como tales.

Dentro de dichas directrices, es indudable que LIVING IN A BIG WAY se inserta por derecho propio en el primero de los apartados, en una producción de modesto alcance –rodada en blanco y negro-, que combina comedia, drama, musical y que, en el fondo, encubre todos aquellos elementos que su director fue forjando en los mejores exponentes de su cine. El conflicto de clases, la especial implicación con el universo de los desfavorecidos –en esta ocasión abandonando la Gran Depresión que trató en algunos de sus mejores títulos, imbricándose por el contrario en el mundo de los retornados de la II Guerra Mundial, que se encuentran con una situación difícil y cercana  a la miseria-. Ambos rasgos tendrán una capital importancia en esta extraña producción, en la que por momentos, casi de un plano a otro, pasamos de situaciones corales a instantes revestidos de una especial sinceridad –atención a ese primer plano de la abuela de la familia Morgan; Abigail (extraordinaria Jean Adair), culminado con el contraplano hacia el personaje encarnado por Gene Kelly, recomendándole recupere a esa esposa de la ha decidido separarse definitivamente-. Y es que la película ofrece una extraña combinación entre lo intimista y lo coral, lo irónico e incluso lo ligado al slapstick que tienen sus máximos exponentes en los devaneos del atildado mayordomo Everett (impagable Clinton Sundberg), en las secuencias donde se encuentran los componentes de los acomodados Morgan, o en ese juicio que, por momentos, me recordó el celebrado años antes en la extraordinaria MY FAVORITE WIFE (Mi mujer favorita, 1940. Garson Kanin).

LIVING IN A BIG WAY se inicia de manera elegante, con un bellísimo número musical –el mejor de los tres que se insertan, filmados todos ellos por Kelly y Stanley Donen-, que describe el efímero romance establecido entre Leo Gogarty (un Gene Kelly muy contenido y creíble en el drama interno de su personaje), un oficial que está a punto de marcharse al frente de la II Guerra Mundial, escenificando un sensual y clásico baile junto a Margo Morgan (Marie McDonald), a la que apenas conoce pero con la que se casará inesperada –y elípticamente-. De inmediato la acción se traslada en tres años mediante un irónico rótulo que habla del retorno de los soldados americanos del frente. Será el instante en el que Gogarty desee, acompañado por su más íntimo amigo, reencontrarse con su esposa, llevándose la mayúscula sorpresa de encontrar en ella una especie de modelo, y descubriendo su familia de procedencia –en realidad ese rápido matrimonio le impidió conocer sus orígenes, y la razón de que Margo se casara con él; su pasión por los hombres con uniforme. Cuando la Sra. Gogarty –que ha olvidado por completo a su marido, justificando dicho olvido por medio de una serie de cartas que no llegaron al destino de su esposo-, descubra  a este mediante un divertido instante en el que Leo le muestre la foto de boda de ambos –descrita con la cabeza de los novios superpuesta a un cuerpo de jirafa- se desmayará, provocando otra de esas secuencias heredadas del burlesco silente que se esparcen a lo largo del metraje. A partir de ese momento, Margo planteará al que aún es su marido la necesidad del divorcio, dentro del contexto de una alocada familia, en la que Gogarty encontrará como única aliada a la anciana y ya mencionada matriarca de la misma, la anciana y viuda Abigail.

Una vez extendidos los mimbres, no cabe duda que La Cava se tomó como un reto personal una película que su estudio de procedencia intentó encarrilar dentro de unos cánones convencionales, pero que el cineasta subvirtió con humildad –quizá por ello pudo llevar a buen puerto el grado de transgresión que subyace en sus imágenes-, planteando un producto de entrada anticonvencional, quizá adelantado a su tiempo –como ciertas propuestas que en aquellos años planteaban para la comedia cineastas ligados al melodrama como John M. Stahl -HOLY MATRIMONY (1943)- o Mitchell Leisen –la posterior THE MATING SEASON (Casado y con dos suegras, 1951)-. Dentro de dichos parámetros, y aunando por momentos ciertos ecos ligados al cine de un Capra o un el más prescindible del conjunto-, en una película que en voz callada no deja de plantear lo que en primera instancia podría parecer una película de índole conservadora. Por el contrario, y pese a ese en apariencia acomodaticio final, queda en el aire la tristeza que propone de esa latente relación que se establece entre el personaje encarnado por Kelly, y la joven con hijos que interpreta con enorme sensibilidad Phyllis Taxter, perseverante en mantenerse en esa especie de residencia que Leo se ha encargado de recuperar gracias al apoyo que le ha brindado la más anciana de los Morgan –resulta modélico el episodio en que ambos la visitan, evocando la anciana su pasado en la misma con su difunto esposo-. En esa capacidad de discurrir por caminos que no por resultar familiares a su filmografía precedente, dejaban de resultar valientes en el contexto en que la película fue realizada, LIVING IN A BIG WAY deviene sorprendente en no pocos momentos, emotiva en algunos. Provista en sus mejores instantes de esa capacidad de sinceridad que solo pudieron trasladar a la pantalla determinados cineastas que sabían conocer la alquimia del melodrama y, por que no decirlo, provista de dos estupendos números musicales –el inicial ya lo hemos descrito-, aunque el tercero, con ser el más espectacular –Kelly lega a cruzar con una especie de pértiga por dos espacios de peligrosos tejados, vuelva a señalar que me resulte algo innecesario.

Es por ello que esa especie de claudicación final de una pareja que siempre se ha amado y han estado jugando en el fondo con su amor propio, en realidad hay que entenderla como una concesión dentro de un film muy sui géneris. Imperfecto y al mismo tiempo inclasificable. Transgresor y libre en sus formas. En definitiva, no nos encontramos ante una obra maestra, pero sí una extraña comedia dramática con números musicales, que al menos supuso una digna despedida del cine para un realizador que reconozco, pese a la irregularidad de su obra, me ha ido conquistando poco a poco según he ido descubriendo títulos de su amplia producción.

Calificación: 3

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