Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

CHILD IN THE HOUSE (1956, Cyril Endfield)

CHILD IN THE HOUSE (1956, Cyril Endfield)

En algunas ocasiones me he referido al describir el cine inglés, como un extraño mundo interconectado, poblado por una serie de argumentos básicos, y expuestos en una constante sucesión y evolución de títulos, imbricando en ellos leves matizaciones que, a la postre, le otorgan su definitivo rasgo de singularidad. Es quizá por ello que hasta tiempos muy recientes, se haya logrado proyectar una mirada revestida de profundidad, a una producción que en apariencia aparecía dominada por la grisura, en consonancia con esos exteriores neblinosos, o la crónica de una cotidianeidad extendida. Perfecto ejemplo de este enunciado lo ratifica CHILD IN THE HOUSE (1956), firmada por Cyril Endfield en una extraña pirueta, al ubicar como codirector uno de sus propios “alias” –Charles De Latour-. Probablemente una estrategia laboral, para un drama que en concreto aparece para aprovechar el tirón de la estrella infantil Mandy Miller –protagonista del admirable film de Alexander Mackendrick MANDY (1954)-, y a nivel general reitera ese casi constante interés que el tratamiento del mundo de los niños mantuvo en el cine de las islas. Estimo –y es una teoría muy personal-, que dicha asumida elección obedeció a la facilidad que dicho prisma ofrecía, cara a plasmar dramas proyectados desde una mirada distanciada al mundo adulto, abordando con ellos bases literarias. En este caso la misma parte de Janet McNeill, y, detalle sintomático, la ficción comienza como en tantas y tantas películas británicas; la cámara se sitúa en el interior de un vehículo en movimiento por las calles de Londres. En este caso se encuentra la pequeña Elizabeth Lorimer (Mandy), que es trasladada en un lujoso vehículo hasta la acomodada vivienda de sus tíos; Evelyn (Phillis Calvert) y Henry Achenson (el fabuloso Eric Portman). La madre de la pequeña se encuentra hospitalizada –nunca la mostrará la película-, quedando la niña al cuidado de su hermana y cuñado, ya que su padre, Stephen Lorimer (vulnerable Stanley Baker), se encuentra en paradero desconocido.

Los primeros minutos de CHILD IN THE HOUSE, aparecen casi como un borrador del posterior y excepcional SAMMY GOING SOUTH (Sammy, huída hacia el sur, 1963. Alexander Mackendrick). Se centran en la descripción de los pasos de la niña, dominaba por la melancolía, en un ámbito físico en el que no se siente cómoda, forzada por la personalidad dominante de su tía, y la casi permanente ausencia de Henry, un abogado de notable reputación. Dentro de esa notable capacidad de observación, resulta de especial interés comprobar el modus operandi de Evelyn, centrada en actividades intrascendentes y mundanas, propias de un estatus social elevado. Incluso la importancia de los acentos –las conversaciones con su amiga-, resultan reveladores en unos pasajes donde comprobaremos como la pequeña se encuentra mucho más cómoda con la sirvienta –Cassie (Dora Bryan)-, y guarda como un auténtico tesoro un bolso con música, que aparece como un recuerdo y metáfora de la ausencia de sus padres.

La aparición del padre en el nudo argumental, será expuesta por Endfield por medio de una atrevida panorámica descendente que se inicia en el techo acristalado de un casino, presentando a Stephen como perteneciente a un mundo opuesto. A partir de ese momento, CHILD IN THE HOUSE se detiene en un vigoroso, sensible y valiente drama psicológico, que circula a varias velocidades de forma paralela. De un lado la subversión de la cómoda cotidianeidad que la niña brindará en el matrimonio Achenson. De otro, el eco que Stephen marcó en el pasado del mismo. También, la repentina oportunidad de redención que se establecerá en el último momento en Stephen. Y, finalmente, esa mirada global establecida en un ámbito en el que el clasismo parece no querer abandonar, una sociedad encaramada a una renovación generacional que se intuye muy lejanamente en sus fotogramas. Todas estas subtramas confluyen en un conjunto sensible y dominado por la sencillez y el regusto por lo cotidiano. Como si asistiéramos a un pequeño cuento, perverso casi a pesar suyo, protagonizado por una niña caracterizada por su permanente tristeza. Endfield se toma el tiempo necesario para plasmar esa mirada revestida de dureza, a la hora de planificar episodios de tanta sinceridad emocional, como el strep tease psicológico a que se someten los Achenson, revelando la enorme crisis matrimonial que sobrellevan desde hace varios años atrás, y que sigue latente desde que en su momento Elizabeth dediciera dejar de lado su aventura con Stephen, prefiriendo la estabilidad económica que le iba a proporcionar Henry. O el regusto de emotividad que vivirá Henry en su contacto con la niña, riendo casi con reparo –se tapa la boca con la mano- al escuchar una fantasiosa historia de su sobrina. O la fuerza heredada del noir, que Endfield aplica en el tenso episodio en el que Stephen huye del acoso policial –una vez más, sus agentes aparecen revestidos de desarmante cotidianeidad-. O, justo es reconocerlo, la delicadeza con la que se plantea la conclusión del relato, en la que la redención, la capacidad de revertir errores cometidos, y la búsqueda de la felicidad, se darán de la mano en el encuentro de sus principales personajes.

CHILD IN THE HOUSE es una prueba más de esa admirable estrategia de causa y efecto que proporcionó al cine inglés títulos de considerable relieve, que aparecieron devorados precisamente por su confluencia casi serial. Este fue uno de ellos, sufriendo una recepción de muy cortos vuelos. Por fortuna, el paso de casi seis décadas en sus fotogramas, no solo apenas ha perjudicado su resultado, sino que le ha permitido envejecer como los buenos vinos.

Calificación: 3

0 comentarios