SEA FURY (1959, Cyril Endfield)
Inserta por derecho propio dentro de los rasgos que configuraron la andadura del norteamericano exiliado a Inglaterra Cyril Endfield, la contemplación de SEA FURY (1958) –en la que firma como C. Raker Endfield-, nos interna de nuevo en ese cine físico y lleno de nervio que caracterizó no solo su filmografía, sino la de sus compañeros de generación –Robert Aldrich, el Losey inicial-. Esas características se mantendrían en el grueso de su filmografía, erigiéndose como uno de sus rasgos de estilo, aunque no es menos cierto que la aplicación de los mismos, no marcaron de manera indeclinable un resultado óptimo. Es decir, que a partir del logro de muy valiosos títulos –personalmente destacaría los excelentes THE SOND OF FURY (1950) o el mucho más reciente SANDS OF THE KALAHARI (Arenas del Kalahari, 1965)-, también se lograron apuestas de mediano calado, irregulares, en las que se alternan episodios magníficos con otros más escorados a lo convencional. Y justo es señalar que SEA FURY aparece de lleno inserta en este segundo capítulo, ya que el mejor Endfield aparece en el tramo final del relato, ya que las virtudes del mismo –que aparecen en todo momento- quedan diluidas dentro de un determinado ámbito de lugares comunes, que en última instancia limitan el interés de su resultado.
Ambientada en la costa española y en el supuesto puerto de Vigo –aunque los exteriores utilizados sugieren otro emplazamiento-, la película se inicia con unos atractivos títulos de crédito que nos insertan en un ambiente costero, frío y al mismo tiempo dominado por la vitalidad de sus moradores, todos ellos dependiente de los hombres de mar que tienen aquel marco para desarrollar su actividad diaria. La película se centra en un ámbito singular, destacando la labor de los patrulladotes dedicados a la recuperación de barcos siniestrados en el Golfo de Vizcaya debido fundamentalmente a las tormentas. La acción se inicia con la voz en off de Abel Hewson (el excelente Stanley Baker, siempre ligado al cine de Endfield, en el tercero de los seis títulos que protagonizó con el realizador). Habiendo sido segundo de a bordo en otra nave, su llegada a la población coincidirá con el rescate del inmediato responsable del viejo pero eficaz buque que comanda el ya veterano Capitán Bellew (Victor Mclaglen). Hewson pronto encontrará en Fernando (Grégoire Aslan) una especie de conducto que le permitirá conocer el ámbito al que llega, integrándose en el personal de a bordo de Bellew, quien verá en una pelea que mantendrá con otro marino, a un hombre joven, con vitalidad y personalidad. Al mismo tiempo, el veterano mando de mar intentará ligarse a la jovencísima Josita (Luciana Paluzzi), hija de Salgado, un hombre de escasas posibilidades, que no dudará en “ofrecer” a la muchacha a Hewson al objeto de asegurarse con ello una estabilidad económica. Sin embargo, la muchacha quedará atraída por el joven marino pese a la inicial reticencia de este, aunque poco a poco Abel vaya acercándose a ella, mientras es forzada a ligarse sentimentalmente al viejo capitán, quien no dejará de agasajarla de manera constante. La muerte del que fuera fiel ayudante del mando, decidirá a Bellew designar como su segundo de a bordo a Hewson. En su nueva ocupación este destacará en la aplicación de una creciente rigidez en sus medidas, lo que motivará una hostilidad entre los miembros de la tripulación. Especialmente en el joven Gorman (Robert Shaw), que en los primeros minutos del film mantuvo una cruda pelea con Abel, que contemplará uno de los escarceos amorosos de este con la joven Josita, informando al capitán del encuentro observado. El enfrentamiento entre ambos aparecerá como algo inevitable, pero la presencia de una tempestad y el rescate de un buque norteamericano, modificarán por completo la casi inevitable lucha que se va a producir entre ambos hombres de mar.
Dominada por el blanco y negro de Reginald H. Wyer, lo cierto es que SEA FURY peca, y en no pocos momentos con cierta insistencia, de su apego por el folklorismo que se produce en su elección de un marco español como lugar de rodaje. La machacona utilización de la guitarra de Julian Bream como fondo –lo cual en ciertos momentos deviene molesto-, o ese alcance tópico marcado en la descripción de esa cotidianeidad de población marítima hispana, es un determinado lastre que Endfield no acierta a soslayar. Y no la hace, por que la propia historia narrada carece de la necesaria hondura, al contrario de lo que generalmente caracterizaba el cine del realizador. Cierto que el uso de la voz en off aparece adecuado –aunque necesitado de una mayor entidad psicológica-. Los personajes secundarios adquieren un excesivo rasgo costumbrista, inclinado pese a su contexto sombrío a un cierto tipismo a la hora de aparecer en la pantalla. La recurrencia a este tipo de estereotipos limita su alcance, como lo hace la insuficiente descripción del veterano lobo de mar, que encarna un demasiado envejecido Víctor McLaglen, incapaz de otorgar la debida hondura a su rol de hombre necesitado de una nueva oportunidad en sus relaciones humanas. Hay carencias en una subtrama que, caso de haberse abordado con más profundidad, hubiera proporcionado una superior densidad a su resultado.
Estas limitaciones no impiden que en su valoración global, el film de Endfield aparezca como un apreciable drama limitado en el contexto de las aventuras en el mar. Es cierto que su aspecto físico casi nos permite “oler” a mar, que las secuencias descritas en el entorno de la nave rescatadora aparecen con verismo, que la descripción de su personal lleva la vitola de la autenticidad o que las secuencias desarrollas entre Bream y Josita en las ruinas del castillo de la localidad están excelentemente filmadas, transmitiendo al espectador ese incipiente romance establecido entre la pareja. Sin embargo, si por algo merece ser recordada SEA FURY, logrando levantar el conjunto del relato de su relativa atonía, es sin duda el episodio casi de conclusión, en el que se describe la maniobra de rescate de un buque norteamericano encallado por la tormenta en el Golfo de Vizcaya. Desarrollado de forma dramática como una catarsis al enfrentamiento personal que se va a dirimir entre el viejo capitán y su segundo de a bordo, describirá la valiente maniobra de Hewson, quien al saber la existencia de la avería del buque hará incluso una apuesta con otro dedicado a las mismas tareas. No solo eso, dirigirá la misma y pondrá incluso su vida en riesgo al trasladarse al buque en riesgo. En un fragmento dotado de una irresistible sensación de peligro, Endfield pondrá de manifiesto su maestría a la hora de plasmar episodios dotados de una fisicidad que por momentos se hace casi irrespirable.
El episodio, dominado por un montaje perfecto y una modulación de elementos admirable, se caracterizará por una planificación percutante que por momentos –la inesperada aparición del capitán del navío, en estado catatónico, y con una ostentosa brecha en la cabeza, adquirirá rasgos inquietantes- De manera paulatina iremos imbricándonos en el riesgo compartido por nuestro protagonista, al que acompañará este mando americano que le indicará, dentro de las limitaciones que le muestra su estado, el lugar donde se encuentran depositados unos barriles de sodio, que en su contacto con el agua provocarían una explosión del buque. Hay que reconocer que esos minutos caracterizados por su pureza fílmica, que describen la lucha de Hewson para limitar el enorme riesgo existente, en medio de la creciente fuerza de las aguas, elevan considerablemente el nivel marcado hasta el momento por la función, hasta el punto de hacernos sentir que estamos en “otra” película. Será el ámbito que provocará que el viejo capitán modifique la opinión combativa que tenía por este hombre cuya intuición le había señalado formara parte de su tripulación, asumiendo que Josita sea su enamorada, aunque para el veterano marino quede la gloria de una operación casi suicida, que en realidad él se limitó a presenciar desde el barco. Apresurada conclusión para una película que, en su tramo más intenso, puede decirse contiene uno de los mejores fragmentos del cine de su director, pero en su conjunto no reviste el interés de las mejores muestras de su filmografía.
Calificación: 2’5
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antonio -