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CINEMA DE PERRA GORDA

THE SOUND OF FURY (1950, Cyril Endfield)

THE SOUND OF FURY (1950, Cyril Endfield)

THE SOUND OF FURY (1950, Cyril Endfield) es una película que apela a la conciencia del espectador. De ello no cabe duda. Pero ello no impide que aún reconociendo que nos encontramos con un film “de tesis”, “de mensaje” o discursivo –táchese el sinónimo que no proceda-, e incluso admitiendo ciertas imperfecciones y subrayados que en ocasiones se detectan en su metraje, poco a poco vaya impregnándose la sensación de asistir a una gran película. No he podido contemplar hasta la fecha demasiados de los títulos en la por otra parte no muy copiosa filmografía de su realizador, aunque mi intuición me hace entrever que nos encontramos ante su obra cumbre –desde luego, es la más valiosa de cuantas he visionado, y aseguro que en su obra se encuentran exponentes de notable interés-. Hay en THE SOUND OF FURY –rodada a continuación de la apreciable pero bastante inferior THE UNDERWORLD STORY (1950), y ausente de estreno en nuestro país- una sinceridad, una dureza combinada de lucidez, que permite de manera paulatina un equilibrio entre intenciones y resultados, entre contenidos y formas, hasta hacerla emerger de ese conjunto de producción que tuvo lugar a finales de los cuarenta e inicios de los cincuenta, dentro de un ámbito escorado hacia la serie B de los grandes estudios e incluso en otras productoras de menor potencia, y que pusieron en práctica directores comprometidos como el artífice de esta película, Joseph Losey o Edward Dmytryk –antes de que su delación maccarthysta modificara el semblante, que no el interés, de su filmografía posterior-. Cierto es, que no siempre esas intenciones estuvieron acompañados por sus resultados –por ejemplo, del tan valorado THE LAWLESS (1950) de Losey, tengo el recuerdo de una propuesta bienintencionada pero gris y apagada-. Sin embargo, en esta ocasión las imágenes del film de Endfield parecen cobrar vida propia, desplegando un laberinto de tintes sombríos, tan implacable en su desarrollo como progresivamente desasosegador en la crudeza con la que queda expuesto el auténtico eje vector de su enunciado; la crueldad del lado oscuro del ser humano.

THE SOUND... se inicia con unas imágenes nerviosas de una típica localidad media norteamericana –en este caso de California- del periodo de rodaje del film. Un contexto entre urbano y residencial, propicio para la rutina cotidiana, que se encuentra en un extraño estado de ebullición y nerviosismo, en el que incluso la presencia de un estridente predicador ciego –que en otro contexto podría ejercer como detonante de esa alteración- llega a ser pisoteado por la multitud ¿Qué sucede para ello? La explicación de ese proceso se erigirá como el nervio de esta película oscura, densa y tensa, dolorosa en su contraposición de la influencia de la colectividad a la hora de explicar una serie de comportamientos criminales a posterioridad rechazados por esa misma sociedad que, de forma indirecta, los ha generado con el injusto engranaje que le sostiene.  Será la propuesta que emanará de la novela –y el guión- de Jo Pagano, titulada originalmente The Condemned, y en el que al parecer colaboró el propio Endfield en su configuración final. No es de extrañar que así suceda, puesto que ya desde las imágenes que sirven como fondo a los títulos de crédito, se tiene la intención de ir al grano y, sobre todo, insertar la individualidad del punto de partida, centrado en la figura de un hombre humilde y sencillo –Howard Tyler (Frank Lovejov)-. Un ciudadano medio envuelto en dificultades. Se encuentra en el paro y su esposa está embarazada de un segundo hijo, por lo que las complicaciones en su vida cotidiana se verán acrecentadas en su infructuosa búsqueda de trabajo en otra localidad alejada. Tras su regreso –que es mostrado con la cotidianeidad de ejercer como autoestopista y ser recogido por un camionero, lo cual nos permitirá atisbar su carácter pasivo y bondadoso-, este se verá enfrentado a una situación casi desesperada, encontrándose de manera casual con un personaje en apariencia extrovertido. Se trata de Jerry Slocum (Lloyd Bridges). Ya la película dejará una curiosa pista al articular el encuentro de ambos con la presencia de ese periodista que, poco después, se erigirá en el auténtico detonante de la manipulación de una ciudadanía que de forma individual, puede actuar de forma ejemplar pero, alienada por presiones externas, se llegará a transformar en una masa enfervorecida, alejada de cualquier atisbo de valor humano. Todo este proceso se verá plasmado en la película a partir del logro por parte Jerry de que Howard le ayude en sus robos –intuyendo además cierto alcance homosexual en el primero de ellos-. Nuestro protagonista, reacio a primera instancia, casi se verá obligado en acceder al inicio de su colaboración como chofer de este simple atracador, quien de la noche a la mañana ambicionará dar un golpe articulando un secuestro, que muy pronto se verá abocado a la tragedia. Ello tendrá lugar cuando se produzca la retención bajo pistola de Donald Miller (Carl Kent), hijo de una familia acomodada, asesinado sin escrúpulos por parte de Jerry, quien solo ha utilizado la retención de este para poder obtener objetos personales que puedan justificar el envío del anónimo, y en el que se detectarán de nuevo matices incluso sadomasoquistas al plasmar la manera con la que el joven es amenazado, atado e incluso sometido a un cruel asesinato. Serán estas secuencias casi aterradoras en su dureza, que ofrecerán a la película un matiz casi irreversible en esa  pesadilla que a partir de entonces se insertará el sustrato dramático del film. A partir de ese momento, THE SOUND... prosigue como el inevitable desplome de una sucesión de piezas de dominó; con la irreversibilidad de la tragedia griega. Ahí está el gran mérito del film de Endfield, el de saber imbricar en su desarrollo la crítica social, los ecos del cine noir, matices del comportamiento y las relaciones –la homosexualidad latente de Jerry, el rasgo pasivo de Howard, el personaje de esa solterona pasiva que se ha enamorado de Howard aunque no dude en denunciarlo, motivado en buena parte por el hecho de saber que este es en realidad casado y no puede responder a sus expectativas-. Incluso cuando llegado el momento, se incorpora ese elemento que podría haber proporcionado un matiz esencialmente discursivo, como es lo relativo al papel de los responsables de ese periódico que ejercerá como detonante de la manipulación de la comunidad, en esta ocasión tal incorporación ofrecerá a la película un alcance enriquecedor. Y lo hará por que este elemento “de tesis” se inserta con una relativa sutileza –la presencia de ese personaje de Vito Simone (Renzo Casana), aportando un punto de vista liberal, deviene creíble en sus matices-, teniendo además el especial acierto de la elección de Richard Carlson como intérprete del rol de periodista manipulador, quien con sus rostro y aspecto amable permitirá que ese rasgo se introduzca en la película con un plus de credibilidad, suavizando las aristas sin que ello minimice la dureza de la invectiva planteada.

En este sentido, casi todo en el film de Endfield aparece planteado y mostrado con una fuerza, una garra y al mismo tiempo una desasosegadora lucidez, desacostumbrada en el cine norteamericano de su momento. Incluso comparando su resultado con el tipo de producción en que la película queda inserta, las imágenes de esta por momentos aterradora película alcanzan una personalidad, coherencia y contundencia única. Todo ese proceso que conduce a la ya casi inevitable explosión popular de furia, está mostrado en la pantalla con un admirable sentido de la progresión dramática, sin cargar las tintas, sin mostrar esquematismos, modulando ese sendero sin salida posible que se cierne sobre dos sujetos que han proporcionado un rostro al anónimo lado animal de la condición humana. Uno de ellos probablemente aquejado por un grave problema psicológico, y otro definido por ser una persona débil de carácter. En estas y otras características, THE SOUND... queda definida como una especie de eslabón cinematográfico entre referentes como FURY (Furia, 1936. Fritz Lang), THEY WON’T FORGET (1937, Mervyn LeRoy), y títulos coetáneos como DEADLINE U.S.A. (1952, Richard Brooks) o el sobrevaloradísimo THE BIG CARNIVAL (El gran carnaval, 1951. Billy Wilder). Personalmente considero que el título que nos ocupa puede ubicarse a la altura de los dos primeros títulos citados, y supera ampliamente los mencionados y más cercanos en el tiempo. En ese mismo ámbito, la obra de Endfield podría tener una continuidad en sus características con THE PHENIX CITY STORY (El imperio del terror, 1955. Phil Karlson) y preludia la dolorosa y desesperanzada lucidez de la magnífica IN COLD BLOOD (A sangre fría, 1967. Richard Brooks) –película y también el prestigioso referente literario de Truman Capote-.

Pero con ser interesantes e incluso admirables todos estos elementos, teniendo la obligación de consignar algunas pequeñas debilidades –los planos inclinados en la secuencia de la fiesta a la que acuden los dos asesinos junto a las acompañantes; algunos insertos un tanto elementales, como aquel que relaciona el recuerdo de la víctima al ver Howard como machacan un filete de carne-, lo cierto es que nos encontramos con una de las obras cinematográficas que quizá contenga uno de los episodios finales más demoledores del cine norteamericano de su tiempo. La precisión y espontaneidad, la capacidad descriptiva, la sensación de estallido incontenible, la veracidad que desprenden sus imágenes –en las que probablemente se combinaran aspectos documentales-, permiten que ese estallido de la vertiente más embrutecedora del individuo –y que culminará con el linchamiento en off de los dos detenidos-, esta plasmada por Endfield con un grado de credibilidad absoluto. En pocas ocasiones se ha dado en la pantalla la oportunidad de asistir a un fragmento tan demoledor –esa definición de los promotores de la rebelión, encarnados por un grupo de universitarios-, tan duro de asimilar y que con tanta valentía es planteado en el contexto de una cinematografía que se encontraba en aquellos tiempos sufriendo uno de los periodos más lúgubres, tristes y opresivos, de toda su historia. Es indudable que buena parte de esa atmósfera queda impregnada en ese cuarto de hora final que se ofrece como casi insoportable catarsis a un relato –atención  a los rugidos de la multitud que nos anuncian la culminación de la ejecución pública de los detenidos, que me recordó los ofrecidos por los espectadores de una corrida de toros- que debe insertarse, por derecho propio, en cualquier selección del mejor cine social norteamericano. Pesimista, oscura y lúcida hasta límites insospechados, THE SOUND OF FURY es la prueba evidente de que la unión de una base sólida a la suficiente convicción específicamente cinematográfica, puede brindar propuestas tan valientes e imperecederas como la que nos ocupa.

Calificación: 4

2 comentarios

Luis Tovar -

Vista ayer. Una sorpresa en toda regla a la que curiosamente quizas ayuda el poco carisma de sus protagonistas,lo que favorece para dar mayor realismo a la historia.

Paulo -

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Paulo Jose
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