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CINEMA DE PERRA GORDA

LET US LIVE (1939, John Brahm)

LET US LIVE (1939, John Brahm)

En muchas ocasiones se ha hablado de la capacidad que albergaba la serie B norteamericana para sintetizar por medio de metrajes muy limitados –frutos de las condiciones de producción que les definieron-, propuestas caracterizadas por su densidad. Sin embargo, no siempre fue ello posible. Hubo ocasiones en las que películas enmarcadas en dichos parámetros, se caracterizaron por esa limitación, impidiendo por un lado alcanzar esa máxima de revertir un caracterizado marco de producción, hasta lograr con inventiva y talento ese grado de inspiración que definió una de las corrientes más estimulantes del cine norteamericano. LET US LIVE (1939) aparece, bajo mi punto de vista, como uno de dichos ejemplos. No se trata de producciones seriales de cortos vuelos. Por el contrario, asistimos a una producción de la Columbia, que contaba con el protagonismo de un actor, ya entonces definido por un notable prestigio, a punto de encarnar el que quizá fuera el papel de su vida –el Tom Joad de THE GRAPES OF WRATH (Las uvas de la ira, 1940. John Ford)-. Es por ello que nos encontramos con una película que define su condición de serie B en base a una ajustada duración, dotado de un notable sentido del ritmo, y en la que se aprecia constantemente la raíz expresionista alemana de su director, John Brahm, en el que sería el quinto exponente de su atractiva filmografía. La película se encuentra inmersa en un relato –con la participación de Anthony Veiller- centrado en la creciente angustia vivida por su protagonista, el taxista –Brick Tennant (Fonda)-, al ser detenido junto a un viejo amigo que ha acudido casualmente a su vivienda, cuando la casualidad implique a ambos en los crímenes cometidos por un grupo de asaltantes. Lo que inicialmente aparecía como la oportunidad de un hombre medio, para poder establecer un futuro profesional estable junto a su joven prometida Mary (la tarzanesca Maureen O’Sullivan), con la que horas después va a contraer matrimonio, casi de la noche a la mañana, aparecerá como el inicio de una pesadilla de angustiosas proporciones, que abocarán a Tennant y su amigo a las puertas de su ejecución a la silla eléctrica, mientras que su prometida apura desesperadamente el escaso tiempo disponible, para intentar encontrar pruebas y evidencias que invaliden la condena, teniendo la certeza de su inocencia, y contando para ello con la única ayuda del teniente Everett (Ralph Bellamy), quien en un momento determinado apreciará en una prueba balística aportada por Mary, el indicio de la existencia de una banda de asaltadores, al margen del condenado.

Es decir, que LET US LIVE se describe en tres aspectos, que personalmente considero no se articulan con la necesaria armonía, para confluir en ese relato fatalista que, a fin de cuentas, aparece como aspecto más valioso. Por un lado encontramos esa vertiente de comedia de costumbres, que justo es reconocer permite a Brahm describir con cierta precisión, el ámbito urbano de la Gran Depresión, en el que se enmarca el deseo de la joven pareja de buscar una mínima prosperidad. Por otro lado, la película articula en su segunda mitad una trama detectivesca, centrada en el anhelo de Mary por certificar pruebas que liberen a su prometido. Entre ambas vertientes, se entrecruzará la mirada más certera del conjunto, como es la crónica de esa injusta condena, y la angustia mantenida por Brick y su compañero, a la hora de ver cercana la hora de su ejecución. No cabe duda que este elemento, sin duda retomado del admirable YOU ONLY LIVE ONCE (Solo se vive una vez, 1937. Fritz Lang) –no es nada casual retomar el protagonismo del siempre magnifico Fonda en el film de Brahm-, funciona considerablemente bien en este último apartado. Es más, incluso logra mantener su alcance transgresor, por encima de la recurrencia a un impostado happy end en el último minuto. La actitud de Brick, manteniendo la dignidad en el desprecio final hacia el fiscal, prolonga ese aspecto de alegato en contra de la pena de muerte que articula el conjunto del relato. Es algo que se manifestará en la segunda mitad con una intensidad creciente, aprovechando el realizador para incidir en su querencia expresionista, que en no pocos momentos aparecerá como el mejor aliado del realizador, para transmitir visualmente la creciente angustia de los condenados. La presencia de los barrotes de la celda. La propia utilización de los contrastes en la fotografía de Lucien Ballard, y su percutante montaje, transmiten el creciente desasosiego, de dos hombres condenados injustamente, primero por las casualidades del destino, y segundo por las coladuras de un sistema que permite dar por válidos testimonios de testigos, o las argucias judiciales, que en teoría han de servir como salvaguarda de los derechos de cualquier acusado.

¿Qué es lo que, a mi modo de ver, impide que LET US LIVE pueda ser considerada una gran película? Sin duda la ausencia de ese necesario equilibrio, a la hora de articular esa crónica de costumbres en tono de comedia, con la que se inicia la película, y la apresurada investigación de la prometida que se describe en el tramo final, dentro de la severidad y angustia que percibimos, en la asfixiante odisea del joven taxista y su desafortunado amigo. Esa carencia de la necesaria densidad, lo previsible de una investigación que tenía que aparecer como soporte de la tensión, y que en realidad supone una ruptura con aquellos pasajes que sí devienen percutantes en la terrible cercanía de Brick y su amigo con la silla eléctrica. Esa mirada en torno a la deshumanización del funcionamiento de la Justicia. Esa comprensión con los desfavorecidos. Son todo ello elementos que adquieren suficiente importancia en una película pequeña y atractiva, a la que desborda esa aura trágica que engrandece su tercio final, pero que al mismo tiempo impide que alcance cotas tan altas, debido a la carencia de ambición de su planteamiento de partida. Una curiosa paradoja, no muy habitual en la producción media del cine norteamericano, pero que curiosamente está muy presente en esta pequeña y singular obra del siempre reivindicable John Brahm.

Calificación: 2’5

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