THE LODGER (1944, John Brahm) Jack, el destripador
Cuando John Brahm asume la realización de THE LODGER (Jack, el destripador, 1944) ya atesora más de diez largometrajes en Hollywood y, lo que es más importante, pese a encontrarse en el seno de la 20th Century Fox desde hace pocos años, ya se ha fogueado en dicho contexto. Será en dicho ámbito donde dará la primera prueba de su innata personalidad como creador de unas atmósferas claramente trasplantadas de su herencia europea, y que por otro lado de manera paralela -aunque con otra configuración- se encontraban explotadas desde años atrás en las producciones de terror de la Universal. En la oposición de dicha égida, Brahm ofrece en la Fox la intensa The Undying Monster (1942), de cuyos atractivos en la incorporación de una intensa y oscura atmósfera, considero se beneficiaría el título que nos ocupa, rodado apenas dos años después.
Adaptación de la novela de Marie Belloc Lowndes -ya utilizada por Hitchcock en su silente y magnífica THE LODGER (El enemigo de las rubias, 1926), destaca en ella el rasgo que a mi modo de ver realza su conjunto; la apuesta por un aura numinosa que se expresa ya en su secuencia de apertura. En ella, junto a la elegancia de sus panorámicas en grúa, capaces de describir los contrastes sociales de la noche londinense -los mendigos y los policías que se alternan en el entorno de Whitechapel- aparecerán extraordinariamente potenciadas por la iluminación en blanco y negro de Lucien Ballard, en donde la presencia omnipresente de la niebla proporcionará una aureola de inquietante duermevela a un ámbito en el que se verificará, entre sombras, un nuevo crimen del denominado Jack, el destripador.
A partir de esta presentación, el relato auspiciado por el guionista y dramaturgo Barré Lyndon alternará la crónica de cumbres con la presencia, impactante, del patólogo Slade -ha asumido el nombre al contemplar el rótulo de un comercio-, al que Laird Cregar proporciona una ambivalente prestancia en su magnífica interpretación, convenientemente potenciada por la cámara de Brahm al encuadrarlo frecuentemente en contrapicado, y en la que la extraña vulnerabilidad de su personalidad se percibe esencialmente no solo a través de la gestualidad del intérprete sino, de manera esencial, por la modulación de su dicción. En buena medida, la configuración de su personaje puede decirse que abrió la puerta a la configuración de una serie de seres torturados que enriquecieron la iconografía de los villanos que hasta entonces frecuentaron Hollywood, y que en aquellos mismos años desplegaba la producción de Universal. No es difícil concluir, a este respecto, como el protagonista de la película inspiraría de manera poderosa al posterior Vincent Price de la cercana producción del estudio DRAGONWICK (El castillo de Dragonwich, 1947. Joseph L. Mankiewicz). Es más, dichas premisas favorecerán que al año siguiente, bajo la propia realización de Brahm y con una premisas bastante semejantes -entre ellas, el indispensable protagonismo de Cregar- el estudio de Zanuck produjera la magnífica HANGOVER SQUARE (Concierto macabro, 1945), que considero se encuentra ligeramente por encima en cualidades al título que nos ocupa.
Sea como fuere, THE LODGER discurre bajo tres premisas complementarias, no siempre bien armonizadas, lo cual impide a mi juicio que nos encontremos ante un logro absoluto. Por un lado, el adecuado tratamiento del atormentado protagonista. Por otro, la ambientación y el tratamiento de costumbres -la tendencia de los habitantes para linchar a quien porte un maletín negro, atenazados por la histeria que provocan las descripciones publicadas en la prensa-. Y, en última instancia, la extraña relación que el protagonista mantendrá con la cantante Kitty Langley (Merle Oberon), sobrina del matrimonio que lo ha acogido como huésped en su vivienda. Y entre estas dos últimas vertientes se insertará la presencia del inspector John Warwick (George Sanders) -lo que permitirá una singular secuencia en la que el agente utilizará las muestras de crímenes que mantiene ordenadas en un curioso recinto, para intentar llamar la atención amorosa de la joven. En medio de una amalgama de intenciones, en la que su apuesta por la densidad no siempre alberga el resultado deseado, nos encontramos ante un conjunto en última instancia revestido de brillantez y convicción, y que en buena medida adelanta las premisas de la posterior versión firmada en 1953 por Hugo Fregonese, quizá más caracterizada por su ambivalencia, y por la mayor permisividad y fisicidad que le proporciona estar rodada una década después.
THE LODGER está dominada por ráfagas de excelente cine. Es algo que manifiestan todos aquellos momentos descritos en el ático donde Slade muestra su lado más inquietante, siempre entre sombras, bien quitando los cuadros con rostros femeninos, quemando de noche el maletín que podría implicarle, o incluso haciendo lo mismo con ese abrigo manchado de sangre con el que Kitty le sorprenderá. O la terrible garra que revestirá el crimen contra la desvencijada mujer que ha recogido una concertina que piensa utilizar y, con ella, obtener propinas, y que será asesinada en su propia y lúgubre habitación. También, el perturbador instante en el que el oscuro protagonista se encuentra solo, en una pequeña barca, intentando lavar su sangre con las aguas oscuras del Támesis durante la noche. Y mucho antes, la triste historia de la actriz en decadencia que será asesinada -elípticamente- tras encontrarse con Kitty el que había sido su antiguo camerino. Será relevante al mismo tiempo como en el interior de los Bonting, el inicialmente receloso Robert (Cedric Hardwidcle) sea el que poco a poco muestre mayor confianza ante el extraño comportamiento de Salde, en contra de la creciente inquietud de su esposa, que inicialmente lo hospedó. Y dentro de esa vertiente psicoanalítica, considero especialmente relevante, por lo insólita y por las ocultas derivaciones homosexuales que revelan, aquella secuencia en la que el protagonista, en unos instantes de intensa confidencialidad ante Kitty, le muestre el pequeño autorretrato pintado de su hermano -que presenta a un joven de casi byroniana belleza- mientras este invoca que las mujeres los pervirtieron…
El film de Brahm atesorará unos minutos finales espléndidos, dominados a partir del estreno de Kitty en el reputado teatro, donde de entrada asistiremos a un lujoso diseño de producción brillantemente mostrado por la cámara de Brahm, que poco a poco se irá acercando al creciente riesgo de que la cantante sea asesinada por un Slade cada vez más obsesionado en ella. Todo ello confluirá en un clímax perfectamente modulado en su intensidad, que tendrá su primer plato fuerte en la desasosegadora secuencia del acoso de este, ya totalmente ido y encaminado a un nuevo crimen en la persona de la protagonista, escondiéndose en su camerino. Allí ella intentará disuadirle de su intención de asesinarla, intentando inútilmente hacer reaccionar a quien ya tiene la intención marcada en su mente. Kitty conseguirá escapar de una muerte segura, mientras que Slade se esconderá entre la escenografía del teatro, hasta que inesperadamente pueda tener de nuevo la ocasión para asesinarla. Será momentos espléndidos que retrotraen la ascendencia del Gaston Leroux de ‘El fantasma de la ópera’, o el Victor Hugo de ‘El jorobado de Notre Dame’ y, de manera inesperada, y pese a lo terrible de la situación, se inserte en esas imágenes un cierto grado de patetismo ante alguien que, esta vez sí, se verá acorralado y sin salida. E incluso herido bajo el impacto de las balas. Una extraña sensación de conmiseración se brindará ante un asesino antes de su desaparición en las aguas del río londinense que, para él, y tal y como señalará en off Kitty, siempre había supuesto una metáfora de liberación.
Calificación: 3’5
0 comentarios