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CINEMA DE PERRA GORDA

SHOW PEOPLE (1928, King Vidor) Espejismos

SHOW PEOPLE (1928, King Vidor) Espejismos

1928 fue un año de excepcional brillantez en el cine norteamericano. Parecía que la inminente llegada del sonoro, unida a la creciente sensibilidad que registró el lenguaje fílmico, permitió el estreno de numerosas obras maestras. De entre ellas, la comedia registró brillantes exponentes, uno de los cuales –generalmente no suficientemente valorada- fue SHOW PEOPLE (Espejismos, 1928. King Vidor), que tomaba como marco la fascinación que entre la sociedad USA ofrecían los propios mecanismos de la fama cinematográfica. Y es que, poco a poco, Hollywood percibía que la mirada sobre su propio engranaje, era un terreno abonado para generar el suficiente interés en el espectador. El film de Vidor se incorpora a dicha vertiente, pero ello no evita consignarla como una propuesta excelente, en buena medida transgresora con ese mundo que en primera instancia parece sublimar y que el gran realizador conocía sobradamente. Una de las grandes virtudes de SHOW PEOPLE reside en la casi perfecta incardinación de objetivos que se aúnan en esta producción de la Metro Goldwyn Mayer, en la que la siempre menospreciada Marion Davies –amante de William Randolph Hearst- ejerció de forma paralela como protagonista y productora. Por su parte, el director recrea una comedia que parece emerger como el perfecto reverso y al propio tiempo complemento de la sublime THE CROWD (…Y el mundo marcha) rodada el mismo año. Al propio tiempo, sus imágenes brindan –en ocasiones dentro de la misma secuencia-, la deconstrucción de lo que propone el seguimiento de su base argumental, con el enfoque cuasi documental y en ocasiones amargo, de lo que supone la invisible pero inevitable arena movediza que envuelve la vivencia de la fama dentro de la meca del cine.

Vislumbrar aquella circunstancia en 1928, debería suponer ya un motivo para apreciar en la medida que merece esta película, que se degusta con la placidez que proporcionaba la media hora inicial de la citada THE CROWD. Una sensación de placer que brindan ya sus primeros fotogramas –acrecentado por la hermosa melodía que incorporó Carl Davis en 1982, que ha pasado a constituir un motivo musical recurrente de los orígenes del cine-, cuando contemplamos la mirada admirativa que ofrece la joven Peggy Pepper (Marion Davis), quien acompañada por su padre viaja desde Georgia con la intención de convertirse en una estrella de cine. Un ágil montaje nos muestra diversos lugares de aquel Hollywood creciente hasta llevarnos a los estudios, en uno de los cuales intentará encontrar un puesto como extra. Será la primera decepción de una muchacha ingenua y chapada a la antigua, que vivirá su primera sorpresa al contemplar fugazmente a John Gilbert tomando un coche. Sin embargo, no será hasta su encuentro con el joven actor cómico Billy Boone (William Haynes), cuando este le proporcione sus primeras apariciones fílmicas, formando parte dentro de la compañía cómica que dirige un expresivo director (Harry Gribbon). Hay que admirar la capacidad de Vidor para transmitir ese estado de espontánea e intensa alegría que describen los ensayos interiores de dicho equipo –habría que esperar hasta SINGIN’ IN THE RAIN (Cantando bajo la lluvia, 1952. Stanley Donen & Gene Kelly) para sentir una sensación similar-, que concluirán con la inesperada lluvia de sifón y posterior batalla que vivirá Peggy convertida en cómica… y que de la noche a la mañana le llevará a llamar la atención, abriéndole las puertas para desarrollarse como actriz dramática. En buena medida, SHOW PEOPLE adelanta las bases argumentales que permitirían años después las diferentes versiones de A STAR IS BORN –la primera de ellas rodada en 1932 por George Cukor bajo el título WHAT PRICE HOLLYWOOD (Hollywood al desnudo)-. En esta ocasión la propuesta de Vidor destaca por la agilidad de su ritmo, la inocencia de su planteamiento, la perfecta incardinación de elementos de comedia con otros de tinte dramático y, como no podía ser de otra manera, su capacidad para insertar en sus imágenes intervalos románticos que aún, más de ocho décadas después de su filmación, adquieren una irresistible convicción.

Alternando esa mirada cómica sin abandonar junto a ella tintes amargos, en realidad SHOW PEOPLE habla bien a las claras –antes que lo propugnara Preston Sturges en su imprescindible  SULLIVAN’S TRAVELS (Los viajes de Sullivan, 1941)- sobre la necesidad que el cine tenía de servir como marco para el esparcimiento del espectador. Para ello, el director no dudará incluso en poner en tela de juicio su propio cine –el instante en el que Billy desprecia la proyección de BARDELYS THE MAGNIFICENT (El caballero del amor, 1926), que él mismo había rodado un par de años antes-, como tampoco desdeñará la ocasión para aparecer como el seguro referente de Frank Tashlin a la hora de insertar divertidos private jokes cinematográficos –uno de ellos ironiza sobre la propia Davies, en otro contemplaremos al mismísimo Charles Chaplin, Vidor aparecerá en los últimos minutos, dispuesto a rodar una secuencia que bien podría proceder de THE BIG PARADE (El gran desfile, 1925) , mientras que no evitará la ocasión de ofrecer esa ya conocida panorámica que muestra a las estrellas en pleno almuerzo –destacando en ella los juegos que efectúa Douglas Fairbanks Jr.-. Con ser muy atractivo todo ello, no cabe duda que SHOW PEOPLE destaca al servir como documental sobre los métodos de rodaje que ya formaban parte del cine en los grandes estudios. Esa inesperada invasión que Peggy –ya transmutada en su nombre artístico como Patricia Peppoire- sufre cuando se acomete en su primera escena dramática, rodada de maquilladoras, iluminadores, cámaras, estilistas… supone un instante todo lo cómico que se que quiera, aunque revelador de la tiranía de la política de la majors. Máxime cuando poco después la actriz se verá imposibilitada a llorar, teniendo para ello el equipo técnico a recurrir a mil argucias -¡incluso pelando una cebolla cerca de su rostro!-, hasta que una inesperada cita del realizador evocará en ella el recuerdo a ese Billy que la llevó hasta donde está, y al que ha abandonado envanecida por ese mundo tan falso como el primer actor que le acompaña –un falso aristócrata con el que estará a punto de casarse-, o los pomposos decorados de época que envuelven la película que interpreta.

En un conjunto magnífico en el que la mirada a la meca del cine se tiñe de nostalgia –sobre todo relativa al mundo del slapstick- y crítica a partes iguales, desarrollada en  una estructura a base de capítulos divididos que parecen adelantarse al Jerry Lewis de THE ERRAND BOY (Un espía en Hollywood, 1961), no puedo dejar de destacar algunos de sus instantes más memorables, casi todos ellos centrados en la relación que –aunque ella no lo admita-, mantendrá Peggy con Billy –interpretado con una desarmante naturalidad por el estupendo William Haynes, al que el reconocimiento abierto de su homosexualidad desplazó de ser una de las máximas estrellas masculinas de la Metro en aquellos años-. Entre ellos, resalta el encuentro con Charles Chaplin –magnífico en su breve cameo- tras la salida del estreno a la crítica de la película cómica que se acaba de proyectar, pidiendo un autógrafo a los dos intérpretes. Mientras Billy no da crédito a la situación, la muchacha no advertirá que se trata del astro, cayendo desmayada cuando descubra su identidad una vez se ha marchado. Pero mayor emotividad reviste la tristeza de Billy cuando comprende que él no ha sido seleccionado para asistir al High Art; la ya citada secuencia en la que Peggy llora desconsoladamente cuando evoca su pasado con el joven cómico, o la despedida previa de ambos cuando la actriz va a acudir a los nuevos estudios e iniciar su andadura dramática, que supondrá la primera demostración de amor entre ambos. Será un sentimiento que se reanudará inesperadamente para Billy en la secuencia final, en la que ataviado de soldado –ha sido reclamado por Vidor actor / director para ocupar un rol por recomendación de Peggy sin que él lo sepa-, se encontrará con ella en escena, fundiéndose en un largo abrazo que sobrepasará con mucho lo que demandaba el guión, dejando los técnicos solos a los dos amantes reencontrados. Una conclusión quizá demasiado inocente para un film admirable, que se erige como una de las primeras miradas críticas que Hollywood se planteó a sí mismo, al tiempo que ratifica la maestría que Vidor ofreció en cuantos géneros y facetas acometió a lo largo de toda su carrera.

Calificación: 4

3 comentarios

Luis Tovar -

Leido. Me pondre en contacto contigo en el email que me mandas.

Juan Carlos Vizcaíno -

Querido Luis. He leído todos tus mensajes a diferentes pelis, y me alegra mucho que mis pequeños comentarios te hayan servido para descubrir algunos títulos. me gustaría ponerme en contacto contigo. Mi email es jcvizcaino66@gmail.com. Solo no comparto una cosa, CAUTIVOS DEL MAL me parece sencillamente maravillosa. La considero la mejor película que aborda el "cine dentro del cine". Un abrazo y espero que leas esto y me escribas.

Luis Tovar -

Comparto contigo todo lo que comentas. Para mi es una obra maestra de la comedia (una de las mas grandes del subgénero del cine dentro del cine y en mi opinion muy superior a otras sobrevaloradas, como "Cautivos del mal" que es una lástima sea tan poco conocida.