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CINEMA DE PERRA GORDA

INVISIBLE STRIPES (1939, Lloyd Bacon)

INVISIBLE STRIPES (1939, Lloyd Bacon)

1939 es un año crucial para la consagración del cine de gangsters como alegato social. Es cierto, no hay que negarlo, que desde el inicio de los años treinta, habían aparecido exponentes de enorme repercusión, que aunaban ambas vertientes. Me refiero a títulos rodados por cineastas como Mervyn LeRoy, William A. Wellman, o nombres más fugaces y menos conocidas como Roland Brown. Estos y otros profesionales, supieron tomar el pulso de una sociedad convulsa, que aunaba entre sus males las consecuencias de la Gran Depresión, los ecos aún no digeridos del retorno de la I Guerra Mundial, la ley seca, y otras circunstancias por todos conocidas, que favorecieron un corpus, en el que la delincuencia, en no pocas ocasiones, aparecía casi como el único asidero para poder encontrar un progreso económico en una sociedad tremendamente difícil de transitar. Todos los estudios de Hollywood, en mayor o menor medida, trasladaron a la pantalla ese contexto de turbulencia, pero es evidente que fue la Warner Bros la que encontró en la reiterada plasmación de estas temáticas, con su estilo ágil, nervioso y directo, la horma de su zapato, para definir los rasgos del estudio. Y fue en 1939, cuando de las manos de Warner y un equipo extraordinario –Raoul Walsh, Mark Hellinger, Jerry Wald, Robert Rossen, James Cagney, Humphrey Bogart..- surgió la canónica THE ROARING TWENTIES, dirigida por Raoul Walsh, que al margen de sus admirables cualidades cinematográficas, describía a la perfección y con profundidad, el conjunto de circunstancias que había posibilitado aquella dura y compleja situación casi de emergencia social.

Pero no fue el único exponente surgido aquel año de dicho estudio. Y es que sin llegar a las excelencias del referente de Walsh, lo cierto es resulta sorprendente que de manos de un director tan prolijo, como al mismo tiempo escasamente sutil como Lloyd Bacon, aparezca un resultado tan sensible como el que propone INVISIBLE STRIPES. Una mirada casi de raíz existencial, en torno a la casi imposibilidad de aquellas personas marcadas por su paso por la delincuencia y la prisión, y su imposibilidad por encontrar un asidero que les reintegre en la sociedad. El film de Bacon se inicia, como tantas otras producciones Warner, describiendo la entrada y salida de presos en el penal de Sing-Sing. Uno de los más viejos y sagaces guardianes, da la bienvenida con ironía a aquellos delincuentes a los que ve regresar de nuevo a la prisión, mientras que advierte con la sabiduría del viejo zorro, que aquellos que se marchan, pronto volverán tras las rejas… Son las casi inquebrantables normas no escritas de la sociedad norteamericana de su tiempo, y que centrará la mirada de la película. Fundamentalmente en el caso de Cliff Taylor (un estupendo George Raft), condenado a un año de cárcel –nunca se nos dirá por que fue encarcelado- y también el más inserto en un contexto delictivo Chuck Martin (Humphrey Bogart). Ambos abandonarán la prisión en libertad condicional, y en el trayecto en tren, una conversación reveladora de los dos, ratifica la visión divergente que ambos mantienen sobre su reinserción en la sociedad. Mientras que Taylor apostará por el consejo que le ha brindado el director de la penitenciaría, Martin apela claramente el sendero fácil de la delincuencia.

Pese a su deseo de reinserción, Cliff pronto descubrirá en carne propia la dificultad de conseguirlo. En la magnífica secuencia de regreso a su casa –sensiblemente modulada por Bacon-, se entrecruzará la alegría de su madre –la excelente Flora Robson-, con una rápida percepción de la incomodidad que le brinda su novia, y que muy pronto se traducirá en el abandono de la misma. Buscará trabajo de inmediato, en el taller en el que se encuentra su joven hermano Tim (William Holden). Sin embargo, su imposibilidad para conducir, al mantener la condicional, supondrá una excusa perfecta por parte del dueño del taller –que no se fía de dejarlo solo junto a la caja-, para ser despedido. Se incorporará en una cuadrilla de trabajadores, que desde el momento en que conozcan que se trata de un ex convicto, no dudarán en provocarle para facilitar que sea despedido. Incluso será aceptado por el dirigente de una fábrica, al objeto de que ejerza de chivato entre los obreros más rebeldes, provocando que atice un puñetazo al promotor. Finalmente, y cuando ya casi parecía imposible una salida, será admitido como empleado en unos grandes almacenes, donde encontrará el apoyo de sus jóvenes empleados, alcanzando una continuidad laboral finalmente rota, al ser culpado injustamente de un asalto. Aunque a los dos días quede libre del mismo, su estigma quedará ya interiorizado, al percibir la imposibilidad de su futuro ante el camino tomado hasta entonces.

En realidad, irá descubriendo la carencia de asideros reales, que también desanimarán a su joven hermano, que en un momento dado no dudará en coquetear con el pequeño delito. Pese a los consejos de Cliff, este finalmente no verá más ocasión que reunirse con Martin, y participar con él y su grupo en una serie de asaltos –resueltos de manera elíptica y sincopada-, que permitirán dotar a su familia de una relativa estabilidad y casar a Tim con su prometida Peggy (Jane Bryan), al tiempo que abrir ese taller mecánico con el que soñaba. Sin embargo, cuando desee abandonar el gang de Martin, se encontrará con la oposición de parte de este, en especial del muy pernicioso Lefty (Marc Lawrence), receloso de que Taylor pueda chivarse a las autoridades de un nuevo golpe que tienen planeado. Este finalmente se llevará a cabo sin Cliff, pero provocará la reacción de la policía, que rodeará a Martin y parte de sus hombres, quienes casualmente se esconderán en el taller de Tim, a quien pedirán ayuda, bajo la falsedad de hacerle ver que su hermano se encuentra implicado en el asalto. Será el punto detonante de un círculo que se cierra, en el que Cliff aparecerá como el sacrificado en la familia, pese a que a partir de su recuerdo, su hermano pueda reconstruir su futuro.

Basado en un libro de Lewis E. Leaves, alcalde que fuera de Sing-Sing a partir de 1920 –lo que no convierte la película en un relato moralista-, a mi juicio el acierto de INVISIBLE STRIPES se erige en la sensibilidad con la que un realizador en líneas generales opaco, sabe plasmar en la pantalla, combinando ese elemento de crónica de gangsters típica de la Warner –que tiene su máximo exponente en las secuencias finales, dominadas por un intenso dramatismo, especialmente las que describen la muerte de Martin y Taylor-, con esa querencia dramática, dominada por una mirada revestida de pesimismo. La fuerza y la comprensión de la familia –la visión siempre lúcida de la madre-. La insuficiencia incluso de los representantes más reformistas de la sociedad. El enfrentamiento generacional que se produce entre los dos hermanos, que además generan una notable química entre Raft y Holden. Todo ello, tendrá una tremenda oposición en esa sociedad cruel y nada solidaria, que solo intenta mantener lo que tiene –esa secuencia de conflicto entre Peggy, cuando es confundida con una vendedora de flores por parte de un joven adinerado-, o incluso manifestar su insolidaridad por aquellos que en teoría deberían ser compañeros de clase social. Descrita a través de secuencias a modo de episodio, resueltas por medio de fundidos en negro, el film de Bacon alberga en su metraje un doloroso sentido de sociedad convulsa. De camino sin retorno. De imposibilidad de redención, en un contexto social que parece incapaz de apostar por el humanismo. Dominado por una conclusión en la que el sentido del pathos resulta especialmente pregnante, y sin que ese mensaje de esperanza de Tim y su esposa pueda servir como contrapunto válido, INVISIBLE STRIPES aparece como una mirada contundente y al mismo tiempo sensible, dentro de un mundo en donde casi, no hay lugar para la redención.

Calificación: 3

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