MARKED WOMAN (1937, Lloyd Bacon) [Una mujer marcada]
Dentro de la copiosa producción de melodramas de tintes criminales que auspició la Warner en la década de los años treinta, no creo que sea demasiado arriesgado afirmar que MARKED WOMAN (1937, Lloyd Bacon) supone uno de sus exponentes más atractivos y al mismo tiempo insólitos. Un atractivo que sorprende viniendo de la mano del citado Bacon –al que al parecer ayudó el no acreditado Michael Curtiz-, un competente artesano que, sin embargo, en muy pocas ocasiones sobrepasó la barrera de lo estimable. Sin embargo, en esta ocasión se muestra especialmente inspirado. Una capacidad en la que sin duda tiene bastante que ver el equipo que dio forma al film, del que cabría destacar la impronta en calidad de coguionista del ya experto Robert Rossen. Quizá sea un poco atrevido señalar que la presencia de un profesional tan prestigiado y con unas ideas tan definidas en esta parcela, el que logra convertir lo que podría ser un simple y moralista drama, en esa “otra película” que finalmente se convierte un relato que, de no mediar esa complejidad en su entramado percibida, hubiera recaído.
MARKED WOMAN se inicia con un travelling de acercamiento hacia un club de alterne poblado por jóvenes que viven del mismo, y del que se va a hacer cargo Johnny Vanning (estupendo Eduardo Cianelli). Conocido por su capacidad en las extorsiones de la zona, este muy pronto planteará su siniestra filosofía a las jóvenes que a partir de ese momento se van a encontrar bajo su servicio. EEntre ellas destacará la impronta demostrada por Mary (Bette Davis), una de las señoritas que se encuentran en dicho club, que de inmediato resaltará al albergar una personalidad más abierta y reivindicativa que el resto –se dará a conocer precisamente haciendo defensa ante Vanning de la compañera más mayor, a la que este ha despreciado abiertamente-. Basada en la historia real del caso que sirvió como fin de la andadura criminal del célebre Lucky Luciano –a partir del testimonio de una prostituta que lo delató-, la película se centra en la espiral de creciente tensión que irá planteándose entre un criminal sin escrúpulos, que no dudará en implantar sus métodos coactivos para hacer funcionar el club, tener amedrentadas a la mujeres que comparten con los clientes la aparente vida alegre del recinto de diversión y aparente placer, a cambio de tenerlas protegidas de la posible ingerencia de la policía. En medio de dicho contexto se inserta en la función la presencia del joven fiscal David Graham (Humphrey Bogart), quien intentará a toda costa laminar el creciente poder de Vanning, perfectamente escoltado este por los servicios de un importante abogado. Este le señalará la imposibilidad de sobornar a un extraño caso de joven idealista, al que en principio menospreciaba, pero del que poco a poco temerá su vehemencia, hasta ir comprobando que sus trucos habituales dejarán de resultarle eficaces, utilizando a sus matones contra las chicas que tienen a su servicio, lo que finalmente revertirá en un efecto boomerang contra sí mismo.
Sin embargo, contra la mayor o menor efectividad de esta crónica criminal, lo que hoy por hoy otorga una especial vigencia al film de Bacon, estriba de forma clara en la descripción y especial comprensión que se ofrece de ese colectivo de mujeres de aparente vida alegre, a las que el film brinda una afectividad poco común en el cine de la época. Alejándose de registros moralistas habituales en otras producciones del estudio de aquellos años, sorprende encontrarse en la pantalla una auténtica alegoría de la importancia de la solidaridad y de la reivindicación del grupo. Una visión de tintes marcadamente progresistas, que incluso llegará a sobrepasar la crónica del acoso de Graham contra el gang de Vanning, o el acercamiento sentimental que este brindará a Mary, que a partir del momento en que vea como su hermana pequeña ha sido eliminada de manera más o menos accidental por el extorsionador, decidirá dar el paso delante de denunciar sus turbios manejos y amenazas. Cierto es, que la película alberga una cierta debilidad a la hora de describir el súbito cambio de forma de pensar de esa hermana pequeña a la que Mary pagaba los estudios sin que ella supiera de donde procedían sus ingresos, y la rápida entrega que ofrecerá al mundo que representa Vanning, y en el que la protagonista se ve inmersa por la sencilla razón de no encontrar otra salida en una Norteamérica asolada por la Gran Depresión –será algo ante lo que reflexionará junto a sus compañeras en los minutos iniciales de la película-. Inserta en una vertiente naturalista –la manera con la que Mary descubre la cicatriz con la que han dejado su pómulo los matones de Vanning-, recurriendo al over narrativo en los instantes más percutantes –los elegantes modos con los que Bacon describe la tremenda paliza que propinan dichos forajidos a nuestra protagonista-, lo cierto es que MARKED WOMAN deviene en última instancia como una propuesta insólita.
Insólita en la manera con la que se insertan extraños giros de guión –como el modo con el que el matón que está dispuesto a asesinar a las muchachas por orden de Vanning, tras la vista que condena a este, recibirá la orden de que no ejecute el encargo-. Quizá con ello nos encontremos con una conclusión que transgreda lo que podría ser un happy end convencional, describiéndose en las escaleras del palacio de justicia el último encuentro entre el joven y victorioso fiscal y la valiente y herida muchacha que ha logrado con su testimonio que se encarcele a ese auténtico líder del crimen. Subvirtiendo lo que podría ser el nacimiento de una relación entre ambos, las llamadas al reconocimiento –la alienación- prácticamente absorberá el interés del joven luchador de la Ley, que gracias a la valentía de Mary ha logrado fraguarse un prestigio. Sin embargo, tanto esta como sus compañeras, desaparecerán por las calles, envueltas en una copiosa niebla, describiendo una de las conclusiones más duras y desoladoras del cine de su tiempo, en una mirada revestida de nihilismo en torno a la sociedad descrita en el film. Unos últimos segundos absolutamente noqueantes, que proporcionan al metraje previo una pavorosa metáfora sobre la lucha de clases, lógica venida de la mano ante todo de un hombre ligado a las corrientes de la izquierda norteamericana de la época, como lo fue Robert Rossen, plasmado en la pantalla en esta ocasión con singular inspiración por Lloyd Bacon.
Calificación: 3
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