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CINEMA DE PERRA GORDA

HOUSEWIFE (1934, Alfred E. Green) Una mujer de su casa

HOUSEWIFE (1934, Alfred E. Green) Una mujer de su casa

En los mejores momentos de HOUSEWIFE (Una mujer de su casa, 1934. Alfred E. Green), uno de dejar de tener un eco de THE CROWD (… Y el mundo marcha, 1928. King Vidor). Es evidente que la referencia puede parecer un poco extemporánea, al citar una de las cumbres del arte cinematográfico de todos los tiempos. Pero justo es reconocer que el film de Green –sin duda uno de los mejores logros de una carrera en la que aparecen títulos tan atractivos como el casi inmediato BABY FACE (Carita de ángel, 1933)-, aparece como una valiosa comedia dramática que, al través de unas costuras de aparente convencionalismo, describe una mirada nada halagüeña, en torno a las vicisitudes del “gran sueño americano”, en medio de esas clases duramente castigadas por la Gran Depresión. A este respecto, los primeros minutos del film de Green, son realmente espléndidos. Descritos en el hogar formado por William (George Brent) y Nan Reynolds (Ann Dvorak), describe el rito habitual del desayuno, describiendo bajo su aparente cotidianeidad, -la cámara se adentrará en dicho hogar, por medio de la argucia de un vendedor que se acercará al mismo-, describiendo la laboriosa tarea de la esposa, intentando controlar los torpes manejos de la sirvienta extranjera, atendiendo a las quejas de su esposo, recibiendo una sufragista que quiere contar con su inscripción como votante, llamando la atención de su hijo, que se encuentra en el sótano atendiendo a un perro que ha recogido, recibiendo a su cuñada, y quejándose de ese fontanero que por una reparación tan simple como mal ejecutada –cambiar una arandela de un grifo, para que este deje de gotear-, cobrará dos dólares. Serán un cúmulo de pequeñas incidencias, todas ellas de índole cotidiana, que describirán con inusual percepción, la frustración de un matrimonio que no deja de sufrir estrecheces, y comer casi siempre lo mismo, dado que el sueldo que percibe William en la agencia de publicidad en la que trabaja, no les permite más que vivir ajustadamente.

Serán unos minutos admirables, que tendrán su prolongación, a la hora de describir la frustrante sensación de impotencia, que el esposo sufre diariamente en su oficina, donde su entrega a la misma en modo alguno se ve recompensado, siendo utilizado como un mero títere en el engranaje de la firma, impidiéndosele cualquier mínima aportación creativa a la misma. Hasta su cuñado, que se ha permitido el lujo de llegar tarde, se arriesgará en abandonar su puesto en la agencia, por otro más remunerado. Todo ello se verá acrecentado, cuando la empresa asuma la cuenta del acaudalado empresario Paul Dupree (excelente John Halliday), promocionando las cremas de belleza que fabrica. Sin embargo, la llegada del influyente cliente, permitirá a William reencontrarse con la mundana Patricia Berkeley (Bette Davis), que en su época de estudiante y bajo su nombre auténtico, se encontraba perdidamente enamorada de él, cuando era un auténtico líder. Este en una conversación con Nan, asumirá una sugerencia en torno a las famosas cremas, que expondrá a su jefe, siendo literalmente humillado por este, lo que le hará decidirse a abandonar el trabajo, escuchando los consejos de su mujer, que de manera inesperada ha sabido salvaguardar unos ahorros, permitiendo iniciar su propia firma, dominada por no pocas dificultades. Green describirá con enorme pertinencia, los esfuerzos del cabeza de familia por lograr captar su primer cliente, un fabricante de salchichas, que solo alcanzará mediante una argucia ideada –una vez más- por Nan –una falsa llamada de un empresario de la competencia-. No obstante, pasarán los meses y los contratos no crecerán, empujando la protagonista a su marido a que vaya detrás de Dupree, para lograr captarlo como cliente

Ello posibilitará una casi cómica persecución al empresario y, pese a la reiterada negativa del magnate, finalmente lo pilará en un renuncio, y con la ayuda de unas copas de bebida, finalmente logrará su objetivo. En ese momento, HOUSEWIFE describirá una admirable elipsis, que nos trasladará a un Reynolds ya triunfante, contando incluso con los servicios profesionales de su cuñado. Los clientes se agolpan en sus oficinas, y puede decirse que el triunfo ha llegado para él, mientras Nan ejerce no solo como perfecta y acomodada ama de casa, sino que en ningún momento dejará de ser el auténtico motor de la familia. Y una vez han logrado esa ansiada estabilidad y situación acomodada –incluso el pequeño hijo será enviado por William a una escuela militar de educación, que le hará ir con uniforme-, aparecerán otros motivos de conflicto. Llegarán por el acercamiento que se producirá entre Patricia y este, provocando un creciente distanciamiento con su esposa, a la que por cierto ya había avisado su cuñada, en una de sus conversaciones.

Este galanteo entre ambos, provocará una creciente distanciación de William en su firma, al tiempo que un alejamiento de su esposa, hasta que finalmente le plantee el divorcio, que esta no querrá concederle, viviendo al mismo tiempo –en una emotiva secuencia, tras acostar a su hijo- la sincera devoción que el veterano Dupree siente por ella. Pese a su negativa, un inesperado accidente sufrido por el pequeño mientras su padre se marchaba en coche, permitirá que Nan acceda a concederle el divorcio, viviendo al mismo tiempo el acercamiento por parte del magnate, que llegará a pedirle en matrimonio, sin lograr respuesta definitiva por parte de esta.

Es cierto que se puede reprochar a HOUSEWIFE una conclusión no solo apresurada, sino que incluso rompe con esa temperatura emocional que había alcanzado en sus minutos previos, con especial mención a ese romance latente entre el fabricante de cremas y Nan. Sin embargo, la brillantez de esta magnifica comedia dramática, reside por un lado en su admirable capacidad de observación, describiendo una serie de ritos cotidianos con aparente atonalidad, pero permitiendo que su plasmación sirva al mismo tiempo para la reflexión del espectador. Lo efectuará fundamentalmente, a partir del complejo retrato de la sufrida, responsable e ingeniosa protagonista, que permite a la estupenda Ann Dvorak uno de los mejores trabajos de su andadura cinematográfica. Pero Green no descuida ninguno de sus personajes complementarios. Ni el esposo que encarna George Brent, ni cualquiera de los roles que discurren por la función. Y todo lo hará con una mirada en voz callada, dominada por la sinceridad, encontrando múltiples recovecos en esa frustración latente que vivirá el matrimonio, asumiento constantes estrecheces, que se prolongarán en la insatisfacción del marido en su poco remunerado trabajo. La película acertará al combinar instantes de sordo dramatismo –el momento en que Wiliam es despreciado por su jefe, cuando se atreve a formular la idea que le ha brindado su esposa-, con otros en los que el alcance de comedia aparece casi de manera insólita –la impagable y casi incesante persecución que este mantendrá hacia Dupree, para lograr que le escuche y pueda confiar con él, el episodio previo, en el que Nan pone en practica una argucia que servirá para que este alcance su primer cliente-. En esos detalles íntimos –las conversaciones llenas de malignidad y lucidez de las dos cuñadas-, en la sequedad con la que se enfocan los instantes más dramáticos –el accidente que sufrirá el hijo del matrimonio- o, por que no destacarlo, en la franqueza con la que se expresa esa aventura que el esposo mantendrá con la mundana Patricia, que es descrito sin asomo de moralismo, y estableciéndolo como una consecuencia de las inseguridades de William, a la hora de asumir un estatus social en el que no termina de sentirse totalmente integrado. Utilizando con precisión la escenografía, para definir los diferentes marcos sociales en que se describen sus imágenes –sobre todo, el contraste entre la modesta vivienda en la que se iniciará la película, con la suntuosa que les permitirá su anhelado progreso económico-, HOUSEWIFE culminará de manera irónica, con esa aceptación del papel activo de Nan, simbolizado en la aceptación de la oferta para inscribirse como votante. Será una irónica conclusión, para una inesperada y admirable propuesta, en la que drama, comedia y mirada social, se plantea con tanta pertinencia como sencillez.

Calificación: 3’5

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