FLOWING GOLD (1940, Alfred E. Green)
El discurrir de los últimos años, y la recuperación de no pocos títulos olvidados durante décadas, fundamentalmente debido a ediciones digitales, nos permitió a muchos aficionados, recordarnos no solo que existió un artesano como Alfred E. Green (1889-1960), artífice de productos tan inofensivos como COPACABANA (Idem, 1947), westerns tan apreciables como SIERRA (1950), o la previa FOUR FACED WEST (Cuatro caras del Oeste, 1948), que goza de cierto prestigio, pero de la que mantengo un lejanísimo recuerdo. Lo cierto es que, dentro de una dilatadísima andadura, que alberga un centenar de largometrajes, estoy convencido que podría esconderse más de una sorpresa. En cualquier caso, lo que nos ha permitido ratificar, con esa ya señalada recuperación de títulos que formaron el célebre Precode, que en la filmografía de Green puedo constatar, al menos, la presencia de intensos melodramas, como BABY FACE (Carita de ángel, 1933) o la aún superior HOUSEWIFE (Una mujer de su casa, 1934).
FLOWING GOLD (1940), rodada varios años después, y en un ámbito de producción bien dispar, supone un exponente más, de esa mixtura de melodramas triangulares, envueltos en diversas vertientes del cine de aventuras, que pudieron ejemplificar, bastantes años atrás, TIGER SHARK (Pasto de tiburones, 1932. Howard Hawks), o el inmediatamente posterior MANPOWER (1941, Raoul Walsh) que, aunque se rodó en el ámbito de la Warner -al igual que el título que comentamos-, aparece como un curioso remake del título de Hawks que, recordemos, se realizó para la Paramount, modificando el ambiente marino de la primera, por un contexto de trabajadores de alta tensión. En este caso, nos encontramos en el mundo de los trabajadores de pozos petrolíferos -aprovechando la veta, abierta ese mismo año por Metro Goldwyn Mayer, con la algo superior BOWN TOWN (Fruto dorado, 1940. Jack Conway)-, centrando la acción en la proyección de John Garfield como estrella del estudio. Éste encarna a John Alexander, que en los primeros compases del relato, veremos guardando cola para ser contratado en el mundo de los pozos de petróleo, comprobando al tiempo que es un fugitivo de la justicia, ya que se le busca por homicidio -que pronto sabremos fue involuntario-. John acudirá hasta el pozo que dirige Hap O’Connor (Pat O’Brian), bajo la denominación falsa de Johnny Blake, siendo contratado finalmente por este, pese a haber recibido a la policía, y llegarle un pasquín donde se refleja su fotografía. De hecho, Johnny salvará a O’Connor del ataque de uno de los operarios del pozo -al que despide por estar borracho-, por lo que tendrá que huir de aquel ámbito.
Hap viajará a buscar un nuevo trabajo en la explotación de otra prospección, junto a sus compañeros, siendo contratado por su viejo amigo Wilmat Chalmers (el estupendo Raymond Walburn), para dirigir las operaciones de un pozo en el que tiene depositadas todas sus esperanzas, y cuya concesión está amarrando su eterno enemigo, el banquero Charles Hammond (Granville Bates, el inolvidable juez de la magnifica MY FAVORITE WIFE (Mi mujer favorita, 1940. Garson Kanin)). Junto a Chalmers se encuentra su hija, la ya crecida Linda (la personalísima Frances Farmer), que hará de vigía y consejera de su padre, y que pronto se irá acercando a O’Connor, hasta que ambos se consoliden como novios. Las enormes presiones de este último dejarán a Chalmers casi sin efectivo, acordando O’Connor y sus hombres, trabajar en cooperativa en las excavaciones. Seguirán los problemas, con la oposición de los trabajadores de Hammond, a que O’Connor y sus trabajadores, puedan iniciar sus tareas. Se establecerá entre ellos una batalla campal, y encontrándose este a Johnnie entre los operarios del avieso banquero, quien de inmediato se pasará a las órdenes de Chalmers. Muy pronto este ocupará, con su arrolladora personalidad, un lugar de importancia en el grupo de trabajadores, aunque entre Linda y él se manifieste una abierta hostilidad. No será más que la tapadera de la relación que, aunque ellos la intenten evitar, se mantiene latente entre ambos, y que se acrecentará, en la estancia en un hospital de O’Connor, debido a un accidente de pierna en el pozo. Alexander también será detenido en la comisaría debido a una pelea, aunque por fortuna no conozcan su real identidad. Sin embargo, todo se irá complicando. De un lado la desazón de los trabajadores, al comprobar que del pozo no surge petróleo. De otro, la inevitable pasión amorosa establecida entre Johnny y Linda. Y, finalmente, el creciente acercamiento de la policía, para dar con la pista de Johnny, toda vez que sus huellas dactilares han sido analizadas por agentes de policía venidos del exterior.
Antes lo señalaba, FLOWING GOLD es una tan ligera, como discreta propuesta de aventuras, dominada por la estructura del melodrama triangular. Alberga a su favor un loable sentido del ritmo, y un diseño de producción fresco, algo habitual en la Warner. Pero, en su oposición, la película carece de densidad, tanto en su trazado argumental, como en la propia configuración de sus personajes, desprovistos de matices, pese a estar interpretados de manera solvente por sus actores. Todo irá discurriendo en función de unas premisas más o menos previsibles. En esta ocasión, por otra parte, se prefiere optar por una conclusión cercana al Happy End, relegando cualquier regusto trágico en el mismo, aunque bien es cierto que la pérdida de O’Connor del cariño de Linda, más allá de ser mostrado con nobleza, nos permitirá ese plano de asumida desolación por parte de Pat O’Brian, quien por otro lado, ha sabido ser generoso en la derrota sentimental, y mostrando asimismo ese rasgo cínico de Johnny, que viajará en tren esposado, para saldar su cuenta con la Justicia, acompañado por la que ya es la mujer de su vida.
No obstante, si hay algo que merece una cierta consideración en una película tan previsible como esta, proviene por un lado de esa extraña autenticidad, que brinda la descripción de la población cercana al pozo, con unas calles dominadas por toneladas de barro, y que sus visitantes cruzarán, a lomos de hombres que ejercen como insólitos transportistas, dentro de una estampa, tan insólita como embrutecedora. Por otro, cierto es que el proceso de excavación del pozo, es descrito mediante un competente montaje, sabiendo trasladar al espectador la creciente desazón de sus operarios, al ver cómo se va acercando la hora en que la concesión se agota, sin que el petróleo aparezca, hasta que en un plano magnífico -en mi opinión, el más interesante de la película-, emerja entre el agua, las señales de que el deseado líquido se encuentra presente entre la misma. Será en cualquier caso un extraño espejismo, hasta que al oportuno regreso de O’Connor del hospital, confíe en su intuición, al ver que, entre esa agua embarrada, se encuentra lo que han buscado con tanto empeño. Todo ello, incluido ese incendio final, en el que se dirimirá la decisión final de Johnny, desistiendo huir con Linda al objeto de salvar a sus compañeros de una explosión de consecuencias incalculables, que permitirá a Byron Haskin -entonces especialista de efectos especiales- adueñarse con facilidad del clímax de una película, que se contempla y degusta, con la misma facilidad que se olvida.
Calificación: 2
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