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CINEMA DE PERRA GORDA

STATION SIX SAHARA (1963, Seth Holt)

STATION SIX SAHARA (1963, Seth Holt)

Dentro del conjunto del cine británico, donde tanto queda aún por valorizar a la hora de poner en valor su -a mi juicio- gigantesca magnitud, la figura del palestino Seth Holt (1923-1971), supone un paradigmático exponente de dicha corriente. Lo es, dado que Holt es mínimamente recordado, por ser el artífice de suspense, rodadas en el seno de Hammer Films. Una de ellas es la estupenda THE NANNY (A merced del odio, 1965). Pero no coincido en la mítica que, de manera más cercana, viene cosechando la, con todo, apreciable TASTE OF FEAR (El sabor del miedo, 1961). Sin embargo, la no muy amplia aportación como director de este antiguo montador, culminó con el rodaje de BLOOD FROM THE MUMMY’S TOMB (Sangre en la tumba de la momia, 1971), que tuvo que culminar de rodar Michael Carreras, ya que Holt murió en un accidente, antes de finalizar la película.

Al margen de estos tres títulos nos restan otros tantos, en donde se puede establecer la personalidad de un realizador provisto de un innato talento narrativo, capaz de establecer en la fuerza de su puesta en escena, su capacidad para describir retratos psicológicos de considerable calibre y, con ellos, plasmar situaciones y conflictos, revestidos de enorme fuerza. Es algo que expresaba la magnífica NOWHERE TO GO (1958) -su primer largometraje, en el que Basil Dearden filmó, al parecer, ciertas secuencias, y del que el propio Holt renegó, a mi juicio, de manera injusta-. Y que manifiesta del mismo modo, la olvidadísima STATION SIX SAHARA (1963), con la que se prolonga una cierta corriente del cine británico, destinada a describir dramas opresivos, insertos en entornos desérticos -la que la va de las previas SEA OF SANDS (Comando de la muerte, 1958. Guy Green), o ICE COLD IN ALEX (Fugitivos del desierto, 1958. John Lee Thompson), a las posteriores THE HILL (1965, Sidney Lumet), que comparte con este relato, la presencia en el reparto de Ian Bannen-. Se trata, en conjunto, de un marco excelente para describir argumentos, delimitados en ocasiones por la sordidez, y en los que con facilidad podrían establecerse conflictos en situación límite.

Todo ello se cumple, punto por punto, en esta atractiva cinta que, sin embargo, alberga una considerable singularidad, ratificando la personalidad de su realizador que, en esta ocasión, asumió un atractivo guion, firmado al alimón, por dos figuras tan valiosas y contrapuestas, como las de Bryan Forbes y Brian Clemens, a partir de la obra teatral de Jean Martet ‘Men Without a Past’. STATION SIX SAHARA, se inicia mostrando las imágenes nerviosas de un mercado callejero, centrándose en ese vehículo, que trasladara al joven alemán Martin (Jorg Felmy) a su nuevo trabajo, en una estación que controla un oleoducto, aislado en pleno desierto del Sáhara. La propia presentación de situaciones, ya nos adelanta la personalidad del relato. Por un lado, la fugaz presencia de unas chicas, que vaticinan el componente sexual que presidirá la ulterior base argumental. De otro, la transgresora presencia de ese ataúd, en la carga de dicha furgoneta, que servirá para acoger a la llegada a dicha estación, al operario al que va a sustituir Martin, que ha fallecido en la misma. Todo ello no será más que el preludio, para introducirnos en ese extraño huis clos, plasmado en unos habitáculos ubicados en la inmensidad del desierto, potenciados por la densa y oscura iluminación en blanco y negro de Gerald Gibbs. Un contexto en el que se relatará la vida de sus cinco operarios, encabezado por Kramer (Peter van Eyck), y a cuyo mando estarán el descreído Fletcher (Ian Bannen), el introvertido Santos (Mario Adorf), y el relamido Macey (Denholm Elliott). Todos ellos, conformarán la reducida y tensa fauna, en un entorno árido donde en el primer tercio del relato, se establecerán las frágiles relaciones entre todos ellos, dominadas de manera especial por recelos, mezquindades e incluso relaciones de dominio. Sobre todo, en el caso de Kramer, que encontrará un inesperado contrincante en el recién llegado. La circunstancia de su común origen alemán, quizá suponga un inesperado acicate en su oposición, que tendrá su irrespirable plasmación en esa partida de póker organizada por Kramer, quien obligará a Martin a participar, y que se topará no solo con el hecho de ser derrotado por este sino, lo que es peor, asumiendo como su trabajador se revela contra su intento intimidatorio, a la hora de recoger el dinero que ha ganado en la timba.

Será ese un momento de especial tensión, que planteará un inesperado giro con el choque de un coche en la estación, tripulado por el ya maduro Jimmy (Biff McGuire) -que quedará inconsciente- y la joven Catherine (Carroll Baker), quien también aparecerá inicialmente sin conocimiento, aunque muy pronto recuperará la consciencia, siendo atendidos ambos. Lo que muy pronto quedará evidente en aquel árido contexto con la presencia de la muchacha, y su personalidad abierta y físico insinuante, será la pasión incentivada en unos hombres aislados, deseosos por tanto de cualquier atisbo de sexualidad. Por su parte, Jimmy es su ex esposo, quien forzó el accidente en un lance de celos, síntomas que seguirá manteniendo, una vez se vaya recuperando de sus heridas. A partir de ese momento, todo circulará en torno a la influencia que la atractiva joven ejercerá en todos y cada uno de los trabajadores quienes, de manera casi inesperada para ellos, se verán inmersos en un auténtico continuum de oposiciones y enfrentamientos, a los que se unirán, de nuevo, los celos crecientes del cada vez más recuperado Jimmy, en sus frustrados intentos de recuperar el cariño de su antigua esposa.

STATION SIX SAHARA, aparece como un remake o, mejor dicho, como una actualización del ignoto S.O.S. SAHARA (1938, Jacques de Baroncelli). Es cierto que su desarrollo se establece dentro de los confines del drama psicológico, dentro de un contexto bastante reconocible en otros exponentes. No obstante, el mérito de su efectividad y, en sus mejores momentos, una considerable intensidad, procede no solo en la capacidad de Holt para poder orquestar los brillantes mimbres de que dispone -desde su base dramática, pasando por su brillante reparto o su más que competente equipo técnico-, componiendo un conjunto que revela, ante todo, la personalidad de su director. Será algo que se manifestará en la intensidad de su dirección de actores, o en la fuerza que adquirirá el montaje, como elemento de transmisión de las ya citadas tensiones, y que tendrá una afilada manifestación en su querencia por encuadres crispados, en los que la ubicación de sus actores, serán determinante como eje de la plasmación de sus conflictos e inflexiones. Dichas características conformarán un relato áspero, por momentos irrespirable, oscilando en la eclosión de los enfrentamientos de su reducida gama de criaturas, para lo cual el elemento de fascinación sexual que proporcionará Catherine, no hará más que acentuar y ejercer como catarsis, de los peores defectos de cada uno de ellos.

Ese nihilismo. Era mirada cruel, en torno a los recovecos más oscuros de la condición humana, permitirá aflorar esa destreza de Seth Holt. Lo hará por medio de esa planificación afilada, que alternará agresivos primeros planos -el coqueteo de Carroll Baker comiendo de manera lasciva un melocotón-, con secuencias en las que un actor se encuentra en primer término del encuadre, ubicando otro de los personajes, en segundo término. Esa querencia por un dinámico montaje y una férrea dirección de actores, o por un juego de cámara muy atractivo, contribuirá en STATION SIX SAHARA a establecer una atmósfera densa y, por momentos, irrespirable. A ello se unirá la presencia de un eficacísimo entramado dramático -esa carta que Flechter comprará a Macey, ante la que el segundo estará en todo momento temeroso, pensando si la fantasmagórica misiva esconde algún elemento de su personalidad, que no desea ver revelado-. Todo ello, conformará una combinación que acentuará una creciente querencia por el nihilismo, culminando con esa mezcla de muerte, esperanza y resignación, que planteará una película tan atractiva como olvidada, tan sórdida como lacerante, reveladora, una vez más, del talento de un realizador tan de culto, como relegado por la propia limitación de su propia obra.

Calificación: 3

2 comentarios

Juan Carlos Vizcaíno -

Muy interesantes tus apreciaciones, sobre un tipo de cine que proporcionó no pocos valiosos y, sobre todo, sorprendentes resultados. Coincido también en tu valoración de Carroll Baker. Creo que le perjudicó tener el apogeo de su carrera, en un periodo convulso del cine -como pudo suceder, en la vertiente masculina, en un Don Murray-. De haber nacido una década antes, estoy convencido que su talento y carrera, hubiera tenido un discurrir más valioso.

Juan Manuel -

Sería interesante analizar ambientes opresivos y con finales trágicos en coproducciones de finales de los cincuenta y primeros sesenta bastante más desinhibidas que el cine “oficial”. El destino dramático del personaje femenino y con el dominador y los demás personajes prosiguiendo su vida como si tal cosa me recordaba el olvidado “Tamango” de John Berry. En ambos casos además, con un estólido actor alemán: Curd Jürgens en “Tamango” y Peter Van Eyck en “Station...”
Algún día se valorará lo buena actriz que fue Carroll Baker. El cartel es muy atractivo –un arte hoy perdido- y no engaña en cuanto a lo que se narra.