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CINEMA DE PERRA GORDA

THE COURTSHIP OF EDIDIE’S FATHER (1963, Vincente Minnelli) El noviazgo del padre de Eddie

THE COURTSHIP OF EDIDIE’S FATHER (1963, Vincente Minnelli) El noviazgo del padre de Eddie

Algún día habrá que atreverse, a intentar formular una mirada global, en torno a ese pequeño grupo de comedias, insertas entre la segunda mitad de la década de los cincuenta, y los últimos sesenta, que combinaron en sus costuras, su clara adscripción al género, aunque dejando discurrir en su seno, valiosos elementos melodramáticos. Es algo, que se podrá observar con enorme claridad, en exponentes tan relevantes como AN AFFAIR TO REMEMBER (Tu y yo, 1957. Leo McCarey), THE GEISHA BOY (Tu, Kimi y yo, 1957. Frank Tashlin) -pese a ser, al mismo tiempo, una delirante comedia al servicio de Jerry Lewis-, THE APARTMENT (El apartamento, 1960. Billy Wilder), BREAKFAST AT TIFFANY’S (Desayuno con diamantes, 1961. Blake Edwards), o TWO FOR THE ROAD (Dos en la carretera, 1967. Stanley Donen), entre otras. Obras estas y otras, que las acompañan en características, capaces de alternar la sonrisa con la lágrima, sobre todo al ahondar en un conflicto de personajes, dominado por una hondura y delicadeza que, por lo general, emparentaban su tratamiento, con los grandes exponentes clásicos del melodrama -la presencia de McCarey, dentro de la relación antes citada, resulta reveladora-.

Y citaba como cierre de la misma, una de las obras cumbres de Blake Edwards, en la medida que estoy convencido que Vincente Minnelli, la tuvo muy en cuenta, a la hora de asumir la realización de THE COURTSHIP OF EDIDIE’S FATHER (El noviazgo del padre de Eddie, 1963). Es algo que se puede percibir, no solo en el hecho de estar ambas rodadas -y se nota- en Nueva York, si no, de manera fundamental, en la severidad y melancolía, que ambos títulos comparten. En cualquier caso, la película de Minnelli -que ya, de entrada, se me ha revelado magnífica en esta cercana revisión-, se distancia en esa soledad compartida, que definía los dos desarraigados protagonistas del título de Edwards, para partir a un guion de John Gay, basado en una novela de Mark Toby, centrado en el dolor que ofrece a un joven padre y su pequeño hijo, la muerte de su madre. Será la premisa implícita, bajo la que se nos presentará la vida cotidiana del ejecutivo radiofónico Tom Corbett (Glenn Ford), recibiendo la llegada de una sirvienta -Mrs. Livingstone (Roberta Stigwood)-. Pronto sabremos, que se trata en el fondo, de la persona destinada a cuidar de su hijo, el pequeño pero despierto Eddie (el posterior realizador Ron Howard). Con considerable sutileza, la película va destilando la ausencia provocada por la desaparición de la mujer de Corbett, y albergará el acierto de mostrarlo en la interrelación de padre e hijo, en pequeñas pinceladas intimistas, en las que parece -y en realidad es así-, el resto del mundo se encuentra ausente a dicha pérdida.

En realidad, para poner en valor la elegancia, la emotividad, y la melancolía de una película como esta, solo cabe destacar todos los riesgos en los que la misma podía incurrir -la cursilería inmanente, del modo de entender la comedia de la Metro Goldwyn Mayer, el protagonismo de un niño-. Por ello, es por lo que cabe destacar la sensibilidad puesta a punto por un director, que supo canalizar, como pocas veces en su obra, los riesgos de una base argumental que podía inclinarse en los peores meandros de la cursilería, a lo que cabría unir otro peligrosa derivada argumental; centrar la acción, en la involuntaria búsqueda de una nueva esposa, que canalice y sustituya la ausencia de esa esposa, de la que nunca sabremos más que lo imprescindible; la huella que ha dejado en su marido e hijo.

A partir de ese momento, THE COURTSHIP OF EDDIE’S FATHER, va abriendo su andadura, en el momento de describir tres mujeres, que bien podrían ocupar el corazón del aún deseable viudo, siempre a través de la mirada de ese pequeño, despierto, sincero y vivaracho muchacho que, sin pretenderlo, se irá convirtiendo en una especie de guía sentimental, del futuro de su padre. Las tres involuntarias candidatas serán la tierna y atribulada Dollye Dally (Stella Stevens), la sofisticada Rita Behrens (Dina Merrill) y, por último, la propia vecina de los Corbett -Elizabeth Marten (Shirley Jones)-, de la que muy avanzada la película, se nos dejará caer un hecho oculto hasta entonces; haberse divorciado apenas un año antes.

Una vez presentes las posibles candidatas -de las cuales, resulta evidente que Dollye, en realidad, en ningún momento, captará la atención del viudo-, la película en realidad se centrará en la sutil lucha que se establecerá, entre esa extraña relación de confianza-despego, entre Tom y Elizabeth -no lo olvidemos, vecinos, y ella íntima amiga de la desaparecida-, y el inesperado romance que se fraguará entre este y la elegante Rita -que nuestro cineasta resuelve de manera muy incisiva, en su primer contacto en el estudio radiofónico-. Llegados a este punto, cabe señalar que, si nos encontramos con una excelente comedia dramática, reside fundamentalmente en la intensidad, delicadeza y sensibilidad, con la que Vincente Minnelli despliega su talento fílmico. Es algo que comprobaremos en ese sentimiento de verdad que expresarán todas las secuencias ‘a dos’ entre padre e hijo -ayudado por la portentosa química que se establece entre un excelente Glenn Ford y un pequeño Howard, de asombrosa espontaneidad-. En la simpatía y complicidad que manifiesta el personaje de la sirvienta -y, en segundo término, consejera-. Y, a todo ello, en la destreza que el cineasta despliega en un admirable y complejo juego de cámara, descrito en las secuencias de interior de los Corbett.

En cualquier caso, lo que se desprende por encima de todo en THE COURTHSIP OF EDDIE’S FATHER, película por otra parte, dotada de una extraña luminosidad, es la capacidad para describir las relaciones de sus personajes, mediante el entorno físico en el que estas se plantean -el contexto de un bar un tanto estridente, para escenificar el encuentro con la extraviada Dollye o, de manera más definitoria, el suntuoso restaurante, dominado por esos intensos rojos, marca del director, en donde se verificará el tan tenso como divertido del pequeño Eddie con Rita-. Y dentro de esa capacidad de Minnelli para hurgar en los sentimientos de sus personajes, resaltará su cariño por el conjunto de sus criaturas. En ellos, resulta de especial relevancia, la sensibilidad con la que se plasmará la ruptura de la relación entre Rita y Jim. Apenas una llamada de este último, informándole por el reencuentro con su hijo, mientras la cámara la encuadra hablando por teléfono en la cama, e intuimos que este le ha confirmado su ruptura. Rita colgará el teléfono, y la cámara del realizador se acercará levemente hacia ella. No hará falta más.

En cualquier caso, en una comedia modélica, dominada por un excelente equilibrio de ironía, capacidad descriptiva, melancolía, y medida dirección de actores, me gustaría destacar una admirable secuencia, de brevísima duración, que no dudaría en considerar de lo mejor jamás filmado por Minnelli. Me refiero al casi inesperado momento del brindis por el año nuevo, ante la ventana, formulado por Tom y Elizabeth, una vez el primero ha retornado de una suntuosa fiesta de nochevieja junto a Rita y otros invitados. En su casa, se encuentran dormidos Eddie y la sirvienta, por lo que, de manera inesperada, ambos se mirarán frente a frente, entre la penumbra, dejando ver algo, que bien pudiera ser confianza, amistad, o algo más, brindando sin que ellos sepan a ciencia cierta de que se trata. La mirada cómplice, a escondidas, de Mrs. Livingstone, en realidad, nos advierte al espectador, que la entraña de la película se ha mostrado ante nosotros.

Calificación: 4

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