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CINEMA DE PERRA GORDA

VENETIAN BIRD (1952, Ralph Thomas) Intriga en Venecia

VENETIAN BIRD (1952, Ralph Thomas) Intriga en Venecia

La existencia de un título de las características de VENETIAN BIRD (Intriga en Venecia, 1952. Ralph Thomas), obedece a mi juicio a dos circunstancias muy concretas. De un lado la presencia de un determinado subgénero, surgido al amparo de un referente tan exitoso como THE THIRD MAN (El tercer hombre, 1949. Carol Reed), en el que a nivel temático, se trataran ficciones, emanadas dentro de un contexto de enfrentamiento de bloques, tras la finalización de la II Guerra Mundial. De otro, la utilización de una narrativa abigarrada, que tomara como referente los episodios más recordados del film de Reed, asumiendo del mismo modo los aportes retóricos, propuestos por figuras como Orson Welles. De todo ello, bebe esta apreciable propuesta de intriga que, al mismo tiempo, supone una muestra más, de la querencia de ciertas cinematografías, por extender los ámbitos de rodaje y sus propias ficciones, en fotogénicos ámbitos de países extranjeros. Bien fuera una medida para poder liberar presupuestos confiscados, o bien intentar airear parte de su producción, lo cierto es que supuso el objetivo de no pocas producciones que, por ejemplo, en nuestro país, permitieron gran cantidad de películas, algunas incluso de gran nivel.

En esta ocasión, es la ciudad de Venecia la elegida, para desarrollar la novela de misterio del escritor especializado en el género Victor Canning -una de sus obras, sirvió de base a FAMILIY PLOT (La trama, 1976), el magnífico testamento de Alfred Hitchcock-, responsable también de su adaptación en forma de guion. Hasta allí llegará el investigador Edward Mercer (un opaco Richard Todd), al objeto de atender un caso, en el que se busca a Renzo Ucello, un antiguo partisano en la II Guerra Mundial, que durante la contienda salvó la vida a un aviador aliado. Dicha búsqueda, será el inicio de una alambicada historia, en la que casi de inmediato se observarán e incluso sentirán físicamente, los crecientes inconvenientes y peligros vividos por el recién llegado, en el contexto de una ciudad que, para él, transformará sus perfiles amables, en medio de una espiral llena de peligros. Será algo que contemplará en su primera noche en la misma, viviendo de cerca el asesinato de un contacto, que le iba a ofrecer información para afianzar sus pesquisas, en la que más adelante, se le informará que Ucello, murió en plena contienda, en medio de un bombardeo a una localidad italiana. Las indagaciones de Mercer, le llevarán al entorno del elegante y poco recomendable conde Boria (un refinado e inquietante Walter Rilla), en cuyo contexto aparecerá la joven Adriana Medova (Eva Bartok), ligada al entorno de Boria, que de manera paulatina se acercará al investigador. Todo ello, irá conformando la punta del iceberg, a la hora de apuntar los estilemas de un magnicidio político, dispuesto a llevarse a cabo en la propia Venecia, y en la que nuestro protagonista, llegará a ser de manera involuntaria, planteado como su ejecutor.

Para valorar los atractivos que, indudablemente, planean sobre VENETIAN BIRD, conviene de entrada olvidarse de su poco atractiva e incluso confusa propuesta argumental. O de la escasa entidad y química que brinda su pareja protagonista -lo que propicia que sus instantes finales, aparezcan desprovistos de autenticidad-. Sin embargo, si hacemos abstracción de dichos inconvenientes, nos encontraremos con un relato que permite ofrecernos una mirada en torno al propio entorno de la ciudad que lo protagoniza. Una Venecia avejentada y dominada por imágenes nocturnas. Unas calles, rincones, que son descritas, dominando en ellas un componente sombrío, por donde deambulan seres poco recomendables, y en donde se transmite una sensación de decadencia -e incluso ruina-, en buena medida, trasladando ese escenario de posguerra, a un entorno dominado por el arte, la decadencia o, incluso, lo numinoso -esas pesquisas, que revelan la muerte del tan buscado Ucello, en medio de un bombardeo-. Es por ello, que quizá lo más valioso de VENETIAN BIRD obedezca a esos momentos, descritos en la oscuridad de la noche, en el interior de la suntuosa mansión veneciana de Boria, como esos planos filmados en la enorme y abigarrada sala, poblada de maniquíes vestidos con antiguos vestidos, en los que la propia y excelente iluminación de Ernest Steward, potencia esa sensación de pesadilla, acrecentada por la planificación de Thomas, que sigue muy de cerca esa cierta desmesura visual, marcada por una querencia expresionista tardía, muy propia del cine de Orson Welles. Es algo que, a mi modo de ver, se patentiza, en su propio e impactante episodio final, tras una vibrante persecución por los tejados de Venecia, en el que se observa una clara influencia del previo THE STRANGER (1946), una de las obras menos conocidas de la filmografía wellesiana. O, de manera mucho más secundaria, en la presencia en el cast del brillante George Couloris, encarnando a Spadoni, el jefe de policía de la ciudad del Adriático. Por ello es cierto, que nos encontramos con una película, que sabe transmitir esa cierta sensación de paranoia. Que incluso describe con acierto la plasmación de ese -por otra parte, insólito- magnicidio. Insólito, sobre todo, por lo escasamente creíble de su enunciado, y también por escenificarse en el ámbito de una ciudad, en la que nadie se puede imaginar una disputa política.

En un conjunto, en el que uno descubrió con bastante celeridad, la identidad del misterioso, desaparecido y, al parecer fallecido, Ucello. En el que se deja un poco de lado esa querencia artística de dicho personaje -su facilidad para el dibujo, presente en esa muestra del tapiz, servirá para que Mercer prolongue sus sospechas, en torno a su intuición de que el buscado ex partisano se encuentra con vida, cuanto antes había visto la plasmación de ese diseño, en uno de los grandes tapices que se encontraban expuestos, en la artística sala de venta de la mansión de Boria-. O en donde se puede disfrutar del fondo sonoro de Nino Rota, lo cierto es que percibe una carencia de densidad en el tratamiento de personajes. En medio de una película, en la que, en líneas generales, sus personajes apenas poseen fuerza como tales, abandonándose al ámbito del estereotipo -algo que perjudica mucho a la pareja protagonista-, es cierto que en ocasiones, el repentinamente reaparecido Ucello, ofrece destellos de ese pasado que, en esencia, ha marcado el desarrollo dramático de la película. Sin embargo, a la hora de buscar un personaje, que destile algo de mundo propio, no dudaría en destacar a Rosa (una estupenda Margot Grahame), dueña de una vieja pensión veneciana, que en el pasado mantuvo una relación con el retornado Mercer, que no dejará de alentarle a que abandone su misión, y no dude en ayudarle, cuando este se encuentra en peligro. Siguiendo con esa filiación wellesiana de la película, y aunque no sea más que un parecido infundado, uno no deja de ver en esta mujer con mucho mundo a sus espaldas, un precedente del rol encarnado por Marlene Dietrich, en la posterior y magistral obra de Welles, TOUCH OF EVIL (Sed de mal, 1957).

Calificación: 2’5

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