THE WIND CANNOT READ (1958, Ralph Thomas) El viento no sabe leer
Cuando en 1958 el británico Ralph Thomas asume la realización de THE WIND CANNOT READ (El viento no sabe leer), el cine norteamericano ya llevaba algunos años explotando con éxito la fórmula de los melodramas interraciales, que darían como fruto algunos títulos del interés de LOVE IS A MANY-SPLENDORED THING (La colina del adiós, 1955. Henry King) –una de las precursoras de dicho subgénero-, SAYONARA (1957, Joshua Logan) o el más tardío THE WORLD OF SUZIE WONG (El mundo de Suzie Wong, 1960. Richard Quine). Es curioso señalar como estos y otros exponentes, en su momento gozaron de una gran popularidad, aunque poco a poco fueron olvidados e incluso despechados por la crítica, aspecto este que ha sido sometido a reconsideración con el paso del tiempo. En aquel entonces, Thomas se caracterizaba en su carrera como un en ocasiones competente, en otras rutinario –sobre todo para la comedia- artesano, alternando producciones más o menos serias y ambiciosas –el título previo al que nos ocupa es una adaptación de la novela de Dickens A TALE OF TWO CITIES (Historia de dos ciudades, 1958)-, con esa adscripción a la comedia de notable aceptación popular –la serie iniciada con la previa DOCTOR IN THE HOUSE (Un médico en la familia, 1954)-, que hoy día queda paradójicamente entre lo más olvidable de una filmografía extendida en unos cuarenta títulos, diseminados treinta años de andadura como tal realizador.
THE WIND CANNOT READ se inicia en la Birmania de 1942, donde soldados británicos custodian a ciudadanos hindúes en plena II Guerra Mundial, protegiéndoles de los ataques japoneses, lo que no impedirá un contundente bombardeo que costará numerosas víctimas. De la misma, dos de sus supervivientes serán el teniente Michael Quinn (Dirk Bogarde), quien resultará especialmente malherido y será protegido por su amigo el oficial Peter Munroe (John Fraser). Ambos recorrerán un camino penoso entre altísimas temperaturas y parajes desérticos, siempre bajo la carencia de agua y la sombra acechante de los buitres. Será un breve fragmento de enorme efectividad, que quizá predispondrá al espectador a vivir una cinta de aventuras de lejano regusto colonialista, pero que pronto se desvanecerá cuando los dos ingleses encuentren un destacamento en el que sean rescatados y se recuperen de sus heridas. Muy pronto la acción se trasladará a la Nueva Delhi de 1943, donde un compacto grupo de oficiales británicos se someterán al aprendizaje del japonés, para con ello lograr superar una de las armas más peligrosas en su lucha contra su ejército; la diversidad de dicho idioma y su dificultad de comprensión para los británicos. Ya en este desplazamiento la acción incorporará al un tanto arrogante superior Leader Fenwick (el siempre apático Ronald Lewis), quien demostrará desde el primer momento una cierta altanería ante Quinn y Munroe, aunque ello no impida el buen desarrollo del específico ciclo de aprendizaje. Una singularidad que asumirá un carácter sin duda más revulsivo, ante la incorporación como profesora de japonés de la joven y bella Sabbi (Yoko Tani), con la que muy pronto el teniente Michael irá estrechando una relación, que la joven asumirá no sin cierto temor. Y es que la complejidad de su propia presencia –una profesora japonesa dando clases de su idioma, para que los ingleses puedan tener un plus de ventaja en su lucha contra los nipones será sin duda un elemento cuanto menos incómodo.
En definitiva, esa es la combinación de elementos que esgrime la discreta pero no despreciable propuesta de Ralph Thomas, destinada a la postración del drama de un amor que puede parecer imposible, pero que en realidad se podrá consumar entre la pareja protagonista, combinado con elementos de cine de aventuras –una vez más, con ecos del cine colonial, aunque situados en el ámbito bélico de la última contienda mundial-. La combinación de ambos factores, justo es reconocer que está ejecutada alternando un cierto rasgo de delicadeza en la plasmación de la singular relación amorosa –ambos llegarán a casarse secretamente-, mostrada además con un inusual sentido del romanticismo por la cámara de Thomas, y sin revelar al espectador ni a su propio marido ese drama oculto que la joven alberga –una enfermedad incurable-. Quinn será destinado, junto con Fenwick, a un hindú fiel a los ingleses, y bajo el mando del superior de ambos, como avanzadilla para seguir una ruta por la que discurrirán diversos comandos británicos, al objeto de contraatacar a los japoneses. La inoportuna presencia de un árbol ubicado cortando el camino elegido, marcando un instante inquietante, en el que los ocupantes del jeep se preguntarán sobre las posibilidades existentes en torno al mismo. Será el inicio del que a mi juicio se erige como el fragmento más valioso de la función. El asesinato del superior y el conductor hindú, y el sometimiento a torturas de los dos supervivientes, por parte de un destacamento japonés. Será un episodio en el que se palpará la dureza y crueldad no solo de la directa lucha bélica, sino de las estrategias seguidas por los nipones a la hora de extraer la información necesaria a los dos ingleses, para poder contrarrestar el previsible ataque de comandos de dicho país. Será algo que ambos se negarán a ofrecer, aunque la tortura que los dos sufrirán –especialmente Quinn, quien será atado y colgado de las manos durante horas, encima de su ya casi agonizante compañero-, será quien reciba un trato más inhumano. Será en estos minutos, cuando la hasta entonces marcada animadversión que Fenwick había mostrado hacia su compañero, se torne en una casi inevitable comprensión, llegando a adelantar el final de su existencia al ayudar a este para que pueda huir de su cautiverio. Con ella se marcará el punto de partida que permita que este llegue a comunicar a sus superiores la situación vivida, al tiempo que volver a reencontrarse con su esposa, conociendo esa enfermedad incurable que está a punto de costarle la vida.
Es probable, llegado a este punto, que a Thomas le falte esa capacidad para trascender el sentimiento amoroso a través de la imagen, tal y como mostraron cineastas como Borzage, Stahl, Sirk, o los propios Logan y Quine, entre otros. No es cuestión de pedir peras al olmo, y de alguna manera lamentar que esos minutos finales carezcan de esa casi obligada capacidad de transmitir al espectador el poder vivificador del amor. Sin embargo, y pese a la carencia de una auténtica catarsis amorosa, la profesionalidad del cineasta logra hacer moderadamente creíble una conclusión sin duda un tanto blanda y acomodaticia, pero que pese a todo está a tono con la discreción generalizada de una película que funciona a ráfagas como drama romántico –las visitas de la pareja por lugares exóticos y llenos de belleza-, pero que preciso es reconocer alcanza en sus fragmentos más sórdidos y crueles, un grado de intensidad y tensión interna aún vigente.
Calificación: 2
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