A TALE OF TWO CITIES (1958, Ralph Thomas) Historia de dos ciudades
Reconozco que durante cierto tiempo he mantenido la curiosidad de contemplar la versión que el británico Ralph Thomas brindó de la célebre obra de Dickens A TALE OF TWO CITIES (Historia de dos ciudades, 1958). Quizá en el pasado esa curiosidad fuera malsana. Pero cierto es que unido a mi creciente aprecio por el cine británico, y estar la película situada entre dos títulos apreciables en la obra de este competente artesano, se unía la posibilidad de establecer una comparación con la adaptación dirigida en 1935 por Jack Conway para la Metro Goldwyn Mayer, probablemente una de las producciones más atractivas emanadas por el estudio en aquel tiempo. A todo ello cabía unir además la práctica imposibilidad de acceder –como en tantas ocasiones- a la versión de Thomas, de la que se recuerda ante todo el hecho de suponer el definitivo espaldarazo en la trayectoria del magnífico Dirk Bogarde, excelente en su encarnación de Sydney Carton, un abogado escéptico y sin rumbo, dado a la bebida, en el ámbito de la Inglaterra del periodo inmediatamente previo a la revolución francesa.
De antemano, la adaptación de Thomas destaca por la decidida intención de introducir con rapidez al espectador en el relato, iniciando su discurrir con el recorrido de una diligencia por parajes rústico y boscosos –con ello ya se apreciará la apuesta por una magnífica ambientación-, en la que se encuentran como pasajeros cuatro personajes de gran importancia en el ulterior discurrir de la narración. De un lado el abogado Jarvis Lorry (Cecil Parker), la joven francesa Lucie Manette (Dorothy Tutin) –a la que Jarvis acompaña y protege, al tiempo que su fiel sierva-, el apuesto y agradable Charles Darnay (Paul Guers), y finalmente el siniestro Barsad (Donald Pleasance). Muy pronto, la diligencia será interceptada por unos enviados que remitirán a Lorry un mensaje que este responderá en clave, antes de proseguir hacia su destino. Lucie desde el primer momento contemplará con agrado a Darnay –del que desconocerá que en realidad se trata de un componente de la familia aristócrata francesa St. Evremonde-. A partir de este atractivo inicio, ayudado por la pertinencia de un magnífico guión del experto T.E.B. Clarke –conocido por su importantes aportaciones en los Ealing Studios, pero que apenas un par de años después brindaría quizá su máximo logro, reincidiendo en el terreno de las adaptaciones literarias con la magistral traslación de la obra de David H. Lawrence en SONS AND LOVERS (1960, Jack Cardiff)-, A TALE OF TWO CITIES aparece como una francamente sólida adaptación dickensiana, sabiendo distanciarse del referente que le proporcionara más de dos décadas antes la versión de Conway, al tiempo que erigiéndose quizá en el punto más elevado en la andadura de un Ralph Thomas que, con casi total seguridad, jamás estuvo tan inspirado. Y no quiere decirse con ello que podamos atisbar en la película unos rasgos de estilo más o menos definitorios. Por el contrario, Thomas –que sitúa esta película entre dos títulos aceptables, como el drama CAMPBELL’S KINGDOM (La dinastía del petróleo, 1957) y el melodrama colonial THE WIND CANNOD READ (El viento no sabe leer, 1958)-, tuvo la intuición de rodearse de un excelente equipo técnico y artístico, logrando aunar la interacción de todos ellos en la mejor tradición inglesa, para confluir en una adaptación que destaca por su sentido del ritmo –este no decae en ningún momento-, el respeto al referente dickensiano, y ofreciendo una mirada bastante dispar de la igualmente notable adaptación americana de los años treinta.
Y es en dicho aspecto, donde el film de Thomas destaca como una apuesta más acentuada por una ambientación áspera y física –la película de Conway en este sentido aparecía más pulida-. Es algo que incluso se trasladará en la propia configuración e interpretación de sus personajes y actores –todos ellos magníficos-, que destacarán por unos matices de dureza, parangonables con esa querencia por una ambientación que, por momentos, nos acerca a las presentes en los títulos de terror que Inglaterra iba haciendo populares en aquellos años. Es por ello, que sobre todo en los episodios centrados en la Francia revolucionaria, o antes en las actitudes sádicas y criminales ejercidas por el Marqués de St. Evremonde (para más inri, encarnado por Christopher Lee), o incluso en la repulsiva presencia y actuación del despreciable Barsad, en muchos momentos uno tiene la sensación de encontrarse ante un precedente de la espléndida THE FLESH AND THE FIENDS (1960, John Gilling) o cualquiera otro de los films producidos por el tandem formado por Robert S. Baker & Monty Berman. Las actuaciones y crímenes cometidos por Evremonde, la descripción sórdida de los bajos fondos parisinos previos a la revolución francesa –ese tonel de vino que estalla en plena calle, provocando la avalancha de lugareños que beberán del líquido sin dudar en lamer el suelo-, la severidad de la magnífica fotografía en blanco y negro plasmada por Ernest Steward, el brillante acompañamiento musical, la fisicidad que emanan de los interiores de la prisión parisina, donde ha estado encerrado durante dieciocho años de manera injusta el Dr. Manette (Stephen Murria). Todo ello, conforma un conjunto de elementos que permiten que la visión de la revolución francesa que se traslada a la pantalla, tuviera como su más claro referente en el mostrado por Anthony Mann en la estupenda REIGN OF TERROR (El reinado del terror, 1948).
Pero, con ser muy interesantes, limitar los atractivos de A TALE OF TWO CITIES a dicha circunstancia, si bien contribuye a delimitar su singularidad como tal adaptación, no suponen más que menoscabar la esencia de la película y la obra que le sirve de base; la mirada que se ofrece de un ser –Carton- que en la vida no encuentra acomodo, y que cuando aparece un elemento que pueda iluminarle –Lucie Manette-, el destino impedirá que ese objetivo pueda servir para encontrar ese ansiado objetivo existencial –Lucie se casará con Darnay-. Merced a la esplendida ambivalencia –uno de los rasgos que configuraron su personalidad cinematográfica-, que brinda la espléndida performance de Bogarde –atención a sus miradas y expresiones cuando se entera de las novedades en la relación de la joven y Charles-, hay que añadir el retrato que se ofrece de Darney / Evremonde, al cual pese a sus buenas maneras, su atractivo y supuesta bondad, quizá por su interpretación o por haber sido deliberada dicha inclinación, aparece con una cierta aura de egoísmo –quizá involuntario-, del que carecía el Donald Woods que encarnaba dicho rol en la versión de 1935.
Y es en ese sacrificio final del abogado –que hasta entonces en su vida no ha demostrado un solo gesto-, donde quizá el film de Thomas alcanza una verdadera emotividad, trasladando con auténtica inspiración y al mismo tiempo intimismo, la decisión de un hombre que solo, trascendiendo con el sacrificio de su propia vida, encontrará un sentido verdadero a la misma. Se expresará en esos últimos planos -magníficos, en los que vislumbraremos la guillotina en último término, casi como un monumento a la crueldad humana-. En ellos acompañará, juntos camino al cadalso, a la inocente hija de Gabelle hasta que sea decapitada, antes de que él se someta a la misma condena tras sustituirse por Darnay mediante una estrategia en la utilizará a ese siniestro Barsad, que no ha dudado en “cambiar de bando” y sumarse en su miserable personalidad a los defensores de la República. Serán estos últimos instantes memorables, centrados en el intenso primer plano sobre un Bogarde dispuesto a morir con el temor presente, pero al mismo tiempo con la convicción de hacer lo que debía, insertando Clarke cara al espectador, los pensamientos de ese hombre, que con su muerte a dado legitimidad a una vida vacua y sin sentido.
A TALE OF TWO CITIES es una muestra más no solo de la vigencia que el cine inglés albergaba ya en aquellos años, sino de la mezcla de características que se daban en el conjunto de su producción. Sin lugar a dudas, su edición en DVD hace justicia a un título que merecía ser rescatado del olvido.
Calificación: 3
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