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CINEMA DE PERRA GORDA

THE INSIDER (1999, Michael Mann) El dilema

THE INSIDER (1999, Michael Mann) El dilema

El referente de Michael Mann representa quizá uno de los máximos exponentes de cineastas encumbrados en un momento dado de su carrera, pero al que el paso del tiempo ha relegado a un relativo ostracismo. Entiéndaseme bien. No quiero decir que Mann no pueda ofrecer en el futuro título de interés. Sin embargo, su predilección hacia el medio televisivo, y el hecho de desde 2009 no haya vuelto a realizar una película –PUBLIC ENEMIES (Enemigos públicos)- ni se le conozcan proyectos en ese sentido –se encuentra más centrado en tareas de producción-, y aunque fuera esta película bien recibida y comercialmente resultara mínimamente rentable, lo cierto es que parece que su égida ha pasado. Y es cuando viene a la mente la acogida que asumió en su momento THE INSIDER (El dilema, 1999) –bajo mi punto de vista su mejor título, solo ligeramente por debajo de la posterior COLLATERAL (2004)-, erigiéndose ambas a mi modo de ver como los vértices de una filmografía menos valiosa de lo generalmente reseñado. El servilismo del director hacia no pocos efectismos y concesiones visuales, que en títulos como THE LAST OF THE MOHICANS (El último Mohicano, 1992) o MIAMI VICE (Corrupción en Miami, 2005), arruinan la mayor parte de sus supuestas virtudes, hemos de reconocer se encuentran presentes también en esta película –en el citado COLLATERAL esta circunstancia se encuentra más mitigada-. Sin embargo, ello puede limitar el hecho de encontrarnos ante un resultado que podría haber llegado a resultar admirable, pero que sin llegar a serlo más que en determinados instantes, no deja de resultar un thriller que ha logrado sobrevivir con éxito la barrera del paso de más de una década.

Aunando ecos del referente norteamericano emanado en la década de los setenta –que, tampoco conviene glorificarse, proporcionó títulos brillantes –THE PARALLAX VIEW (El último testigo, 1974)- y otros incomprensiblemente hipervalorados, como ALL THE PRESIDENT’S MEN (Todos los hombres del presidente, 1976), por citar dos obras firmadas por el mismo realizador, Alan J. Pakula-, lo cierto es que esa influencia se puede extender hacia exponentes como THE FIRM (La tapadera, 1993. Sydney Pollack). Es decir, que ya de entrada nuestro director prolonga una corriente muy arraigada –casi como si fuera un subgénero- dentro de dicho ámbito; el de denuncia de carácter liberal. Para ello, utilizará la concatenación de dos personajes de opuesta filiación, sometiendo al espectador a un confusionismo inicial, puesto que inicialmente se nos presentará al productor y periodista de la CBS Lowell Bergman (magnífico Al Pacino), muñidor en un segundo término de las rigurosas e influyentes entrevistas que el veterano Mike Wallace (Christopher Plumier), protagoniza en el programa denominado “60 minutos”. En concreto, sus primeros instantes nos describen las gestiones de Bergman para lograr la entrevista sin condiciones con un lider de los mullaydines. Será poco después, cuando de un modo bastante más mesurado a nivel narrativo –el episodio previo se caracterizará por esa presencia de esas debilidades visuales que en determinados instantes lastrarán las posibilidades del relato-, conoceremos el drama sufrido por el vicepresidente de una compañía tabaquera –Jeffrey Wigand (un eminente Russell Crowe, probablemente en el mejor papel de su brillante carrera)-, químico de profesión, que ha sido despedido inesperadamente debido a debilidades con el alcohol y, sobre todo, un carácter temperamental quizá incapaz de hacer oídos sordos al fraude contra la salud que acometía la compañía a la que servía. Todo ello supondrá tener que renunciar al cómodo tren de vida que sobrellevaba con su esposa y su hija, al margen de la humillación vivida en carne propia.

A partir de este punto de partida, la recepción de Bergman de un lote de documentación de procedencia anónima que avala este fraude contra la salud pública, unirá a nuestros dos protagonistas, con el poderoso inconveniente del contrato de confidencialidad que Wigand mantiene con la compañía que lo ha despedido. Será, por así decirlo, la unión de dos rebeldes con causa. Uno, liberado de tener que servir unos intereses que en el fondo le repugnaban –aunque cierto es que en la película queda un margen no explicado sobre lo que hubiera sucedido de no haber sido despedido-, y otro, un periodista que valorará ante todo la dignidad de su trabajo a la hora de respetar la confidencialidad de las fuentes obtenidas, sin que ello deje de lado la búsqueda de programas e invitados que garanticen la máxima rentabilidad comercial a sus productor. Ese será quizá el límite que no alcanza a superar la mirada que se podría proporcionar a THE INSIDER, basado en hechos reales –modificados levemente en la pantalla-, a partir del artículo periodístico de Marie Breener “The Man Who Knew Too Much”, convertido en guión cinematográfico de manos del propio Mann junto a Eric Roth. Sin embargo, hay que juzgar a cualquier producto lo que nos ofrece y no lo que podría llegar a brindarnos. Y trasladando dicho enunciado a la película, he de reconocer que pese a esa limitación en su capacidad de análisis y esas ciertas debilidades narrativas que en ocasiones diluyen la contundencia de sus imágenes, nos encontramos con un relato que ya de entrada mantiene la atención del espectador durante sus dos horas y media del metraje, sin que se perciba bache narrativo alguno. A partir de dicha premisa, Mann logra introducir en el espectador en las cloacas de los dos mundos en conflicto –el de los ejecutivos de una multinacional y una cadena televisiva-, comprobando con cierto alcance nihilista el hecho de que en realidad, aunque varíen sus métodos, los objetivos son los mismos; el dinero.

En torno a ello se irá estrechando el acoso en torno al cada vez más atribulado y solitario químico –al que llegará a dejar su mujer, teniendo que abandonar forzosamente su lujosa casa, yéndose finalmente a vivir en la habitación de un hotel, curiosamente enfrente de la planta donde el servicio jurídico de la compañía para la que trabajó, donde se encuentran con las luces encendidas de noche, probablemente ideando su objetivo legal en contra suyo. Por su parte, la CBS se verá presionada por parte de la compañía, al objeto de impedir emitir la entrevista que se le ha formulado al despedido, lo que podría incluyo conllevar una demanda en contra de la cadena por incumplimiento del contrato, que llegaría a suponer la absorción de la misma por parte de la multinacional que sobrelleva.

Será un drama personal vivido por el despedido, que será expresado con contundencia por el realizador, ayudado por la ya señalada admirable composición de Crowe, y en la que paulatinamente irá quedándose solo y degradado socialmente, hasta que en última instancia la dignidad se apodere del defenestrado Bergman, quien mediante argucias periodísticas que podrían recordarnos lejanamente al Humphrey Bogart de DEADLINE – U.S.A. (1952, Richard Brooks), finalmente lograrán burlar los impedimentos legales que de un lado impedían a Wigand testificar, y de otro a la CBS emitir la totalidad de la entrevista. En cualquier caso, lo que hace por momentos apasionante la película, es el logro de un ritmo por un lado percutante y en otros, contenido. No es fácil alternar dicha circunstancia, pese a que determinadas debilidades narrativas –ralentis, inclusión de canciones sublimadoras, abuso de planos cortos o desenfoques-, en ocasiones enturbien más de lo necesario esos otros momentos, en los que el film de Mann realmente muestra sus cartas de nobleza. Serían no pocos los que podría señalar, pero si la manera progresiva con la que se describe el acoso y amenaza sufrido por Jeffrey, que tendrá su aspecto más aterrador en la secuencia en la que, jugando en solitario en un campo de golf donde se vislumbran un incontable número de pelotas, no muy lejos de él hace lo propio un extraño individuo trajeado y de mirada inquietante. Instantes como este abundan en el generoso pero siempre atractivo metraje de THE INSIDER. Sin embargo, me voy a detener en dos breves secuencias en las que, a mi modo de ver, se encuentra la esencia de la película. Una de ellas es la conversación que mantienen Bergman y Wallace, en la que este se confiesa, manifestando que en su acatamiento de los productores a la hora de no emitir la entrevista, se encuentra ante todo un miedo a su cercanía de la muerte, y la imagen que de su andadura profesional quedaría para la posteridad. La otra, es un simple plano en el que se encuadra el rostro de Jeffrey, mientras al fondo difuminado se contempla un aparato televisivo en el que, por fin, se ha anunciado la procedencia de la noticia de esa entrevista que en su momento le fue censurada. La contención y al mismo tiempo satisfacción interna de Crowe, adquiere en ese momento una fuerza casi conmovedora.

Calificación: 3

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