PUBLIC ENEMIES (2009, Michael Mann) Enemigos públicos
Cuando hace una década se estrenó PUBLIC ENEMIES (Enemigos públicos, 2009. Michael Mann), la película fue acogida con una enorme diversidad de valoraciones. No faltaron quienes se sintieron fascinados en torno al supuesto virtuosismo de su realizador, a la hora de recrear los últimos tiempos de la andadura como delincuente de John Dillinger, en el contexto de la Gran Depresión norteamericana. Sin embargo, del mismo modo aparecieron voces que cuestionaban el grado de acierto de la que hoy día sigue siendo penúltima película de su artífice. Y he de confesar que, a la hora de tomar partido por una de las dos posturas, no dudo en incluirme en la segunda de dichas vertientes. Ello no quiere decir que no se encuentre en su -excesivamente dilatado- recorrido argumental, episodios, facetas y momentos de gran cine. Sin embargo, en más ocasiones de las deseables, tengo la sensación que la formulación visual por la que se apuesta, contradice e incluso revientas las costuras de esa verdad interna que por momentos solo aparece intuida o latente.
De tal forma, no puedo por menos que situar este revisionismo cinematográfico de la figura de Dillinger, por debajo de dos propuestas mucho más alejadas en el tiempo. Es conocida sin duda la filmada por John Milius en 1973 -DILLINGER (Idem)-, caracterizada por su rigor y precisión en la ambientación de época. Sin embargo, tan lograda o más que esta, aunque imbricada en un contexto de serie B, y tomando como base un guion de Philip Yordan, aparece un previo DILLINGER (1945), propuesto por ese desigual y fascinante realizador que fue Max Nosseck, con un apropiado Lawrence Tierney asumiendo el rol protagonista. En esta ocasión, es un ajustado Johnny Deep el encargado de encarnar con no poco sentido de la épica, a este transgresor de la Ley, que se erigió casi como un símbolo de rebeldía, entre las clases más humildes y diezmadas en un entorno de tremenda crisis.
El film de Mann se inicia describiendo una de las dos fugas del protagonista de las prisiones en las que es encarcelado. Serán, de entrada, secuencias caracterizadas por un extraño sentido de la fisicidad, pero al mismo tiempo -y de forma paradójica- dominadas por un nulo sentido de la verosimilitud. Nos encontramos con el primer talón de Aquiles, de una película, que busca vehicular su razón de ser, articulando unas formas narrativas, dentro de los parámetros que hoy se definen como “modernos” -predominio de cámara en movimiento, fotografía oscura, líneas narrativas deliberadamente confusas, una apuesta por elementos digitales deliberadamente presentes, cierta fascinación a la hora de describir combates con armas de fuego, en el que se adultera incluso el sonido de las ráfagas y la balística, querencia por el ralentí…-. Será, indudablemente, el aporte que aplicará de manera muy decidida su director, a la hora de recrear la biografía del atracador, escrita por Bryan Burrough. Pero a mi modo de ver, son elementos que impiden que la propuesta destile esa autenticidad que, por el contrario, sí aparece en sus mejores instantes.
Y es algo que podemos percibir, en determinados instantes de la modulación que se manifiesta en ese aún joven agente Melvin Purvis (Christian Bale), intuyéndose en él ese debate interior, entre el defensor de la Ley que actúa con total convicción, cuando cae en las redes de los objetivos políticos del FBI, o cuando comprueba que la represión policial no duda en exteriorizar sus peores elementos ante una mujer a la que se interroga. Y se percibirá de mayor manera al poder comprobar la sutil y secreta fascinación de J. Edgar Hoover (magnifico Billy Crudup) por el emergente fascismo italiano, aplicando no pocas de sus autoritarias lecciones, en el seno de una democracia herida, como fue en aquel momento la norteamericana. O lo tendrá, indudablemente, el desarrollo de la relación amorosa, establecida entre Dillinger y Billie Frechette (notable Marion Cotillard) -magníficos los instantes en los que estos se encuentran y con rapidez consolidan su relación-, aunque algunos de sus encuentros y desencuentros en el tiempo, se encuentren de nuevo desprovistos de una necesaria credibilidad -algo imperdonable, en una producción tan cuidada y de tan extensa duración-. Es por ello, que dentro de su irregularidad, de sus altibajos, de sus carencias en la verosimilitud, de su apego a unas fórmulas visuales que chirrían por completo con una entraña dramática revestida de nobleza, uno ha de asumir PUBLIC ENEMIES como lo que a mi juicio es; un intento tan encomiable como fallido. Una propuesta que intenta alcanzar una imposible simbiosis entre clasicismo y unas determinadas formas visuales, que ya aparecen viejas. Que pretende combinar la gran producción con el intimismo. Y que aspira a incardinar un muy verosímil diseño de producción y ambientación, con una mirada sociológica carente en las producciones antes señaladas. Pues bien, todo ello no permite confluir en ese logro que se escapa casi desde el primer plano. Nos quedan los elementos antes señalados. Nos quedan unos afilados y casi siempre pertinentes diálogos. Nos queda una banda sonora adecuada. Nos cuadra esa atractiva analogía de las secuencias de MANHATTAN MELODRAMA (El enemigo público número 1, 1934. W. S. Van Dyke), en el que Dillinger creer ver en la relación cinematográfica de Clark Gable y Myrna Loy, una equivalencia entre la suya y Billie. Y nos queda una bellísima conclusión que, más allá de pasar por alto la enfática aniquilación del atracador, nos permitirá ese eco de una relación frustrada, que transmitirá, inesperadamente, el duro Charles Whintead (extraordinario Stephen Lang), uno de los artífices de la ejecución en las calles del propio protagonista. Una pincelada de insólito y bizarro romanticismo, en una película, que articula su desequilibrio, en esa pugna casi constante entre el redescubrimiento del clasicismo, y el sometimiento a nuevas técnicas visuales, impecables en su perfección, pero difusas en la pertinencia de su aplicación.
Calificación: 2’5
4 comentarios
El Carandolé -
Gustavo -
Suso -
LUIS -