CANADIAN PACIFIC (1949, Edwin L. Marin)
CANADIAN PACIFIC (1949) es el segundo de los siete westerns que dirigió el prolífico artesano Edwin L. Marin (1899 – 1951) a Randolph Scott, una de las estrellas de la serie B del género. Su conjunto, conformó un pequeño y apreciable ciclo, de títulos que en modo alguno añadieron gloria al cine del Oeste, pero en sí mismo revisten cierto interés, al tiempo que contribuyeron a perfilar la personalidad de Scott, que adquiriría su definitiva entronización en el mismo, cuando algunos años después protagonizaría el célebre ciclo Ranown, siendo dirigido en todos ellos por Budd Boetticher.
En esta ocasión, encarnará al conocido y respetador explorador Tom Andrews, encargado por las autoridades canadienses, y por el propio responsable de la empresa destinada a llevar a feliz término el proyecto, de buscar una ruta que una los dos extremos de ese nuevo país, que aún se encuentra sin la casi imprescindible comunicación, en los últimos años del siglo XIX, centrando esta búsqueda en las agrestes montañas rocosas. La película ofrece una libre e inexacta versión del proceso de conclusión del proyecto del Canadian Pacific, iniciando su metraje -que he podido contemplar en una copia manifiestamente mejorable-, una arquetípica voz en off, nos introducirá en el radio de acción de la gestación de dicho proyecto, mientras se suceden unas imágenes que acompañan el discurrir del tren ya contraído, en medio de los frondosos e impresionantes parajes de aquellas tierras. Ello nos dará pie a asistir a una reunión estatal, en la que los gobernadores de las diversas regiones, mostrarán sus nervios, interviniendo para calmar dicha inquietud Cornelius Van Horne (Robert Barrat). Él es el máximo responsable de la empresa encargada de su construcción, y el que tendrá que poner paños calientes ante sus superiores, cuando se retrase a la hora de entregarles esa ruta definitiva. Antes veremos a Andrews discurriendo con extraña parsimonia por aquellos parajes, en cierto modo hechizado ante la belleza de lo que contempla, y siendo presa del ataque de alguien a quien no conocemos, que va con compañía, pero del que muy pronto tendremos noticias; Dirk Rourke (Victor Jory). Una vez Tom regrese a pie de obra, se topará con este, disputándose una pelea entre ambos, y siendo observados por Edith Cabot (Jane Wuatt), una joven doctora que se ha sumado a la expedición, y que desde el primer momento llamará la atención de nuestro protagonista, aunque la joven no deje de cuestionar lo expeditivo de sus métodos, utilizando la violencia.
Sin embargo, Tom tiene novia, la joven Cecille Gaultier (Nancy Olson), a cuyo hogar regresará, buscando en ello la afirmación de su compromiso con la muchacha. No obstante, este comprobará una creciente hostilidad de la población, recelosos de la llegada del ferrocarril, sobre todo por la insidiosa campaña planteada por Rourke, que también desea a Cecille. Será un recelo, que tendrá un firme exponente en el padre de la muchacha, y que hará retornar a Andrews a pie de obra, siendo consciente de las complicaciones que se avecinan. No serán estas pocas, en buena medida alentadas por el manipulador antagonista de Tom, que casi estará a punto de matarlo, al provocar una violenta explosión de dinamita. En las puertas de la muerte, Andrews salvará su vida por la transfusión de sangre que le proporcionará Edith, iniciándose una sincera relación entre ambos, que permitirá sobre todo descubrir aspectos de sus respectivas personalidades, que ambos desconocían, pero intuyeron desde el primer momento.
CANADIAN PACIFIC se caracteriza, y no poco, por sus debilidades. Una de ellas, esa mirada revestida de esquematismo con la que se trata al indio -curiósamente, todos sus personajes fueron interpretados por auténticos pieles rojas-, y que se extiende a algunas decisiones argumentales, como la facilidad con la que Tom encuentra enterradas en el campamento indio, las cajas con explosivos que han sido robadas. En cualquier caso, la película ofrece en su metraje, una constante pugna entre primitivismo y progreso, representado en la dispar actitud ante la llegada del ferrocarril, y que tendrá otro foco de representatividad, en las dos mujeres que alterarán el corazón del protagonista. La racional doctora Cabot, enemiga de la brutalidad que contempla y, en su oposición, esa joven y entregada Cecille, integrada en todo momento en ese entorno rural y primitivo, pero que de manera paulatina irá evolucionando en su primitivo pensamiento. En ese doble, y hasta cierto punto sorprendente, contraste, se encuentra, a mi juicio, lo mejor de esta extraña película, filmada en Cinecolor, una técnica poco después periclitada.
Un relato que discurre con aparente placidez, pero en el que cabe destacar cierta tendencia a la crueldad, manifestada en su tercio final, con secuencias como aquella en la que el siempre farfullero Dynamite Dawson (un muy divertido J. Carroll Naish), logra evadirse de una encerrona de indios, entrándoles cartuchos de dinamita, que estos tomarán como cigarrillos, en una sorprendente escena que concluye en el over narrativo, con la explosión conjunta de estos. O en el instante -digno del posterior Sam Fuller- en el que, en la taberna del poblado de los trabajadores del ferrocarril, su dueño invita a todos a beber gratis -para con ello boicotear la obra-, y en un enfrentamiento uno de ellos resulte muerto. El dueño, no dejará de jalear para que den de beber al cadáver. Finalmente, tras la entrada en escena de Tom, el garito será derribado con la ayuda de la locomotora del tren. Esa tendencia por lo bizarro, tendrá una brillante demostración en el episodio del acoso indio, especialmente en sus secuencias nocturnas y, de manera muy especial, en la plasmación de la terrible muerte de Rourke entre las llamas.
De cualquier manera, será en ocasiones muy especiales, cuando se perciba la ocasional inspiración cinematográfica de Marin, como en la importancia otorgada al pañuelo de Cecille, significando en él su oportuna intervención para que el padre Lacomb, medie a la hora de templar los ánimos del entorno que manipula Rourke y, en definitiva, facilitar a Tom su tarea. Si tuviera, llegados a este punto, que destacar el instante más inventivo de la película, no dudaría en señalar ese momento, descrito en el interior del hospital en que se encuentra internado nuestro protagonista. En medio de un sutil galanteo de este con Edith, la cámara avanzará sobre una ventana, en la que se contempla la caída de la nieve, mientras esta señala que la misma va a tenerlo retenido durante tiempo. Una sucesión de breves sobreimpresiones, nos trasladará a la primavera y el deshielo. Será la elegante manera de plasmar el afianzamiento del romántico afianzamiento entre ambos.
Calificación: 2’5
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