JOHNNY ANGEL (1945, Edwin L. Marin) Capitán Ángel
Aunque no son demasiados los títulos que he podido contemplar de su copiosa producción -cerca de 60 largometrajes- creo que el muestreo atisbado -en el que predominan títulos enclavados en el noir y el western-, me permiten señalar que en la figura del norteamericano Edwin L. Marin (1899 – 1951) se encuentra un profesional aplicado y capaz de ‘cocinar’ apreciables muestra de género. Incluso de configurar algunas secuencias y episodios de cierta intensidad. No obstante, hasta el momento no he tenido la ocasión de contemplar ningún título suyo que sobresalga de dicha medianía. Por el contrario, sí que podría destacar alguno dominado por la mediocridad, como sería su debut tras la cámara con THE DEATH KISS (1932) protagonizado por Bela Lugosi. Todo ello, punto por punto, se cumple con JOHNNY ANGEL (Capitán Ángel, 1945) rodado por Marin para la RKO, en el que se propone un relato inserto dentro del noir con matices románticos, destinado al protagonismo de un eficaz George Raft. Una película de clara serie B que se contempla con moderado agrado, pero en la que uno hecha de menor un mayor grado de intensidad cinematográfica, hasta el punto de imaginar lo que hubiera dado de sí la adaptación de una historia de Charles Gordon Booth, transformada en guion de la mano de Steve Fisker, no solo en manos de un maestro como Jacques Tourneur o un cineasta capaz de tensar atmósferas opresivas como fue Edward Dmytryk, sino incluso evocando los nombres de los ocasionalmente valiosos Mark Robson y Robert Wise.
En medio de la intensidad de una niebla nocturna, el capitán Johnny Angel (George Raft) descubre desde su barco la presencia de otro buque, al que accederá junto con algunos componentes de su tribulación. Comprobarán que se encuentra desierto, así como atisbará la presencia de señales de sangre y de violencia y, para más desolación por parte de Angel, la certeza de la muerte de su progenitor que. para más inri, era capitán de dicho barco. El traslado del buque al puerto de Nueva Orleans será el inicio de una alambicada peripecia iniciada con el deseo de investigar de Johnny y la presencia de una joven que fue testigo privilegiado de la misteriosa situación. Ella será Paulette (Signe Hasso) a la que localizará por una serie de pistas que le permitirán encontrarla en un café. Poco antes habremos comprobado la extraña relación que mantiene el atormentado dueño de la firma naviera para la que trabaja nuestro protagonista. Se trata de Gusty (Marvin Miller), eternamente dubitativo entre la dependencia con su ambiciosa y bella esposa -Lily (Claire Trevor)-, y la existentes con la que fuera su cuidadora de niño -Miss Drumm (Margaret Wycherly)-, ante la que mantiene una extraña relación casi edípica.
A partir de dichos mimbres se desarrolla un argumento arquetípico dentro del género que en su conjunto define un producto apreciable, pero en la que en todo momento se aprecian las limitaciones de Marin para insuflar una necesaria densidad, para trascender su cine a cuotas más elevadas de las logradas. Es por ello que junto a secuencias y episodios que en sí mismos revelan una notable efectividad, se alternen otras situaciones o incluso la presencia de determinados personajes secundarios, que en ningún momento se encuentran debidamente perfilados. Y es algo que no puede decirse que vaya aliado con el hecho de encontrarnos con una película de apenas 80 minutos de duración, dado que la inmensa mayoría de grandes exponentes de la RKO en aquellos años se encuentran delimitadas por metrajes similares o incluso aún inferiores.
En cualquier caso, justo es reconocer que esa secuencia de apertura adquiere una notable fuerza, hasta el punto de acercarnos al muy cercano THE GHOST SHIP (1945) de Mark Robso, aliándose de manera decidida con esa atmósfera casi fantasmal inherente al universo del productor Val Lewton. La notable y contrastada fotografía en blanco y negro de Harry J. Wild, como es habitual en el estudio, insuflará de personalidad este modesto relato en donde podremos destacar el episodio en el que Paulette es sometida a un intento de asesinato plasmado entre sombras, en la que la intervención de Johnny será providencial. En cualquier caso, bajo mi punto de vista lo más atractivo de JOHNNY ANGEL se encontrará en el punto medio de la película, cuando la relación entre la pareja protagonista deje paso a una cierta aura de romanticismo -en esos momentos el contrapunto de su banda sonora resulta muy adecuado- con esos paseos en los que la muchacha se decidirá a relatar todo aquello que vivió en su condición de polizón en el barco, por medio de una serie de flashbacks de diferente y creciente duración e intensidad dramática que irán mostrando el trágico asesinato colectivo, dejando el suspense del autor de la masacre. Unamos a ello la impagable presencia y lo entrañable de ese taxista siempre oportuno en sus apariciones que encarna el siempre magnífico Hoagy Carmichael, el carisma que demuestra George Raft, o incluso la ambivalencia de la ya madura Miss Drumm, incansable guardaespaldas de un hombre tan poderoso como desprovisto de personalidad alguna.
Por el contrario, no oculto que me chirría la superficialidad como femme fatale de Claire Trevor -lo caprichoso de su personalidad no se encuentra debidamente justificado en la película- o el propio desaprovechamiento de personajes secundarios como el acaudalado dueño de club Sam Jewell (Lowell Gilmore), que aparece y desaparece en escena sin adquirir intensidad alguna. Es por ello que esa peripecia del robo de un cargamento de oro que aparece como base argumental, ni en sí misma adquiere la fuerza deseada, ni lo hacen esos destellos de turbulencia moral que rodean su argumento. Dichas limitaciones no impiden reconocer que nos encontramos ante un relato tan degustable como de rápido olvido, que da la medida de los modos habituales en su director, un artesano competente pero solo ocasionalmente inspirado, capaz de conjuntos apreciables y con destellos de inspiración, pero por lo general a medio cocinar.
Calificación: 2’5
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