A KIND OF LOVING (1962, John Schlesinger) Esa clase de amor)
Cuando en 1962 se estrena A KIND OF LOVING (Esa clase de amor), debut en el largometraje de John Schlesinger, podemos reconocer que Buena parte de los postulados del Free Cinema se encuentran bastante agotados. Tanto su eclosión en el panorama del cine británico, como aquellos títulos dominados por su furia combativa y narrativa ya se han filmado –cierto, ese mismo año aún se estrenará uno de sus exponentes más significativos; THE LONELY LONG DISTANCE RUNNER (La soledad del corredor de fondo, 1962. Tony Richardson), y en 1963 aparecerá el agresivo debut de Lindsay Anderson con THIS SPORTING LIFE (El ingenuo salvaje)-. Estamos en un periodo en el que la nueva corriente cinematográfica intenta diverger en nuevas variantes, algunas de las cuales lamentablemente no fueron bien asumidas, lo que impidió que el movimiento pudiera proseguir en una evolución que, de haber seguido los derroteros necesarios, hubiera facilitado un devenir del cine de las islas sin duda lleno de interés.
Ello no quiere decir que su presencia fuera recibida con indiferencia. La película obtuvo el máximo galardón en el Festival de Berlín de dicho año, al tiempo que supuso el debut como protagonista de Alan Bates –ya había tenido papeles de cierta significación en dos películas de notable importancia filmadas por Tony Richardson y Bryan Forbes-. En ella Schlesinger apostó por una vía, que quizá fue la que entonces orilló su resultado, pero que el paso del tiempo le ha permitido emerger con notable frescura y sensibilidad. Me refiero a utilizar la iconografía del Free, incluyendo en su trasfondo dramático las características de la denominada ‘escuela de fregadero’, e insertar en ellas un melodrama de tintes clásicos, a cuyo trasluz se ofreciera una mirada entre delicada y dolorosa en torno a la confrontación generacional, unido a la sempiterna lucha de clases, inherente a la Inglaterra de inicios de los sesenta. A KIND OF LIVONG se inicia describiendo con notable ironía, mientras se van insertando los títulos de crédito, la rutina e incluso la ridiculez de una celebración de matrimonio. Schlesinger acertará a extraer de la misma el cúmulo de convenciones que rodea dicha ceremonia. Los obsoletos rituales, la presencia de las vecinas chismosas... La dispar valoración de las familias participantes o, detalle de especial importancia, la mirada distanciada que en ella proporciona el que pronto descubrimos como protagonista de la ficción. Se trata de Vic Brown (extraordinario Alan Bates), que ejerce como padrino en la que enseguida descubrimos es la boda de su hermana. Hay un detalle que muy pronto revelará en las intenciones del realizador, quien a lo largo del film ofrecerá pistas narrativas y en la actitud de sus personajes, para predecir el posterior desarrollo de su base argumental. Casi de soslayo se producirán unos intercambios de miradas entre Vic y una joven chica rubia –Ingrid Rothwell (June Ritchie)-. De inmediato descubriremos que ambos trabajan en la misma empresa, en la que Vic ejerce como delineante, con escasa intensidad. La película pronto nos describirá el proceso de conocimiento y los primeros escarceos sentimentales y sexuales de la nueva pareja. Es cierto que en las imágenes de la película no encontramos nada nuevo al respecto, pero es innegable que Schlesinger logra insertarlo en la pantalla con un inusual sentido de la densidad cinematográfica, integrándolos con especial acierto en ese marco húmedo e industrial donde se desarrolla la acción. Las costumbres del momento –ese ocio consumido en tabernas y pantallas de cine-, la represión incluso a la hora de dar el paso adelante para mantener una relación sexual –admirable la secuencia en la que ambos dan el paso adelante en la casa de la madre de ella, o la secuencia previa dominada por el pudor, en la que los dos amantes se esconderán en una vieja garita de madera ubicada en medio de un parque- es expuesta con tanta ironía como delicadeza, sin incurrir en efectismos ni veleidades visuales. Esa sensación de prolongar la corriente del melodrama inglés teniendo como fondos esos parajes sombríos y tan british, pese a resultar tan convencionales aparecen con una extraña mezcla de opresión y aire incluso poetizante.
Unido a esa vigorosa capacidad descriptiva, cuando nos encontramos cerca de la mitad del relato una nueva secuencia nos advierte del giro que aportará al conjunto, en la secuencia del encuentro de la pareja para comer, donde Vic percibirá con extraña claridad la situación en la que se ve encaminado, de proseguir con la relación con una muchacha que descubre ya como alguien vulgar, en exceso dependiente de su madre, y depositaria casi como heredera de esas mujeres que con el paso de los años desperdiciarían su vida al seguir el sendero de asumirse como esposas y madres. De nuevo Schlesinger nos proporciona pistas en torno a ese vislumbre que percibe Víctor, y que se manifiesta en la mirada reveladora que el espectador percibe con claridad. A partir de ese momento Vic se distanciará de Ingrid, consciente de incurrir en un futuro que detesta asumir. Sin embargo, ocurrirá aquello que en el fondo no desea, pero en el fondo sabe que ha sucedido; la muchacha se encuentra embarazada de él. Aceptará casarse sin resistencia, describiéndose una de las ceremonias de enlace civil más tristes que el cine ha ofrecido jamás. Esa capacidad de observación inherente al mejor cine de su realizador se encontrará presente en este episodio, en el que la expresión y actitud de sus personajes, sobre todo las lágrimas de la Sra. Rothwell (extraordinaria Thora Hird), nos introducirá en la posterior importancia que la madre de Ingrid tendrá en el futuro del nuevo matrimonio. No obstante, antes de enfrentarnos en ese largo y frustrante fragmento, la tristeza aparecerá de nuevo en esa sombría luna de miel que el recién contraído matrimonio efectuará en un solitario establecimiento costero, en plena temporada otoñal. Un ominoso plano general nos transmitirá esa sensación de melancolía y tristeza, presente en una unión que para él se ha producido por un ingenuo sentido de la responsabilidad, mientras que para la nueva esposa aparece en su deseo de encontrar un anhelo buscado hace largo tiempo, aunque en su interior tenga la certeza que no va a resultar lo gratificante que le gustaría.
La nueva pareja se instalará junto a la madre de Inger, iniciándose la creciente hostilidad entre esta y el esposo, a quien considerará como un simple inquilino, mostrando por él un constante desprecio, y quizá exteriorizando en su presencia la ausencia de un esposo al que probablemente mantuvo sometido mientras estuvo en vida. A partir de ese momento, A KIND OF LOVING iniciará un sendero en el que las constantes humillaciones de su suegra provocarán un hundimiento moral en torno a Vic, quien ni siquiera contará con la ayuda de su hermana mayor ni su propia madre, al reprocharle el abandono de su esposa una vez esta aborte accidentalmente, lo cual de alguna manera abrirá el sendero para que este plantee el divorcio. Llegado el instante de la catarsis, el relato parece que concluirá con la capitulación del protagonista. Sin embargo, la modulación que proporcionan sus imágenes revela, por el contrario, un aura de fracaso y melancolía. Intuimos que, en esa tregua, en la que al menos los dos jóvenes dejarán de lado a la madre de Inger, se encuentra la semilla de una relación de pareja convencional, como tantas y tantas de la Inglaterra que emerge al progreso.
Como señalaba al inicio de estas líneas, A KIND OF LOVING no plantea la furia de los más acreditados –y mejores- exponentes del Free. No conviene olvidar que la base dramática de este melodrama agridulce la aportan el tandem de guionistas formado por Keith Watherhouse y Willis Hall, que poco tiempo antes habían ejercido similares cometidos en el estupendo debut de Bryan Forbes como realizador –WHISTLE DOWN THE WIND (Cuando el viento silva, 1961), en la que por cierto también participaba Alan Bates-. Y algo de la delicadeza y capacidad de introspección psicológica se traslada a las generalmente sombrías imágenes de esta espléndida película. No obstante, John Schlesinger aporta una cierta estilización a la hora de formular una puesta en escena, en la que no dejará de lado una mirada crítica. Sinceramente, creo que el británico logró con esta película, quizá junto a los instantes más logrados de la divertida BILY LIAR (Billy el embustero, 1963), el punto más elevado de su desigual y quizá sobrevalorada filmografía.
Calificación: 3’5
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