FAR FROM THE MADDING CROWD (1967, John Schlesinger) Lejos del mundanal ruido
Pese a no poder considerarlo como un título plenamente logrado, pienso que a FAR FROM THE MADDING CROWD (Lejos del mundanal ruido, 1967) le ha sentado bien la prueba inclemente del paso del tiempo. Honestamente, es algo que no se puede decir de buena parte de la obra de ese realizador que siempre estuvo en segunda fila dentro del Free Cinema inglés, como fue John Schlesinger. No puedo presumir de un conocimiento muy cercano de su filmografía, de la que no dudaría en destacar BILLY LIAR (Billy el embustero, 1963), y de la que me gustaría contemplar la previa A KIND OF LOVING (Esa clase de amor, 1962), que sirvió para integrarle como “socio de segunda fila” del brillante movimiento cinematográfico inglés. Sin embargo, su tan aclamada MIDNIGHT COWBOY (Cowboy de medianoche, 1969) nunca me ha parecido más que una historia malograda por su alcance moralista y un efectismo visual que por lo general ha dominado su cine. Un efectismo que, todo hay que decirlo, se encuentra también presente en el título que nos ocupa aunque, preciso es reconocerlo, por fortuna queda resuelto en secuencias concretas –por ejemplo, aquella que revela torpemente la excitación sexual de la protagonista ante el sargento Troy cuando este la encandila con un ensayo de sus tácticas con la espada, o la posterior que muestra como el portador del carruaje con el féretro de una joven sirvienta se encuentra bajo los efectos de una borrachera-, que no logran ensuciar la serenidad que preside el resultado final de esta superproducción de la Metro Goldwyn Mayer, rodada bajo los auspicios de no pocos de los nombres que forjaron la evolución del Free hasta la plasmación de lo sixties en el contexto del cine británico. En este sentido, es probable que en el momento de su estreno, FAR FROM… no gozara excesivo éxito, y hasta fuera recibida con recelo. No es de extrañar, en la medida que no encontramos ante un producto claramente deudor de temas de éxito en aquellos años –que va desde el cine de David Lean y su cercano DOCTOR ZHIVAGO (1965), hasta el previo e insustancial DARLING (1965) del propio Schlesinger-. Digamos, en este sentido, que la película que comentamos se planteaba como una amalgama de clasicismo cinematográfico, unido a cierta tendencia de la qualité que intentaba plantear temas ligados al melodrama clasista y de época –inherentes al cine inglés-, envueltos en una mirada más crítica en torno a su planteamiento de lucha de clases, ligado a una visión más abierta del retrato de sus protagonistas femeninas –un poco en el modo en el que poco después otro baluarte del Free, Karel Reisz, plantearía su parcialmente fallida ISADORA (1968)-.
De tal forma, la elección de la novela de Thomas Hardy –escritor que una década después, serviría para que Roman Polanski diera vida a la excelente TESS (1979, Roman Polanski)-, ejerce como referente para ofrecernos, mediante las tareas de Frederick Raphael, un relato folletinesco que, al tiempo que funciona con su alcance melodramático, plantea un relato en el que se observa una mirada crítica e incluso un planteamiento vital centrado en el retrato del personaje femenino protagonista, puesto lógicamente al servicio de la intérprete que en aquellos años, representaba mejor que nadie esa manera de concebir una nueva manera de entender la femineidad en la pantalla: Julie Christie. En esta ocasión la Christie encarnó con tanta naturalidad como hechizo ante la pantalla, el retrato de la joven Batsheba, una muchacha de familia humilde que, de la noche a la mañana, y ante la enfermedad que finalmente acabará con su anciano tío, tendrá que hacerse cargo de la hacienda Everdene. La muchacha a lo largo de tan azarosa aventura e incluso antes de que inicie esta experiencia que transformará su vida, vivirá la pasión de tres hombres, que de alguna manera representarán sendas maneras de entender la existencia. La del amor sincero y callado –representado en el pastor Oak (Alan Bates)-, la de la fascinación repentina que provocará en el acaudalado hacendado Boldwood (Peter Finch) y, finalmente, la de la pasión inmediata, física y, finalmente, superficial, representada en el arrogante sargento Frank Troy (Terence Stamp), ante la que nuestra protagonista sucumbirá, revelando la fragilidad de una pasión que se interrumpirá en el momento en que esta se encuentre a punto de fraguar en el matrimonio –adelantando de alguna manera el tema central del posterior guión de Raphael, el inolvidable TWO FOR THE ROAD (Dos en la carretera, 1967. Stanley Donen)-. A partir de esta triple relación, la película no dejará de mostrar una cuidada ambientación, un gusto en la recreación pictórica de sus imágenes –el referente marcado por la excelente TOM JONES (1963) de Tony Richardson en ocasiones flota en el ambiente- y, como antes señalaba, se dejará de lado en la mayor parte de su metraje cualquier inclinación por el exceso visual, lo cual probablemente posibilite que la película se mantenga en un relativo buen estado.
A esa relativa estima de su conjunto, personalmente me gustaría añadir dos circunstancias que a mi modo de ver inciden positivamente en su resultado. La primera de ellas es la fluidez que se ofrece en su relato. En este sentido, preciso es reconocer que las casi tres horas de metraje casi en ningún momento pesan, merced a un equilibrio narrativo y de montaje, a un tempo en suma que permite soslayar altibajos y lograr enmarcar un conjunto en el que la sucesión de incidencias –algunas ciertamente peregrinas-, permitan esa ya señalada fluidez. Junto a ello, no se puede omitir la eficacia de un magnífico reparto, en el que ya he señalado la casi obligada fascinación provocada por una Julie Christie en su mejor momento, y a la que el someter la película a los perfiles de su personalidad cinematográfica, afortunadamente no conlleva que la misma adquiera un grado de artificiosidad. La actriz “llena” la pantalla con ese personaje que combina la aparente ingenuidad con unos perfiles de reivindicación feminista y de conflicto de clase, que no evitará que su fuerza se venza por las pueriles tretas de un militar de pacotilla que pone en juego su efímera belleza y su altanera personalidad, cayendo hechizada como una quinceañera ante este, y llegando a convertirse en su esposa. Pero junto a la ya oscarizada actriz, no se puede dejar de destacar las progresivamente intensas maneras de un estupendo Peter Finch y, sobre todo, un soberbio Alan Bates –en una de sus mejores interpretaciones en la pantalla- que logra finalmente erigirse como el mejor actor de su reparto. No puede decirse lo mismo de la labor de Terence Stamp –siempre mejor como presencia magnética en la pantalla antes que en las limitaciones de su registro interpretativo-, quien nunca se logra hacer con su personaje, y al que su inadecuada caracterización convierte en un absoluto miscasting y merma en cierta medida el equilibrio interpretativo de la función –era un personaje ideal para un actor de las característica y enormes posibilidades de Albert Finney-.
A la inadecuación de Stamp –que impide que el espectador empatize en ningún momento con su personaje-, en el demérito del film de Schlesinger hay que consignar la falta de pasión que la película evidencia, unido a una conclusión apresurada y poco convincente, que casi parece una tarea acomodaticia ante la ausencia de otras posibilidades, máxime cuando hemos vivido un metraje generoso que permitía una resolución formulada con mayor cuidado dramático. Elementos que pesan a la contra en un film pese a todo atractivo, más mesurado de lo que cabría suponer en aquellos momentos, finalmente nada memorable, pero que en su extrañeza y encomiable fluidez, permite ser insertado en un lugar más o menos representativo del melodrama de época rodado en la década de los sesenta.
Calificación: 2’5
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