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CINEMA DE PERRA GORDA

DARLING (1965, John Schlesinger) Darling

DARLING (1965, John Schlesinger) Darling

¡Que extraño placer me provoca la revisión de buena parte de los títulos más representativos del cine inglés de los sesenta! Es curioso señalarlo, que desde el impacto que produjeron en el momento de su estreno, la oscilación en la valoración de parte de esta producción ha sido considerable con el paso de los años. De una depreciación entrados los 70 y un posterior olvido, poco a poco han ido emergiendo sus valores, y es llegado el punto de pensar que las películas no cambian, lo hacemos nosotros como espectadores y como personas.

Son reflexiones que me vienen a la mente, ya que cuando hace veinte años contemplé por vez primera DARLING (Darling, 1965. John Schlesinger) no me suscitó un especial entusiasmo -la consideraba un inofensivo juguete de moda-, y ya entonces era un fervoroso seguidor del cine de las islas. Por fortuna, dos décadas después esta impresión ha mutado por completo, al percibir las cualidades de lo que aparece como una demoledora sátira en torno a la superficialidad del esnobismo de las nuevas clases altas europeas tan en boga en aquel tiempo -esencialmente la británica, pero extendida a ámbitos franceses e italianos-. Todo ello comporta, a mi juicio en una de las tres mejores películas rodadas por el británico Schlesinger -ambas en su país de origen- junto a las previas A KIND OF LOVING (Esa clase de amor, 1962) -su debut en el largometraje- y la inmediata BILLY LIAR (Billy, el embustero, 1963) primera colaboración del realizador con una aún entonces poco conocida Julie Christie.

Tres años después, la Christie se consagraba como la musa del Swinging London. Y lo hacía con esta película que le proporcionaba el Oscar a la mejor actriz. Una propuesta en la que, de manera paradójica, encarna a un personaje que no deja de suponer una corrosiva mirada en torno a esa personalidad que, a partir del éxito de la película, se establecería en la intérprete. Esa curiosa manera de mostrar la dualidad de la mirada se establece en el magnífico inicio de la película, sobre los títulos de crédito que insertan con un atractivo casi hipnótico la instalación de los fragmentos de un gigantesco poster de la protagonista, la reconocida modelo Diana Scott (Christie). Será un preámbulo que nos adelantará algunas de las cualidades más visibles de la película; el sugerente fondo sonoro de John Dankworth, la extraordinaria iluminación en blanco y negro de Ken Higgins, y el montaje de Jim Clark -posteriormente ocasional realizador-. Serán aliados de excepción -no los únicos- para esta mirada de vitriolo descrita a modo de singular reportaje, en torno a la figura de alguien sin especial cultura ni cualidades, pero que solo a través de su belleza ha logrado escalar los suficientes peldaños, dentro de una sociedad donde lo superficial adquiere carta de naturaleza.

Es curioso señalarlo, pero todo aquello que satiriza esta estupenda película se puede reeditar, corregido y aumentado, en esta sociedad nuestra donde el imperio de Instagram y la sobrevaloración de lo superficial de la belleza campa por nuestros lares, eso sí, convenientemente aderezada por consignas woke varias. En esta ocasión, la estructura fragmentada, casi a modo de trastabillado largometraje, en la que Schlesinger demuestra una notable ligereza en el recurso de entonces relativamente novedosas técnicas cinematográficas, se encuentran al servicio de una mirada retrospectiva sobre la trayectoria de un ser tan insustancial como, en última instancia, fascinante. Un producto hueco de la sociedad de consumo de su tiempo, al cual la sola cualidad de su belleza exterior le he servido como seguro pasaporte para llegar a la fama, ser objeto de deseo de campañas publicitarias, o incluso de atracción por parte de un avezado ejecutivo Miles Brand (un sorprendentemente brillante Laurence Harvey), e incluso ser cortejado por un adinerado noble italiano, viudo y con varios hijos -el príncipe Cesare della Romita, encarnado por un José Luís de Vilallonga haciendo, como siempre, de Vilallonga-.

Así pues, asistimos a un relato de la protagonista que, en su traslación visual, se contrapone con la mirada edulcorada que ella misma declama, en un supuesto reportaje o entrevista que nunca sabremos a ciencia cierta a quien se destina. Ello permitirá brindar una densa, divertida, dramática, triste e incluso en ocasiones sórdida mirada en torno a la superficialidad de esa élite social en la que podría establecerse se encuentra lo chic o ‘de moda’ en un contexto europeo que se planteaba como vanguardia social y cultural. Y es llegados a este punto, cuando DARLING se beneficia ¡Y de que manera! de la presencia como guionista del insustituible Frederick Raphael -el otro gran aliado del relato-, capaz de ofrecer una mirada crítica descrita casi con escalpelo, que Schesinger acierta a trasladar a la pantalla, y que personalmente me permite anticipar en numerosos detalles descriptivos, rasgos que apenas un par de años después se plasmarían, corregidos y aumentados, en su más inolvidable aportación cinematográfica; el libreto de la excepcional TWO FOR THE ROAD (Dos en la carretera, 1967. Stanley Donen).

Con todo ello, pese a la voluntad fragmentaria, a esa mirada iconoclasta que define su entraña, lo cierto es que DARLING alberga una especie de referente moral en la figura del periodista Robert Gold (un excelente Dirk Bogarde). Él será, casualmente, quien vislumbre las posibilidades de Diana, y quien empiece a introducirla en su ascenso hacia la fama. También se enamorará ella y será compartido en ese sentimiento, si es que puede tener la misma receptividad alguien tan evanescente, tan inestable y, en sus peores momentos, tan amoral, como la hermosa protagonista, A partir de esas premisas, el relato discurrirá sobre diferentes y complementarios ámbitos. El que manifestará la ridícula experiencia cinematográfica de la protagonista; un breve papel de un minuto en una cutre película de terror. La sordidez que describirá una extraña orgía nocturna en un oscuro rincón parisino, que pronto mutará en un inesperado happening. En los progresivos engaños que esta manifestará con su joven marido y sus diversos amantes -provocando en sus caprichosas decisiones daños internos, en especial los que marcará con Robert, quien finalmente revelará la verdadera personalidad de la protagonista-.

Todo ello se dará cita en DARLING con un en ocasiones caótico, pero siempre modulado equilibrio. Una película en la que en algunos momentos se albergarán incluso ecos del cine de Fellini -la sombra de la ya lejana LA DOLCE VITA (La dolce vita, 1960) se encuentra presente en algunas de sus secuencias, como la ya citada de la fiesta nocturna en París-. Podremos contemplar esos vitelloni que se encuentran como fondo de la estancia italiana de la protagonista junto a su amigo, el fotógrafo gay Malcolm (Roland Culvar), que aprovecha esa estancia para ligarse a un joven camarero. O se percibirá en esa mirada decadente plasmada en torno al noble italiano que la pretende por esposa.

Dichas referencias conforman la amalgama tan sugerente como perturbadora. Tan irónica como dolorosa. Tan punzante como, en sus momentos más íntimos, revestida de sensibilidad. Uno se divierte con la patética prestación cinematográfica que arruinará casi en su inicio, la andadura cinematográfica de la protagonista. Nos podremos deleitar con la punzante fauna de personajes que puebla las diversas fiestas y encuentros que discurren a lo largo del relato. Inquietarnos con los detalles sórdidos que salpican de manera ocasional su metraje. O incluso simpatizar de la extraña complicidad que se establece entre la protagonista y su amigo fotógrafo -en la que se excluye cualquier acercamiento de tipo sexual-. Sin embargo, dentro de un conjunto tan brillante y denso, uno no dejaría que destacar aquellos instantes en los que se inserta en el relato una especial pátina de sensibilidad. Es lo que manifestará la hermosa secuencia en la que Diana y Robert visitan a un veterano escritor, transmitiéndose entre los tres una extraña comunión espiritual, que incluso por momentos nos llega a trasmitir la sensación de que la protagonista alberga en su interior algo parecido a un sentimiento. O aquella en la que el noble le plantea con una extraña delicadeza su propuesta de matrimonio en la cubierta de un yate en plena costa italiana. O el semblante herido de Robert al verse engañado en sus sentimientos por la falta de escrúpulos de Diana. O el paseo de la protagonista por las estancias solitarias, herencia de otra época, del palacio del príncipe con quien ya se ha casado, vestida con un atuendo que parece entresacarla de un tiempo pasado.

DARLING es una sátira demoledora y zigzagueante en sus objetivos y elementos cinematográficos, realizada en un año -1965- donde desde el otro lado del Atlántico, otra figura de primer orden del Free Cinema -Tony Richardson- recreaba una sátira, aún más demoledora y disolvente, en aquel caso de las clases altas californianas, tomando como base la obra de Evelyn Waugh ‘Los seres queridos’. El film de Schlesinger alcanzó un notable reconocimiento. El THE LOVED ONE (Los seres queridos, 1965) de Richardson, ha sido ninguneado durante décadas. Sea como fuere, el talento británico dominaba aquellos años buena parte del cine del momento.

Calificación: 3’5

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