HUNT THE MAN DOWN (1950, George Archainbaud) Un asesino inocente
Supongo que no pocos aficionados recordarán la estupenda CALL NORTHSIDE 777 (Yo creo en ti, 1948) en la que Henry Hathaway narraba la historia de un periodista que luchaba para demostrar la inocencia de un sujeto injustamente condenado a muerte. Estoy convencido que se la tendría en mente cuando surge la humilde pero muy estimulante HUNT THE MAN DOWN (Un asesino inocente, 1950), rodada por ese extraño realizador francés que fue George Archainbaud, del que apenas he podido contemplar exponentes de su dilatada filmografía. He de reconocer que, a tenor del atractivo observado en esta película, voy a intentar seguirle la pista, ya que no faltan referencias que avalan su talento. De entrada, nos encontramos ante un relato de ritmo impecable dentro de su aparente modestia; claro formato de serie b que apenas alcanza los 70 minutos de duración, un reparto de actores nada conocidos, aunque eficacísimos -tan solo reconoceremos a un joven Gig Young-, y unos modos que avalan, dentro de su eficacia narrativa, la máxima de una idea por plano. Es por ello que, en una primera instancia, nos podríamos encontrar con un clásico exponente de whodunit movie, ámbito este en el que el mismo director se expresó con la muy previa -y al parecer estimulante- THIRTEEN WOMEN (Trece mujeres, 1932).
HUNT THE MAN DOWN se inicia bajo los meandros de un melodrama noir. En el interior nocturno de un café donde se está recogiendo y haciendo caja, solo se encuentran sus encargados. Ellos son el joven e introvertido Bill (James Anderson) y Sally Clark (Lynne Roberts). La segunda -también joven- demuestra desde el primer momento su cariño hacia este, quien deja entrever un mundo interior que no desea compartir. El destino forzará el futuro de Bill al introducirse en el café un buscado ladrón que intentará atacar y robar a Alice, eliminando este al asaltante, lo que le convertirá en un indeseado héroe público. Esta inesperada circunstancia y su perfil público facilitará que sea reconocido por las autoridades, ya que se trata de Richard Kincaid, quien 12 años atrás fue acusado de un crimen que en realidad no cometió, teniendo la ocasión de huir de la prisión en la que se encontraba confinado, tras lo cual modificó su identidad y sobrellevó una vida discreta. Al ser detenido será sometido a un nuevo juicio, por lo que se le otorgará un abogado defensor de oficio, que el acusado asumirá con desapego. Este será el joven y emprendedor Paul Bennett (un joven Gig Young), quien inicialmente asumirá el encargo sin grandes entusiasmos, aunque poco a poco se vaya sorprendiendo por la extraña integridad del acusado -a lo que contribuirá el apoyo inquebrantable de Sally- quien rechazará la posibilidad de ver menguada su pena si acepta la culpabilidad de ese lejano asesinato que él sabe no ha cometido. Será este un importante punto de inflexión, puesto que a partir de ese momento Bennett escuchará el relato en flashback del acusado, y a partir del cual la película cobrará un inesperado giro. Y es que si desde el primer momento el film de Archainbaud destacará por su precisión, sentido del ritmo y vibrante montaje, será a partir del instante en que se introduzca esta mirada retrospectiva, cuando su fondo varíe por completo. Lo cierto es que casi de una secuencia a otra, HUNT THE MAN DOWN queda revestida como una dolorosa mirada en torno a las consecuencias que la II Guerra Mundial albergará en la sociedad norteamericana. Dicho flashback describirá el encuentro casual y nocturno de Kincaid con tres parejas. Nos encontramos en la vitalidad de finales de la década de los treinta, en medio de la cual se vivirá el asesinato de uno de sus componentes.
A partir de ese momento la película virará en sus intenciones, y el guion de DeVallon Scott se incardinará en apariencia hacia una búsqueda contrarreloj por parte del joven abogado -al que ayudará su padre, Wallace Bennett (Harry Shannon), un hombre ya veterano al que le falta un brazo-, de aquellas parejas que vivieron la celebración nocturna con el acusado, y fueron testigos en la vista interrumpida hace más de una década. La tarea será compleja, dado que el paso de los años ha ido diluyendo las pistas en torno a ellos -incluso uno de los testigos ha fallecido-, proceso que tanto el defensor como su padre intentará revertir siguiendo pistas y rastros. Y será en ese proceso, cuando lo que parecía un relato lleno de brío, en la casi improbable búsqueda de la confirmación de la inocencia de alguien que, tantos años después, se ha convertido en un efímero héroe ciudadano, se convierta en una casi desoladora mirada en torno al trauma vivido por toda una generación de norteamericanos tras la implicación en la contienda mundial -circunstancia esta que aparecerá siempre en segundo término-, que son plasmados en toda su crudeza a partir del desencanto generalizado de esas tres parejas que un día convivieron de manera alegre. Es cierto que una de ellas vivirá en la abundancia -dentro de un contexto cercano a turbios manejos- pero la galería de esos testigos que irá encontrando Bennett y su padre, no solo les irán adentrando en un contexto dominado por una creciente tensión -el ya anciano Wallace sufrirá un intento de asesinato durante pleno trayecto en coche, que costará la vida a uno de los testigos- en la que el espectador irá contemplando como algo oculto se oculta tras el deseo del defensor de esclarecer un crimen que parecía ya olvidado. En realidad, lo realmente magnífico de HUNT THE MAN DOWN reside en esa visión global llena de dolor, fracaso y frustración, como lo patentizará la presencia de uno de los testigos, excombatiente, que quedó ciego en la contienda -evidenciado en una de las secuencias más dolorosas del relato-. O lo hará en esa divorciada que aún sigue añorando al marido que la maltrató en el pasado, aunque tuviera que alejarse de él por su propia seguridad -magnífico el momento en que habla por teléfono con el abogado, y en off percibimos que ha sido agredida por un anónimo asaltante, que a punto estará de acabar con su vida-. O incluso esa mujer ya casi adentrada en la madurez, completamente catatónica en su inestabilidad psicológica, aislada en una granja y custodiada por sus dos hoscos familiares, de la que se tirará por parte de la defensa para provocar la confesión del verdadero autor del olvidado crimen. Algo que se desarrollará en la demasiado apresurada secuencia final de la vista, donde esa búsqueda de un determinado grado de impacto queda diluida por una ausencia de densidad que, por el contrario, sí percibimos a lo largo de su casi apasionante metraje previo.
Ayudada por la fuerza y los claroscuros de la iluminación en blanco y negro del gran Nicholas Musuraca, una planificación siempre ajustada, ese ya señalado sentido del ritmo alentado por un brillante montaje y un notable sentido de la síntesis, y finalmente la presencia de un eficaz reparto, lo cierto es que el film de Arcahinbaud sorprende en ese inesperado giro. Una prueba más de esa inquietud presente incluso en producciones modestas de Hollywood, a la hora de plasmar en la pantalla ese desgarro de toda una generación, en una película que aparece casi como un precedente de títulos posteriores tan opuestos en apariencia como podría plantear la extraordinaria -y amarga- comedia musical IT’S ALWAYS FAIR WEATHER (Siempre hace buen tiempo, 1955), tercera -y a mi juicio más admirable- realización al unísono, del inolvidable tándem formado por Stanley Donen y Gene Kelly.
Calificación: 3
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