LES TÉMOINS (2007, André Téchiné) Los testigos
Una vez más, André Téchiné ha recurrido a varios de los temas que han ido jalonando una filmografía tan atractiva como personal. Los conflictos del sentimiento, el peso de la memoria y el irrefrenable avance del olvido, el contexto social inserto en la individualidad de sus personajes, la interacción de cada uno de ellos conformando una especie de alfa y omega, el papel de la sexualidad –con especial hincapié en el grado homosexual de esta-, el alcance de la juventud como catalizador de emociones y de ventana de descubrimiento… Facetas todas ellas insertadas de manera aleatoria en unas películas generalmente dominadas por su sutileza, una elegancia por algunos menospreciada en un atisbo de gelidez –algo que no comparto-, y una formulación narrativa contemplativa que oscila en su ejecución en función del previsible carácter de la propuesta narrada, aunque generalmente confluya en unos resultados homogéneos y satisfactorios. Cierto es que Téchiné no alcanza siempre los objetivos apuntados, pero no es menos cierto que lo que logra en buena parte de ellos logra sobrepasar limpiamente la dirección elegida. Es más, en los mejores momentos de su cine se alcanza una pureza, sencillez y autenticidad, logrando con los mínimos elementos y la más sobria plasmación cinematográfica, contagiar al espectador las emociones y evocaciones planteadas ante la pantalla.
Punto por punto, LES TÉMOINS (Los testigos, 2007) podría responder a las características antes señaladas. Sin embargo, y aún asumiendo este enunciado, y partiendo de mi apreciación personal de que nos encontramos con uno de los títulos más logrados de su filmografía, es indudable que estamos ante una película que aporta un plus en el retrato que ofrece de un periodo especialmente doloroso para la libre expresión de los sentimientos; la aparición de la temible enfermedad del SIDA. No se puede negar que aquella auténtica plaga tuvo muy pronto su oportuna plasmación cinematográfica –que va de LONGTIME COMPANION (Compañeros inseparables, 1990. Norman René) a PHILADELPHIA (1993, Jonathan Demme)-, sin que ello nos evite reconocer que quizá el séptimo arte perdió a no pocas de sus figuras –empezando por la avanzadilla que ofreció Rock Hudson y terminando con personalidades como el realizador Tony Richardson-, pero quizá no alcanzó a mostrar esa gran película que la crudeza y extensión del tema planteaba. En este sentido, el film de Téchiné tiene a su favor dos elementos suplementarios. Uno de ellos es la distancia que existe desde aquella terrible circunstancia –que el film plantea en el verano de 1984-, y otra el hecho –ya particular- de que el realizador francés plantee el mismo desde un prisma distanciado, y sin que su presencia altere los modos habituales del cineasta. Por eso la incorporación como latente premisa de esta circunstancia concreta, en ningún momento ha supuesto un derrotero por el que se deslizara la senda de la sensiblería o un alcance emocional suplementario de lo habitual en su cine.
Esto no quiere decir que, en sus mejores momentos, la película no llegue a conmover, incluso noblemente –en este sentido elegiría el instante en el que el nuevo y ocasional amante de Adrien (un eminente Michel Blanc), contempla tras salir de la ducha la imagen que se expone de Manu (Johan Liberéau). Se trata de un instante sin palabras, sostenido por miradas que lo dicen todo, captado casi al azar, y que en su dolorosa percepción –el propio joven ha perdido hace poco tiempo a su pareja durante varios años-, permitirá compartir a ambos la dolorosa ausencia del ser querido, la necesidad de mantener el recuerdo, al tiempo que la obligación existencial de sobrellevar el sendero de la vida. En ese sentido, LES TÉMOINS quizá flaquee levemente en la aplicación de esos elementos con los que Téchiné intenta apuntar la integración del relato en el contexto sociopolítico en el que este se describe. De todos modos, preciso es reconocer que en esta ocasión este elemento se encuentra mejor integrado que en referencias precedentes en su cine –cierto, en todo momento no se detecta el mismo nivel- y la existencia de una matriz dramática más o menos cercana, quizá en esta ocasión haya ido en beneficio del resultado global del relato. La película está dividida en tres partes e insertada finalmente como un conjunto que servirá de base a una novela redactada por la escritora en la que plasmará la dolorosa experiencia vivida fundamentalmente por el joven Manu, un joven desinhibido, arrollador e inocentemente narcisista, provocador en su belleza de la atracción de los hombres. En su búsqueda del contacto homosexual –un elemento quizá un tanto cogido por los pelos; resulta poco comprensible que alguien tan atractivo tenga que recurrir a ello- trabará contacto con Adrien, un gay maduro e introvertido que muy pronto lo adoptará y envolverá con el manto de su protección. Sin embargo, el muchacho pronto se emancipará de sus redes, enamorándose localmente de Mehdi (Sami Bohuajila), joven casado caracterizado por la ambigüedad en la ética de su comportamiento profesional –es agente de policía, destinado a efectuar redes en prostíbulos-, y que repentinamente –rescata a Manu de un accidente nadando y le salva la vida- iniciará con él una relación que el joven mantiene abiertamente mientras el duro policía lleva de forma por completo secreta.
Curiosa paradoja la planteada por una pasión iniciada cuando Mehdi salva la vida al joven, aunque con posteridad y de modo indirecto traslade al muchacho el virus del SIDA. Será une enfermedad que, curiosamente, advertirá Adrien cuando se enfrenta abiertamente con el joven, despechado por verse relegado en su atracción, modificando el planteamiento de la situación. Una vez Manu asume la gravedad de su enfermedad y tras un periodo totalmente aislado, abandonará todo trato con Mehdi siendo cuidado por Adrien al trasladarse a su casa. Como una especie de círculo que se cierra, todo este cúmulo de relaciones afectivas y sexuales se irá entrecruzando y depurando trágicamente con la cercanía de la muerte –que Manu lleva con tanta entereza entremezclada con el dolor de verse alguien tan orgulloso de sí mismo sometido a un deterioro inalterable-. La experiencia de su desaparición –una vez más, planteada con una elipsis tan elegante como dolorosa-, dejará huella en todos cuantos ha conocido y permanecido cerca de él, pero muy pronto la realidad de la vida transmitirá la necesidad de proseguir el camino, de hacer de ese recuerdo imborrable un referente para seguir manteniendo el orgullo de existir. Bien sea abriéndose al camino de nuevas relaciones –Adrien-, bien retomando la relación de pareja que de alguna manera interrumpieron –Mehdi y su esposa e hijo-, o quizá permitiendo que las manifestaciones y recuerdos que Manu dejó grabadas antes de morir sirvan como epicentro de una obra literaria que la mujer del policía –Sara (Emmanuelle Béart)- ha realizado en torno a dichos testimonios.
No se puede negar que un argumento como el que plantea LES TÉMONS era proclive a excesos melodramáticos o, en su defecto, mistificaciones pueriles. Por fortuna, ni uno ni otro hacen excesiva mella en la consistencia de un relato sensible y pudoroso, que además tiene la virtud de mostrar una pintura de personajes ambivalentes para proporcionarles la suficiente credibilidad. Como señalaba anteriormente, es probable que resulten formularios los elementos que integran la película dentro de la repercusión social e investigadora de la terrible plaga de esta enfermedad. Sin embargo, es innegable la autenticidad que proporciona la descripción del carácter posesivo que puede plantear el a primera instancia honorable Adrien, mientras que en su defecto se apuesta por incorporar matices de sensibilidad en el quizá despreciable Mehdi –la conversación que mantienen ambos en el coche del primero, poco antes de la muerte de Manu, es reveladora de esta circunstancia-, quien por último y de forma inconsciente verá en el contacto que mantiene con la hermana de Manu, una manera de prolongar la relación afectiva que mantuvo con este. Autentica y sensible, integrando adecuadamente del entorno urbano que preside la mayor parte del relato, con los pasajes en los que un contexto rural y paisajístico proporcionan el telúrico fondo de algunas de las secuencias más intensas y sensibles del mismo. Se trata de una dualidad más, de esa capacidad de matización y adecuada hondura que preside una película en la que pequeños destellos de artificio, quedan finalmente diluidos en un conjunto plasmado con el corazón.
Calificación: 3’5