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CINEMA DE PERRA GORDA

Bernard Vorhaus

THE GHOST CAMERA (1933, Bernard Vorhaus)

THE GHOST CAMERA (1933, Bernard Vorhaus)

Si hubiera que elaborar una relación de realizadores exóticos, en función del desarrollo de su obra, la relación sería extensa. Unos han alcanzado el estatus de culto -Edgar G. Ulmer-, mientras que otros piden a gritos su obligado reconocimiento -Ewald André Dupont-, e incluso algunos aún deambulan, sin recibir la mínima atención, por parte de tirios y troyanos. Es el caso de figuras como el checo Hugo Haas, o el norteamericano Bernard Vorhaus, que realizó buena parte de su filmografía en tierras británicas, hasta su retorno a Hollywood, donde fue incluido en la tristemente célebre ‘lista negra’ de McCarthy, retornando a Inglaterra, donde vivió el resto de sus días. Es cierto que no se puede decir que hayamos contemplado buena parte de sus más de treinta largometrajes, de los que se suele destacar el tractivo pero irregular THE AMAZING MR. X (1948), aunque uno prefiera elegir LADY FROM LOUISIANA (Tormenta en la ciudad, 1941), entre los escasísimos títulos suyos, que he tenido ocasión de visionar. Producciones todas ellas, que registran situaciones extremas y anormalidades, descritas por Vorhaus con sentido de la sugerencia, e incluso sorprendiéndonos narrativamente, con propuestas atractivas, por más que finalmente su resultado global, no responda a las expectativas que se puedan tener de ellas.

Eso es lo que me sucedió con THE GHOST CAMERA (1933), una de las quota quickies que Vorhaus rodó en Gran Bretaña, en la que partiremos de entrada, con una interesante situación, mientras se desarrollan los títulos de crédito -comprobando en su lectura, que un joven David Lean, ejercerá como montador en la película; Lean siempre declaró su admiración, por el aprendizaje que el norteamericano, le permitió en sus primeros pasos con la profesión cinematográfica-. Mientras contemplamos dichos créditos, la cámara se encontrará ubicada en interior de un vehículo descapotable, que discurre por unas ruinas, cayendo al coche una cámara sin sentido de la lógica alguna. Será algo que se topará su conductor -el químico John Gray (un molestísimo Henry Kendall)-, cuando llegue a su domicilio, y sea advertido por su ayudante, de la presencia de dicho artefacto. Ello propiciará que, a título de curiosidad, observe que la misma ha disparado un total de cinco imágenes, la primera de las cuales describe un asesinato. Obsesionado con buscar las pistas que le ofrecen las otras cuatro fotografías -en un descuido, se le ha robado la cámara y el negativo del asesinato-, iniciando con ello una errática búsqueda, que le llevará hasta la joven Mary Elton (una jovencísima Ida Lupino), que constata la desaparición de su hermano -Ernest Elton (igualmente adolescente John Mills)-, huido tras el robo de un diamante en el establecimiento donde trabajaba. A partir de ese momento, se intensificará la búsqueda de Ernest, al tiempo que intentar recuperar ese negativo, que permita descubrir ese crimen, del que realmente no se sabe nada. Ello, al mismo tiempo, irá acercando más la relación de Gray y Mary, hasta el punto que las diversas aventuras que vayan viviendo, estrecharán una relación, por momentos, cada vez más intensa.

En realidad, THE GHOST CAMERA se erige como una muestra más, de ese tipo de comedia de suspense, tan practicada por el tándem formado por Sidney Gilliat y Frank Launder, o un guionista como Charles Bennett, y que incluso practicaría Alfred Hitchcock, en algunos de los títulos más célebres de su etapa británica -THE 39 STEPS (39 escalones, 1935), THE LADY VANISHES (Alarma en el expreso, 1938)-. Esa mezcla de intriga y fina ironía inglesa, estará presente en esta película, de la que cabe destacar su inquietante inicio, y esos primeros minutos, en los que, casi de manera involuntaria, parece que asistamos a un precedente del célebre BLOWUP (Blow-Up. Deseo de una noche de verano, 1966. Michelangelo Antonioni) a partir del relato de Julio Cortázar. En medio de esas dos disyuntivas, a mi modo de ver, la primera mitad de la película destaca por su morosidad narrativa y escaso atractivo, en no poca medida dado la escasa empatía que transmite su personaje protagonista.

Sin embargo, una vez se vaya consolidando la relación con Mary, la película irá elevando su tono, y una cierta densidad asomará por sus fotogramas. Es cierto que nos encontramos con un relato bastante inofensivo y lleno de carencias. Sin embargo, dentro de dichas limitaciones, justo es reconocer que irán desplegándose episodios dotados de cierto interés, como esa noche vivida por los protagonistas en u viejo hostal rural, la incidencia en el interior de esas extrañas ruinas, en donde se inició la película, o la ansiedad que producirá la vista que encausará al cada vez más desvalido Elmer, atendiendo la perfecta e implacable desarrollo del juicio, por parte de ese juez encarnado por un joven Felix Aylmer. Todo ello, articulará una segunda parte dominada por un sentido del ritmo, carente en su primer tramo, permitiendo que, finalmente, el visionado de la muy modesta THE GHOST CAMERA, nos propicie un resultado tan discreto como simpático, en el que destacará ese interés mostrado por su realizador, de apelar a la búsqueda de escenarios visuales -aspecto en el que destacará el montaje brindado por Lean- y, sobre todo, integrar muy en segundo plano, una mirada en torno a la relatividad del punto de vista de aquellos rincones que nos rodean.

Calificación: 2

THE AMAZING MR. X (1948, Bernard Vorhaus)

THE AMAZING MR. X (1948, Bernard Vorhaus)

La figura de Bernard Vorhaus, brinda otro de esos exponentes fronterizos, de hombres de cine que se encontraban al margen del sistema de estudios, por más que tuviera una relativa continuidad profesional en la Republic. THE AMAZING MR. X (1948) es, quizá, su título más reconocido, aunque no me resulte el mejor, de los pocos que he podido contemplar de su producción. Artífice de una filmografía que supera los treinta largometrajes, tras el que nos ocupa, tan solo realizaría tres más, uno de ellos incluso firmado con pseudónimo en Italia, cuando ya se encontraba fuera de Estados Unidos, donde fue una de las víctimas de la Caza de Brujas de MacCarthy. Vorhaus, hombre culto y de experiencia europea, pronto se caracterizó por su oposición al nazismo, formando parte de aquella generación intermedia, en la que aún no ha alcanzado un necesario revisionismo, en la medida de analizar el alcance de su valía como hombre de cine.

De manera muy sinuosa, se nos describe la nocturnidad de un enclave costero, donde se ubica una lujosa mansión, dispuesta ante un acantilado. En su balcón, la elegante Christine Faber (Lynn Bari) se abstrae mirando al horizonte, y creyendo escuchar unas voces que la llaman. Christine se quedó viuda dos años atrás, y aún sigue añorando a su esposo. Vive acomodadamente junto a su hermana pequeña Janet (Cathy O’Donnell), manteniendo una estrecha amistad con Martin Abbott (Richard Carlson), que se encuentra dispuesto a pedirla en matrimonio. Sin embargo, poco a poco se irá extendiendo sobre la viuda, la sensación de que su esposo quiere enviarle un mensaje desde el más allá. En el recorrido que realiza una noche por la playa, para reunirse con Martin y acudir a un acto, no solo volverá a escuchar esas voces que le atenazan, en un contexto especialmente inquietante, sino que, sobre todo, de improviso, conocerá al joven, atractivo y elegante, Alexis (Turham Bey), quien la abrumará por el conocimiento de su angustia existencial. Casi subyugada por lo que le pudiera ofrecer este, acudirá a su consulta, sucumbiendo por la capacidad que alberga, el que en realidad es un falso médium, empeñado en embaucar a una mujer adinerada. Consciente de ello, tanto su hermana como Martin acudirán a un detective, sirviendo la muchacha como cebo, a la hora de intentar lograr unas huellas dactilares, que sirvan para ratificar el pasado delictivo del joven. Sin embargo, la singular personalidad de Alexis logrará revertir esas intenciones, logrando que Janet se quede absolutamente fascinada por este, e incorporando de forma implícita, un cierto enfrentamiento entre las dos hermanas. Todo cobrará un giro inesperado, cuando en medio de una sesión de espiritismo, en la que se encuentran como asistentes todos los personajes centrales, el espectro del difunto esposo de Christine haga una fantasmal aparición.

Hay películas, en las que la singularidad de su planteamiento supone, al mismo tiempo, su principal atractivo y su esencial inconveniente. THE AMAZING MR. X es un ejemplo paradigmático de dicho enunciado. Partiendo de un guion de Ian McLellan Hunter y Muriel Roy Bolton, a partir de una historia original del muy reivindicable Crane Wilbur, la misma ofrece unos muy sugerentes primeros minutos, donde la cercanía con lo numinoso y el fantastique, resultan verdaderamente atractivos. Todo ello, por más que en la manera con la que se presente a la hermana pequeña de la protagonista -esa sombra que parece intuir la presencia de una pistola-, se adivine esa contradicción que albergue el conjunto de su relato. Ni que decir tiene, que para poder transmitir esa sensación, Vorhaus contará con la ayuda esencial del gran John Alton, de quien estoy convencido no solo articuló una decidida apuesta por fugas de luz, alentando esa aura sobrenatural que alberga los mejores momentos de la película. También, aquellos que se encuentran en el interior de la vivienda y lugar de citas de Alexis, en el que, pese a  saber que nos encontramos ante un estafador, no deja de alentarse esa querencia por lo ultraterreno, que el propio joven habrá intentado insuflar a la acaudalada viuda. Estoy convencido, que determinados elementos de planificación, utilizando la profundidad de cambio, estuvieron alentados por el propio Alton, buscando ante todo un mayor empaque visual.

De todos modos, si algo hay que achacar a esta, con todo, atractiva película, no es el hecho de que, en sus primeros veinte minutos, descubramos que aquellos pasajes que hemos contemplado, en la mejor herencia de las producciones de Val Lewton, no son más que el preludio de un gran engaño. Lo que decepciona parcialmente en su metraje, es el hecho de que  su base argumental, aparezca de manera tan alambicada y poco creíble. Es cierto que algunos de sus giros, por muy artificiales que nos aparezcan, se encuentran insertos con pertinencia. Pienso en una secuencia descrita en el acantilado de la mansión protagonista, donde el riesgo de muerte para Christine se hará más que patente, unido a un insólito crescendo necrofílico, al creer contemplar el fantasma de su marido -cosa que, en cierto modo, será cierta-. Sin embargo, otros aparecen difícilmente asumibles, cara al espectador más crédulo -el propio pasado del marido fallecido, la sofisticada estructura electrónica, instakada en la propia mansión de la viuda-. En cierto modo, nos encontramos ante un relato de intriga, como lo pudiera articular la previa MY NAME IS JULIE ROSS (1945, Joseph H. Lewis), con la diferencia de que el cuarto de hora inicial del título que comentamos, está resuelto con una magnífica atmósfera y, en este caso, no solo las perspectivas iniciales se ven defraudadas, sino que el desarrollo ulterior de su intriga, plantea no pocos agujeros. Incluso algunas de sus secuencias más atractivas visualmente -por lo general, aquellas en las que el elemento sobrenatural tiene mayor acto de presencia-, no se encuentran explicadas posteriormente en su racionalismo con convicción. En cualquier caso, pese a esas limitaciones, y a elementos pillados por los pelos, no es menos cierto que pesa, y no poco, ese considerable fragmento inicial, reencontrándonos con una cierta densidad dramática, en esos últimos instantes, con un Alexis redimido, a punto de perder la vida al salvar a Janet, de la que se ha enamorado, dejando volar por el cielo ese cuervo que siempre le ha acompañado. Será una bella metáfora, de alguien quien, en las puertas de la muerte, por un instante apelará a ese más allá, que durante su vida significó su forma de vida.

Calificación: 2’5

LADY FROM LOUISIANA (1940, Bernard Vorhaus) Nueva Orleans

LADY FROM LOUISIANA (1940, Bernard Vorhaus) Nueva Orleans

LADY FROM LOUSIANA (Nueva Orleans, 1940) –aunque retitulada en su edición digital con el título de TORMENTA EN LA CIUDAD- es el segundo de los títulos que he podido contemplar en la filmografía del singular cineasta que fue Bernard Vorhaus, conocido ante todo por ser una de las víctimas propiciatorias de la “Caza de Brujas” de MacCarthy –fue una de las figuras delatadas por Edward Dmytryk-, teniendo que emigrar hasta Inglaterra y, lo que es peor, concluir una obra cinematográfica que se inició en los primeros años treinta, que engloba una treintena larga de títulos. Esta segunda aproximación a su cine –tras la que me proporcionó su inmediatamente previa THREE FACES WEST (Rutas infernales, 1940), no solo me ratifica en los elementos de interés presentados por el director, sino que revela una nueva faceta en su cine, como es la narración de un relato inserto de nuevo en los cánones de una determinada serie B emanada por la Republic Pictures, en una historia que cuenta entre sus créditos la presencia como coguionistas de figuras tan relevantes como las de Vera Caspary y el siempre misterioso y apasionante Guy Endore. Y todo ello para proponer una curiosa y siempre atractiva mezcla de relato de época centrado en el marco de New Orleans, en cuyo ámbito se incardinan elementos de comedia con otros de raíz dramática.

Su propuesta argumental se iniciará con la llegada hasta dicha ciudad del joven abogado John Reynolds (un joven John Wayne, algo incómodo en un rol necesitado de cierta elegancia). Este acude desde Memphis alentado por la veterana e influyente amiga de la familia Blanche Brunot (Helen Westley), al objeto de que inicie una serie de acciones para coartar de raíz el caudal de corrupción existente en la ciudad, mediante la venta de una lotería de oscuros intereses fraudulentos, que alienta el general Anatole Mirbeau (el excelente Henry Stephenson). Sin embargo, la película se iniciará de manera singular, mostrándonos la inmediata atracción que se ha iniciado en el traslado de Reynolds hasta su destino, con una joven de la que desconoce su origen, aunque al llegar a tierra descubrirá es la hija del que será su referencia de investigación -Julie Mirbaeu (Ona Munson)-. Muy pronto descubriremos la capacidad de Vorhaus para describir el ambiente bullicioso y vitalista de la ciudad. Pese a situarnos en el ámbito de una serie B y a escenarios rodados en estudio, los pasajes que describen la actividad de Mirbeau –en el momento de encargar en el mercado la compra de una bandeja de ostras-, nos revelan una población bulliciosa y cosmopolita, transmitiendo una sensación de frescura de un contexto en el que se adivina de inmediato esa sensación de joie de vivre, acompañada de comportamientos y actuaciones que bordean peligrosamente el cumplimiento de las leyes. Una sensación que el realizador logrará transmitir mediante la plasmación de un cuadro coral, en el que muy pronto nos internaremos en el enfrentamiento que Reynolds y su mentora Blanche propiciarán hacia la figura del general, quien tendrá como aventajado ayudante al joven, astuto y malvado Blackie Williams (Ray Middleton).

De forma paulatina iremos adentrándonos en los turbios manejos de Williams, dirigiendo una pléyade de personajes de baja catadura, encaminados a extorsionar y, si llega el caso, asesinar, a todos aquellos triunfadores en los diversos sorteos de lotería que se celebran, al llevar a sus ganadores hacia el barrio chino de la ciudad, donde se encuentran una serie de garitos en los que literalmente desplumaran a los incautos ganadores. La muerte de uno de ellos, será el detonante para que el joven hampón comience a mostrar sus energías en el caso, y al mismo tiempo el general advierta a su segundo de a bordo que ponga mesura en sus acciones delictivas –en un momento magnífico en el que la cámara se detendrá en el rostro del veterano Mirbaeu, descubriendo la ambivalencia de su comportamiento. Será el paso previo para que Williams monte un plan, provocando un incidente en medio de las crecientes protestas de la indignada población, encaminada a asesinar al general, y al mismo tiempo lograr culpabilizar de ello a los ciudadanos que se están rebelando por tan turbios comportamientos. La secuencia a este respecto es ejemplar, muriendo Mirbeau de un disparo cuando se encuentra en un carruaje y desciende de este, finalizando la misma al mostrar una pancarta en contra de su lotería tirada en el suelo y partida. Desde ese momento Reynolds –elegido mucho antes fiscal de la ciudad- insistirá en su lucha contra la auténtica mafia que se ha desarrollado en el entorno de dicho sorteo, extendiéndose una tensión en New Orleans, al tiempo que rompiéndose la relación existente entre este y Julie. Será el momento que aprovechará Blackie para hacerse con el mando del negocio de las loterías contando con la anuencia de la ingenua muchacha, y al mismo tiempo intentando extender sus planes de enriquecimiento, implicando en los mismos a las autoridades de la ciudad.

A tenor de lo descrito en este recorrido del film, podríamos señalar que nos encontramos ante un drama de considerables proporciones. Y lo realmente atractivo de LADY FROM LOUSIANA proviene de manera especial en la adopción de un considerable grado de comedia en su relato, combinando en ella elementos que podrían incluso ir ligados con el noir. En este sentido, el film de Vorhaus me recordó poderosamente el tono adquirido por el previo y reciente DESTRY RIDES AGAIN (Arizona, 1939, George Masrhall) –del que estoy casi seguro tomó oportuna referencia- aunque en el caso del film de Marshall su historia se desarrollara en el marco del cine del Oeste. Esa capacidad de desarrollar un argumento de notable severidad tamizado por tintes de comedia –incluso apuntes cómicos-, como la hilarante invasión de la mansión de los Mirbeau por parte de Reynolds y la anciana Blanche, camuflándose ambos dentro de la fiesta del carnaval –que es aprovechada en dos secuencias llenas de plasticidad y al mismo tiempo inquietantes perspectivas-, para introducirse en la misma y robar documentos de su caja fuerte, haciendo frente a algunos de los esbirros de Blakie que se encuentran en ella –en un fragmento ciertamente divertido-.

Esa capacidad para alternar el predominio del elemento de comedia dentro de una historia en la que no falta ni el aspecto sombrío ni la presencia de crímenes, confiere al film de Vorhaus una extraña singularidad, que se extenderá en el tercio final del film, donde a modo de catarsis bíblica, la celebración de la vista en la que se dilucidarán las responsabilidades de los Mirbeau que en realidad comanda Blackie –con la inapreciable ayuda del funcionario que en teoría está al servicio del Reynolds, pero que en realidad se ha convertido hace tiempo en otro lacayo al servicio de este-. Al comienzo de la vista –desarrollada en medio de una fuerte tormenta-, el joven fiscal descubrirá que sus pruebas han desaparecido, siendo finalmente Julie –que poco antes ha descubierto los engaños y turbios manejos de Blakie, el hecho de que él ordenó la muerte de su padre, y sigue manteniendo su atracción por Reynolds- se decida a declarar a favor de este y en contra de los manejos que ella misma ha tolerado.

En ese momento, de manera inesperada, un rayo destruirá la sede judicial, iniciándose una casi apocalíptica extensión de una tormenta que provocará tremendas inundaciones en New Orleans y, lo que es peor, el inicio de una rotura del dique que mantiene el nivel del mar, y cuya definitiva destrucción supondría sepultar definitivamente la misma. Dentro de un magnífico fragmento, provisto de una tensión interna impecable, la cámara definida en un excelente montaje y unos efectos especiales más que correctos, mostrará por un lado el intento de huída de Blakie en un buque, por otro el refugio de Julie junto a muchos otros habitantes, en el techo de una vivienda que estará a punto de desmoronarse –junto a ella se encontrará la anciana Blanche-, mientras que Reynolds seguirá al citado Blackie para evitar que huya, produciéndose una pelea en el barco que culminará con su eliminación arrojándolo al agua en medio de la incesante tormenta. Tras ello obligará el propietario del barco –harto de que unos y otros lo amenacen con pistolas-, a que se dirija hacia la fisura que se ha producido en el dique, y logrando con ello que se pueda taponar la misma.

Atractiva combinación de géneros en apariencia poco compatibles, caracterizada por una atmósfera no por novelesca menos densa y valiosa, unos diálogos por lo general punzantes, y un alcance de parábola bíblica en torno a la búsqueda de la justicia, LADY FROM LOUSIANA supone una pequeña perla dentro de la producción de un estudio que combinaba a partes iguales títulos poco atractivos, con otros caracterizados por su singularidad. Este es, sin duda, uno de ellos, culminando casi de manera simétrica, allá donde comenzó; el viaje de los ya casados Julie y John, en un barco que parte de New Orleans, tal y como en su momento llegaron a dicha ciudad.

Calificación: 3

THREE FACES WEST (1940, Bernard Vorhaus) Rutas peligrosas

THREE FACES WEST (1940, Bernard Vorhaus) Rutas peligrosas

Víctima propiciatoria de la execrable Caza de Brujas de McCarthy, el paso de los años no ha sido muy benévolo con la figura de Bernard Vorhaus (1904 – 2000), que jamás se vio partícipe del más mínimo atisbo de recapitulación en su obra, lo cual no quiere decir que nos encontremos en ella obras maestras ni algo por el estilo… pero es probable algo de interés emerja en sus imágenes. En los últimos tiempos es hasta cierto punto accesible contemplar en formatos digitales THE AMAZING MR. X (1948) –que hasta la fecha no he podido visionar-, en la que al parecer se brinda una curiosa y desigual mirada revestida de escepticismo en torno a la creencia en el más allá. Sin embargo, mi primer acercamiento a su cine se produce con una modesta y singular producción de la Republic Pictures, curiosa mezcla de Americana actualizada, con resabios melodramáticos y ciertas notas contenido social. Se trata de THREE FACES WEST (Rutas peligrosas, 1940), en la que asistiremos dentro de un metraje que no alcanza los ochenta minutos de duración, a la odisea que vivirán el dr. Karl Braun (Charles Coburn) y su hija Leni (Sigrid Gurie). Ambos han huido del nazismo –junto con otros profesionales y científicos que se mostrarán reunidos en las primeras imágenes del film-, decidiendo su incorporación activa en la vida del país que los ha acogido; Estados Unidos. Los Braun padre e hijo lograron evadirse de la invasión nazi gracias a la acción del prometido de Leni –el joven doctor Erich Voin Schreder (Roland Varno)-, de quien tienen noticias se sacrificó por ellos, aceptando su incorporación el padre como médico de una pequeña y castigada población rural de Dakota del Norte. Hasta allí recalarán y serán recibidos por el líder natural del pequeño poblado –John Phillips (John Wayne)-, quien incluso les ofrecerá la planta inferior de su modesta vivienda –una casa ubicada en pleno campo-. Pese a la hospitalidad recibida, y sobre todo debido a los recelos que observará la hija –será un choque muy fuerte para ella tener que convivir en un entorno tan agreste y hostil-, los Brovn decidirán irse, aunque a última hora, la posibilidad de realizar una operación a un pequeño para curarse una cojera, será el detonante que irá relegando su marcha, integrándose en un colectivo humano cálido y hospitalario, que contrasta con la dureza de su configuración física. La población vivirá frecuentes tormentas de arena, comprobando sus moradores la creciente imposibilidad de sobrevivir con cierta prosperidad en la misma, aspecto que les obligará a tomar la determinación de abandonar la zona y viajar en un éxodo colectivo de más de dos mil millas, para poder establecerse en tierras más prósperas de Oregón. Mientras tanto, Leni se irá enamorando de Phillips, pero en ella estará presente un dilema, al saber que su prometido logró salvarse de la muerte e incluso la espera, descubriendo tras su rencuentro con Erich en San Francisco que se ha convertido en un aliado del III Reich, lo que le facilitará el reencuentro definitivo con John.

Si tuviéramos que definir a través de lo que manifiestan las imágenes de THREE FACES WEST, las supuestas cualidades de su realizador, quizá vendrían a la mente términos como compromiso e irregularidad, atractivo y convención, mixtura y autenticidad. En efecto, casi de un plano a otro, de una secuencia a la siguiente, la película muestra en primer lugar la combinación de géneros y temáticas, que van del western al film social, pasando por su débil alegato anti nazi y su vinculación con una moderna mirada en torno al subgénero Americana. Todo ello es puesto en solfa por Vorhaus con tanta ligereza como convicción, jugando con los estereotipos casi al mismo tiempo que ofreciendo episodios en los que se brinda al espectador una convicción marcada en la propia sencillez de sus imágenes. La propia configuración del relato –con ese inicio que nos muestra una reunión de científicos exiliados a Norteamérica, procedentes del nazismo y congregados por un programa radiofónico-. Supondrá un inicio que en modo alguno puede hacernos adivinar el posterior devenir del relato, que casi de un plano a otro nos llevará a un contexto rural. Es precisamente en ese contraste donde podemos entrever la clave de la propuesta de Vorhaus, quien dentro de un contexto muy ligado a la serie B, desea plantear quizá demasiadas ideas, y quizá de esa acumulación de situaciones, proceda por un lado el desequilibrio de su conjunto, al tiempo que el atractivo de la diversidad de sus episodios. En su empeño estará ayudado por la fuerza y los contrastes que le ofrece la fotografía en blanco y negro de John Alton –un aliado de primera línea-, que logra “pintar” de verdad las dificultades que la cámara del realizador muestra de la realidad rural de la agreste población protagonista. A pesar de las limitaciones de producción y la simpleza de su planteamiento, lo cierto es que THEE FACES WEST adquiere un peculiar grado de interés, al centrarse en las dificultades que sobrellevará una población a la que en realidad se erige como protagonista del film. La presencia de esas tormentas de arena, la manera con la que ese polvo va introduciéndose en todos los recovecos de la localidad, los intentos frustrados de sus moradores por contrarrestar sus efectos cavando zanjas que impidan el desaprovechamiento de las escasas aguas de lluvia, o el dantesco espectáculo que ofrece su calle central después de una tormenta especialmente aciaga –que provocará incluso la presencia de emisoras de radio para informar del desastre-, serán fragmentos llenos de fuerza, en los que se apoyará el realizador para suscitar el interés en esta curiosa versión “en pobre” de THE GRAPES OF WRATH (Las uvas de la ira, 1940. John Ford).

A partir de ese éxodo en el que finalmente se verán abocados sus vecinos, se incorporará la oposición de parte de un sector de estos, que intentarán por todos los medios boicotear la iniciativa y sugerir que el destino se dirija hacia California. Entre medias del largo viaje, del que se destacará con justeza sus dificultades, el film de Vorhaus avanzará en esa relación sentimental entre John y Leni, en las que emergerá de forma inesperada la reaparición de Erich como único obstáculo para la infelicidad de ambos. Como era de esperar, este finalmente será salvado, logrando los dos jóvenes protagonistas contraer matrimonio en el lugar donde los colonos han decidido establecer su futuro, en pleno aire libre e imbuidos con un aroma de paz y prosperidad. En definitiva, una conclusión abrupta aunque llena de sinceridad, como lo es el conjunto de esta arriesgada producción, en la que su propia acumulación de objetivos y subtramas, son las que le proporcionan su pintoresquismo, sus constantes altibajos y también, por que no señalarlo, su curioso atractivo, que va más allá de la estupenda prestación de Charles Coburn, y de la cierta incomodidad que muestra John Wayne al encarnar un personaje que se aleja –aunque no tanto-, con sus habituales roles de cowboy.

Calificación: 2’5