TODAY WE LIVE (1933, Howard Hawks) Vivamos hoy
Partiendo de la base -durante décadas anatema por parte de la crítica francesa-, de que el conjunto de la obra de Howard Hawks se caracteriza por su irregularidad -algo que se podría extender al conjunto de los grandes clásicos de Hollywood-, nunca he entendido el escaso aprecio que, por lo general, ha merecido TODAY WE LIVE (Vivamos hoy, 1933), incluso entre los más acérrimos estudiosos de la obra del cineasta. Robin Wood apenas cita la película en su célebre estudio. Joseph McBride pregunta con evidente carencia de interés al cineasta sobre la misma, refiriéndose, ante todo, a la presencia de William Faulkner, como autor de la historia original. Rodada entre la atractiva TIGER SHARK (Pasto de tiburones, 1932) -otra de sus realizaciones, que durante décadas tuvo que sufrir, a partes iguales, tanto el olvido, como un molesto menosprecio- y la extraordinaria TWENTIETH CENTURY (La comedia de la vida, 1934) -la comedia suya que prefiero-, habría que referirse, sin embargo, a dos de las figuras más relevantes de la crítica española; Miguel Marías y Quim Casas, para encontrar férreos defensores, de una película que parece situarse, como un molesto corpúsculo de la obra del cineasta -ejerciendo como codirector de la misma, acreditado, Richard Rosson-, y que personalmente considero una notable obra del cineasta, que no solo se integra con coherencia en numerosas características de su cine, sino que, al mismo tiempo, revela su destreza y sobriedad en el ámbito del melodrama, sabiendo modificar esta producción de la Metro Goldwyn Mayer, que tuvo a última hora que introducir el personaje femenino encarnado por Joan Crawford, al objeto de responder a la imposiciones del estudio, que buscaba un relato de éxito comercial, como así fue. Lo curioso de TODAY WE LIFE, aparece en su condición de obra puente. Una especie de eslabón perdido, entre las producciones silentes, que se formularon en torno a la incidencia de la I Guerra Mundial, y las que sucedieron a esta -quiero evocar, ante todo, las filmadas por Frank Borzage-, que utilizaban marcos referenciales de aquella cruel contienda, enalteciendo en ellas su sustrato amoroso, bajo un discurso, inequívocamente antibélico.
“En la guerra se hacen extrañas amistades”, dirá en un momento dado Ronnie (magnífico Franchot Tone) a Bogard (Gary Cooper), en plena espera de combate. La película se iniciará en 1916, con la llegada a Inglaterra del segundo de ellos, un joven millonario americano, deseoso de conocer en carne propia la verdad de la I Guerra Mundial. Para ello, alquilará una mansión inglesa, que sus propietarios se encuentran imposibilitados de mantener. Será el encuentro con Diana (Joan Crawford), la hija del dueño -que acaba de fallecer-. Casi sin pretenderlo, el amor nacerá entre ellos, pese a que Diana mantenga una relación, desde niña, con el joven Claude (Robert Young), hasta el punto que junto a su hermano -Ronnie-, forman un grupo especialmente unido, de tal forma que la relación entre ambos, en ocasiones ofrece apuntes incestuosos -esos besos que se formulan en alguna ocasión-. La llegada de Bogard, coincidirá con la activación bélica de Ronnie y Claude, pero también, la revelación amorosa del primero con Diana, motivará que ellos dos, también se alisten en tareas militares -ella como soporte de enfermería-.
Así pues, hasta el instante en el que Bogard retorna de su falsa muerte -debido a un error-, que habrá forzado la boda de Diana y Claude, TODAY WE LIVE discurre por los meandros de un sensible melodrama, que no busca forzar el dramatismo de las situaciones más duras sino, por el contrario, brindar su perfil o, en su defecto, sus consecuencias. Esa búsqueda por la letra pequeña, ya aparecerá en las observaciones que irá percibiendo Bogard en su llegada hasta Inglaterra -impagable el detalle del terrón de azúcar en el té, cuando la misma se encuentra racionada-, y que se generalizará al describir con delicadeza, la muerte del padre de la protagonista y de Ronnie. Esa desdramatización, tendrá otro brillante exponente -lleno de modernidad- al declararse Bogard y Diane, después de un sencillo paseo en bicicleta o, más adelante, cuando esta se incorpore en las tareas de soporte bélico; nunca veremos acciones de guerra, pero ya en los rostros de ellas y sus ayudantes, se irá instalando la angustia ante las consecuencias de la brutalidad de esta. Es más, cuando su hermano le notifique la noticia de la muerte de Bogard, una vez más esa sensación de irreductibilidad, se hará presente en el relato, describiéndose con elipsis, de nuevo, la boda de la joven y Claude.
Todo cobrará un giro con la inesperada reaparición del americano, al que acompañará en todo momento su fiel McGinnis (Roscoe Karns). Ello le permitirá conocer el entorno y la actualidad de la vida de su amada, conociendo a Claude, y conviviendo con él un episodio de acoso aéreo a los alemanes -en brillantes secuencias sacadas de HELL’S ANGELS (Los ángeles del infierno, 1930. Howard Hughes)-, en donde se evidenciará el coraje del británico. Todo ello, irá conformando una creciente camaradería del americano hacia Claude, desconocedor de la relación que este ha mantenido y mantiene con su esposa. Por su parte, este último y Ronnie, invitarán a Bogard a formar parte del asedio a un buque alemán, en cuya acción Claude será accidentado de bala, quedando ciego. Será el inicio de una paradójica nueva mirada por parte de este, conocedor ya de los sentimientos del americano con su esposa, adquiriendo la certeza de que, por amor a su mujer, a la que va a condenar en el futuro a su cuidado, se tiene que sacrificar, para lograr hacerla realmente feliz. Será en esa conclusión, cuando se alternará ese sentimiento de profunda camaradería, inherente al cine de Hawks, su destreza en el cine de acción, al describir la operación casi suicidad, para aniquilar un acorazado alemán, y esa sensación de pathos, asumido casi con felicidad, tanto por ese esposo invidente en lo físico, pero clarividente en el alma, y su fiel amigo y hermano de la protagonista.
Lo cierto es que TODAY WE LIVE casi nunca alza el tono. Pese a insertar cuatro episodios bélicos -dos aéreos y dos acuáticos-, destaca ante todo por su querencia intimista, por su desapego hacia el crescendo dramático y, por ello, por esa extraña autenticidad que caracteriza una película que sabe encontrar personalidad propia, dentro de los parámetros de su estudio de pertenencia. Apostará por una relajada y al mismo tiempo intensa dirección de actores que es la que, pese a sus casi 90 años de antigüedad, transmite esa sensación de autenticidad. De saber ofrecer el sentir de esos tres personajes, en el fondo inmersos en un mundo convulso y que, pese a ello, no dejarán de vivir y sentir las oscilaciones de su corazón. Será algo que transmitirá tanto esa inesperada declaración de amor compartida, entre Bogard y Diana, como esa secuencia confesional de Claude, ciego, ante esa esposa, a la que confiesa que ahora ve con mucha mayor claridad. O la de este a su eterno amigo Ronnie, al que no solo desnudará su alma, y le hará comprender la necesidad de acabar con su existencia, sino que llegará a contagiar en la idea de ambos de sacrificarse, buscando con ello no solo la felicidad de esa mujer que ambos aman -Ronnie también-, sino también honrar con ello a ese americano, al que consideran merecedor de una nueva oportunidad que, en modo alguno, ellos pueden darle.
Sensible en el cuidado de los detalles -la descripción del fiel amigo de Bogard, que siempre brindará el contrapunto irónico, los juegos de palabra de Ronnie y Claude en las operaciones marítimas, la impagable presencia de esa cucaracha, a la que se efectuará incluso un funeral, probablemente una incorporación directa del original de Faulkner-, en última instancia, esta notable y apenas reseñada obra de Hawks habla, con pudor y sinceridad, de la fragilidad de los sentimientos. De lo efímero de la felicidad, y de la propia existencia, en un contexto bélico. Lo hará, sin duda, de manera más contundente, que, en muchos otros títulos más reconocidos, imbricando además esta incursión por meandros melodramáticos, en una querencia ante ese mundo tan propio que definió su obra.
Calificación: 3