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CINEMA DE PERRA GORDA

Ron Howard

ANGELS & DEMONS (2009, Ron Howard) Ángeles y demonios

ANGELS & DEMONS (2009, Ron Howard) Ángeles y demonios

Que en sus últimos años de andadura, Ron Howard es un ejemplo desconcertante de artesano imbuido en los mecanismos de la industria de nuestros días, capaz de facturar títulos que rozan los apasionante dentro del ámbito del mainstreamFROST / NIXON (El desafío – Frost contra Nixon, 2007) o RUSH (2013), ambas por cierto con Peter Morgan como guionista-, entremezclados con otros exponentes, en donde su  competencia técnica y narrativa, se encuentra supeditada a una serie de servilismos que empobrecen sus resultados. No he visto –y, la verdad, no me atrae demasiado, THE DA VINCI CODE (El código Da Vinci, 2006. Ron Howard), de la que ANGELS & DEMONS (Ángeles y demonios, 2009) se erige como una supuesta continuación, prolongando la andadura del profesor Robert Langdon (en ambos títulos encarnado por Tom  Hanks). Partiendo de la novela primigenia de Dan Brown, sobre la que se desarrolló el inicio de dicha franquicia, su enorme éxito comercial favoreció esta continuidad, que algunos comentaristas de crédito señalan alberga un interés superior al supuestamente más menguado de la que le sirvió de referencia.

Dicho esto, y como quiera que en el fondo he de confesar que aún albergo ese alma cotilla, que a tantos nos proporciona el seguimiento de esas oscuras y al mismo tiempo trasnochadas leyendas en torno a los secretos vaticanos, me sumergí a la contemplación de los más de dos horas y cuarto de exagerado metraje que contiene esta mezcla de relato de misterio, film apocalíptico, resabios de la mitología de James Bond, y ciertos convincentes apuntes, en torno a la unión entre la ciencia y la religión, en unos tiempos convulsos. El film de Howard se inicia, dentro de dicho ámbito, mostrándonos con rapidez dos mundos en apariencia opuestos. El primero describe la inesperada muerte de un Papa caracterizado por su personalidad abierta y progresista –de cuyo ritual fúnebre la cámara no escatimará detalle-. Por su parte, nos situaremos casi de inmediato en una avanzada instalación científica, en la que se logrará extraer en una cantidad hasta entonces desconocida, la llamada “antimateria”, o definida de manera torpe como la “Partícula de Dios”. Muy pronto se producirá el robo de una pequeña capsula de dicho resultado –con un enorme peligro en su manejo o uso sin conocimiento-, asesinando para ello a un físico de vocación católica, al que se arrancará un ojo para poder burlar las férreas identificaciones a través de las córneas del personal acreditado.

Un tercer punto de acción, se centrará en la búsqueda del experto en simbología Langdon, reclamado por un representante de la policía vaticana. Este informará al investigador –renuente en cualquier contacto con unos trabajos frustrados y denegados por parte de los responsables vaticanos-, de la gravísima situación que se vive en el entrono de Ciudad del Vaticano, donde la celebración del cónclave que ha de elegir al nuevo pontífice, está sujeta a una inminente amenaza de tremendo calado, iniciada con el secuestro de cuatro de los cardenales con más posibilidades de contar con la elección del colegio cardenalicio, para suceder al pontífice fallecido. Pero con ser grave dicha circunstancia –que de entrada devaluaría una ceremonia dotada de tanto peso en la puesta en escena eclesial-, lo peor se marca en los plazos brindados en apenas pocas horas, concluyendo en la muerte de dichos secuestrados y, finalmente, en hacer estallar la antimateria robada, para con ello destruir el Vaticano.

Es cierto. De entrada ese planteamiento limita la adscripción del film de Howard como relato de misterio, inclinándose por el contrario en su lenguaje y modos visuales, con referentes que podrían ir de Roland Emmerich a Michael Bay. Por fortuna, dicha referencia tiene más peso en el primero de los directores señalados, pero no es cierto  que nos insertamos en un relato de acción contra reloj, en el que uno echa de menos el Jacques Tourneur de NIGHT OF THE DEMON (La noche del demonio, 1957) o incluso el inspirado Sidney Hayers de NIGHT OF THE EAGLE (1962). En escasos momentos, la cámara de Howard abandona la gratuidad de sus ampulosos, superficiales y casi constantes movimientos de grúa y, por el contrario, sabe valorar lo que de inquietante tiene el recorrido de sótanos, capillas, criptas y lugares dominados por una aura tenebrosa. Y dentro de dicho cómputo de referencia o añoranzas, no es menos cierto que en aquellas secuencias interiores desarrolladas en el interior de las estancias vaticanas, no dejo tampoco de añorar o quizá encontrar ecos de la magnificencia que Terence Fisher logró incorporar como elemento de estilo, en la utilización de los recovecos de esos palacios y edificaciones cargadas de siglos e historia, en donde la confrontación con luchas y elementos humanos, ofrecen una dinámica cinematográfica llena de interés. No son todo ello más que añoranzas, en una película que se intercala, ante todo, en el juego de las falsas apariencias, en el de la salvación en el último momento, en el terreno de lo bizarro al mostrar los horribles crímenes cometidos contra los cardenales secuestrados –salvo uno de ellos-, la ambivalencia existente entre el personal que se encuentra en el entorno vaticano, sobre todo en una hora crucial para la continuidad de la Iglesia Católica en esos momentos en los que el inmovilismo aparece como un enorme lastre, a la hora de renovar la vigencia de la misma.

ANGELS & DEMONS parte de una serie de deducciones poco convincentes por parte de Langdon. Sin embargo, si queremos sumergirnos en el marasmo de paroxismo que ofrece su conjunto, hay que dejar de lado cualquier orejera previa, e imbuirse en una lucha contra reloj, para evitar una catástrofe que, de manera subsidiaria, dinamitaría uno de los centros de espiritualidad del mundo occidental. Una sucesión de crímenes que serán ocultados inicialmente ante la opinión pública, pero que poco a poco trascenderán ante unas masas que, sin embargo, no dejarán de exteriorizar esa alienación colectiva que aparece en este caso, como un agudo apunte crítico. Ni siquiera la decisión de acordonar la plaza de San Pedro de Roma, las miles de personas presentes persistirán en su deseo de erigirse como testigos del cercano momento de elección del nuevo pontífice. Mientras tanto, Langdon y la joven física Vittoria Vetra (Ayelet Zurer), proseguirán veloces sus investigaciones para intentar evitar el sacrifico de estos cardenales, saliendo a colación la leyenda de los “Iluminati” –grupo de personas cristianas ligadas al avance de la ciencia, que siglos atrás fueron eliminados por las autoridades vaticanas-. Asistiremos a unas incansables andanzas, en las que lo mejor y lo peor vendrá dado de la mano casi de una secuencias a otra –en lo primero, lo siniestro de las muertes cometidas, siempre en situaciones límite; en lo segundo, la ausencia de unos modos fílmicos más solventes y sosegados.

Sin embargo, y pese a la debilidad que supone su sumisión a unos códigos narrativos y visuales, en los que chirría el empleo de la digitalización, o una excesiva movilidad de la cámara, lo cierto es que cuando sus pasajes se introducen en el interior de las estancias vaticanas, la película eleva su interés. Interés mostrado en la disparidad de criterios esgrimidos a la hora de resolver esta crisis, en las pistas falsas que se van sucediendo, o en cierta aura malsana que va dominando las mismas, en contraposición con la descripción de la magnificencia y modernización que adquieren los archivos vaticanos que, por otras razones, deseaba consultar Robert Langson, y en su momento se le negara, dado sobre todo su condición agnóstica.

Sin embargo, en ese ya señalado servilismo a un tipo de espectacularidad cinematográfica que a mi juicio liga esta película con Emmerich o Bay, se produce un episodio que por lo arriesgado y grandilocuente, llega a noquear al espectador al poner en tela de juicio su verosimilitud, asombrar por su plasmación visual, e incluso introducir elementos que hablen sobre la catarsis y capacidad de alienación de una masa, que prácticamente prefiere creer, e incluso buscar la santificación de alguien que en realidad era un perturbado e integrista representante de la curia vaticana.

Esa querencia que bordea el límite de lo admisible, no impide que ese misterio “de biblioteca”, centrado en las estancias vaticanas, que incluso nos muestra el devenir de un insólito cónclave que tendrá que interrumpirse –y con ello, revelando la excepcionalidad de la situación vivida-. En torno al mismo, aparecerán las dudas en torno al denominado “Gran Elector”, formulándose una serie de vacilaciones entre los avejentados –pero finalmente sabios- representantes del colegio cardenalicio. Es de lamentar que Howard en esta ocasión se inclinara por el dictado del seguimiento de un éxito previo, antes que el tratamiento psicológico de una galería humana que podría haber llegado a ser apasionante. Un ámbito en el que se dirime la creencia o no de los designios divinos en determinados momentos o, finalmente, esa emotiva gratitud que el nuevo Camarlengo, el Cardenal Strauss (magnífico Armin Mueller-Stahl), al ofrecer finalmente al agnóstico Langdon esa deseada y antiquísima publicación, con la que concluiría sus investigaciones, decidido por el nuevo pontífice, que accederá como tal, curiosamente gracias a la decisiva labor del norteamericano.

Calificación: 2

RUSH (2013, Ron Howard) Rush

RUSH (2013, Ron Howard) Rush

Provisto de una filmografía tan desconcertante como, en su mayor parte, poco estimulante, lo cierto es que los últimos años ha se brindado en la producción de Ron Howard un título tan brillante como sorprendente. Me estoy refiriendo a FROST / NIXON (El desafío – Frost contra Nixon, 2008), insólita indagación psicológica del proceso que permitió desenmascarar la figura de Richard Nixon, años después de su dimisión como máximo mandatario norteamericano. Lo que se dirimía en aquel caso, además de una magnífica base dramática urdida por el prestigioso Peter Morgan, era el hecho de encontrar a un realizador caracterizado por lo general por su blandura y el apego a la industria hollywoodiense, implicarse a fondo en un proyecto, que no por estar disponible a cualquier público, demostraba tratar a este como alguien adulto.

Más mérito tiene, a mi modo de ver, la propuesta que emana de RUSH (2013), que de entrada se podría proponer como uno más de los exponentes del subgénero de films centrados en el mundo de las carreras automovilísticas, y de la que no tengo en mente ningún título memorable –ni siquiera el Howard Hawks de RED LINE 7000 (Peligro líneas… 7000, 1965)-. en líneas generales, los exponentes de esta temática se centran en la descripción de una serie de arquetípicos personajes, que servirán como excusa para el motivo central de sus ficciones; la larga descripción –más menos pertinente- de la competitividad y espectacularidad de unas carreras que supondrán el epicentro de su metraje. Podría decirse que el film de Howard se entronca con facilidad en dicho enunciado, pero aceptar esa premisa sería pecar de simplismo al intentar aplicarla a este RUSH, que desde el primer momento deja bien clara su singularidad a la hora de entroncarse dentro de una vertiente que ha proporcionado pocos frutos distinguidos al Séptimo Arte. Desde sus primeros instantes, se adivina de nuevo una intensa comunión entre Ron Howard director y Peter Morgan guionista, situándonos de entrada en el año 1976, en el seno de una competición de fórmula 1, donde escuchamos la voz en off del piloto Nikki Lauda (Daniel Brühl), mientras contemplamos como su rival James Hunt (Chris Hemsworth) intenta seguir los pasos que realiza su rival en una salida de carrera lluviosa y peligrosa –más adelante comprobaremos que se trata de la que propició el tremendo accidente que desfiguró el rostro de Lauda-. El inicio atrapará al espectador, atendiendo a los comentarios –irónicos y, al mismo tiempo, lúcidos- que en over señala el inmortal piloto. De repente, la acción retrocede  a seis años atrás -1970-, tomando en ese momento la voz en off de Hunt, con el que compartiremos su enorme facilidad a las conquistas femeninas dada su apostura, y mientras este señala no sin lucidez su opinión sobre el atractivo que ejercen los pilotos ante las mujeres; el hecho de saber que estos se encuentran muy cerca de la muerte. Lo comprobará muy pronto la rápida conquista del piloto con una joven modelo, a la que levará a su circuito de fórmula 3, en donde junto a Lauda y otros jóvenes pilotos están intentando buscar su puesto para acceder a la élite del automovilismo. Llegados a ese momento, y cuando apenas han transcurrido diez minutos de metraje, la irresistible fuerza del guión de Morgan y la implicación de Howard en la puesta en escena, nos ha introducido de lleno en la espiral y la vorágine de este singular, apasionado, por momentos vertiginoso, en otros divertido, en otros terrible y, en última instancia, revestido de sincera –aunque escondida camaradería- recorrido que proporcionará una película que sobrepasa holgadamente las dos horas de duración, llevándonos a la permanente rivalidad existente entre estos dos pilotos. De nuevo, el tandem Howard – Morgan ha logrado meter al espectador en la chistera de este fabuloso juego del gato y el ratón que, en definitiva, define la magnífica RUSH. Una película que en su esencia se establece en la contraposición de dos personalidades opuestas. Una, la de Lauda, define a un joven taciturno y poco agradecido físicamente, que se toma su vocación automovilística casi como una ciencia, y que antepone todo ello a cualquier otro elemento vital. Todo lo contrario sucederá con Hunt, quien pronto se convertirá ene rival, erigiéndose en un ser hedonista, que en realidad desea triunfar en la fórmula 1 como un reto personal. Una pieza más en una andadura vital caracterizada por la superficialidad y una manera de entender una buena vida revestida a partes iguales de jactancia y de irresistible simpatía.

Ese contraste, es evidente que se erigirá en el núcleo central de una película que alcanza un alto nivel de interés, partiendo de entrada del auténtico duelo interpretativo brindado por un lado por Daniel Brühl, quien ofrece una impecable caracterización del introvertido Lauda, y el inesperado derroche de carisma que despliega el australiano Chris Hemsworth. A través de los perfiles y matices que emanan de sus personajes, RUSH emerge sin duda como una de las propuestas más valiosas que jamás ha brindado esta temática, dado que por encima de convencionalismos y estereotipos, se sustenta en una valiosa base dramática. Una base que se sigue con una extraordinaria escrupulosidad –atención a la credibilidad que ofrece la descripción del Gran Premio de España de 1976-, pero cuya premisa no impide que el recorrido que poco a poco va acercando a Hunt a ese objetivo que comanda Lauda –el campeonato mundial de dicho año-, y que tendrá su punto de inflexión que supondrá el tremendo accidente vivido por este, devolviendo la película al momento en que la misma se inició –tras una reunión en la que Hunt logró revocar la propuesta de Lauda de suspender un gran premio por las inclemencias de la lluvia-. Al margen de la extraordinaria factura que ofrecen las carreras y la credibilidad con la que queda descrito la espectacular colisión, a partir de ese momento seguiremos viviendo de forma paralela el devenir de ambos pilotos, sirviendo de manera paradójica los triunfos que cosecha Hunt con la ausencia de Lauda, como estímulo para que este se recupere de manera casi milagrosa. Es reveladora aunque un tanto chirriante a ese respecto, la dureza que muestra la secuencia en la que ene el hospital le son extraídos de los pulmones a Lauda las quemaduras que tiene, y que pese a los dolores sufridos, asume con entereza, mientras contempla en la pantalla uno de los triunfos de Hunt.

En todo este proceso, y contemplando como de forma milagrosa Lauda volvió a la competición apenas unos cuarenta días después del accidente vivido, es cuando de manera más clara se irá comprobando como pese a su rivalidad, en el fondo hay algo que une a esos dos jóvenes de personalidad por completo opuesta, pero que pese a ello se admiran mutuamente. Es algo que se expresará de manera magnífica en la paliza que Hunt pegará al reportero que ha lanzado una lamentable pregunta en la rueda de prensa de Lauda al referirse a su aspecto físico –quemado e incluso deformado- y en relación a su esposa. Del mismo modo, en la carrera definitiva que podría proporcionar el triunfo a Lauda, una retirada en el último momento, es la que –tras desarrollarse en una lucha de infarto que supone quizá el set pièce más brillante del metraje, y en la que el propio Hunt no sabrá hasta que la misma haya concluido, que en realidad es el ganador de ese campeonato. La imagen del triunfo y de la derrota se establecerá en esas imágenes casi captadas al vuelo que relacionarán a ambos pilotos, viviendo cada uno de ellos sensaciones contrapuestas. Pese a la presencia del temible Hans Zimeer ¡Ay! como artífice de la banda sonora, lo cierto es que RUSH demuestra como una película que precise de un montaje trepidante y se centre en los parámetros de una cierta acción, se puede alejar de manera ostentosa de los temibles modos visuales de Michael Bay. Por el contrario, Ron Howard no descuida ene ningún momento a sus personajes e imbrica lo externo y lo interno de una manera casi admirable, hasta describir ese último encuentro entre ambos pilotos, en los que de forma casi conmovedora en su simplicidad se expresará esa hasta entonces secreta admiración que ambos han sentido el uno por el otro. La película concluirá –tras mostrar con una atinada y sincopada recreación eighties del recorrido de Hunt por diversos espacios televisivos- recurriendo de nuevo a los comentarios de Lauda en off, punteando con lucidez lo que en realidad supuso aquel gran premio de automovilismo para su entonces rival, quien fallecería años después, y de quien se insertarán imágenes reales, como también del propio Lauda en la actualidad. Serán destellos de realidad que, unidos a las reflexiones del gran piloto, llegarán a transmitir una extraña emoción a los compases finales de una película que deviene casi admirable en su mezcla de intimismo y gran espectáculo, y que no dejar de suponer un soplo de esperanza, dentro del cine mainstream de los últimos años.

Calificación: 3’5

FROST / NIXON (2008, Ron Howard) El desafío: Frost contra Nixon

FROST / NIXON (2008, Ron Howard) El desafío: Frost contra Nixon

Uno de los fenómenos más curiosos –e interesantes- que está ofreciendo el cine norteamericano de los últimos años, es el revisionismo que en diversas de sus películas más influyentes se está realizando sobre diversos de los episodios que configuraron su devenir en la década de los setenta. No se puede decir que ese aspecto sea nuevo en sus pantallas. Ya en la década de los sesenta se plantearon de manera más críptica, situaciones emanadas de la política existente en aquellos años, mientras que años después se siguió por dicho sendero –especialmente por parte de los cineastas que forjaron la denominada generación de la televisión-, bien fuera bajo argumentos más o menos hipotéticos –como el que planteaba THE PARALLAW VIEW (El último testigo, 1974), o quizá bajo el sendero de la reconstrucción más o menos fiel mostrada en ALL THE PRESIDENT’S MAN (Todos los hombres del presidente, 1976), ambos obra de Alan J. Pakula, y del que me permito elegir, con mucho, el primero de los ejemplos citados.

 

Pese a dichos referentes, no cabe duda que en los últimos años el ejemplo propuesto en títulos utilizando como bases argumentales más o menos reales, como el que plantea ZODIAC (2007, David Fincher), o incluso MILK (Mi nombre es Harvey Milk, 2008. Gus Van Sant), nos lleva a plantear la posibilidad implícita de establecer paralelismos entre el marco sociopolítico que mostraba el periodo presidencial de Richard Nixon en la década de los setenta, con el que afortunadamente acabamos de abandonar con la deseada culminación de las dos legislaturas en las que permaneció como presidente USA el infausto George W. Bush. Haciendo una predicción de cara al futuro, y si el desarrollo de la civilización nos permite dos ó tres décadas más de andadura existencial, no cabe duda que surgirán títulos de estas características. Ejemplos que hallarán en los abusos de poder y las corruptelas de Bush un material de primera mano para elaborar valiosas ficciones cinematográficas, que estoy seguro se plantearán como títulos de relevancia del futuro del cine USA.

 

Pero mientras llega esa previsible circunstancia, no deja de resultar curioso que dos de los títulos más valiosos que el reciente cine norteamericano ha legado, han sido sendas narraciones centradas en episodios de verdadera relevancia dentro de la vida política norteamericana. Uno de ellos es el ya mencionado MILK, mientras que el otro es este insospechado FROST / NIXON (El desafío: Frost contra Nixon, 2008. Ron Howard), con el que vuelve a la palestra cinematográfica la eternamente controvertida figura de Nixon, ya tratada en la mencionada ALL THE PRESIDENT’S MEN y la apreciable aunque no demasiado lograda NIXON (1995), con la que Oliver Stone intentó inútilmente reverdecer los laureles logrados con la magnífica JFK (J.F.K. Caso abierto, 1991). Llegados a este punto, y pese a que la repercusión del título que centra nuestro comentario no haya llegado al impacto provocado en su momento por el film de Stone, creo que cabría definir la película de un insospechadamente inspirado Howard, como el auténtico film que en su momento no logró el irregular realizador oscarizado por PLATOON (1986) en torno a la figura de Nixon. Para ello, hábilmente tomó como base la exitosa obra teatral de Peter Morgan, de la que rápidamente adquirió sus derechos, solicitando que fuera el propio autor quien finalmente elaborara su guión cinematográfico. Un material dramático basado de manera bastante fiel en la conocida comparencia de ya dimitido Nixon (encarnado por Frank Langella) en la pequeña pantalla, aceptando el reto que en 1977 le brindó un conocido presentador de variedades –Dabid Frost (Michael Sheen)-, empeñado en dicha intención al objeto de lograr con ello un prestigio profesional como periodista, hasta ahora vedado en él.

 

Todos aquellos que conozcan la historia, o que en su momento asistieran a aquel reto televisado, seguro que podrán tener un elemento de base suplementario en la medida de ver hasta que punto la película resulta fiel a una de las emisiones más prestigiosas y con mayor audiencia que tuvo hasta entonces la historia de la televisión. Lo que aquí interesa, lo que personalmente debo destacar de esta magnífica película, es de entrada el escrupuloso respeto en la ambientación alcanzado, en la eficacia de su montaje –para lo cual es evidente en algunos momento tomó como referencia el ya citado J.F.K.-, en la precisión del trazado de sus personajes, o en la apuesta por el detalle. Y es que con FROST / NIXON nos encontramos, ante todo, con una película basada en pequeños gestos, en miradas casi imperceptibles, y que interesa no solo en la medida que trata con seriedad y meticulosidad un episodio que significa un periodo muy convulso de la historia reciente norteamericana. Por encima de esta circunstancia, y con ser muy importante la misma, si el film de Howard llega en no pocos momentos a resultar apasionante, es por la perfecta delimitación que plantea, por el auténtico duelo psicológico que describe de dos personajes que, en sí mismos, representan sendos y antagónicos modelos de buscar el éxito en sus trayectorias vitales. Uno lo ha logrado –presidiendo la nación- pese a resultar –y asumirlo él mismo- un ser desagradable que provoca el rechazo entre sus semejantes, y a tener que asistir a una auténtica inmolación pública de su propio poder. Por su parte, Frost nunca dejará de suponer un arribista, un joven que utiliza su encanto y capacidad de seducción para alcanzar con la definitiva defenestración de Nixon, un sujeto que sirva para su definitivo reconocimiento personal.

 

Podríamos decir que nos encontramos con uno de esos juegos tan recordados en los últimos títulos firmados por Joseph L. Mankeiwicz –SLEUTH (La huella, 1972)-, logrando con ello que el metraje del film de Howard interese en todo momento a través de su capacidad para insertar imágenes reales del periodo de la acción, marcando un montaje magnífico –aunque, preciso es reconocerlo, en algunos momentos se me antojó innecesariamente vertiginoso-, y logrando algo que presumo se encontraba ya presente en la obra teatral previa- una impecable progresión dramática, que permite que su metraje discurra de una manera casi imperceptible con el espectador. Nos encontramos con una producción muy cuidada a todos los niveles, pero más allá de esas precisiones técnicas y de diseño de producción, que de alguna manera es obligado exigir en una producción de estas características, no cabe duda que nos encontramos ante un producto especialmente cuidado por un Ron Howard, que sorprende por la destreza cinematográfica con la que sabe ensartar y conjuntar los elementos puestos a su disposición. Justo es reconocer que el tantas veces cuestionado realizador, demuestra una especial inspiración a la hora de dotar de ritmo cinematográfico a un proyecto que en ningún momento revela la posibilidad del teatro filmado, no tiene altibajos en su metrajes, y sabe combinar con acierto el detalle íntimo –las confesiones de Nixon a sus allegados-, las observaciones maliciosas –como describe el ex presidente los zapatos italianos que luce su oponente en la pantalla-, la astucia de un personaje que por algo llegó a donde llegó sin poseer rasgos de especial carisma –de qué manera logra embrujar no solo a Frost poco antes de la primera de sus cuatro sesiones de entrevistas, sino incluso como deja noqueado a uno de los investigadores del equipo de Frost (encarnado por Sam Rockwell), enemigo firubundo de los métodos del periodo de Nixon-.

 

Esa capacidad para dotar de humanidad a sus personajes, de llegar a justificar incluso comportamientos reprobables, atendiéndolos ante todo como seres humanos que son revestidos de complejas decisiones y errores, la precisa e incluso admirable galería de personajes secundarios que rodea la película –con especial atención a un enorme Kevin Bacon que, por cierto, también formó parte del reparto de la recurrente y ya citada JFK -, son matices que permiten redondear en esta a una de las películas más valiosas legadas por el cine norteamericano en el 2008. Para que la eficacia del discurso, la confrontación de caracteres, la credibilidad en suma de FROST / NIXON, alcanzara el definitivo grado de contundencia, esta se debía de plasmar tomando como eje dos intérpretes bajo cuyas espaldas recayera el peso de la extraordinaria gama de matices que ofrece la función. En este sentido, la labor de Michael Sheen resulta magnífica, en esa extraña dualidad que proporciona a su personaje, ofreciendo atractivo y rechazo a partes iguales. Pero, que duda cabe, que el film de Howard si por algo pasará a la historia, es por la decididamente portentosa labor que Frank Langella ofrece del denostado presidente. No hay palabras para describir la humanidad, alcance repulsivo, el hastío existencial, los arrebatos de ira, ese cierto encanto oculto por su propia personalidad y, por último, su asumida sensación de derrota personal plasmada ante la pantalla, configurando una de las mejores interpretaciones contempladas en la pantalla en los últimos años, y una de esas ocasiones que la Academia de Hollywood debió haber reconocido de forma automática, en lugar de otorgar otra estatuilla a un –ciertamente excelente- Sean Penn, por MILK. No importa. El retrato hondo, sensible, y al mismo tiempo implacable que Langella ofrece de la encarnación de Nixon, estoy convencido quedará con el paso del tiempo como una de las aportaciones actorales más conmovedoras de la pantalla en la primera década del siglo XXI.

 

Calificación: 3’5