FROST / NIXON (2008, Ron Howard) El desafío: Frost contra Nixon
Uno de los fenómenos más curiosos –e interesantes- que está ofreciendo el cine norteamericano de los últimos años, es el revisionismo que en diversas de sus películas más influyentes se está realizando sobre diversos de los episodios que configuraron su devenir en la década de los setenta. No se puede decir que ese aspecto sea nuevo en sus pantallas. Ya en la década de los sesenta se plantearon de manera más críptica, situaciones emanadas de la política existente en aquellos años, mientras que años después se siguió por dicho sendero –especialmente por parte de los cineastas que forjaron la denominada generación de la televisión-, bien fuera bajo argumentos más o menos hipotéticos –como el que planteaba THE PARALLAW VIEW (El último testigo, 1974), o quizá bajo el sendero de la reconstrucción más o menos fiel mostrada en ALL THE PRESIDENT’S MAN (Todos los hombres del presidente, 1976), ambos obra de Alan J. Pakula, y del que me permito elegir, con mucho, el primero de los ejemplos citados.
Pese a dichos referentes, no cabe duda que en los últimos años el ejemplo propuesto en títulos utilizando como bases argumentales más o menos reales, como el que plantea ZODIAC (2007, David Fincher), o incluso MILK (Mi nombre es Harvey Milk, 2008. Gus Van Sant), nos lleva a plantear la posibilidad implícita de establecer paralelismos entre el marco sociopolítico que mostraba el periodo presidencial de Richard Nixon en la década de los setenta, con el que afortunadamente acabamos de abandonar con la deseada culminación de las dos legislaturas en las que permaneció como presidente USA el infausto George W. Bush. Haciendo una predicción de cara al futuro, y si el desarrollo de la civilización nos permite dos ó tres décadas más de andadura existencial, no cabe duda que surgirán títulos de estas características. Ejemplos que hallarán en los abusos de poder y las corruptelas de Bush un material de primera mano para elaborar valiosas ficciones cinematográficas, que estoy seguro se plantearán como títulos de relevancia del futuro del cine USA.
Pero mientras llega esa previsible circunstancia, no deja de resultar curioso que dos de los títulos más valiosos que el reciente cine norteamericano ha legado, han sido sendas narraciones centradas en episodios de verdadera relevancia dentro de la vida política norteamericana. Uno de ellos es el ya mencionado MILK, mientras que el otro es este insospechado FROST / NIXON (El desafío: Frost contra Nixon, 2008. Ron Howard), con el que vuelve a la palestra cinematográfica la eternamente controvertida figura de Nixon, ya tratada en la mencionada ALL THE PRESIDENT’S MEN y la apreciable aunque no demasiado lograda NIXON (1995), con la que Oliver Stone intentó inútilmente reverdecer los laureles logrados con la magnífica JFK (J.F.K. Caso abierto, 1991). Llegados a este punto, y pese a que la repercusión del título que centra nuestro comentario no haya llegado al impacto provocado en su momento por el film de Stone, creo que cabría definir la película de un insospechadamente inspirado Howard, como el auténtico film que en su momento no logró el irregular realizador oscarizado por PLATOON (1986) en torno a la figura de Nixon. Para ello, hábilmente tomó como base la exitosa obra teatral de Peter Morgan, de la que rápidamente adquirió sus derechos, solicitando que fuera el propio autor quien finalmente elaborara su guión cinematográfico. Un material dramático basado de manera bastante fiel en la conocida comparencia de ya dimitido Nixon (encarnado por Frank Langella) en la pequeña pantalla, aceptando el reto que en 1977 le brindó un conocido presentador de variedades –Dabid Frost (Michael Sheen)-, empeñado en dicha intención al objeto de lograr con ello un prestigio profesional como periodista, hasta ahora vedado en él.
Todos aquellos que conozcan la historia, o que en su momento asistieran a aquel reto televisado, seguro que podrán tener un elemento de base suplementario en la medida de ver hasta que punto la película resulta fiel a una de las emisiones más prestigiosas y con mayor audiencia que tuvo hasta entonces la historia de la televisión. Lo que aquí interesa, lo que personalmente debo destacar de esta magnífica película, es de entrada el escrupuloso respeto en la ambientación alcanzado, en la eficacia de su montaje –para lo cual es evidente en algunos momento tomó como referencia el ya citado J.F.K.-, en la precisión del trazado de sus personajes, o en la apuesta por el detalle. Y es que con FROST / NIXON nos encontramos, ante todo, con una película basada en pequeños gestos, en miradas casi imperceptibles, y que interesa no solo en la medida que trata con seriedad y meticulosidad un episodio que significa un periodo muy convulso de la historia reciente norteamericana. Por encima de esta circunstancia, y con ser muy importante la misma, si el film de Howard llega en no pocos momentos a resultar apasionante, es por la perfecta delimitación que plantea, por el auténtico duelo psicológico que describe de dos personajes que, en sí mismos, representan sendos y antagónicos modelos de buscar el éxito en sus trayectorias vitales. Uno lo ha logrado –presidiendo la nación- pese a resultar –y asumirlo él mismo- un ser desagradable que provoca el rechazo entre sus semejantes, y a tener que asistir a una auténtica inmolación pública de su propio poder. Por su parte, Frost nunca dejará de suponer un arribista, un joven que utiliza su encanto y capacidad de seducción para alcanzar con la definitiva defenestración de Nixon, un sujeto que sirva para su definitivo reconocimiento personal.
Podríamos decir que nos encontramos con uno de esos juegos tan recordados en los últimos títulos firmados por Joseph L. Mankeiwicz –SLEUTH (La huella, 1972)-, logrando con ello que el metraje del film de Howard interese en todo momento a través de su capacidad para insertar imágenes reales del periodo de la acción, marcando un montaje magnífico –aunque, preciso es reconocerlo, en algunos momentos se me antojó innecesariamente vertiginoso-, y logrando algo que presumo se encontraba ya presente en la obra teatral previa- una impecable progresión dramática, que permite que su metraje discurra de una manera casi imperceptible con el espectador. Nos encontramos con una producción muy cuidada a todos los niveles, pero más allá de esas precisiones técnicas y de diseño de producción, que de alguna manera es obligado exigir en una producción de estas características, no cabe duda que nos encontramos ante un producto especialmente cuidado por un Ron Howard, que sorprende por la destreza cinematográfica con la que sabe ensartar y conjuntar los elementos puestos a su disposición. Justo es reconocer que el tantas veces cuestionado realizador, demuestra una especial inspiración a la hora de dotar de ritmo cinematográfico a un proyecto que en ningún momento revela la posibilidad del teatro filmado, no tiene altibajos en su metrajes, y sabe combinar con acierto el detalle íntimo –las confesiones de Nixon a sus allegados-, las observaciones maliciosas –como describe el ex presidente los zapatos italianos que luce su oponente en la pantalla-, la astucia de un personaje que por algo llegó a donde llegó sin poseer rasgos de especial carisma –de qué manera logra embrujar no solo a Frost poco antes de la primera de sus cuatro sesiones de entrevistas, sino incluso como deja noqueado a uno de los investigadores del equipo de Frost (encarnado por Sam Rockwell), enemigo firubundo de los métodos del periodo de Nixon-.
Esa capacidad para dotar de humanidad a sus personajes, de llegar a justificar incluso comportamientos reprobables, atendiéndolos ante todo como seres humanos que son revestidos de complejas decisiones y errores, la precisa e incluso admirable galería de personajes secundarios que rodea la película –con especial atención a un enorme Kevin Bacon que, por cierto, también formó parte del reparto de la recurrente y ya citada JFK -, son matices que permiten redondear en esta a una de las películas más valiosas legadas por el cine norteamericano en el 2008. Para que la eficacia del discurso, la confrontación de caracteres, la credibilidad en suma de FROST / NIXON, alcanzara el definitivo grado de contundencia, esta se debía de plasmar tomando como eje dos intérpretes bajo cuyas espaldas recayera el peso de la extraordinaria gama de matices que ofrece la función. En este sentido, la labor de Michael Sheen resulta magnífica, en esa extraña dualidad que proporciona a su personaje, ofreciendo atractivo y rechazo a partes iguales. Pero, que duda cabe, que el film de Howard si por algo pasará a la historia, es por la decididamente portentosa labor que Frank Langella ofrece del denostado presidente. No hay palabras para describir la humanidad, alcance repulsivo, el hastío existencial, los arrebatos de ira, ese cierto encanto oculto por su propia personalidad y, por último, su asumida sensación de derrota personal plasmada ante la pantalla, configurando una de las mejores interpretaciones contempladas en la pantalla en los últimos años, y una de esas ocasiones que la Academia de Hollywood debió haber reconocido de forma automática, en lugar de otorgar otra estatuilla a un –ciertamente excelente- Sean Penn, por MILK. No importa. El retrato hondo, sensible, y al mismo tiempo implacable que Langella ofrece de la encarnación de Nixon, estoy convencido quedará con el paso del tiempo como una de las aportaciones actorales más conmovedoras de la pantalla en la primera década del siglo XXI.
Calificación: 3’5
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