WE OWN THE NIGHT (2007, James Gray) La noche es nuestra
Comenzaré estas líneas con una confesión en voz baja; no me encuentro entre el círculo –en el que se inscriben comentaristas a los que tengo en una gran consideración- que en el momento de su estreno valoraron con entusiasmo la aparición de THE YARDS (La otra cara del crimen, 2000. James Gray) que, sin ser su primera película, cierto que recibió una acogida crítica que, por otra parte –y es algo que suele suceder en estos casos-, no impidió que comercialmente pasara del todo desapercibida. No niego que me resultó un título apreciable, pero puede que me pillara el pié cambiado el día que la contemplé, o quizá la presencia –en aquel caso, un considerable lastre- de Mark Walbergh, condicionaran mi menguada valoración. No cabe duda que en el futuro tendré que brindar una revisión a la misma. Y esa casi obligada decisión, ha venido a mi mente fundamentalmente, debido a la estupenda impresión que me ha producido el siguiente film de su realizador WE OWN THE NIGHT (La noche es nuestra, 2007) que, aunque rodado con siete años de distancia del referente mencionado, comparte con el mismo no solo sus dos actores de cabecera de reparto –Joaquin Phoenix y, sí, de nuevo Mark Walbergh-, sino que se inserta dentro de un contexto genérico similar, ligándose además por esa auténtica vinculación que Gray ofrece en su cine en torno a la fuerza de la familia como auténtico motor existencial.
Estamos en el New York de 1988. Los nuevos modos en el tráfico de drogas, cada vez más ligados a bandas procedentes de la Europa del Este, serán el eje que servirá de enfrentamiento a los componentes de la familia Grusinsky. El patriarca –Bert (Robert Duvall)- es un veterano alto mando policial, mientras que uno de sus hijos –Joe (Mark Walbergh)- es capitán del cuerpo. Sin embargo, su hermano Bobby (Joaquin Phoenix) podría decirse que vive al otro lado de la existencia. Encargado de uno de los clubs más exitosos de Brooklyn, incluso ha variado su apellido –escoge el de Green- para que no conozcan la relación de parentesco que le une al cuerpo policial, con cuyo padre y hermano realmente mantiene unas relaciones bastante distantes. Será un conflicto que mostrará en un momento determinado en toda su magnitud, al ser interpelado por su padre y hermano,para que colabore en la búsqueda de indicios que sirvan para detener a un presunto y cruel traficante rumano -Vadim Nezhinski-, relacionado familiarmente con el dueño del recinto que regenta el propio Bobby. Este se mostrará renuente a ejercer como soplón, pero una serie de dramáticas circunstancias harán aflorar en él ese latente sentimiento de unión hacia unos seres a los que quizá un contexto material les había mantenido alejados, pero ante los cuales la presencia de un contexto amenazador se extenderá un manto de sentimiento y dolor compartido.
Es probable que a WE OWN... se le pueden oponer algunas debilidades, centradas ante todo en rasgos de guión quizá poco matizados -¿cómo en un contexto de sofisticada delincuencia, puede admitirse de manera tan sencilla que desconozcan la vinculación que alguien tan cercano a ellos –Bobby- mantiene con destacados miembros de la policía?-. Sin embargo, desde el momento el que el espectador se deja llevar por la modulación dramática de la película, nuestro protagonista dejará de lado esos pequeños detalles para ligarse incluso emocionalmente ante el drama que se plantea en la desunida familia Grusinsky. Será el terreno en el que se desenvuelva con verdadera intensidad el joven realizador, quien logra incardinar casi a la perfección todos los elementos de la puesta en escena –fotografía, montaje, dirección artística, precisión en la ambientación de época-, al servicio de una atmósfera creíble, que sabe alternar momentos tensos entre sus personajes, otros dominados por su fuerza emocional, e incluso la inserción de algunas secuencias violentas y de acción que, preciso es reconocerlo, no solo configuradas en sí mismas resultan admirables, sino que se insertan a la perfección en el conglomerado del relato. Estre ellas podríamos citar el largo y casi angustioso episodio que relata la visita de Bobby al laboratorio de producción de droga, la espectacular persecución que sufre, que concluirá de manera especialmente trágica, o todo el episodio final con la captura de la importante operación de tráfico de drogas –incluida la imaginativa manera en que esta era trasladada sin levantar sospechas-, puede decirse que devienen fragmentos de una tremenda fuerza.
Sin embargo, y aún reconocimiento su valía, a mi modo de ver lo realmente magnífico de WE OWN THE NIGHT, reside en la delicadeza con la que se muestran esas relaciones, tanto familiares como de amistad, como se modulan sus incidencias, como con apenas miradas el espectador logra atisbar un estado de ánimo, la manera con la que se describe la tipología de sus personajes secundarios –formidable la presencia de los veteranos Tony Musante y Moni Moshonov-, la capacidad existente para definir cualquier escena tomando como base una determinada escenografía –el encuentro forzoso de la familia protagonista en la capilla de una iglesia-. En definitiva, estamos hablando de una sensibilidad por completo cinematográfica, heredada de otros tiempos más valiosos para el séptimo arte, que podría representarse igualmente en la auténtica necesidad que en el relato adquieren esos fundidos en negro, que en todo momento sirven para hacer respirar esa densidad que el relato va asumiendo de manera inapelable. Y en todo este contexto resulta de especial importancia la calidez con la que Gray deja a sus intérpretes que discurran no como tales, sino favoreciendo a que sus presencias y sus personajes tengan vida propia. En ese sentido, el cast es perfecto –si, incluso en la presencia de un comedido Mark Walbergh-, teniendo un punto de apoyo en la figura carismática del veteranísimo Robert Duvall. Pero cierto es, que la parte del león la asume un magnífico, extraordinario Joaquin Phoenix –en uno de los mejores trabajos de su carrera-, quien compone en su Bobby protagonista un modélico personaje, triunfador en un modo de vida materialista, seguro en su triunfo, y que, poco a poco, irá dejando de lado esa aparente seguridad, mostrándose vulnerable e incluso aterrado, ante una nueva realidad en la que no dudará no solo en poner el máximo riesgo en su vida para defender a su familia, sino sentando involuntariamente las bases para un completo cambio de sus objetivos vitales. Creo que son, todos ellos, elementos suficientes para admirar una película, que sabe alzar la voz cuando la entraña del relato lo requiere, o discurrir por el sendero del intimismo, en el momento en el que los sentimientos, las emociones y los conflictos emanados por sus personajes, desean transmitirlos a los seres que los rodean. Digámoslo ya. Pese a esas ciertas ingenuidades de guión, James Gray ha logrado un resultado magnífico en su tercera película, tras la cual afortunadamente se ha roto esa larga espera que, hasta el momento, ha mantenido en su más que prometedora trayectoria. Es decir, que más que hablar de un voto de confianza, solo hay que esperar que ese talento se prodigue con mayor asiduidad.
Calificación: 3’5
0 comentarios