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CINEMA DE PERRA GORDA

RUSH (2013, Ron Howard) Rush

RUSH (2013, Ron Howard) Rush

Provisto de una filmografía tan desconcertante como, en su mayor parte, poco estimulante, lo cierto es que los últimos años ha se brindado en la producción de Ron Howard un título tan brillante como sorprendente. Me estoy refiriendo a FROST / NIXON (El desafío – Frost contra Nixon, 2008), insólita indagación psicológica del proceso que permitió desenmascarar la figura de Richard Nixon, años después de su dimisión como máximo mandatario norteamericano. Lo que se dirimía en aquel caso, además de una magnífica base dramática urdida por el prestigioso Peter Morgan, era el hecho de encontrar a un realizador caracterizado por lo general por su blandura y el apego a la industria hollywoodiense, implicarse a fondo en un proyecto, que no por estar disponible a cualquier público, demostraba tratar a este como alguien adulto.

Más mérito tiene, a mi modo de ver, la propuesta que emana de RUSH (2013), que de entrada se podría proponer como uno más de los exponentes del subgénero de films centrados en el mundo de las carreras automovilísticas, y de la que no tengo en mente ningún título memorable –ni siquiera el Howard Hawks de RED LINE 7000 (Peligro líneas… 7000, 1965)-. en líneas generales, los exponentes de esta temática se centran en la descripción de una serie de arquetípicos personajes, que servirán como excusa para el motivo central de sus ficciones; la larga descripción –más menos pertinente- de la competitividad y espectacularidad de unas carreras que supondrán el epicentro de su metraje. Podría decirse que el film de Howard se entronca con facilidad en dicho enunciado, pero aceptar esa premisa sería pecar de simplismo al intentar aplicarla a este RUSH, que desde el primer momento deja bien clara su singularidad a la hora de entroncarse dentro de una vertiente que ha proporcionado pocos frutos distinguidos al Séptimo Arte. Desde sus primeros instantes, se adivina de nuevo una intensa comunión entre Ron Howard director y Peter Morgan guionista, situándonos de entrada en el año 1976, en el seno de una competición de fórmula 1, donde escuchamos la voz en off del piloto Nikki Lauda (Daniel Brühl), mientras contemplamos como su rival James Hunt (Chris Hemsworth) intenta seguir los pasos que realiza su rival en una salida de carrera lluviosa y peligrosa –más adelante comprobaremos que se trata de la que propició el tremendo accidente que desfiguró el rostro de Lauda-. El inicio atrapará al espectador, atendiendo a los comentarios –irónicos y, al mismo tiempo, lúcidos- que en over señala el inmortal piloto. De repente, la acción retrocede  a seis años atrás -1970-, tomando en ese momento la voz en off de Hunt, con el que compartiremos su enorme facilidad a las conquistas femeninas dada su apostura, y mientras este señala no sin lucidez su opinión sobre el atractivo que ejercen los pilotos ante las mujeres; el hecho de saber que estos se encuentran muy cerca de la muerte. Lo comprobará muy pronto la rápida conquista del piloto con una joven modelo, a la que levará a su circuito de fórmula 3, en donde junto a Lauda y otros jóvenes pilotos están intentando buscar su puesto para acceder a la élite del automovilismo. Llegados a ese momento, y cuando apenas han transcurrido diez minutos de metraje, la irresistible fuerza del guión de Morgan y la implicación de Howard en la puesta en escena, nos ha introducido de lleno en la espiral y la vorágine de este singular, apasionado, por momentos vertiginoso, en otros divertido, en otros terrible y, en última instancia, revestido de sincera –aunque escondida camaradería- recorrido que proporcionará una película que sobrepasa holgadamente las dos horas de duración, llevándonos a la permanente rivalidad existente entre estos dos pilotos. De nuevo, el tandem Howard – Morgan ha logrado meter al espectador en la chistera de este fabuloso juego del gato y el ratón que, en definitiva, define la magnífica RUSH. Una película que en su esencia se establece en la contraposición de dos personalidades opuestas. Una, la de Lauda, define a un joven taciturno y poco agradecido físicamente, que se toma su vocación automovilística casi como una ciencia, y que antepone todo ello a cualquier otro elemento vital. Todo lo contrario sucederá con Hunt, quien pronto se convertirá ene rival, erigiéndose en un ser hedonista, que en realidad desea triunfar en la fórmula 1 como un reto personal. Una pieza más en una andadura vital caracterizada por la superficialidad y una manera de entender una buena vida revestida a partes iguales de jactancia y de irresistible simpatía.

Ese contraste, es evidente que se erigirá en el núcleo central de una película que alcanza un alto nivel de interés, partiendo de entrada del auténtico duelo interpretativo brindado por un lado por Daniel Brühl, quien ofrece una impecable caracterización del introvertido Lauda, y el inesperado derroche de carisma que despliega el australiano Chris Hemsworth. A través de los perfiles y matices que emanan de sus personajes, RUSH emerge sin duda como una de las propuestas más valiosas que jamás ha brindado esta temática, dado que por encima de convencionalismos y estereotipos, se sustenta en una valiosa base dramática. Una base que se sigue con una extraordinaria escrupulosidad –atención a la credibilidad que ofrece la descripción del Gran Premio de España de 1976-, pero cuya premisa no impide que el recorrido que poco a poco va acercando a Hunt a ese objetivo que comanda Lauda –el campeonato mundial de dicho año-, y que tendrá su punto de inflexión que supondrá el tremendo accidente vivido por este, devolviendo la película al momento en que la misma se inició –tras una reunión en la que Hunt logró revocar la propuesta de Lauda de suspender un gran premio por las inclemencias de la lluvia-. Al margen de la extraordinaria factura que ofrecen las carreras y la credibilidad con la que queda descrito la espectacular colisión, a partir de ese momento seguiremos viviendo de forma paralela el devenir de ambos pilotos, sirviendo de manera paradójica los triunfos que cosecha Hunt con la ausencia de Lauda, como estímulo para que este se recupere de manera casi milagrosa. Es reveladora aunque un tanto chirriante a ese respecto, la dureza que muestra la secuencia en la que ene el hospital le son extraídos de los pulmones a Lauda las quemaduras que tiene, y que pese a los dolores sufridos, asume con entereza, mientras contempla en la pantalla uno de los triunfos de Hunt.

En todo este proceso, y contemplando como de forma milagrosa Lauda volvió a la competición apenas unos cuarenta días después del accidente vivido, es cuando de manera más clara se irá comprobando como pese a su rivalidad, en el fondo hay algo que une a esos dos jóvenes de personalidad por completo opuesta, pero que pese a ello se admiran mutuamente. Es algo que se expresará de manera magnífica en la paliza que Hunt pegará al reportero que ha lanzado una lamentable pregunta en la rueda de prensa de Lauda al referirse a su aspecto físico –quemado e incluso deformado- y en relación a su esposa. Del mismo modo, en la carrera definitiva que podría proporcionar el triunfo a Lauda, una retirada en el último momento, es la que –tras desarrollarse en una lucha de infarto que supone quizá el set pièce más brillante del metraje, y en la que el propio Hunt no sabrá hasta que la misma haya concluido, que en realidad es el ganador de ese campeonato. La imagen del triunfo y de la derrota se establecerá en esas imágenes casi captadas al vuelo que relacionarán a ambos pilotos, viviendo cada uno de ellos sensaciones contrapuestas. Pese a la presencia del temible Hans Zimeer ¡Ay! como artífice de la banda sonora, lo cierto es que RUSH demuestra como una película que precise de un montaje trepidante y se centre en los parámetros de una cierta acción, se puede alejar de manera ostentosa de los temibles modos visuales de Michael Bay. Por el contrario, Ron Howard no descuida ene ningún momento a sus personajes e imbrica lo externo y lo interno de una manera casi admirable, hasta describir ese último encuentro entre ambos pilotos, en los que de forma casi conmovedora en su simplicidad se expresará esa hasta entonces secreta admiración que ambos han sentido el uno por el otro. La película concluirá –tras mostrar con una atinada y sincopada recreación eighties del recorrido de Hunt por diversos espacios televisivos- recurriendo de nuevo a los comentarios de Lauda en off, punteando con lucidez lo que en realidad supuso aquel gran premio de automovilismo para su entonces rival, quien fallecería años después, y de quien se insertarán imágenes reales, como también del propio Lauda en la actualidad. Serán destellos de realidad que, unidos a las reflexiones del gran piloto, llegarán a transmitir una extraña emoción a los compases finales de una película que deviene casi admirable en su mezcla de intimismo y gran espectáculo, y que no dejar de suponer un soplo de esperanza, dentro del cine mainstream de los últimos años.

Calificación: 3’5

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