SCHOOL FOR SCOUNDRELS (1960, Robert Hamer)
Mientras las pantallas británicas, casi de la noche a la mañana se veían impregnadas del realismo impuesto por el Free Cinema, el arraigo popular –que no crítico en la ceguera de la época- de las producciones de Hammer Films, y los ya consolidados intentos de drama psicológico ofrecidos por un asentado Joseph Losey, también se alternaban en sus carteleras un conjunto de producción marcadamente popular, al que el paso de los años ha condenado a un bastante injusto olvido. Sigue pareciendo por ello vigente esa maldición implícita en torno a la pretendida carencia de interés del cine inglés, cuando incluso en este periodo, podemos encontrarnos con muestras más o menos interesantes, de mayor o menor calado, si me apuran incluso en algunas ocasiones olvidables, que a fin de cuentas sirvieron para que la industria británica mostrara su competencia profesional, y en algunos de los géneros abordados -en especial el cine de terror, el policiaco y la comedia- demostrara una especial implicación.
Precisamente de la última de las vertientes citadas, en la confluencia de finales de los cincuenta y primeros sesenta, las pantallas inglesas se verán frecuentadas por comedias que en buena parte de sus ejemplos aparecían como exponentes tardíos de las muestras ofrecidas en los entrañables estudios Ealing. Es curioso, en ese sentido, consignar el hecho de que aquellas celebradas producciones en realidad no fueron muy numerosas, y quizá en algunos de sus exponentes su excesiva mitificación es la que ha ejercido como injusto elemento en contra a la hora de valorar títulos posteriores que, en algunos casos, gozaban de idénticas o incluso superiores cualidades que las que les sirvieron de referencia. Es algo para lo que, llegado el caso, llegaron a prolongar la andadura de algunos de los realizadores más significados en aquella vertiente, como fueron Charles Crichton –cuyo currículo laboral se extendió incluso hasta la década de los ochenta- o un Robert Hamer que, debido a su alcoholismo, falleció prematuramente sin haber llegado a consolidar una andadura, de la que Alexander Mackendrick llegó a señalar que era el director más aventajado de todos los de su generación –un arrebato habitual de la extrema modestia que siempre acompañó las manifestaciones del autor de MANDY (1952)-.
Precisamente fue SCHOOL FOR SCOUNDRELS (1960), la película que cerró prematuramente la filmografía del citado Hamer, tres años antes de su muerte, tras haber realizado una aportación el cine de suspense del que tengo un recuerdo decepcionante, salvo el atractivo envolvente de sus minutos iniciales –me refiero a THE SCAPEGOAT (Donde el círculo termina, 1959). Cuatro años antes, sin embargo, había dado vida una entrañable comedia –TO PARIS WHIT LOVE (A París con el amor, 1955)-, a medio camino entre el vodevil y ecos renoirianos, que no dudo en considerar entre sus obras más relevantes al tiempo que menos conocidas. En esta tesitura, oportuno será señalar que SCHOOL FOR... se define de manera muy sucinta como una comedia de alcance moralista, atractiva en sus inicios, irregular en su desarrollo, con algunos instantes realmente muy divertidos, y que asume buena parte de su eficacia en la confluencia de un reparto de segura eficacia, al tiempo que por último se rinda a la apuesta por algunos elementos de relativa modernidad cinematográfica, que más adelante comentaremos.
A grandes rasgos, lo que nos cuenta el film de Hamer –basado en una novela de Stephen Potter, traslada como guión a la pantalla por Patricia Moyes y Hal E. Chester (también coproductor, y entre cuyos créditos se encuentre NIGHT OF THE DEMON (La noche del demonio, 1957. Jacques Tourneur)-, es el proceso de recuperación de la autoestima por parte de un joven que, en apariencia lo tiene todo en la vida, pero al que la práctica no se le puede ofrecer más reveses. Se trata de Henry Palfrey (Ian Carmichael), un hombre dueño de una empresa, de condición más o menos acomodada, pero al que la vida le ha despojado de cualquier responsabilidad de decidir y, en definitiva, ser alguien con opinión propia en su entorno. Cansado de esta situación, acudirá a una extraña escuela comandada por el no menos estrafalario –aunque sabio en sus conclusiones- Mr. S. Poter (un muy divertido Alastair Sim), a quien se encomendará en la tarea de poder variar su personalidad de fracasado, y convertirse en el menor tiempo posible en el ejemplo de un triunfador. Una curiosa paradoja, que el experimentador dueño de dicha academia –a la que se llega por medio de un divertido sistema de señalizaciones ubicada en sus alrededores-, señala que en el fondo solo supone intentar situarse por encima de los demás.
Parte del metraje de SCHOOL FOR... se expresa en un flash-back en el que el atribulado protagonista relata sus decepcionantes experiencias laborales –en donde no es respetado por ninguno de sus empleados, e incluso resulta dominado por un veterano secretario que tomas las decisiones en su lugar-, amorosas –conoce a una muchacha, April (Janette Scott), precisamente al chocar con ella en la salida de un autobús, viviendo con ella humillantes experiencias al reservar una mesa en un restaurante, o cuando se encuentran con el avispado Raymond Delauney (Terry-Thomas), que muy pronto se convertirá en rival amoroso ante esta-. Será este un bloque bastante divertido, que además esconde una mirada revestida de cierta ternura ante un personaje tan bondadoso y confiado como falto de carisma, y del que todos, de una manera u otra, se quieren aprovechar. Especialmente sangrante resulta, en este sentido, la descripción que se ofrece de su contexto laboral, la humillación que ha de sufrir al ver negada su reserva en un restaurante al que acude con April –atención al impagable detalle del sonido del billete, que pronto llega a los oídos del maitre que encarna el hasta entonces impertérrito John Le Mesurier-, o la manera con la que es timado por unos vendedores de automóviles, que le endosan con facilidad un viejo cacharro.
A partir de un rápido aprendizaje –en el que se destilan algunos de los instantes más divertidos de la película-, muy pronto este experimentará el reverso de todo aquello que había sufrido hasta entonces. Logrará un inesperado respeto laboral, devolverá con habilidad el viejo vehículo comprado, cambiándolo por otro más moderno, e incluso logrando beneficio en el intercambio, humillará al insoportable Delauney –en uno de los fragmentos menos logrados y más pesados del metraje- y estará a punto de alcanzar la definitiva atracción por parte de April. Sin embargo, en un momento determinado rechazará seguir los consejos que le había brindado la singular academia de Poter, decidiendo de nuevo ser el mismo y, con ello, logrando recibir el sincero afecto de la muchacha. Una mirada que limita sin duda el alcance de una sátira que jamás llega a apurar, ni de lejos, el alcance disolvente de sus propuestas, pero que hemos de reconocer tiene una conclusión sorprendente y llena de complicidad; cuando la sinfonía de John Addison –que ya demostraba una destreza con la comedia que, años después, consolidaría con sus partituras en TOM JONES (1963) y THE LOVED ONE (Los seres queridos, 1965), ambas de Tony Richardson, o THE HONEY POT (Mujeres en Venecia, 1967. Joseph L. Mankiewicz)- parece sublimar el acercamiento amoroso de Palfrey y April, Poter mirará hacia la cámara directamente, invocando a los responsables de la película que supriman la contemplación de ese final tan enojoso. Un detalle lleno de ingenio que aún tendrá una conclusión posterior; Delauney retomará en los fotogramas finales el mismo sendero que hiciera Palfrey en el inicio de la película, siguiendo las señales que le dirigen a esa insólita academia que lleva camino directo al triunfo personal.
Divertidos instantes finales para una película tan discreta como simpática en líneas generales, en la que se acusa por un lado un determinado formulismo en sus líneas de aplicación de la comicidad y, por supuesto, un mayor arrojo en la realización, en el que podría definirse como un curioso precedente de la posteriormente exitosa, y hoy día también olvidada THE KNACK (Una chica con gancho, 1965. Richard Lester). Es decir, que el cambio de las estructuras del cine inglés, en realidad no afectó en demasía sus planteamientos de base.
Calificación. 2
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